domingo, 18 de octubre de 2015

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS (1940), DE DINO BUZZATI Y DE VALERIO ZURLINI (1976). LA FORTALEZA DE LA LARGA ESPERA.

Giovanni Drogo es un joven teniente que viaja a su destino, la fortaleza Bastani. En su equipaje le acompañan a la vez la ilusión y la inquietud: la ilusión de quien emprende una vida nueva y la inquietud de quien no está seguro de lo que está le deparará. La primera visión de la fortaleza, con ese desierto desnudo a sus pies, despierta sentimientos en su alma. Aunque no lo sabe todavía, Bastani se ha apoderado de él y ya no tendrá fuerzas para abandonarla, salvo esporádicamente, cuando pueda disfrutar de algún permiso, de los que volverá cada vez antes. Y es que, con el paso del tiempo, Drogo se dará cuenta de que su vida ya no pertenece a la ciudad, donde cada vez conoce a menos gente, sino que está consagrada a la eterna espera de acontecimientos parapetado tras los muros de la ciudadela fronteriza con un Estado enemigo.

La existencia en el cuartel es rutinaria, la típica vida militar influenciada por la estricta observancia de un reglamento, lo que deriva en ocasiones en situaciones absurdas, más propias de la literatura kafkiana que de la vida heroica soñada por muchos de los soldados que sirven allí. Al final todos se acostumbran y se acomodan a la rutina de un servicio en el que casi nunca sucede nada y, cuando sucede, es difícil tomar decisiones por la falta de costumbre:

"(...) Pero había que tomar una decisión y eso le disgustaba. Habría preferido continuar la espera, quedarse absolutamente inmóvil, como provocando al destino con el fin de que se desencadenara de verdad."

El secreto para sobrevivir en Bastani es dejar correr el tiempo y habituarse a la falta de responsabilidades más allá de las exigencias del servicio. El único anhelo de Drogo es que alguna vez aparezca el enemigo por el horizonte, algo que daría sentido a su profesión. Pero el desierto permanece limpio. De vez en cuando hay alguna falsa alarma, pero pasan los años y todos se advierten que el único vencedor en aquella guerra invisible es el tiempo. Desde sus parapetos, los soldados se tornan filósofos, esperando un acontecimiento que nunca llega, engullidos por el río del tiempo:

"Entre tanto el tiempo corría, su latido silencioso mide cada vez más precipitado la vida, no podemos parar ni un instante, ni siquiera para una ojeada hacia atrás. "¡Párate! ¡Párate!", quisiéramos gritar, pero comprendemos que es inútil. Todo huye, los hombres, las estaciones, las nubes; y de nada sirve agarrarse a las piedras, resistir en lo alto de un escollo; los dedos cansados se abren, los brazos se aflojan inertes, nos arrastra de nuevo el río, que parece lento pero jamás se para."

Según Jorge Luis Borges, en El desierto de los tártaros "hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres." Genial el resumen del escritor argentino. Drogo se pasa la vida esperando ver aparecer al enemigo y, en el otoño de su existencia, el destino se torna cruel con él, cuando descubre que el auténtico adversario anidaba en su interior y éste era el tiempo.

La novela de Buzzati puede parecer anticlimática, pero en realidad, atendiendo al año de su publicación, late en la misma una profunda inquietud por el destino de su país, enfrentado a la prueba suprema de su participación en la Segunda Guerra Mundial, después de una espera de meses (él mismo era por esa época corresponsal de guerra para el Corriere de la Sera). Un país que se había militarizado, preparándose para un conflicto inminente y que, a la hora de la verdad, realizó un papel mediocre, aunque 1940 era todavía un año de entusiasmo y reafirmación fascista, para buena parte de la población italiana.

La adaptación cinematográfica a cargo de Valerio Zurlini, cimenta su calidad en dos factores: un profundo amor y respeto a la novela y la sólida interpretación de sus actores. Un proyecto arriesgado, debido a las características del material del que se partía, pero del que Zurlini supo salir airoso.

2 comentarios:

  1. Una buena historia. No sé si a este tipo de literatura llamarla "abstracta", como en el arte pictórico. Samuel Beckett ganaría el Nobel con la interminable espera de "Esperando a Godot"

    ResponderEliminar
  2. Sí, a mí también me recordó constantemente la obra de Beckett, aunque con muchos matices.

    ResponderEliminar