jueves, 31 de marzo de 2016

EL TÍO VANIA (1897), DE ANTÓN CHÉJOV. AFÁN DE VIDA.

Casi en todas las ocasiones en las que voy al teatro (demasiado escasas en realidad, por desgracia), procuro haber leído antes la obra literaria que voy a ver representada en escena. Es una manera de ir prevenido acerca de la temática que se va a desarrollar y las distintas variantes que posiblemente el director ha agregado o suprimido de la obra. Esta vez lo he hecho al revés, pero ha resultado una experiencia muy estimulante, puesto que asistir a El tío Vania sin conocer los detalles de la trama hace que uno siga su desarrollo con más interés, si cabe. Además, la compañía Moma ha presentado en los teatros del Canal, en Madrid, una versión de montaje minimalista, que pone su énfasis en la estupenda interpretación de todos sus actores, que otorgan a sus personajes una personalidad muy definida que trasciende a la que fijó Chéjov en la obra original. Un espectáculo de dos horas que para el espectador transcurren en una exhalación.

El planteamiento de El tío Vania es aparentemente sencillo: la visita del propietario (más bien el padre de la propietaria) de una pequeña finca revoluciona la vida cotidiana en la misma. El profesor Serebriakov, a pesar de sus continuas quejas por su edad y por su salud, es una de esas personas que han gozado de una vida afortunada y que, cuando llega el momento de hacer balance, no saben agradecer a la existencia los dones que le han sido otorgados. Cierto es que a Serebriakov lo vemos a través del prisma del tío Vania, que proclama que sus honores académicos han sido de todo punto inmerecidos, así como su joven y bella esposa, Elena, una mujer admirada por todos que está harta de halagos y se aburre de su gris existencia.

El tío Vania es un hombre maduro y que se considera derrotado por la vida. Se compara a Serebriakov y clama contra la injusticia de que él no haya podido conseguir nada, mientras aquel lo ha logrado todo. Mirando atrás se ve como una especie de esclavo, ya que su existencia ha estado vinculada casi en exclusiva al cuidado de la finca, sin más recompensa que un magro sueldo. Quisiera rebelarse contra su destino, pero ni siquiera eso es posible ya. Lo peor de todo es que sabe que su situación es enteramente culpa de su indecisión, de no haberse sabido arriesgar en momentos claves de su existencia. Vania no es más que la voz de la conciencia de todos nosotros cuando llegamos al momento de la madurez y examinanos los intrincados caminos por los que hubiéramos podido transitar si nos hubiéramos atrevido a optar por otras opciones: 

"Yo era una individualidad luminosa... Imposible ironizar de una manera más venenosa. He cumplido los cuarenta y siete. Hasta el año pasado yo procuraba, lo mismo que usted, escudarme deliberadamente tras esta escolástica suya para no ver la vida auténtica. Y pensaba que hacía bien. Pero, ahora, ¡si supiera usted! Me paso las noches en blanco, de pesar y de rabia, por haber malgastado tan estúpidamente el tiempo cuando podía haber tenido todo lo que mi vejez me niega ahora."

El contrapunto a Vania lo pone su amigo el doctor Astrov, un hombre mucho más activo que él, ecologista del siglo XIX que ha consagrado su existencia al servicio de los demás, y que sabe que no obtendrá recompensa alguna por ello. No obstante, posee algo de lo que Vania carece: capacidad de seducción, quizá porque, después de todo, sigue estando en el mundo, aunque sea a regañadientes. 

No obstante el personaje más trágico de esta obra sublime es Sonia, la hija medio despechada de Serebriakov, a la que trata más como una sirvienta que como su heredera. A diferencia de Elena, Sonia es un ser puro y trabajador, pero carece del don de la belleza física. Si la finca funciona y produce, es gracia a su eficaz administración. Profundamente enamorada del doctor Astrov, en el fondo sabe que no es correspondida, pero prefiere vivir alimentando la llama de una leve esperanza.

El encuentro de todos estos personajes, cada uno con sus propios intereses, anhelos, esperanzas y frustraciones, está planteado magistralmente por un Chéjov que utiliza en esta obra unos diálogos aparentemente sencillos, que encubren profundos dilemas filosóficos y existenciales. Una obra inolvidable, en la que uno no puede evitar encariñarse con todos y cada uno de sus personajes, unos seres profundamente humanos.

martes, 29 de marzo de 2016

LOS PASOS PERDIDOS (1953), DE ALEJO CARPENTIER. EL CORAZÓN DE LA LUZ.

Acostumbrados a vivir en grandes ciudades, rodeados de la tecnología creada por el hombre, solemos olvidar que formamos parte de la naturaleza. Durante milenios las formas de vida de la humanidad poco tuvieron que ver con la actual. No sabemos a ciencia cierta si se trataba de una existencia paradisiaca o, por el contrario, era una vida angustiosa, sometida a peligros constantes. Como cualquier otro animal, la especie humana debía adaptarse al medio para sobrevivir. Ahora hemos conseguido lo contrario: poseemos la capacidad casi ilimitada de adaptar el medio para nuestra comodidad. El precio de haber dado la espalda a la naturaleza es el surgimiento de las nuevas angustias, de las nuevas exigencias que conforman la vida moderna. Por eso, en las pocas ocasiones en las que volvemos a la naturaleza y nos encontramos solos escuchando solo los sonidos del campo, no es extraño que sintamos una paz desconocida, como una nostalgia por una condición anterior.

Algo de esto le sucede al narrador de Los pasos perdidos, la extraordinaria novela de Alejo Carpentier. Se trata de un experto en música, que vive cómodamente instalado en el corazón de la civilización, al que se le encarga viajar a la selva venezolana para buscar una serie de instrumentos musicales que expliquen el origen de esta manifestación artistica tan humana. El protagonista quiere aprovechar la ocasión para pasar unos días con su amante, haciendo que les fabriquen los instrumentos, si es necesario. Pero una vez que llega a su destino, su mentalidad empieza a cambiar. Hay algo en el ambiente que le atrae y le fascina al mismo tiempo y cuanto más va penetrando en la jungla, el viaje se convierte también en una transformación de carácter espiritual. Es como si de pronto estuviera asistiendo al principio del mundo, a una forma de vida inmemorial, olvidada por completo en el país del que él proviene:

" (...) si algo me estaba maravillando en este viaje era el descubrimiento de que aún quedaban inmensos territorios en el mundo cuyos habitantes vivían ajenos, a las fiebres del día, y que aquí, si bien muchísimos individuos se contentaban con un techo de fibra, una alcarraza, un budare, una hamaca y una guitarra, pervivía en ellos un cierto animismo, una conciencia de muy viejas tradiciones, un recuerdo vivo de ciertos mitos que eran, en suma, presencia de una cultura más honrada y válida, probablemente, que la que se nos había quedado allá. Para un pueblo era más interesante conservar la memoria de la Canción de Rolando que tener agua caliente a domicilio."

El anónimo narrador se transforma así en una especie de Ulises en un itinerario místico en el que parece estar retrociendo en el tiempo. El momento decisivo de esta conversión se produce cuando conoce a Rosario, que a sus ojos es una mujer radicalmente diferente a lo que él está acostumbrado, una mujer salvaje por la que siente una atracción fulminante y por la que va a ser capaz de dejar atrás su vida anterior, llena de lujos y comodidades. Para él la posibilidad de respirar el aire de la selva, contemplar su infinita gama de colores y observar sus inagotables formas de vida representa el descubrimiento definitivo de su esencia humana. Al contrario que el protagonista de El corazón de las tinieblas, de Conrad, para el que su experiencia selvática tiene todas las cualidades del horror, para él significa el descubrimiento de la pureza. Y la población de Santa Mónica de los Venados es una especie de jardín del Edén, aunque dispensado de la protección de Dios.

El origen de la música, la misión que le ha sido encargada, también se le aparece en forma de revelación:

"Inconforme con las ideas generalmente sustentadas acerca del origen de la música, yo había empezado a elaborar una ingeniosa teoría que explicaba el nacimiento de la expresión rítmica primordial por el afán de remedar el paso de los animales o el canto de las aves. Si teníamos en cuenta que las primeras representaciones de renos y de bisontes, pintados en las paredes de las cavernas, se debían a un mágico ardid de caza —el hacerse dueño de la presa por la previa posesión de su imagen—, no andaba muy desacertado en mi creencia de que los ritmos elementales fueran los del trote, el galope, el salto, el gorjeo y el trino, buscados por la mano sobre un cuerpo resonante, o por el aliento, en la oquedad de los juncos."

Haciendo uso de la vastedad de su cultura y de su conocimiento de la mitología y costumbres de los indígenas, mezclándolas con la tradición europea, Carpentier compone un fresco en el que puede dar rienda suelta a la enorme calidad de su escritura. Pocas veces se ha descrito la naturaleza con pinceladas tan acertadas y profundas. A pesar de tratarse de una novela difícil, que requiere una lectura espaciada, debido a la densidad del mensaje implícito en cada uno de sus párrafos, el acercamiento a Los pasos perdidos constituye una experiencia fascinante, el viaje de un Odiseo que acaba convertido en Sísifo, o cómo se puede pasar del paraíso al infierno sin perder la esperanza de recuperar aquel.

jueves, 24 de marzo de 2016

BATMAN V SUPERMAN: EL AMANECER DE LA JUSTICIA (2016), DE ZACK SNYDER. ABRAZANDO LA OSCURIDAD.

La invención de internet, a pesar de la piratería, ha supuesto para el cine formas nuevas e insospechadas de dar a conocer sus nuevos productos, de realizar campañas de publicidad originales e incluso de medir la expectación generada por un próximo estreno. Pero a veces estas campañas cometen excesos. Es lo que ha sucedido con Batman v Superman. Aunque parezca mentira, entre los trailers, los clips y las fotos de rodaje no era difícil construir el argumento entero de la película, algo que se ha confirmado al verla en pantalla grande. Y eso que dos horas y media de metraje podían haber dado para muchas sorpresas y giros inesperados en el argumento. Nada de eso hay en la nueva propuesta de un Snyder al que parece interesarle más llegar a las secuencias de acción pura y dura que ofrecer al espectador un guión medianamente coherente que le haga disfrutar de un espectáculo protagonizado por personajes bien trazados y con motivaciones racionales, dentro de la lógica, claro está, de un universo ficticio procedente de los cómics.

Como nos encontramos con una secuela de El hombre de acero, el Batman que vimos en la trilogía de Christopher Nolan no sirve, por lo que hay que presentar uno nuevo. Hay que decir que, obviando toda la polémica que generó su fichaje para esta película, Ben Affleck realiza un trabajo bastante solvente. Interpreta a un Batman ya muy maduro, hastiado de que su lucha contra el crimen apenas haya tenido repercusión en Gotham (aunque la haya salvado de su destrucción en más de una ocasión) y que empieza a adoptar métodos decididamente fascistas: este Batman marca con su símbolo a los criminales más aberrantes sabiendo que esto les supone una sentencia de muerte una vez que vayan a prisión. Además, sus métodos de pelea son mucho más directos de lo que estamos acostumbrados. Y también más brutales, más físicos. Tampoco parece preocuparle demasiado que sus acciones produzcan alguna que otra muerte entre sus enemigos. Un héroe más realista, mucho más acorde con lo que representaría un justiciero de esas características en un mundo como el nuestro, que parece vivir una etapa vital de decadencia, representada por la ruina de su mansión y su falta de amigos. Lo único que le queda es su fiel mayordomo Alfred, que se ha convertido en el único colaborador en su controvertida cruzada.

Y lo cierto es que la película comienza bastante bien, con un Bruce Wayne asistiendo desde la perspectiva humana a un enfrentamiento entre dioses que está destruyendo la ciudad de Metrópolis, incluyendo un rascacielos que pertenece a su compañía (en los anuncios publicitarios previos, ya nos han dejado claro que el coche que conduce Bruce es todo fiabilidad y potencia, pero respecto a los excesos publicitarios en nuestros días, eso sería para dedicarle un capítulo aparte). Luego se nos presenta el problema de un Superman que no acaba de encajar en nuestro mundo. A pesar de que todos los días salva a gente, existe una gran desconfianza en cuanto a sus auténticas motivaciones y un gran miedo a que algún día pueda usar su poder para atacar a la humanidad. Hasta aquí todo bien: hay un conflicto latente: la presencia de un ser casi divino que no puede ser controlado. Pero lo que podría haber sido una reflexión acerca del poder absoluto y los límites de la bondad (humana o extraterrestre), marcha pronto hacia otros derroteros, porque lo que de verdad quiere Snyder es lucirse en la gran pelea que tendrá lugar a partir de la mitad del filme. Que la trama tenga inmensos agujeros argumentales no parece importar demasiado, sobre todo cuando está llena de falsa grandiosidad y discursos vacíos por parte de todos sus personajes.

Otro de los grandes problemas de Batman v Superman es su villano. El Lex Luthor de Jesse Eisenberg cumple con la tradición cinematográfica del personaje de realizar planes tan megalómanos como absurdos. Y además, en esta ocasión, apenas nos podemos explicar cual es la motivación última de los mismos. Eisenberg intenta dar vida a una especie de multimillonario genial con rasgos psicopáticos, pero naufraga en el intento, aunque eso no tiene demasiada importancia si lo comparamos con el Doomsday que Snyder se saca de la manga, un monstruo mil veces visto que parece haber salido de los descartes de El señor de los anillos. Además la forma de rodar las batallas es indudablemente espectacular, pero confusa. Entre tanta lluvia y tanta oscuridad apenas podemos entrever qué está sucediendo realmente en la pantalla. También está Wonder Woman, una señora que pasaba por allí y que a veces es capaz de sonreir a cámara (algo imposible para Batman y Superman, impregnados por la gravedad de sus personajes), pero cuya presencia tampoco se explica en ningún momento. Todo se reduce a preparar al público para la próxima película de la Liga de la Justicia, presentando al resto de sus futuros componentes a través de un archivo de ordenador. Más confusión, imposible.

La única sorpresa que no habíamos visto todavía en los trailers llega al final de la cinta, y tampoco lo es tanto, pues ese argumento aparece también en la fallida Superman Returns, un intento anterior de revitalizar a un personaje que solo ha sido carismático cuando lo ha interpretado el añorado Christopher Reeve. Apenas hay rasgos de humor en Batman v Superman, algo que sería de agradecer como compensación a tanta gravedad y transcendencia y cuando lo hace aparece de la mano de Alfred (Jeremy Irons), el único capaz de contemplar toda esa situación desde un punto de vista irónico. Lástima que su participación en el filme sea una mera anécdota. 

La película de Snyder está suscitando tantos reparos que incluso ha puesto en peligro el rodaje de su secuela. Más allá de la inspiración en Frank Miller y Alex Ross, sus dos horas y media de duración dejan una sensación de esfuerzo baldío, de querer abarcar demasiado y no profundizar en nada. Los dos anuncios que una determinada compañía aérea ha realizado inspirándose en la película están mucho más inspirados que la película misma. Después de haber visionado esa maravilla que es la segunda temporada de Daredevil, quizá sea hora de decir que el futuro de los superhéroes está en las series.  

martes, 22 de marzo de 2016

DISTANCIA DE RESCATE (2014), DE SAMANTA SCHWEBLIN. LOS ÚLTIMOS DÍAS.

Que el mal puede llegar sin avisar a nuestra vida cotidiana es una realidad que podemos vivir en el instante más inesperado. Esta misma mañana, un par de escenarios que se repiten todos los días, la facturación en la cola de un aeropuerto y un viaje al trabajo en metro se convirtieron en pocos segundos en lugares horripilantes por obra y gracia de una voluntad humana que no puede comprenderse, pero que está regida por una lógica interna que se aleja todo lo posible de la idea de derechos humanos y democracia occidental.

El escenario que plantea Samanta Schweblin no tiene mucho que ver con el de esta mañana, pero es capaz de crear las mismas preguntas, la misma extrañeza y la misma inquietud en el lector, llevando hasta sus límites un relato de terror cotidiano. En algunos pasajes recuerda a los cómics de Daniel Clowes, con esos personajes deformes y alucinados que han sido afectados por padecimientos incomprensibles que les hacen actuar de manera extremedamente rara. La misma autora explica sus intenciones en una entrevista publicada en la página sopitas.com:

"Cuando el terror y lo fantástico se viven desde un clima y un registro que son absolutamente coticidianos y realista, eso extraño, eso amenazante, se vuelve mucho más factible de suceder, eso es lo que genera tanta tensión. Si hablo de Frankenstein como un monstruo que vivió hace muchos años, muy lejos de aquí, pues no pasa mucho, uno puede enfrascarse en ese mundo, comprar toda esa fantasía. Pero si esa amenaza ocurre en un mundo posible es entonces factible que suceda."

En Distancia de rescate asistimos al diálogo un tanto delirante entre una mujer a punto de morir y un niño, David, que parece entender algo del mal que ha sacudido a la protagonista, pero que le exige a ésta que le explique con detalle todo lo vivido en los últimos días, para separar los detalles esenciales de la experiencia de los accesorios, todo regido por la frase que ella pronuncia en un determinado momento: "a veces me asusta pensar que los problemas de todos los días puedan ser para mí un poco más terribles que para el resto de la gente".

Aunque es un libro difícil, poco complaciente con el lector, la recompensa de leer a Scheweblin está en esa sutil frontera que la escritora argentina sabe marcar entre lo cotidiano (en este caso, unas vacaciones familiares de verano) y lo que no puede explicarse. Lo fantástico, lo terrorífico, insertado en la vida corriente. Todo un experimento cuya extensión se mueve entre los formatos del relato y la novela. 

domingo, 20 de marzo de 2016

UNO DE LOS NUESTROS (1990), DE MARTIN SCORSESE. LOS BUENOS MUCHACHOS.

Desde los primeros instantes de Uno de los nuestros, la película se nos muestra como la historia de una vocación, de una pasión ejercitada desde muy temprano y que tendrá un triste y previsible final. El Henry Hill adolescente nos informa de que siempre quiso ser gángster y que jamás aspiró a otra cosa. En el Brooklyn de finales de los cuarenta las bandas criminales dominan las calles a su antojo. Lo que más fascina a Henry es el respeto del que se hacen acreedores. Nadie se atreve a plantarles cara, ellos son los amos. Cuando comienza a hacer de chico de los recados de uno de los cabecillas, lo que el protagonista va a descubrir no es solo una sociedad aparte, sino una auténtica familia que lo arropa sin condiciones siempre que sea capaz de seguir las reglas. Lo que para un ciudadano decente es una organización criminal, para Henry constituye el auténtico paraíso, su inalterable lugar en el mundo. Él no podría concebir la existencia de otro modo. Cuando mira a los trabajadores que se desloman para conseguir un sueldo miserable, no puede dejar de despreciarlos.

La película de Scorsese podría describirse como la antropología del comportamiento mafioso, visto desde dentro. Al director le interesa sobre todo filmar el comportamiento y las interacciones de los criminales. Sus víctimas son siempre secundarios, gente de la que no sabemos demasiado, más allá de las palizas que reciben cuando se consuman los robos. Lo que sí se nos enseña es la corrupción imperante que facilita la impunidad de sus actuaciones criminales. Hill y sus colegas son unos materialistas bestiales. Solo les preocupa acumular cosas, vivir en un lujo un poco hortera, emborracharse y drogarse. Es la vida fácil, aquella en la que solo hay que abrir la mano para que caigan en ella los bienes deseados. Incluso en sus esporádicas visitas a prisión se las arreglan para tener de todo a través de una eficiente red de sobornos. Solo algunos asesinatos gratuitos enturbian la perfección de este paraíso.

Porque la existencia de psicópatas es consustancial en una organización en la que mandan los que son más intimidantes por naturaleza. Pero cuando esta psicopatía se desborda y tiene como consecuencias asesinatos tan aberrantes como el de un camarero que no ha dado un buen servicio, encontramos detrás de él a la figura de Tommy de Vito, un tipo a la vez gracioso y siniestro, encarnado por Joe Pesci, un actor capaz de hacer esta composición e interpretar al personaje opuesto en la saga Arma letal. El otro compañero, Jimmy Conway (Robert De Niro), sabe ocultar bajo formas más elegantes su falta de escrúpulos, pero en realidad es un tipo capaz de vender a su propia madre si es preciso para guardarse las espaldas.

Mención especial merece la esposa de Hill, Karen, una muchacha de buena familia, no implicada en absoluto en asuntos mafiosos, que se siente irresistiblemente atraída desde el primer momento por el protagonista, es un evidente ataque de enclitofilia. Aunque al principio se extraña del hecho de que su vida se ha convertido en un círculo cerrado en el que siempre están presentes las mismas personas, Karen no se preocupa de que su marido sea ladrón y asesino mientras ella esté bien surtida de bienes materiales. Cosa aparte es que tenga una amante, situación que no está dispuesta a soportar, aunque la cocaína siempre puede ser de ayuda para sentirse un poco mejor. Las escenas de conflicto matrimonial de esta encantadora pareja son de auténtica antología.

Como en la mayor parte del cine de Scorsese, la principal virtud de Uno de los nuestros es su virtuosismo narrativo y su estupenda dirección, que hacen que sus dos horas y media de narración transcurran en un suspiro.

sábado, 19 de marzo de 2016

CUENTOS DE FANTASMAS (1904-1925), DE MONTAGUE RHODES JAMES. CORAZONES PERDIDOS.

Leyendo a grandes rasgos la biografía de M.R. James, nada llevaría a pensar que el escritor británico se convertiría en uno de los grandes clásicos del difícil género del relato sobrenatural. Se puede decir que su entera existencia estuvo consagrada a la erudicción histórica, a la investigación del medievo y de la Biblia, dos de sus grandes pasiones. Y como buen estudioso del pasado, era muy aficionado a dejarse caer por bibliotecas y librerías de viejo en busca de volúmenes raros, algo que se refleja en casi todos sus cuentos en los que, a la manera de Borges, se citan libros antiguos y extraños para potenciar la atmósfera de misterio del relato.  Todo esto se refleja, por ejemplo, en el comienzo del relato Límites de propiedad:

"Los que pasan la mayor parte de su tiempo leyendo o escribiendo están, por supuesto, en situación de tomar nota especial de las acumulaciones de libros cuando se encuentran con ellas. No pasarán junto a un estante, una tienda, o incluso el anaquel de un dormitorio, sin leer algún título y, si se hallan en una biblioteca desconocida, ningún huésped debe inquietarse por entretenerles. El ordenar los tomos que no lo están, o acomodar como corresponde los que, al quitar el polvo, la criada ha dejado en una situación caótica, les atrae como si se tratara de hacer una obra menor de caridad."

A diferencia de otro de los grandes del género de terror de comienzos del siglo XX, Lovecraft, a James no le interesan las amenazas de monstruos milenarios que se despiertan para acabar con toda la humanidad. Él prefiere situaciones mucho más sutiles, más ambiguas, que siembren duda en el lector acerca de si los hechos que se están narrando podrían tener una explicación racional, aunque según sus propias palabras, "ese resquicio debe ser tan estrecho que apenas sea practicable":

"Le pregunté si le parecía haber visto, alguna vez, algo que explicara los sonidos que había oído. La mujer me respondió que no más de una vez, durante la más negra de las noches en que hubo de atravesar el Bosque; en tal ocasión, se obligó a mirar hacia atrás, ya que de los arbustos surgía un ruido de roces y pensó que veía a alguien, cubierto de andrajos, con los brazos tendidos hacia adelante, acercándose a toda prisa, y al verlo se echó a correr a lo largo de la valla, y la ropa se le hizo hilas al pasar por encima de ella."

Casi todos sus relatos se localizan en entornos rurales, en los que la leyenda se confunde con la realidad y son pocos los testigos de los hechos que hablan abiertamente de los mismos. Bebiendo de las fuentes del folklore y las creencias supersticiosas que se mantienen en muchos pueblos, James sabe como mantener el suspense en unos relatos que se van construyendo poco a poco por indicios, por relatos secundarios, hasta que se produce la aparición del ente sobrenatural. Los fantasmas, si es que son reales dentro de la lógica del relato, suelen ser espectros del pasado, muertos sin descanso que protagonizaron un hecho traumático en su momento, circunstancias que han sido previamente investigadas por el protagonista. Otros cuentos, como La fuente de los lamentos, tienen un planteamiento más brutal y cruel. En este caso lo sobrenatural es representante de una maldad primordial que lleva a la perdición a quien se atreve a enfrentarse cara a cara con ella. 

Cuentos de fantasmas es una lectura deliciosa, sobre todo cuando el autor establece un diálogo morboso con el lector para hacerle partícipe de los hechos más extraños. Cualquier aficionado a escribir cuentos puede acercarse a James para estudiar los mecanismos de composición de un relato de suspense.

miércoles, 16 de marzo de 2016

LA PROFESORA DE HISTORIA (2014), DE MARIE-CASTILLE MENTION-SCHAAR. HOLOCAUSTO Y CIVISMO.

Como ya pudimos comprobar en La clase, de Laurent Cantet, una correcta película casi documental, una de las grandes preocupaciones de los franceses es la educación que están dando a sus hijos. Especialmente cuando hablamos de instituciones públicas, que deben acoger a un alumnado cada día más multicultural, con los conflictos que esa circunstancia puede conllevar, sobre todo cuando los jóvenes son hijos de los suburbios.

Para Anne Gueguen, una veterana profesora de Historia y Arte, su labor profesional no resulta fácil, ante la desmotivación de la mayoría de sus alumnos. Su clase es un microcosmos de las tensiones raciales, religiosas y sociales de la Francia de hoy y los muchachos se dejan llevar por los tópicos que definen la pertenencia a una determinada comunidad, sin intentar comprender o profundizar en la realidad del otro. El tiempo de las clases parece tiempo perdido ante la insolencia y falta de respeto que muestran los estudiantes. Sin embargo, ella es una mujer que ama su profesión y se le ocurre una idea capaz de motivar a su clase: participar en un concurso estatal cuyo tema es la memoria de la Resistencia y el Holocausto. A pesar del escepticismo mostrado al principio, los muchachos serán capaces de implicarse en esta misión colectiva y aprenderán a entusiasmarse y a emocionarse en la búsqueda de la verdad de un determinado periodo histórico del que apenas contaban con superficiales referencias.

El argumento de La profesora de Historia puede sonar a tópico y lo es. Lo importante es la manera de desarrollarlo. En el caso de la película de Mention-Schaar el comienzo es modélico, en cuanto a la presentación de personajes y el ambiente que se vive día a día en el instituto, entroncando con otras producciones similares que denuncian las carencias en educación pública del país galo. Lo que sucede es que el cambio de actitud de los alumnos, cuando empiezan a trabajar en el Holocausto, se produce de manera tan rápida y radical que parece cosa de magia. De pronto, los que parecían destinados a ser carne de conflicto social en un futuro próximo se convierten en alumnos modélicos que no solo investigan en lo que sucedió en su país setenta y cinco años atrás, sino que son capaces de implicarse emocionalmente por el destino de las víctimas. El momento culminante llega - y hay que reconocer que esta escena está dirigida con mucho oficio - cuando la clase recibe la visita de una auténtica víctima que sobrevivió al campo de Buchenwald: pocas veces se tiene la oportunidad de asistir a una lección de historia impartida por alguien que la sufrió en sus carnes.

Así pues, La profesora de Historia es un filme impecable desde un punto de vista moral, cuya pretensión de prevenir los conflictos del presente con las lecciones del pasado está expuesta con voluntarismo, aunque de manera demasiado básica. Quizá la directora debería haber profundizado un poco más en la relación cotidiana de los alumnos entre sí y no dejar cabos sueltos tan evidentes como el del joven recién convertido al islam , que vigila con celo la asistencia a la mezquita de sus compañeros musulmanes y se horroriza ante un proyecto que ensalza a sus enemigos judíos. Está bien que al final triunfen la tolerancia y el multiculturalismo, pero si el camino fuera tan sencillo como se expone en esta película, el problema del polvorín que son hoy en día ciertos barrios periféricos de las ciudades francesas se habría resuelto hace ya mucho tiempo. 

Todo esto no obsta para que la película me deje una reflexión, a pesar de todo. Y es que la manera que tienen la mayoría de los países europeos de enfrentarse a las páginas más negras de la propia historia dista mucho de lo que se hace en nuestro país desde estamentos oficiales. Produce sana envidia que en la país vecino exista un premio escolar dedicado a quienes dieron su vida luchando o siendo víctimas del nazismo. Aquí todavía hay demasiados colectivos que siguen considerando a Franco como el modernizador de nuestra economía que a su muerte nos regaló la democracia.

lunes, 14 de marzo de 2016

ELOGIO DE LA LENTITUD (2004), DE CARL HONORÉ. LOS DUEÑOS DE NUESTRO TIEMPO.

Uno de los grandes aciertos de Momo, esa estupenda novela de Michael Ende que puede ser leída con idéntico provecho por gente joven y adulta, es la presencia de los hombres grises, unos seres misteriosos que dicen trabajar para una institución llamada Banco del tiempo. Los hombres grises se dedican a convencer a la gente de que hagan las cosas más deprisa y se abstengan de todo lo que se considera superfluo (pasear, leer, reflexionar), para conseguir ahorrar tiempo y gastarlo en el futuro. Aunque no lo parezca, nuestra sociedad parece estar organizada con esta premisa. De la mayoría de los ciudadanos se espera que se dediquen en cuerpo y alma a su labor profesional, que sean productivos con la fórmula de consagrar horas y horas al trabajo, descuidando con ello cualquier otra actividad, que se considera secundaria. Nuestra existencia no está organizada para que podamos dedicar tiempo a nosotros mismos, ya se entienda este concepto como estar con la familia y los hijos, desarrollarse personalmente mediante la lectura y la educación o simplemente meditar mirando pasar las nubes. Muchas de estas actividades son tachadas de improductivas por una organización social en la que lo único que parece contar es el beneficio económico, cuanto más rápido, mejor.

En la prensa es habitual leer, desde hace unos cuantos años, el típico artículo en el que se aboga por la necesidad de establecer unos horarios racionales en nuestro país, al estilo del resto de Europa. Se habla de conciliación, de disfrute del tiempo libre y de comisiones que están estudiando estos asuntos, pero nuestros políticos jamás parecen tener tiempo para ponerse a ello. En una sociedad en la que existen unos niveles de paro estratosféricos, parece una frivolidad hablar de mejorar las condiciones de quienes tienen la suerte de trabajar, pero es evidente que la reducción de horarios y la ampliación de espacios de ocio crearían nuevos alicientes económicos que llevarían a la creación de nuevos empleos. Lo cierto es que, aunque nadie se atreve a decirlo abiertamente en el ámbito laboral, los horarios de quienes trabajan suelen resultar agotadores y los niveles de resignación de quienes no encuentran trabajo, cada vez más acusados, no son precisamente un estímulo para sentirse parte útil de la sociedad. Coordinarse y conciliar horarios en una pareja con hijos cuyos dos miembros trabajan resulta una misión imposible. La impresión de mucha gente es que no viven jamás el momento, sino que habitan en una perpetua sensación de ansiedad, planificando a toda velocidad la manera de abordar en las siguientes horas una abrumadora cantidad de obligaciones.

Elogio de la lentitud se inscribe en el marco de otros títulos que pretenden que reflexionemos acerca de nuestras vidas en el acelerado mundo occidental y sentar las bases de un cambio hacia una organización social más humana, como La economía del bien común, de Christian Felber, Ansiedad, de Scott Stossel, Superficiales, de Nicholas Carr o Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich, ensayos llenos de sentido común que fundamentalmente hacen un llamamiento a que no desperdiciemos nuestras vidas. Honoré tiene razón en el diagnóstico, cuando estima que nuestras existencias se han acelerado en las últimas décadas hasta límites poco compatibles con una vida psicológicamente sana. En una entrevista concedida al blog La nueva ilustración evolucionista, el autor expone su declaración de intenciones:

"Sí, creo que estamos llegando al punto en el que el mundo es simplemente demasiado rápido para los seres humanos. Se pierde el arte de vivir . Cada momento del día se siente como una carrera contra el reloj hacia una meta que jamás parece poder alcanzarse. Esta cultura de correcaminos está afectando en todo, desde la salud , la alimentación y el trabajo a nuestras comunidades, nuestras relaciones y el medio ambiente. La crisis económica de los últimos años es un agudo toque de atención, un recordatorio de que nuestro modo acelerado de vida es pernicioso y en última instancia insostenible. La economía consistía toda ella en crecimiento rápido, ganancias rápidas y consumo rápido - y miren la forma en que casi nos ha conducido a un apocalipsis económico.

La gente está empezando a entender que necesitamos un cambio profundo en la forma en la que llevamos nuestras economías y sociedades, y en la forma en que convivimos. Hay una verdadera hambre de cambio, de hacer las cosas de manera diferente, para vivir a la velocidad adecuada en lugar de tan rápido como sea posible.

La lentitud no es una moda sobre la que leas en el periódico dominical, que desaparecerá dos meses más tarde. Yo creo que es una filosofía de largo alcance que puede cambiar el mundo."

El libro de Honoré fue un gran éxito a nivel mundial, lo que ayudó a difundir los principios del movimiento Slow. Hasta la llegada de la Revolución Industrial, una organización tan estricta del tiempo como la que estamos acostumbrados era impensable. El reloj dicta la llegada de nuevas obligaciones, de nuevas servidumbres. Hasta los niños se ven abrumados por la cantidad de actividades extraescolares a las que se les obliga, en parte para que aprendan a ser competitivos, en parte para ajustar su horario al de sus padres. Los días de diario se consagran casi absolutamente al trabajo y en los festivos es necesario limpiar, comprar y hacer todo lo que no se ha tenido tiempo los días anteriores. Poca gente puede permitirse el lujo de pasar tiempo consigo mismo, relajarse o dar un simple paseo por el placer de caminar:

"Desplazarse a pie también puede ser una experiencia meditativa, que fomenta un estado de ánimo caracterizado por la lentitud. Cuando caminamos, somos conscientes de los detalles a nuestro alrededor: los pájaros, los árboles, el cielo, las tiendas, las viviendas, el prójimo... Establecemos relaciones."

Leído a doce años vista, Elogio de la lentitud ha conseguido que sus principales postulados sean materia de vez en cuando como rellenos del telediario o en las páginas de psicología de los suplementos semanales de los periódicos, pero no ha conseguido calar en la mayoría de la población, cuya prioridad sigue siendo ganar más dinero para consumir más, aunque la calidad de vida se resienta. Si algo nos ha enseñado la reciente crisis económica es que el trabajo es un bien escaso (excepto para quien lo ejerce, para quien pasa a ser el motor principal de su existencia), por lo que se aceptan cualquier tipo de condiciones con tal de cobrar un salario. Además, la llegada de las nuevas tecnologías vinculadas con el teléfono móvil y las tablets hacen que apenas desconectemos, más bien se trata de instrumentos que nos incitan a que realicemos varias tareas a la vez y no nos concentremos en ninguna. La palabra lento suele usarse como despectivo, rápido se utiliza en demasiadas ocasiones como sinónimo de eficaz. Basta con conducir durante un tiempo para darse cuenta de las barbaridades que hace la gente en nombre de la idea absurda de ganar tiempo al volante.

En cualquier caso, una lectura atenta del ensayo de Honoré desvela un libro con muy buenas ideas, pero que no siempre se atreve a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. En muchos capítulos, dedicados sobre todo a glosar ejemplos prácticos del movimiento Slow, parece que va más a los gestos simbólicos que al abordaje concreto de un problema que afecta a la gran mayoría de la gente. Es posible que a una trabajadora con dos hijos, cuyo marido también trabaja, le venga bien media hora de yoga, por ejemplo, pero esta práctica apenas aliviará el grueso de sus dificultades vitales. Tampoco que un ejecutivo se tome diez minutos de su jornada de doce horas para reflexionar en una habitación silenciosa. Son los gobiernos los que deberían ponerse a analizar con profundidad el problema y establecer una legislación más humana al respecto. No se trata, como bien apunta el autor, de destruir el capitalismo, sino de transformarlo en un sistema más llevadero:
  
"Tampoco el movimiento Slow es enemigo del capitalismo. Por el contrario, le ofrece un chaleco salvavidas. En su forma actual, el capitalismo global nos obliga a fabricar más rápido, consumir más rápido y vivir más rápido, al coste que sea. Al tratar a la gente y el entorno como valiosos, más que como elementos de los que puede prescindirse, una alternativa lenta podría hacer que la economía trabajara para nosotros, y no viceversa. El «capitalismo lento» podría significar un crecimiento inferior, algo difícil de fomentar en un mundo obsesionado por el índice Dow Jones, pero la idea de que en la vida hay algo más que lograr un máximo PIB o ganar la carrera de ratas, está consiguiendo cada vez más adeptos, sobre todo en las naciones más ricas, donde aumenta el número de personas que están considerando el elevado coste de sus frenéticas vidas.

En nuestra época hedonista, el movimiento Slow se guarda en la manga un as de marketing: ofrece placer. El dogma central del movimiento Slow es el de tomarte el tiempo necesario para hacer las cosas como es debido y, en consecuencia, disfrutar más de ellas. Sea cual fuere su efecto sobre el balance económico, la filosofía del movimiento Slow proporciona las cosas que realmente nos hacen felices: buena salud, un medio ambiente en buen estado, comunidades y relaciones fuertes y vernos libres del perpetuo apresuramiento."

Mención aparte merece su apuesta por terapias alternativas que se han demostrado anticientíficas, como el reiki o la homeopatía, auténticas falacias que poco tienen de curativo más allá del efecto placebo que puedan producir en algunos. Respecto a la necesidad de ser dueños de nuestro tiempo, sigue siendo más recomendable la lectura del estimulante Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell o El derecho a la pereza, de Paul Lafargue..

viernes, 11 de marzo de 2016

EL CLUB (2015), DE PABLO LARRAÍN. LA CASA DEL PURGATORIO.

Los últimos casos de pederastia en el seno de la iglesia católica que se encuentran de actualidad, el de los Maristas en Barcelona y el clan de los Romanones en Granada, son solo la punta del iceberg de un fenómeno que hubiera destruído cualquier otra institución. La iglesia católica, con dos milenios de historia, está hecha de una pasta especial, por lo que sus dirigentes son capaces de relativizar los hechos más graves, después de haberlos tratado de encubrir durante décadas. Lo peculiar de todo este asunto es que muchos obispos pretenden que la iglesia debe ejercer la justicia en su propio seno y que los tribunales laicos no deberían entrometerse en lo que definen como sus asuntos internos. En demasiadas ocasiones los pastores han tratado (y conseguido) que las víctimas guarden silencio, para no "provocar escándalo". Como el asesino que guarda los cadáveres en el armario y al final es descubierto por el olor que éstos desprenden, la iglesia no ha podido sustraerse de sus responsabidades, pero la impresión general es que es que la mayoría de los encubridores cuentan con una impunidad de la que carecen el resto de los ciudadanos (salvo si has nacido en la familia real).

El club nos presenta una siniestra residencia junto al mar donde languidecen unos pocos curas, como penitencia por haber cometido pecados de la carne. Para la iglesia violar a un niño o mantener relaciones homosexuales son actitudes igualmente reprobables y que concitan la misma pena de destierro, que más bien aparenta ser una manera de sacar de la circulación a aquellos curas a los que el traslado de una parroquia a otra no ha sido obstáculo para reincidir en las mismas conductas. En realidad la residencia tiene más aspecto de una casa de reposo para jubilados que otra cosa. Se supone que los internos deben reflexionar acerca de sus pecados, pero más bien parecen estar resignados con su situación y su principal castigo es el aburrimiento de los días organizados siempre según la misma rutina. Más que monstruos, los seres que habitan la casa son personas que un buen día sintieron la llamada de lo divino, para descubrir un poco más tarde que jamás podrían sustraerse de sus vulgares deseos humanos, algo que para el resto de los mortales resulta natural, a no ser que, como sucede demasiado a menudo, dichos deseos tengan como objetivo a seres inocentes.

El propio director habla, en una entrevista concedida a Caimán, cuadernos de cine, acerca de ese club privado que constituye la iglesia católica:

"Bueno, es un club. Y los clubes tienen miembros, reglas, lógicas internas, sistemas y requisitos para ingresar. (...) Lo que queríamos era dar a conocer un problema desde un espacio de la ficción y, a través de eso, intentar encontrar una atmósfera, un tono y una poética que permitiera generar un discurso cinematográfico en el que el espectador pudiera estar y sentirse cómodo o incómodo. Cuando el cine intenta ser muy discursivo se convierte en un cine de batalla ideológica y nosotros lo que estamos haciendo acá es un cine de batalla humana."

En cualquier caso, su apacible existencia, que quizá se vea asaltada de cuando en cuando por leves remordimientos, se va a ver alterada por la presencia en los alrededores de un joven víctima de abusos, cuyo comportamiento medio demente no es óbice para las venenosas verdades que salen de su boca, un lenguaje descarnado, que a la vez sirve de denuncia y de resignación frente a la profanación sufrida de niño en su propio cuerpo, un estigma que le ha marcado para el resto de su vida. El ambiente que se crea ante esa nueva situación, y con la llegada de un sacerdote-psicólogo con atribuciones de inspector eclesiástico, hace que la película vaya volviéndose más sórdida, si cabe, por momentos. Una atmósfera malsana va envolviendo la historia, como si las circunstacias de pronto quisieran vengarse de los pecadores.

Retomando el discurso de Larraín, como espectador me siento muy incómodo ante las imágenes que se muestran en la pantalla, no solo por la naturaleza escabrosa de las mismas, sino por la forma en la que se ha abordado la historia, sin profundizar demasiado en los personajes ni en su pasado. Más que una denuncia concreta a los males propagados por la iglesia católica, El club parece ser un manifiesto contra la condición humana en su conjunto, afectado por dosis excesivas de elementos simbólicos. A pesar de su indudable interés, en ningún momento llega al nivel de la anterior producción de Larraín, ese No, que sí que acertaba a la hora de retratar el verdadero rostro del régimen dictatorial de Augusto Pinochet. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

EL REINO (2014), DE EMMANUEL CARRÈRE. LA RELIGIÓN EXTRAÑA.

Si algo tienen los libros de Emmanuel Carrère, que los hacen de inmediato atractivos para el lector, es la sabia combinación de autobiografía, literatura y ensayo, siempre mezclados de forma amena a la vez que con riguroso respeto a la veracidad de lo que está contando. Tanto El adversario como De vidas ajenas se atenían a estos principios, tal y como sucede con El reino, el último de sus trabajos. El reino parte de una más que interesante premisa: su conversión, cuando ya era un hombre adulto, en la treintena, a las antiguas creencias de su niñez, acogidas como una especie de vía de escape a una profunda crisis personal. Como suele ser común en estos casos, no hay conversión sin guías espirituales que ayuden a consolidar la fe, inspiradora y a la vez siempre renqueante, sobre todo cuando su poseedor es una persona culta e inquieta.

Porque la fe es decididamente algo irracional, pero no antinatural. Creer en lo imposible, en lo que no puede probarse, en lo que debería estar al mismo nivel que los relatos de nuestra infancia, debería ser un fenómeno marginal en una sociedad dominada por el pensamiento científico y en la que el acceso a la cultura es más fácil que nunca. Pero no es así. La fe sincera sigue existiendo en un gran número de personas, aunque la iglesia que se dice heredera de Jesucristo se haya convertido en una especie de multinacional con mucho dinero e influencias, cuya clientela no parece demasiado turbada por los continuos escándalos que surgen de su seno:

"(...) es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas. En los tiempos antiguos, se puede entender: la gente era crédula, la ciencia no existía. ¡Pero hoy! Si un tipo creyera hoy día en historias de dioses que se transforman en cisnes para seducir a mortales, o en princesas que besan a sapos que, con su beso, se convierten en príncipes encantadores, todo el mundo diría: está loco. Ahora bien, muchas personas creen en una historia igualmente delirante y nadie les toma por dementes. Les toman en serio, aunque no compartan sus creencias. Cumplen una función social menos importante que en el pasado pero respetada y más bien positiva en su conjunto. Su disparate convive con actividades totalmente razonables. Los presidentes de la República hacen una visita de cortesía al jefe de esa grey. Digamos que es extraño, ¿no?"

Lo que intenta hacer Carrère es un ejercicio de autoanálisis, de exploración del propio yo de dos décadas atrás para tratar de comprender las verdaderas motivaciones que lo llevaron a tan insólita decisión. A veces se muestra avergonzado y a veces sorprendido de que esa persona a la que está estudiando se corresponda consigo mismo, sobre todo porque ahora se da cuenta de la fragilidad de su fe y de los autoengaños que le llevaron a aguantar tres años en el seno de la iglesia católica. La fórmula que utiliza para enfrentarse a esos fantasmas, además de la de contemplarse en el espejo del pasado, es la de volver a los evangelios, realizar una lectura crítica de los mismos e intentar así hallar pistas acerca de los auténticos orígenes de la religión mayoritaria en el mundo. Porque lo cierto es que esta fe, nacida en el seno del judaísmo, no contaba en sus primeros tiempos con todas las papeletas para lograr volverse viral, como se dice ahora.

Para emprender esta tarea, el escritor francés hace uso de dos guías de excepción, san Pablo y san Lucas, el evangelista. Nos encontramos así con un viaje muy personal al turbulento siglo I de la era cristiana, en el apogeo de un Imperio Romano que declaró la guerra a los rebeldes de Judea y acabó arrasando el templo de Jerusalén. Precisamente fue este el hecho histórico que posibilitó que a partir del año 70 se produjera un punto de inflexión entre los partidarios de Pablo, que acabarían desarrollando su iglesia en el seno mismo del Imperio y el resto de sectas cristianas, que acabarían en el olvido, incluida la de Santiago. ¿Hasta que punto la doctrina católica actual tiene algo que ver con el mensaje original de Jesucristo? Sin duda se han producido muchas manipulaciones en los textos evangélicos y no todas las fuentes son fiables, aunque alguna provenga de testigos directos de los hechos. Carrère se interesa sobre todo por la versión de Marcos, que parece la más terrenal y, por tanto, la que más podría ajustarse a la verdad, la historia de uno de tantos profetas judíos que surgieron en la época:

"Resumiendo: es la historia de un curandero rural que practica exorcismos y al que toman por un hechicero. Habla con el diablo, en el desierto. Su familia quiere que lo encierren. Se rodea de una banda de parias a los que aterra con predicciones tan siniestras como enigmáticas y que se dan a la fuga cuando le detienen. Su aventura, que ha durado menos de tres años, concluye en un juicio chapucero y una ejecución sórdida; en el desaliento, el abandono y el espanto. En el relato que hace Marcos no hay nada que lo embellezca o haga más amables a los personajes. Al leer esta crónica brutal, se tiene la impresión de estar lo más cerca posible de este horizonte para siempre inalcanzable: lo que sucedió realmente."

Desde mi punto de vista, Carrère es mucho más interesante cuando habla de su experiencia personal, porque no tiene reparos en ser implacable consigo mismo. La segunda parte de El reino es algo más convencional, más cercana a la ciencia histórica, a pesar de que la personalidad del autor sobrevuele todos los textos y los matices de su punto de vista estén siempre presentes. No es fácil analizar las contradicciones del relato del cristianismo, las fuentes dudosas, las tergiversaciones del mensaje original...  Pero lo más sorprendente de todo es la forma en la que arraigó en nuestra cultura, para que siga teniendo vigencia veinte siglos después. En una entrevista concedida a El Cultural, Carrère vuelve sobre la idea de extrañeza que todo esto le produce:

"Yo diría que en el caso del cristianismo hay algo sorprendente: hay una historia, un relato que es seguramente muy bello pero también muy extraño, verdaderamente extraño, como si fuera una historia de ciencia ficción. Estamos tan acostumbrados a ella que no nos damos cuenta, pero si olvidamos esa familiaridad el relato que nos queda es de una enorme extravagancia. No lo digo para polemizar sino porque una de las muchas cosas que me interesaban era que el lector tomara conciencia de esa extraordinaria extrañeza... Para eso lo más importante era imponer una sensación de exterioridad."

Aunque sería verdaderamente insólito, no puede descartarse una nueva conversión del actualmente agnóstico Carrère, ni de cualquiera de nosotros. La religión es eso, un fenómeno social, una opción de vida que puede, en determinadas circunstacias, ser la respuesta a ciertas necesidades urgentes del individuo angustiado. Sabemos que todo es una fábula, que cualquier persona inteligente que se diga creyente, tendrá sus (frecuentes) momentos de duda, pero ahí está, ofreciéndose a quien quiera seguirla, como si el tiempo no hubiera pasado, como si la sociedad no hubiera evolucionado. Después de todo, es una de las características que nos retratan como especie y como individuos. Nos cuesta perder la esperanza, nos cuesta creer que no somos más que átomos y compuestos químicos. Lo verdaderamente revolucionario es lo que hace Carrère: una lectura sin prejuicios de los evangelios. Muchos lo hemos hecho (aunque pocos alcanzando la profundidad del autor francés) y sabemos que, en cualquier caso, el poder católico constituido, poco tiene que ver con las palabras del fundador.

lunes, 7 de marzo de 2016

GATTACA (1997), DE ANDREW NICCOL. EL GEN EGOÍSTA.

El descubrimiento del ADN como estructura decisiva en nuestra herencia, como un código cifrado del potencial de nuestras capacidades y de las enfermedades que podemos padecer en el futuro, hace que el ser humano pueda ser visto en cierta medida como un ente determinado, no tan libre como se pensaba hasta aquel momento y con muchas limitaciones en cuanto a los propósitos vitales que puede llevar a cabo. Bien es cierto que, después del nacimiento, las circunstancias vitales de cada cual pueden ser tan decisivas o más que la herencia genética, pero, como defiende el profesor Richard Dawkins, después de todo el gen es la principal unidad de selección en la evolución de las especies. Nacer con taras genéticas puede ser una maldición, mientras que contar con unos genes sanos que predispongan a la salud y a la inteligencia es un don deseable para cualquier ser humano. ¿Por qué la ciencia no podría sustituir a la naturaleza, siempre cruel y arbitraria, en la configuración genética de los nuevos seres humanos?

El espectador, ante la sociedad que nos muestra Gattaca, puede mostrar la misma extrañeza y rechazo que sentiría un ciudadano de los años ochenta si le informaran de que dentro de unas décadas la gente tendrá una absoluta dependencia de los teléfonos móviles, hasta el punto de que no le importará ceder al Estado y a las grandes empresas porciones cada vez mayores de la propia privacidad. Hoy día existe legislación que protege nuestros datos, pero siempre va por detrás de los nuevos avances tecnológicos. Lo mismo sucede en la sociedad de Gattaca respecto a la condición genética de cada cual. Se supone que su privacidad está protegida por las leyes, pero en la práctica una entrevista de trabajo en un centro prestigioso puede sustanciarse simplemente con un análisis de sangre o de saliva: si el candidato cuenta con una herencia genética idónea, será admitido al instante. Ni que decir tiene que los padres tienen la posibilidad de elegir las características de su futuro hijo, por lo que en este mundo proliferan los genios altos, rubios y guapos y los peores trabajos están reservados para aquellos que cuentan con genes naturales, no manipulados en un laboratorio, aunque dicha discriminación sea ilegal sobre el papel. Una sociedad que se encuentra al borde de parecerse a la que describió Aldous Huxley en Un mundo feliz, si no fuera porque la felicidad del individuo está subordinada a su eficiencia laboral. El estilo de los trabajadores de Gattaca es discretamente elegante y el carácter de los mismos reservado y eficiente.

Gattaca cuenta la historia de Vincent, cuyos padres eligieron para él un nacimiento natural, por lo que sufre una enfermedad congénita de corazón. Con tal condición genética, está vedado para los mejores trabajos, pero este detalle no va a frenar la ambición de Vincent de convertirse en piloto en vuelos espaciales. Su estrategia será la del engaño: con la complicidad de un ser genéticamente perfecto, pero que quedó inválido en un accidente, logrará ser admitido en la Corporación Gattaca. Vincent no solo ha de dar muestras de una inteligencia fuera de lo común, sino que deberá someterse a una enorme disciplina diaria para no dejar huellas de su verdadera herencia genética, tanto en los objetos que toca en su labor cotidiana, como en los controles al respecto que organiza la empresa de vez en cuando. También hay algo de intriga criminal en la película de Niccol: Vincent podría estar implicado en el asesinato de uno de los directores de la Corporación. 

Gattaca es una de esas producciones de ciencia ficción de vertiente sociológica que describen una realidad muy cercana y muy creíble, por lo que es inevitable que mueva a la reflexión del espectador. Está la evidencia de la deshumanización del individuo, que no es valorado como tal (aunque, ¿cómo puede definirse en realidad lo que es una persona?) sino por su potencial genético, aunque supongo que gente de otras épocas tendrían muchas cosas que decir acerca de este particular sobre la nuestra. Pero la película también puede, desde determinado punto de vista, apreciarse como una apología del espíritu humano tradicional, aquel que se esfuerza por alcanzar sus objetivos y es capaz de superar todos los obstáculos que se interpongan en su camino. En este sentido, algo de doctrina manual de autoayuda hay en la propuesta de Niccol, pero enmascarado en un guión tan perfecto y enmarcado en una estética minimalista tan seductora, que apenas tiene repercusión en el resultado final.

Y nos queda la gran pregunta: si te dijeran que tu hijo tiene la posibilidad de ser muy inteligente, guapo y gozar de una salud perfecta, ¿qué harías?