sábado, 21 de octubre de 2017

COMUNIDADES IMAGINADAS (1991), DE BENEDICT ANDERSON. REFLEXIONES SOBRE EL ORIGEN Y DIFUSIÓN DEL NACIONALISMO.

No digo nada nuevo si escribo que nuestro país está viviendo horas muy difíciles, de gran incertidumbre. La explosión del nacionalismo catalán, que venía gestándose desde hace muchos años, ha despertado algunos fantasmas dormidos del nacionalismo español más rancio. Por ahora la guerra es solo de banderitas, y esperemos que permanezca así. En el día en el que el gobierno se ha decidido a aplicar el artículo 155 de nuestra Constitución - territorio inédito - uno se queda medianamente tranquilo al saber que la Unión Europea apoya en bloque la soberanía de nuestro país y el orden legislativo, cuya piedra angular es precisamente esta Constitución que fue ninguneada el mes pasado por un Parlamento autonómico en una sesión que tuvo mucho más de bochonorsa que de solemne.

Precisamente uno de los postulados del nacionalismo es la solemnidad ante los símbolos. Uno sigue esta crisis con curiosidad, pero la proliferación de declaraciones y actos solemnes por parte de las autoridades catalanas quizá esté provocando un hartazgo entre muchos ciudadanos que se creyeron las promesas de prosperidad con las que les han estado machacando repetidamente. Cataluña iba a declarar fácilmente la independencia, la comunidad internacional reconocería al nuevo Estado y la Unión Europea no podría dejar salir de su seno a tan importante país, mientras la rancia nación española era humillada. La triste realidad con la que han chocado en las últimas semanas ha obligado a algunos - supongo - a replantearse sus convicciones, pero muchos otros siguen instalados en un delirio colectivo del que ni siquiera les hace despertar la enorme fuga de empresas que ha seguido a esa extraña declaración de independiencia inmediatamente suspendida con la que Puigdemon nos sorprendió la semana pasada. 

Es posible que algún día los instigadores de este desaguisado dejen de esconderse detrás de una bandera y asuman su responsabilidad, pero queda mucho todavía para eso. Mientras puedan seguir encadenando declaraciones solemnes y sentirse arropados por masas de ciudadanos con banderas, el delirio seguirá adelante. Bien es cierto que la responsabilidad se comparte con un Estado central que ha dejado enquistarse un problema que se veía venir de lejos y ha asumido sus obligaciones - que las circunstancias han convertido en semipunitivas - en el último minuto, cuando recomponer lo que se ha ido rompiendo en los últimos meses va a convertirse en un proceso largo y costoso. Muchos ciudadanos están hastiados del tema, pero pasará mucho tiempo hasta que dejemos de hablar con él con esa mezcla de pasión y algo de miedo que imponen las noticias algo confusas que se suceden de hora en hora.

Por supuesto, todo país necesita su mitología, su discurso histórico-épico que justifique la singularidad de un pueblo milenario. Y no basta con una lengua y unas costumbres propias, hay que examinar los hechos históricos y reintepretarlos para que encajen de la manera más conveniente para derivar en una especie de justificación digna de un pueblo elegido:

"Si se concede generalmente que los Estados nacionales son "nuevos" e "históricos", las naciones a las que dan una expresión política presumen siempre de un pasado inmemorial y miran un futuro ilimitado, lo que es aún más importante. La magia del nacionalismo es la conversión del azar en destino."

Y luego está el victimismo. Cualquier afrenta, real o imaginaria se exagerará hasta convertirla en una agresión inaceptable, aunque esta supuestamente ocurriera hace tres siglos. Cualquier pronunciamiento de los poderes del Estado en contra de acciones ilegales será considerada represión totalitaria contra el pueblo y los razonamientos serán sustituidos por mares de banderas que desarmen los argumentos del contrario con la elocuencia de los colores propios. En una época en la que las fuerzas más razonables del progreso intentan profundizar en la Unión Europea, una organización imperfecta que nació precisamente como reacción frente a los nacionalismos, algunos abogan por un independentismo sin fronteras que solo puede llevar al desastre, como ya se probó repetidamente en el pasado. Leer en estos días el estudio ya clásico de Benedict Anderson (publicado por primera vez en 1983), es una manera de meditar serenamente sobre el problema y tomar consciencia de que los Estados, pasados, presentes y futuros, no son más que construcciones imaginarias que deben servir para la convivencia, para unir y no para separar a los ciudadanos. Lo verdaderamente importante, algo de lo que se habla poco estos días, es respetar los derechos individuales de estos ciudadanos, un tema de mucho más calado que el absurdo choque de banderas al que estamos asistiendo.

jueves, 19 de octubre de 2017

BLADE RUNNER 2049 (2017), DE DENIS VILLENEUVE. EL ALMA DE LA MÁQUINA.

Dejo aquí mi comentario acerca de una de las películas más esperadas del año, la segunda parte de la madre de todas las películas de culto. En esta ocasión, junto con mi compañero Eduardo González. Aquí el enlace:

http://astoria21.es/critica-blade-runner-2049/

miércoles, 18 de octubre de 2017

LA TIENDA DE LOS SUICIDAS (2007), DE JEAN TEULÉ. EL SUPERMERCADO DE LA MUERTE.

Una de las mejores formas de humor es el humor negro. Si se aborda correctamente, sin traspasar la tenue línea de lo que una determinada sociedad considera tabú (por ejemplo, hacer humor de las víctimas del terrorismo), resulta una manera estupenda de reirnos de nosotros mismos, de nuestros miedos y de nuestros defectos. ¿Y qué es más temido que la muerte? Aunque todos desechamos ese miedo en el día a día, a veces nuestros pensamientos derivan hacia ese trance tan inevitable como indeseado. Pero ¿qué sucedería si en el futuro construimos una sociedad en la que la idea de suicidio contenga cierto atractivo? Pues como un negocio como el que presenta Teulé en La tienda de los suicidas, sea tan popular como próspero.

Aunque no se ofrecen muchos detalles, la novela transcurre en un futuro siniestro, en el que parece que el cambio climático es una realidad que ha llevado a gran parte de la humanidad a un sentimiento de desesperación y derrota. El establecimiento que regenta la familia Tuvache (que es presentada como una especie de remedo de los televisivos Monster), ofrece toda clase de servicios de ayuda al suicidio, contando con los métodos más originales e innovadores, para asegurar al usuario no fallar en el intento. En consonancia con su dedicación, los miembros de la familia son pesimistas y malencarados, creando el ambiente propicio para que la clientela no se eche atrás en la decisión tomada. Pero en todos los grupos existe una oveja negra - o blanca, en este caso - y el hijo menor de los Tuvache, Alan, ha resultado ser un optimista nato, que no depone su actitud ni cuando es enviado a pasar una temporada al campamento de terroristas suicidas...

La tienda de los suicidas es una narración con un buen planteamiento, que comienza con buenas dosis de ironía, pero cuya trama poco a poco se va desinflando, hasta derivar en un mensaje más propio de los libros de autoayuda que de una obra dirigida al público adulto. Porque hay pasajes en los que Teulé parece escribir para los más jóvenes, como si toda la segunda mitad de la novela fuera un gran cuento moral destinado a fomentar el arma del optismo contra un mundo oscuro y hostil. Es una lástima, porque el argumento daba lugar a muchas posibilidades interesantes y se ha elegido quizá la más fácil y previsible. No es que la lectura de la novela se haga desagradable, pero constituye un ejercicio demasiado ligero, cuando se está tratando un asunto tan serio y con tantas implicaciones.

jueves, 12 de octubre de 2017

ESPAÑA Y CATALUÑA. HISTORIA DE UNA PASIÓN. (2014), DE HENRY KAMEN. UNA RELACIÓN CONFLICTIVA.

Desde hace varias semanas España vive unas jornadas de vértigo, una situación que no por haber sido anunciada repetidamente en los últimos años se hace más comprensible. La realidad es que uno de los territorios más prósperos de la Unión Europea, que goza de unos niveles notables de autogobierno y de un nivel de vida muy por encima de la media del resto del país está dedicando todos sus esfuerzos a estimular un proceso de independiencia que le coloca al margen de toda la legislación española y de la Unión Europea. Porque si observamos dicho proceso desde un punto de vista estrictamente jurídico, su concepción resulta un auténtico disparate. Un Parlamento autonómico se saca de la chistera en una tarde una serie de leyes que derivan en un referéndum de autodeterminación organizado con prisas y con la total oposición del Estado. Las escenas vividas el 1 de octubre, día en que se produjeron numerosos excesos policiales para intentar detener la jornada electoral ilegal, no han hecho sino estimular el victimismo propio que está en las entrañas de todo nacionalismo que se precie. Pero ¿cómo hemos llegado hasta este punto tan irracional como peligroso? La respuesta, como casi siempre, está en la Historia, una disciplina apasionante que, si se sabe manipular a conveniencia, puede convertirse en un arma arrojadiza formidable. 

Es importante resaltar que la situación española de los últimos años, con una crisis económica devastadora para muchos ciudadanos, sazonada con una enorme cantidad de casos de corrupción, no ha hecho sino estimular a un independentismo que no ha dudado en señalar a España como causante de todos los males que padecía Cataluña, obviando que buena parte de la corrupción que ha asolado el país está conformada por décadas de prácticas irregulares por parte de Convergencia i Unio y sus socios. Desde la llegada de los primeros Habsburgo, la península ibérica se había organizado como una especie de comunidad de naciones que reconocían al monarca como su Señor, pero que contaban con sus propios fueros. La Corona de Aragón, de la que formaban parte los territorios catalanes, era uno de estos territorios, cuyos privilegios legislativos eran protegidos por sus propias Cortes. Esto no quiere decir que Cataluña llegara a ser jamás un territorio independiente, pero sí que mantenía sus propias instituciones de autogobierno en el contexto de la Corona aragonesa.

Todo nacionalismo necesita una mitología para sobrevivir y el catalán la encontró en los acontecimientos de 1714, cuando las tropas de Felipe V, al final de la Guerra de Sucesión, entraron en Barcelona y abolieron las instituciones tradicionales que habían regido la existencia de los catalanes e impusieron los Decretos de Nueva Planta. Pero aquello no fue, como aseguran los nacionalistas, una lucha por la independencia de Cataluña, sino el último episodio de un conflicto mucho más largo, enmarcado en un contexto europeo, en el que se produjo el cambio de la monarquía hispánica de los Austrias a los Borbones. Muchos catalanes habían apoyado al pretendiente perdedor, el archiduque Carlos y otros muchos se habían decantado por Felipe V. La resistencia final de Barcelona, estimulada de manera temeraria y casi criminal por Rafael Casanova, culminó en la rendición de la ciudad el 12 (no el 11), de septiembre de 1714, fecha que el catalanismo del siglo XIX rescató como germen del nacimiento de una nueva Cataluña, pues, como dejó dicho Ernest Renan, "los sufrimientos tienen más valor que los triunfos, porque los sufrimientos imponen obligaciones y requieren un esfuerzo común". En la visión del mundo del nacionalismo, los agravios contra Cataluña por parte de Castilla comenzaron mucho antes, pero 1714 es la fecha capital que demuestra la represión que siempre ha ejercido el centralismo contra un pueblo oprimido.

En los últimos cuarenta años, la Generalitat ha tenido tiempo de adoctrinar a generaciones de catalanes en una visión tergiversada e interesada de la historia, ha empleado grandes recursos en campañas internacionales de reconocimiento de un supuesto derecho a decidir y en campañas de fomento del catalán como lengua imperante en la región (después de otras tantas décadas de represión franquista, bien es cierto). A estas alturas se torna una tarea imposible convencer a miles de catalanes nacionalistas de que no son un pueblo oprimido y de que gozan de derechos y libertades equivalentes a los de cualquier ciudadano de la Unión Europea. Después del esperpento del que hemos sido testigos el pasado 10 de octubre, la situación es todavía muy peligrosa, pues la previsible intervención del Estado a la autonomía será instrumentalizada por Puigdemon y los suyos como una intolerable agresión que deberá ser contestada en las calles. Quizá nos ayude recordar las palabras que Baltasar Gracián escribió en 1640, para advertir que estos problemas vienen de muy antiguo:

"En la Monarquía de España, donde las Provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, es menester gran capacidad para conservar, assí mucha para unir".

jueves, 5 de octubre de 2017

POEMAS Y CANCIONES (1918-1953), DE BERTOLT BRECHT. LA VERDAD ES CONCRETA.

Como la mayoría de los alemanes de su generación, la vida de Bertolt Brecht estuvo marcada por dos terribles guerras mundiales. Aunque durante la primera, que aconteció cuando todavía era muy joven, se dejó llevar por la ola de patriotismo que asoló todo el país, bien pronto, con la llegada de los primeros soldados terriblemente mutilados y avergonzados por la derrota, Brecht advirtió la verdadera naturaleza de los conflictos y la de los canallas que los alientan. Una balada compuesta en 1919, acerca de un cadáver putrefacto de un soldado alemán, que los mandos desentierran para utilizarlo como carne de cañón, le valió una acusación de alta traición. Un poco más adelante, los nazis utilizaron sus escritos para declararlo enemigo del pueblo y retirarle la nacionalidad alemana. Para el escritor comenzaría un largo periplo que le llevó de exilio en exilio por las capitales de medio mundo. 

Quizá la premonición del catastrófico porvenir le llevó a escribir estos versos, que desarrollan la idea del carpe diem:

No os dejéis engañar
con que la vida es poco.
Bebedla a grandes tragos
porque no os bastará
cuando hayáis de perderla

La idea de escritor comprometido con su tiempo, que asume el deber de denunciar tremendas injusticias se encuentra en este manifiesto autobiográfico:

Soy un autor dramático. Muestro
lo que he visto. Y he visto mercados de hombres
donde se comercia con el hombre. Esto
es lo que yo, autor dramático, muestro.

Personalmente, me conmueven estos versos, que demuestran una tertura desmesurada por los objetos, por su utilidad más allá de su uso cotidiano, por el arraigo a instrumentos que otros encontrarían perfectamente inútiles:

De todos los objetos, los que más amo
son los usados.
Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,
los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera
han sido cogidos por muchas manos. Éstas son las formas
que me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas,
desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,
esas losas entre las que crece la hierba, me parecen
objetos felices.

Pero en lo que más destaca Brecht es en reflejar en sus escritos el terrible ambiente que impregnó Europa en la Segunda Guerra Mundial. Una realidad de terror, muerte y destrucción de la que no se libraban los más inocentes. Hay un poema durísimo acerca de una peregrinación de niños que trata de huir de la guerra y van muriendo poco a poco y otros que reflejan la conmoción de los alemanes al ver sus ciudades y pueblos - es decir, su alma - destruídas por los bombardeos. Se puede criticar su militancia comunista y su aceptación en 1955 del premio Lenin de la Paz, un equivalente al Nobel que otorgaba la Unión Soviética, pero sus Poemas y canciones quedan como una de las cumbres de la literatura de denuncia escrita en unos tiempos muy oscuros.