sábado, 26 de noviembre de 2016

REBELDE SIN CAUSA (1955), DE NICHOLAS RAY. UN ICONO ATEMPORAL.

Existen ciertas películas que emiten una aureola mítica, que dejan en el espectador un regusto a clásico tan evidente que es como si estas obras hubieran sido realizadas por una necesidad que trascendiera el mero arte cinematográfico. Es indudable que Rebelde sin causa está en el imaginario colectivo, aunque solo sea por esas imágenes de James Dean, uno de los cadáveres jóvenes más ilustres de la historia, que decoran bares, peluquerías y todo tipo de establecimientos. A pesar de haberla visto casi una decena de veces, la escena de la carrera frente al acantilado - toda una metáfora de la condición del antihéroe protagonista - sigue teniendo la misma fuerza y emoción que la primera vez que pude contemplarla. Pero sería interesante realizar un pequeño análisis de la obra desde un punto de vista más objetivo, observando que hay detrás de todo este misticismo llevado con mano maestra por el gran Nicholas Ray.

Porque si miramos con atención en el interior de Jim Stark, puede que nos encontremos con el más profundo vacío. A pesar de lo que dice el título, la rebeldía del joven sí que tiene causa, al menos una evidente: se averguenza del carácter de su padre, al que considera débil y poco viril. Esa falta de modelo paterno al que seguir le lleva a buscar eternamente conflictos con los que llamar la atención. Su familia ha de mudarse continuamente de ciudad en ciudad, evitando los escándalos de Jimmy, pero jamás ataca la raíz del problema. Mientras tanto, el joven no es capaz de hilvanar una frase coherente, de establecer relaciones sólidas con sus iguales: su vida se limita al continuo postureo al que le invita su físico privilegiado. En una sola jornada Jimmy es capaz de emborrarcharse, pasar de todo, interesarse por una chica, olvidarla, aceptar retos de honor y arrepentirse luego, huir y estar implicado en una rocambolesca historia de venganzas juveniles con muertos incluidos.

Rebelde sin causa refleja muy bien una época todavía inocente en la que la noticia de cualquier desaire protagonizado por un joven podía causar conmoción, aunque en realidad el personaje más interesante de la historia es Platón (con una increible interpretación de Sal Mineo), un muchacho solitario que ve en Jimmy a ese amigo íntimo que lleva buscando toda la vida, aunque éste se muestre bastante indiferente a sus atenciones. Pronto descubriremos que Platón padece problemas psiquiátricos graves y que tiene un concepto un poco exclusivo de la amistad, por lo que la presencia de la chica no le causa demasiada simpatía. Un tipo complejo e inquietante que es al fin y al cabo quien acaba dándole auténtico interés a un guión que sin él se hubiera quedado en una convencional historia de conflictos juveniles. En fin, la película se parece un poco a la vida de James Dean: todo sucede tan deprisa que no da tiempo a conocer la verdadera identidad del protagonista. Pero qué gran película... Me dan ganas de ponerla otra vez.

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