viernes, 14 de julio de 2017

LA DEMOCRACIA SENTIMENTAL (2016), DE MANUEL ARIAS MALDONADO. POLÍTICA Y EMOCIONES EN EL SIGLO XXI.


La masificada Facultad de Derecho de la Universidad de Málaga era en los años noventa un territorio hostil para cualquier alumno, muchos de los cuales tenían la impresión más de ser carne de cañón, de la que podía prescindirse fácilmente, que un verdadero estudiante. Pocos eran los Departamentos que se preocupaban verdaderamente de que los alumnos no solo salieran de las clases con una bestial cantidad de conocimientos teóricos, sino también con auténtica curiosidad por ampliar horizontes intelecturales en el ámbito de sus asignaturas. El Departamento de Derecho Político y Constitucional era de los pocos cuyos miembros parecían no haber abandonado el afán pedagógico que, junto con un buen conocimiento de la asignatura, deberían ser los principios más sagrados de todo profesor que se precie. Parece ser que, felizmente, la tradición continúa y el profesor Arias Maldonado se esfuerza en ser un buen divulgador de los conocimientos que atesora. Al menos eso es lo constanto regularmente con la lectura de los magníficos artículos que publica en Revista de Libros y en Letras Libres, bien fundamentados y dotados de una escritura cristalina, virtudes que se mantienen en este volumen titulado La democracia sentimental.

El proyecto filosófico ilustrado, padre de los Derechos Humanos y de la democracia liberal que impera en los países más avanzados del mundo, era un proyecto altamente racionalista, que apenas advirtió la importancia de las emociones, un error que se está subsanando en los últimos años a pasos agigantados. El libro de Arias Maldonado constituye una necesaria reflexión sobre esta nueva realidad y de cómo está afectando ya a la política y de qué consecuencias tendrá en el futuro inmediato, pues el cada vez mayor conocimiento del funcionamiento más íntimo del ser humano, de cuáles son los verdaderos intereses que lo mueven y de qué modo pueden motivarse éstos, es la nueva piedra filosofal que será decisiva en el triunfo de unas propuestas políticas sobre otras. Así explica el autor los objetivos de su trabajo en una entrevista concedida a la revista Letras Libres en diciembre del año pasado:

"Aunque haya una crisis económica o institucional producida por diferentes acontecimientos, queda por explicar por qué la reacción es irracional. Hay que tener cuidado con pensar que el sujeto es más emocional que antes. Parece más bien que se han roto los diques de contención que no dejaban ver esa emocionalidad. A esto lo acompaña la discusión en las ciencias sociales y las neurociencias, el giro afectivo del que hablo al principio. Quería reflexionar sobre cómo puede combatir la democracia liberal pluralista a sus enemigos irracionalistas: si debe volverse emocional, como Obama en campaña aunque no en el cargo. La democracia, igual que es un régimen de opinión, es un régimen afectivo. Tanto sus fundamentos como los estados de ánimo o atmósferas sociales nos empujan a una dirección u otra y ayudan a separar distintos periodos."

Nuestras democracias son imperfectas, porque los ciudadanos también lo son. No puede exigirse que el votante medio lea filosofía y antropología, que esté informado de la actualidad nacional e internacional a través de los mejores diarios y que sea capaz de leer todos los programas políticos para elegir racionalmente cual de ellos se ajusta mejor a sus intereses e inquietudes. En realidad, el ciudadano medio tiende a simplificar y para muchos de ellos las elecciones políticas tienen más que ver con emociones futbolísticas (se simpatiza con un partido tal y como se es forofo de un equipo) que con el pensamiento racional. Los asesores de los partidos hace tiempo que son conscientes de esta realidad y empiezan a actuar en consecuencia. Si uno analiza las sesiones habituales del Congreso, no son más que un previsible cruce de reproches que puede subir más o menos de tono. Ninguno de nuestros diputados parece capaz de hilvanar un discurso sustancioso que a la vez contenga verdaderas virtudes comunicativas. Resulta mucho más sencillo apelar a las emociones de los ciudadanos y volver a repetir las frases manidas de siempre, sobre todo porque cuando un partido se sale de la norma, pacta, y hace más flexible su discurso, los votantes suelen hacérselo pagar (aunque, como siempre, hay excepciones, porque una de las grandezas de la política es que no es una ciencia exacta). 

Ya Montaigne nos dejó un valiosísimo consejo desde su lejano siglo XVI: "que emplee la pasión quien no pueda emplear la razón". Esto parece haber ser sido leído de manera literal - y en sentido erróneo - por los responsables del desafío al Estado democrático que supone la promoción de un referéndum, nada menos que para secesionar por las bravas, al margen de la ley, una parte del país. No he escuchado muchas apelaciones racionales por parte de los nacionalistas catalanes a las ventajas objetivas que proporcionaría esta situación a los ciudadanos, más bien una serie de consignas patrióticas (algunos de los consejeros del Govern ya están abandonando el barco, porque su fe nacionalista no es tan profunda como para poner en peligro su patrimonio), que apelan a la emoción de los votantes (la bandera, los actos solemnes y simbólicos que se repiten todos los días, las corruptelas de España, mientras se olvidan las propias...), pero que ofrecen escasa pedagogía acerca de lo que sucedería el día después de la escisión, lo que sucedería, por ejemplo, con un Estado catalán fuera de la Unión Europea, o que sucedería con los numerosos nacidos en Cataluña que trabajan en el resto de España.

Si algo nos enseña la historia es que las democracias liberales, con todas sus imperfecciones, ofrecen los mecanismos para llegar a soluciones negociadas de los problemas más intrincados y que el mantenimiento contra viento y marea de las posiciones propias - sobre todo cuando esto implica la desobediencia a una Ley que en su día se otorgó el conjunto de la nación española - suele acarrear consecuencias imprevistas y, en la mayoría de las ocasiones, indeseadas para todas las partes implicadas. La conclusión de lo que ofrece La democracia sentimental, puede resumirse en una frase de uno de sus últimos capítulos: 

"Solo la democracia liberal, que divide el poder y promueve el dinamismo de la esfera pública, al tiempo que limita el alcance del autogobierno, instituyendo garantías constitucionales de distinto tipo, está en condiciones de asegurar el mantenimiento de la sociedad abierta pese al predominio de los ciudadanos sentimientales sobre los ironistas escépticos."

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