viernes, 30 de octubre de 2015

MARTE (2015), DE RIDLEY SCOTT. SALVAR AL ASTRONAUTA WATNEY.

 
La literatura de ciencia ficción de mediados del siglo XX vaticinaba para nuestro tiempo una brillante época de exploración espacial. Seguramente ya contaríamos con presencia permanente en la Luna, habríamos llegado a varios planetas del Sistema Solar y estaríamos preparándonos para nuevas y fantásticas misiones en las que nos acompañarían computadoras y robots mucho más inteligentes que el ser humano. Lo cierto es que lo conseguido hasta la fecha en esta materia decepciona. Los recortes también llegaron hace tiempo a la inversión en exploración espacial, quizá porque se estima que es económicamente poco rentable, pero para compensar, en estos últimos años hemos ido obteniendo un conocimiento cada vez más preciso del funcionamiento del Universo, desde las partículas más diminutas hasta los inmensos agujeros negros. Es posible que todavía no podamos viajar muy lejos, pero sí que sabemos más o menos lo que podemos encontrar en nuestro vecindario cósmico más próximo, aunque siempre es posible la sorpresa...

De la posibilidad de viajar a Marte (y volver) se viene hablando desde hace décadas. Es una hazaña factible, pero muy cara. Quizá cuando todos seamos un poco más viejos tengamos el privilegio de ser testigos de ella o puede que se convierta en un proyecto eternamente aplazado. Marte ha despertado desde antiguo la imaginación de novelistas y de hombres de ciencia. Durante mucho tiempo se creyó que el planeta rojo estaba atravesado por una red de canales artificiales, por lo que era indudable la presencia de vida inteligente en el mismo, pero las visitas de nuestros ingenios mecánicos han descartado esa idea, incluso en su estadio más primitivo. Marte es un mundo muerto, aunque, a tenor de las imágenes que ofrece Ridley Scott en el film, de una extraordinaria belleza.

El argumento de Marte (resulta bastante insólito que no se haya respetado su título original, El marciano), es bien conocido y enlaza con un gran clásico de la literatura universal: Robinson Crusoe, lo que da pie a que, entre otras cosas, la película sea vehículo para el lucimiento de Matt Damon, que debe sobrevivir en solitario en un medio hostil, como ya hiciera Tom Hanks en la irregular Naúfrago, de Robert Zemekis. El cartel no engaña y a quien no le caiga muy bien este actor no le recomendaría de ningún modo que pasara por taquilla.

Como virtud principal de la propuesta de Ridley Scott tenemos que nombrar su condición de gran espéctaculo, destacando un soberbio apartado técnico, cuidado en todos sus detalles, así como un excelente asesoramiento científico, lo cual hace que la superviviencia del astronauta Watney no sea fruto del azar ni de la fe, sino de la aplicación práctica de conocimientos acumulados durante milenios para contrarrestrar una situación absolutamente hostil, algo que resume la grandeza de la condición humana. Por otra parte, Marte, no ofrece mucho más que eso: pura rutina cinematográfica, trufada de heroísmo por parte de Watney y sus compañeros, que arriesgan sus propias vidas para intentar rescatarlo. Hay cierto debate moral: ¿hasta dónde se puede llegar, en términos de riesgo de otras vidas y económicamente para rescatar a un solo hombre, sin garantía alguna de que la misión vaya a salir bien? Algo muy parecido se planteaba en Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg. Si algo llama la atención en esta película, frente a otras propuestas de ciencia ficción del propio Scott es su mensaje optimista durante todo el metraje: la tecnología combinada con el esfuerzo humano pueden lograr las metas más inverosímiles. En este sentido me gustó mucho más la reciente Gravity, de Alfonso Cuarón.

2 comentarios:

  1. A mí me gustó la novela. Espero que cuando vea la peli no me sentiré decepcionado...

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  2. Yo pretendía leer la novela, pero no tuve tiempo. Supongo que no habrá demasiadas diferencias entre una y otra.

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