sábado, 25 de marzo de 2017

CASA DE MUÑECAS (1879), DE HENRIK IBSEN. SECRETOS DE UN MATRIMONIO.

Nora Helmer es una mujer todavía joven y atractiva. En apariencia, está felizmente casada y es madre de tres hijos. En los años de matrimonio, siempre se ha comportado como una esposa devota y madre ejemplar de sus tres hijos. En el primer acto de Casa de muñecas aparece como alguien siempre dispuesto a sacrificarse por el bien de su familia, una virtud de la hizo uso en el pasado, lo cual hace que se vea obligada a mantener un secreto frente a su marido. Aunque Torvaldo, su esposo, la califica como una muchacha encantadora, pero bastante frívola, con la cual solo se pueden mantener conversaciones banales, algo se mueve en el interior de Nora y una vocecita le dice tímidamente que quizá el lugar que ocupa en el mundo no le proporciona más que una felicidad ilusoria.

Pues bien, el secreto, que se ha mantenido bien oculto durante años, corre peligro de salir a la luz. Nora cometió una imprudencia, si bien con unas intenciones absolutamente nobles, puesto que corría peligro la vida de su marido. Esto hace que se desencadenen rápidamente los acontecimientos. A la vez que Torvaldo está a punto de ocupar un puesto de prestigio como director de un banco, lo cual barrerá de un plumazo todos los problemas económicos que han sufrido en los últimos tiempos, el chantaje de Krogstad, personaje que prestó dinero a Nora en su momento, puede materializarse en cualquier momento. Aunque al principio Krogstad aparece como un personaje negativo, Ibsen pronto lo humaniza y podemos apreciar que sus motivaciones tienen sentido, puesto que su desesperación es tan comprensible como la de Nora. Mientras tanto, aparece un drama, secundario en la trama, pero mucho más grave que el principal: el del doctor Rank. Amigo íntimo de Torvaldo y enamorado secretamente de Nora, está viviendo las últimas fases de una enfermedad terminal. Estremece un poco el trato tan frío que otorga el matrimonio a un personaje que vive unos momentos tan desesperados.

Pero pasamos al tema principal de la obra, el del despertar de Nora, cuando la protagonista se da cuenta de que toda la vida ha sido tratada como una niña, como alguien sin responsabilidad, a quien se le puede perdonar un grave error simplemente con un beso. Desde mi punto de vista el tercer acto es un poco forzado, la reacción de la heroína demasiado sorpresiva, pero aun así la escena cuenta con una indudable fuerza dramática, como si un terremoto repentino se abatiera sobre la vida familiar y una falla enorme se abriera entre los dos miembros que han sido considerados hasta la fecha por la sociedad como un matrimonio ejemplar. Las palabras de Nora son contundentes:

"Creo ante todo que soy un ser humano igual que tú... o, al menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen los hombres y con lo que dicen los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y hacer el esfuerzo por comprenderlo."

Pensar por sí misma. Precisamente lo que se le ha negado a la mujer durante tanto tiempo es el único anhelo de Nora. No le importa abandonar la comodidad del hogar, a su marido y a sus hijos si se le permite pensar con tranquilidad. Reflexionar acerca de por qué ha sido un juguete a manos de su padre y de su esposo y acerca del hecho de que jamás ha podido tomar una decisión libre a lo largo de su vida y, cuando por fin lo hizo, tuvo que ocultarla como algo vergonzoso. Si Casa de muñecas es calificada por muchos como una obra feminista es precisamente por esto, por la valentía de un personaje que quiere replantearse de un modo radical su entera existencia. Si la sociedad decimonónica en la que transcurre la obra se lo va a permitir o no, es algo que queda a la libre decisión del lector-espectador.

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