viernes, 20 de marzo de 2015

MAGICAL GIRL (2014), DE CARLOS VERMUT. LA MUJER PERTURBADA Y PERTURBADORA.

“El misterio es muy importante en la vida, muy bonito. Y está desapareciendo en las pantallas, las películas van muy mascadas. Añoro a Saura, Buñuel, Lynch… Hoy parecen no tener cabida más que el ya y el ahora. Y lo que se ve se consume automáticamente. En cambio, yo espero que mi película acompañe al espectador varios días, y que ellos en su cabeza vayan completándola”, declaraba el año pasado el cineasta Carlos Vermut, cuando presentó Magical Girl en el festival de San Sebastián. Y es verdad que esta es una de esas películas que no dejan indiferente. Tiempo después, uno sigue dándole vueltas a esta historia fascinante, que va desde la inocencia más absoluta a la depravación más aberrante.

Porque lo que activa la historia que cuenta Magical Girl es un deseo. Un deseo que debe cumplirse, porque lo ha pronunciado una niña enferma de leucemia, un mal irreversible que solo puede combatirse haciendo su existencia más llevadera. La intención de hacer el bien, a veces engendra los peores infiernos. El padre de la niña está en paro y el traje que ilusiona a su hija, el de la protagonista de una serie manga, está muy por encima de sus posibilidades financieras. El destino le va a deparar un encuentro con Bárbara, una mujer de belleza perturbadora, que parece llevar la semilla de la desgracia a cuantos se cruzan con ella.

Bárbara está casada. Su marido es un médico prestigioso y de dinero, que solo puede dominarla a base de analgésicos. La existencia de Bárbara es extraña: casi todo el tiempo sola con sus pensamientos encerrada en un piso de lujo. Luis, el padre de la niña, va a ver en ella el instrumento para cumplir sus deseos, por lo que no duda en hacerle chantaje. Para conseguir el dinero, la mujer deberá volver brevemente a su antiguo mundo, a una especie de prostitución de lujo para satisfacer los deseos más depravados de clientes muy ricos. Su cuerpo desnudo está marcado por terribles cicatrices, al igual que su rostro, sangrando de un herida reciente con la que ella parece sentirse muy cómoda.

Está claro que la propuesta de Vermut no es para todo tipo de público. Hay que sentarse en la butaca y saborearla poco a poco, entrando, casi sin darnos cuenta, en un mundo de reglas muy particulares, que se aleja progresivamente del nuestro. La presencia en el tramo final de un gran actor como José Sacristán no hace sino añadir calidad a lo que ya era, sobre todo a partir de su primera media hora, una de las películas españolas más estimulantes de los últimos tiempos, que es capaz de moverse entre géneros con una naturalidad poco común. El minimalismo del que hace gala Carlos Vermut a la hora de filmar no es sino el marco de unos personajes muy complejos, que por momentos parecen carecer de libre albedrío. Habrá que tener muy en cuenta las próximas obras de quien ya se postula como uno de los grandes directores de nuestro cine.

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