domingo, 28 de septiembre de 2014

DESTEJIENDO EL ARCO IRIS (1998), DE RICHARD DAWKINS. CIENCIA, ILUSIÓN Y DESEO DE ASOMBRO.

En una entrevista reciente publicada en Babelia, a raíz del lanzamiento del primero de volúmenes de su autobiografía, Richard Dawkins seguía mostrándose como un luchador irredento en el campo de las ideas, abogando por la responsabilidad de las familias en la educación de sus hijos respecto a las ideas irracionales. "No eduquen a sus hijos ni en dioses ni en hadas", recomendaba encarecidamente Dawkins. Ni siquiera le parecía correcto hacerlos creer en Papa Noel. Para él, uno de los fundamentos de la inteligencia durante la edad adulta va a ser el escepticismo temprano. Cuanto antes nos planteemos el funcionamiento del mundo, antes obtendremos las herramientas para reflexionar acerca de él. La ciencia nos ofrecerá unas respuestas mucho más complicadas que las religiosas, pero tendrán la ventaja de poder ser probadas, de contener un halo de autenticidad que jamás podrán ofrecer los distintos credos. Además, la ciencia raramente cuenta con dogmas absolutos: todas sus teorías están sometidas a falsación o, al menos, a su perfeccionamiento. A cambio de este esfuerzo, nos ofrece soluciones prácticas para vivir mejor: la medicina, la biología, las energías alternativas o internet:

"El asombro reverencial que la ciencia puede proporcionarnos es una de las más grandes experiencias de la que es capaz la psique humana. Es una profunda pasión estética comparable a la música y a la poesía más sublimes. Es, ciertamente, una de las cosas que hacen que valga la pena vivir, y lo hace de manera más efectiva, si cabe, al convencernos de que nuestro tiempo de vida es finito."

El título del ensayo, Destejiendo el arco iris, hace referencia a un poema de Keats. Contra lo que han escrito muchos poetas y filósofos, Dawkins no cree que la ciencia, al explicar ciertos fenómenos, acabe con la belleza y el misterio del universo. La experiencia nos dicta más bien que la resolución de un enigma nos lleva a hacernos nuevas preguntas: nuestra generación no verá desentreñados todos estos misterios. Tampoco las siguientes. Por eso, aunque el libro cuenta con abundantes citas poéticas, y su autor admire profundamente a sus inspirados autores, eso no quiere decir que esté de acuerdo con algunas de las afirmaciones que se esconden tras tan hermosos versos:

"¿Acaso no vuelan todos los encantos
Al mero toque de la fría filosofía?

Una vez había en el cielo un arco iris tremendo;
Conocemos su trama, su textura; está indicada
En el insulso catálogo de las cosas comunes.
La filosofía cercenará las alas de un Ángel,
Conquistará todos los misterios con la regla y la línea,
Vaciará el aire de fantasmas, y la mina de gnomos…
Destejerá un arco iris…"


La poesía no se acaba en lo que captan nuestros sentidos. También existe en lo que nos está vedado y vamos descubriendo progresivamente y en los nuevos misterios que se generan. El autor de El espejismo de Dios, aprovecha algunos capítulos para hablarnos  de algunos de los temas de los que es especialista desde su Cátedra de Divulgación Científica de la Universidad de Oxford, por ejemplo reflexionando acerca de como fue posible la evolución, de como un pariente directo de los simios se convirtió, gracias al sorprendente desarrollo de su cerebro, en la especie preponderante en la Tierra. También explica qué son exactamente nuestros genes, como los heredamos, como llevamos inscrito el código de las que serán nuestras mejores capacidades y la aplicación práctica que tiene el conocimiento de la genética, por ejemplo, ante los tribunales de justicia. 

Pero los capítulos más interesantes del libro son los que se dedican a denunciar a las pseuciencias, a los astrólogos, espiritistas e iluminados que se aprovechan de la necesidad natural de la gente de creer en algo, de poseer evidencias de que la vida tiene un sentido:

"La decadencia de las religiones occidentales tradicionales ha creado un vacío que parece estar siendo ocupado no por la ciencia, con su visión más clarividente y grandiosa del cosmos, sino por lo paranormal y la astrología. Cabía esperar que, a finales del siglo xx, el más fecundo de todos desde el punto de vista científico, la ciencia se hubiera incorporado a nuestra cultura y nuestro sentido estético se hubiera ampliado para ir al encuentro de su poesía. Sin revivir el pesimismo de C.P. Snow en los años cincuenta, veo con disgusto que, a las puertas del fin de siglo, estas esperanzas no se han materializado. Los libros de astrología se venden más que los de astronomía. La televisión allana el camino a magos de segunda categoría que se hacen pasar por médiums y clarividentes. Este capítulo intenta explicar la superstición y la credulidad, así como la facilidad con que pueden explotarse."

Realmente parece un contrasentido que en la época en que la ciencia ha adquirido su mayor prestigio (aunque algunos países se dediquen a recortar en las partidas dedicadas a investigación), y se han popularizado como nunca las revistas y los libros divulgativos, persistan unas creencias que no resisten el más sencillo análisis racional. Es gracioso, por ejemplo, que la astrología se base en unas constelaciones que nosotros podemos ver en el cielo, cuando las estrellas que supuestamente las forman se encuentran a veces a cientos de miles de años luz entre sí y es solo nuestra limitada perspectiva (ni que decir tiene, respecto a las luces nocturnas que vemos cada noche en el cielo, que la mayoría pertenecen a un pasado remoto), la que nos hace agruparlas, como si eso significara algo. Lo mismo sucede con la ufología o el espiritismo. Son disciplinas populares porque excitan la imaginación y ofrecen respuestas esperanzadoras. La ciencia tiene la misión de desenmascarar todos estos fraudes y activar el escepticismo y el espíritu crítico de la gente. Todos podemos ser engañados y manipulados, pero es más difícil hacerlo con quienes tienen algunas nociones acerca del auténtico funcionamiento de la naturaleza, mucho más complicado, pero también más maravilloso y sorprendente de lo que jamás explicó religión o sistema de creencias alguno.

jueves, 25 de septiembre de 2014

LOS MEJORES RELATOS DE CIENCIA FICCIÓN (1955-1986), DE BRIAN W. ALDISS E INTELIGENCIA ARTIFICIAL (2001), DE STEVEN SPIELBERG. YO, ROBOT.

A veces la lectura de relatos resulta más exigente que la de una novela. No por su dificultad intrínseca, sino porque a veces uno entra en el mundo narrativo propuesto en una novela con tal facilidad, que se instala a vivir temporalmente en él sin problemas. Con los cuentos uno practica más bien el nomadismo: tiene que ir visitando muchos lugares y acostumbrarse rápidamente a nuevos escenarios, personajes y situaciones, que abandonará enseguida, para conocer a otros nuevos. Esta sensación es especialmente acusada en la literatura de ciencia-ficción, donde una antología de cuentos puede llevarnos a diferentes épocas, planetas, e incluso a presentarnos a razas extraterrestres. El lector debe realizar una lectura muy atenta para asimilar tanta variedad de imaginativas propuestas.

Aunque su literatura no sea tan popular como la de Arthur C. Clarke o Isaac Asimov, Brian W. Aldiss siempre ha sido considerado un autor de primera línea en el difícil género de la ciencia ficción. En sus relatos podemos atisbar algunas de sus principales obsesiones, como la convivencia, en un futuro muy próximo, de los seres humanos con réplicas suyas dotadas de inteligencia artificial, que se pone de manifiesto en relatos como Todas las lágrimas del mundo o el célebre Los superjuguetes duran todo el verano. Hay otros que exploran el tema de los viajes en el tiempo y en el espacio como Los hombres fracasados, muy pesimista en cuanto a nuestro futuro como especie. En los últimos, este pesimismo se acentúa, sobre todo por la influencia del recrudecimiento de la Guerra Fría en los años ochenta y la posibilidad de un conflicto nuclear. La colección de Aldiss es muy irregular, alternando verdaderas joyas con otros relatos no muy inspirados o poco originales, pero merece la pena conocer los temas principales a los que dedica su literatura el autor del ciclo Heliconia

Como es bien sabido, Los superjuguetes duran todo el verano fue el germen del que surgió la obra maestra de Steven Spielberg, Inteligencia Artificial, a la que se dedicó la última sesión del ciclo Literatura y cine. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/09/inteligencia-artificial-de-steven.html

martes, 23 de septiembre de 2014

ANTES DEL FRÍO INVIERNO (2013), DE PHILIPPE CLAUDEL. ASÍ EMPIEZA LO MALO.

Hay profesiones que demandan una especial sangre fría por parte de quienes las ejercen. Pocas se me ocurren más exigentes que la de neurocirujano. A los profundos conocimientos médicos deben unirse una capacidad artesana poco común. Porque, después de todo, una operación no es más que la recomposición, por medio de una serie de sofisticadas herramientas, de un organismo enfermo. El profesional sabe que todos los días la gente pone su vida en sus manos, que un error de cálculo de unos pocos milímetros puede ser fatal. Por eso me imagino que habrán desarrollado alguna técnica especial para dejar los problemas en la puerta del quirófano.

A pesar de su prestigiosa profesión, de su supuesta frialdad, al menos en horas de trabajo, hay algo extraño en la mirada de Paul (Daniel Auteuil), que enseguida detecta el espectador. Paul pertenece a la alta burguesía profesional y se ha rodeado de todos sus atributos: una casa espléndida, exquisita cortesía y una bella esposa. Pero detrás de esa fachada parece habitar la nada más absoluta. Su relación con su mujer es poco menos que gélida. Cenan juntos, se sientan a leer en el salón, pero es como si su hogar estuviera habitado por fantasmas. Lo que en cualquier otro matrimonio derivaría en gritos y peleas, en este se transforma en un eterno compás de espera. Quizá algo nuevo suceda, o quizá todo permanezca inmutable. Lo cierto es que a Paul le surge la oportunidad de añadir algo de emoción a su anodina existencia cuando conoce casualmente a Lou, una joven que asegura que fue operada por él en su infancia. Lo que podría haber sido un encuentro insignificante y pronto olvidado, se convierte en algo muy extraño: empiezan a llegar ramos de flores al domicilio y a la oficina de Paul y éste tiene nuevos encuentros con la muchacha, nada casuales.

En este punto uno espera de Claudel derive su propuesta hacia el cine de intriga, o que se ponga siniestro y desagradable al estilo de Haneke. Pero el director prefiere seguir explorando a Paul, el espécimen al que ha decidido diseccionar. Y entonces es cuando nos damos de bruces con su pasado. Lou no es más que un instrumento para que conozcamos mejor al protagonista, lo verdaderamente interesante es la luz que se arroja sobre las verdaderas circunstancias en las que basa su existencia. Lo malo es que Claudel nos lo muestra con tal desapasionamiento, que el espectador acaba desconcertado acerca de sus verdaderas intenciones. Antes del frío invierno es un film de planteamiento interesante y arriesgado, pero fallido, dotado de buen estilo visual e impecables actuaciones, pero sin alma.

lunes, 22 de septiembre de 2014

LA ÚLTIMA TENTACIÓN DE CRISTO (1951), DE NIKOS KAZANTZAKIS Y DE MARTIN SCORSESE (1988). DE LO DIVINO Y DE LO HUMANO.

En el prólogo de esta novela, magnífica y desconcertante a la vez, Kazantzakis apunta que su trabajo no es más que un intento de responder a la angustia que le poseía desde la juventud cuando se planteaba la doble naturaleza humana y divina de Cristo, por lo que su historia adopta un punto de vista adopcionista. El adopcionismo sostiene que Jesucristo era simplemente un hombre común que en un determinado momento se vio poseído por la gracia divina, que le encomendó una misión que era casi superior a sus fuerzas.

Jesucristo es un joven galileo corriente que vive en el Israel ocupado por los romanos de hace veinte siglos. Como es lógico, su existencia no podía ser ajena a las preocupaciones de la época. Pocas regiones bajo el dominio de las legiones del César eran tan conflictivas como aquella. Los judíos seguían considerándose un pueblo elegido, por lo que para ellos resultaba una humillación intolerable encontrarse gobernados por un pueblo extranjero. Muchos rezaban esperando un Mesías que los liberase. Otros, como los zelotes, organizaban una resistencia violenta, aunque con pocas posibilidades de éxito frente a la potencia militar romana. Mientras tanto Jesucristo se ve asaltado por dolorosos requerimientos divinos de cada vez mayor intensidad. Él intenta resistirse. Quiere ser impuro, pecador, para apartar de él unas fuerzas poderosas y agresivas que no puede entender. Puede que la mejor manera sea convertirse en el fabricante de las cruces en las que los romanos sacrifican a los rebeldes. Lo único que consigue el joven es ser tachado de traidor ante su pueblo.

Pero las exigencias de Dios no pueden rechazarse tan fácilmente. Entre dudas y sufrimiento, Jesús irá aceptando que ha sido elegido para algo excepcional. Como hombre, le cuesta mucho desprenderse de sus pasiones humanas, de su amor por María Magdalena, de su deseo de casarse y fundar una familia y es presa del demonio de la duda. ¿En qué puede beneficiar a la humanidad que él se sacrifique? Finalmente logrará centrarse en su misión y comenzar su predicación, consiguiendo que le sigan algunos discípulos, aun cuando su mensaje entra directamente en conflicto con los fundamentos de la religión judía.

Cuando yo era pequeño me contaron más de una vez en clase de religión la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Aparece en el evangelio de Lucas y es muy conocida. Trata de un hombre rico que se regalaba de copiosas comidas y de un pobre, llamado Lázaro, que vivía en su puerta, ansiando comer las sobras de sus banquetes. Cuando murieron ambos, Lázaro fue al cielo y el rico al infierno. Fue un castigo sin piedad. El profesor que nos contaba la historia la adornaba con los esfuerzos del condenado por aliviar un poco los tormentos del fuego eterno pidiendo que al menos le mojaran un poco los labios, pero no obtenía piedad alguna de los bienaventurados que gozaban de las delicias del cielo. La fábula era un hito en cualquier educación cristiana que se precie: hablaba de los enormes riesgos que corría quien no siguiera la doctrina. No habría piedad. Por eso, me sorprende el final que da a la narración el Cristo de Kazantzakis, que denota su condición humana y piadosa: 

"«Dios mío —se dijo para sus adentros— ¿cómo puede ser uno feliz en el paraíso cuando sabe que hay un hombre, un alma que arde por toda la eternidad? Refréscalo, Señor, para que yo me sienta refrescado. Libéralo, Señor, para que yo me sienta liberado. De lo contrario, yo también comenzaré a quemarme». Dios oyó su pensamiento, se regocijó y le dijo: «Amado Lázaro, baja y toma de la mano al sediento. Mis fuentes son inagotables y tráelo contigo para que beba y se refresque. Así tú podrás refrescarte con él». «¿Por toda la eternidad?», preguntó Lázaro. «Por toda la eternidad», respondió Dios."

Pero no todo es tan hermoso en las prédicas del futuro Salvador. Pronto llegan las contradicciones, las dudas en la interpretación de los deseos de un Dios que parece jugar con sus criaturas. Jamás se ha visto a un Jesucristo más desorientado, más discordante con su propio discurso y más atormentado por sus deseos humanos. Paulatinamente su mensaje se vuelve más radical e incendiario. Mientras tanto, descubrimos que sus discípulos no carecen de intereses mundanos, apostando su pobreza temporal a la certeza de una posición de poder en el nuevo orden de cosas que sin duda instaurará su maestro: 

"Pronto se sentará en el trono del Universo y todos nosotros, que fuimos suficientemente inteligentes para seguirlo, nos repartiremos los honores y las riquezas. Ya no andarás descalzo, sino que llevarás sandalias de oro y los ángeles se agacharán para anudártelas. Te digo, Natanael, que es un buen negocio; no dejes que se te escape entre los dedos."

En la narración de Kazantzakis el personaje de Judas se revela como alguien casi tan importante como el propio Jesucristo. Se tratade un apostol de la violencia que al final va a ser una pieza imprescindible para que se consume el sacrificio que ha de llevar a la salvación del género humano. El plan de Dios se puede definir como utilitarista: busca el máximo de felicidad para el mayor número posible de beneficiarios, pero a costa del sacrificio de algunos. Es posible que la misión de Judas, un hombre mucho más decidido que el propio Cristo, sea la más difícil:


"—Tendrás la fuerza necesaria, hermano Judas, Dios te la dará porque es necesario que yo muera y que tú me traiciones. Nosotros dos debemos salvar el mundo. Ayúdame.

Judas bajó la cabeza y, al cabo de un momento, preguntó:

  —Si tú debieras traicionar a tu maestro, ¿lo harías?

  Jesús permaneció largo tiempo pensativo. Al fin dijo:

  —No, me temo que no. No podría hacerlo. Por eso, Dios me confió la misión más fácil: la de dejarme crucificar."


Otro personaje de gran interés en este drama es el de Mateo. Mateo es un escriba que se dedica a recopilar los hechos de los que es testigo. Claro que, como buen literato, no se priva de adornar la verdad, exagerando algunos episodios y eludiendo otros. El escritor no tiene reparos en manipular algunos eventos para que coincidan con los vaticinios de los profetas, usando del argumento típicamente religioso de que la verdad divina no tiene por qué coincidir con la verdad humana: la adulteración de los evangelios comienza en el mismo momento de su elaboración.

La versión cinematográfica de Martin Scorsese, con toda la polémica que suscitó (que no consiguió más que otorgar publicidad gratuita a la película), resulta ser la mejor versión que se ha filmado nunca de lo que pudo ser la vida de Jesucristo. Ya desde el primer minuto, un mensaje nos advierte de que se trata de una interpretación libre. En cualquier caso, aceptando que Jesús fue un personaje histórico, hay que concluir que en su época debió ser bastante irrelevante, dado que no existen testimonios fiables de su existencia por parte de los cronistas de la época. Así que, a pesar de los evangelios que fueron elegidos por la Iglesia como canónicos, lo cierto es que a un personaje tan oscuro históricamente como Jesucristo es lícito observarlo desde diversos prismas, sobre todo desde un punto de vista experimental y literario

 Lo mejor de la visión de Scorsese es que no se limita a ser fiel a la novela de Kazantzakis, sino que ofrece su propia versión de un personaje literario fascinante, con la ayuda de unos actores excepcionales. Si bien padece dudas constantes acerca de su condición divina, jamás lo hace respecto a su parte humana: Jesucristo es capaz de reir, de llorar, de enfadarse, de errar, de bailar en una boda y es presa de deseos sexuales, como cualquiera de nosotros. Pero ante todo le aterra la exigencia de tener que ser torturado y sacrificado, renunciar a la felicidad de un vida corriente en pos de un fin superior. Además, su existencia es campo de batalla entre Dios y el diablo, lo cual hace que muchas de sus elecciones sean confusas. ¿Cómo saber que quien habla no es el demonio disfrazado de Dios? Este es un problema que trajo de cabeza a los teólogos medievales y que casi le cuesta a la humanidad su presunta salvación. Magistal libro de Kazantzakis y magistral obra de Scorsese.

jueves, 18 de septiembre de 2014

DOCE CUENTOS PEREGRINOS (1992), DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. LATINOAMERICANOS EN EUROPA.

En el magnífico prólogo de Doce cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez cuenta el azaroso proceso de creación de este libro, que duró casi dos décadas. Los cuentos se escribían, se reescribían, se perdían entre otros papeles y volvían a encontrarse, practicando siempre el insaciable y abrasivo vicio de escribir de manera compulsiva, hasta alcanzar la perfección que siempre marca su estilo. Porque cada relato constituye una pequeña obra maestra de estilo que consigue el milagro de enlazar temáticamente con el resto. Se trata de narraciones que siempre tienen por eje las andazas de gente de Latinoamérica en Europa, ya hayan viajado al viejo continente por placer, por negocios, por devoción o exiliándose de su país. Son muy interesantes las palabras del escritor colombiano acerca de las diferencias entre cuento y novela:

" (...) el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarlo se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura."

En estos relatos García Márquez sigue fundamentalmente explorando las posibilidades que ofrece el realismo mágico, tanto que si se nos diera a leer alguno de ellos sin saber el autor, seguramente podríamos adivinarlo sin muchos problemas. Existe una constante en muchos de ellos: la presencia agazapada de la muerte, esa dama que a veces nos visita en el momento menos esperado, como en el relato El rastro de tu sangre en la nieve, donde asalta a una bella recién casada, después de que esta se pinchara accidentalmente el dedo con la espina de una rosa. En otros como La santa, la muerte se muestra de forma insólita, dejando incorrupto el cuerpo de una niña, cuyo padre sacrifica su existencia para ver reconocido el milagro por el papa de una iglesia desbordada por peticiones similares. También se coquetea con el género de terror, ejecutando una pieza tan inquietante como Solo vine a hablar por teléfono, en el que una situación cotidiana se transforma en una auténtica pesadilla. Otro de los más destacables es Buen viaje, señor presidente, cuyos protagonistas se hacen entrañables al lector por diversos motivos y que contiene una nada grata reflexión sobre la realidad de Hispanoamérica:

"El presidente suspiró. «Así somos, y nada podrá redimirnos», dijo. «Un continente concebido por las heces del mundo entero sin un instante de amor: hijos de raptos, de violaciones, de tratos infames, de engaños, de enemigos con enemigos»."

Merece la pena acercarse a estos Doce cuentos peregrinos, sin más pretensiones que la de leer literatura de exquisita calidad, comprobando que, a pesar de su fijación por ciertos temas y asuntos, la escritura de García Márquez posee la misma maestría cuando aborda un relato corto que cuando lo hace con una novela.

EL SECRETO DE LOS HERMANOS GRIMM (2005), DE TERRY GILLIAM. MALDICIONES ANCESTRALES.


Las narraciones orales, a las que posteriormente se denominó cuentos de hadas, aparecen prácticamente en todas las culturas humanas. Si bien en principio eran relatos de aprendizaje que se transmitían oralmente de generación en generación y empezaron a compilarse por escrito desde la Antigüedad. Los hermanos Grimm, que trabajaron ambos como bibliotecarios, se dedicaron a reunir leyendas del folklore alemán y a editarlas en forma escrita, quizá como una forma de reafirmación nacionalista frente al ocupante francés en la época de Napoleón. Lo más curioso es que paulatinamente tuvieron que ir cambiando el sentido de las narraciones para adaptarlas al público infantil. Los cuentos en su estado originario estaban repletos de crueldad y alusiones sexuales.


Decía Paco Alcázar, en una de las magníficas tiras que publica en la revista Cinemanía que el cine de Terry Gilliam es como “una empanada gigantesca que está buena y mala a la vez, que tiene efectos alucinógenos y que cuesta muchísimo de hacer”. Algo de eso hay en El secreto de los hermanos Grimm, el particular homenaje del director de Doce monos al mundo de los cuentos de hadas. Partiendo de una visión apócrifa de la biografía de los hermanos, nos los presenta como unos embaucadores que se ganan la vida engañando a la gente, salvándolos de espíritus y maldiciones imaginarias. El esquema que sigue Gilliam es similar al que describía el estudioso de los mitos Joseph Campbell en su ensayo El héroe de las mil caras:


"El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos."


El secreto de los hermanos Grimm adolece de lo mejor y lo peor del cine de Terry Gilliam. La historia está bien planteada, con dos timadores que de pronto se encuentran con que se enfrentan a  verdadera magia, a una auténtica maldición que no tiene nada que ver con los trucos que ellos usan habitualmente frente a los crédulos campesinos, pero la apuesta por una presunta espectacularidad en vez de por el desarrollo de los personajes lastra constantemente su ritmo. Es una lástima que este viaje a los orígenes del folklore popular, que sabe crear un adecuando clima de terror y misterio, al final acabe devorado por sus propios excesos. Además, dos actores de la categoría de Matt Damon y, sobre todo un Heath Ledger que pocos años después nos deleitaría con su interpretación del Joker en El caballero oscuro, no están a la altura, demasiado perdidos, sin encontrar jamás el tono de sus personajes.

lunes, 15 de septiembre de 2014

CINEMA PARADISO (1988), DE GIUSEPPE TORNATORE. LA PANTALLA Y LA VIDA.

La Segunda Guerra Mundial terminó hace poco. Nos encontramos en un pueblecito de Sicilia que trata de salir adelante mientras recuerda a sus muertos y desaparecidos. Uno de estos últimos es el padre de Totó, que fue devorado por la insensata campaña de Rusia, a la que se adhirió con entusiasmo Mussolini. A pesar de los problemas en casa, con una madre viuda a la que le cuesta sacar adelante su hogar, Totó es un niño feliz. Ha nacido despierto e inteligente y además ha descubierto el cine. Siempre que hay sesión en el cine del pueblo, el Cinema Paradiso, allí está Totó para contemplar, fascinado, las vidas ajenas que muestra la pantalla. No tardará en trabar amistad con el operador, Alfredo, un hombre que va a suplir a su padre y va a convertirse en su auténtico maestro.

Lo milagroso de Cinema Paradiso es su magistral utilización del cine dentro del cine. Hay momentos mágicos en los que nosotros, el público que asistía al cine Albéniz, compartiamos las emociones de lo que veían en pantalla los habitantes de Giancaldo, para los que el cine era algo más que un entretenimiento: era una vía de escape, el único medio de conocer otras realidades, de conocer historias en las que triunfa el amor puro y en las que el bien suele triunfar. Pero también les proyectan filmes de Roberto Rossellini y otros neorrealistas. Y entonces el pueblo experimenta una plena identificación con las imágenes que contempla, con la dureza del trabajo diario y el amargo fruto que este dispensa a veces a la gente más humilde. Y mientras tanto, en la sala de cine (en la de la película, no en la nuestra, nosotros estábamos hechizados), bulle la vida. La gente se siente partícipe de la historia que está contemplando, la vive en sus propias carnes, rie y llora con los personajes y aún tiene tiempo para gastar bromas pesadas a sus vecinos. En Cinema Paradiso la vida se muestra a muchos niveles y Tornatore implica emocionalmente al espectador sin mucho disimulo, como si éste también formara parte de la platea dentro de la pantalla.

Porque no hay que olvidar que la historia no es más que las imágenes de los recuerdos de un Totó maduro, un hombre de éxito que vive en Roma y que no ha vuelto a su pueblo ni siquiera para visitar a su anciana madre. El Totó adulto conserva la mirada pícara del niño que fue, pero también advertimos en él un poso de amargura, seguramente porque no ha vuelto a vivir la vida tan plenamente como en aquellos años. En cualquier caso, no cabe duda de que tiene que agradecer a Alfredo haberse convertido en la persona que es en ese momento. Como le pidió su mentor, tuvo que huir de Sicilia, tuvo que abandonar el sur para prosperar. Porque la maldición bíblica de la pobreza, la dureza del neorrealismo, ha seguido azotando esas tierras durante todos esos años. Tierras sin esperanza, pero en las que jamás faltan las alegrías primordiales de la vida. La demolición del Cinema Paradiso, el falso progreso de destruir un edificio histórico (al menos sentimentalmente histórico para los habitantes de Giancaldo) para construir un aparcamiento, es la imagen del desmoronamiento de los sueños de juventud. Por suerte el cine es inmortal. Siempre nos va a seguir haciendo compañía, renovando nuestras ilusiones, ofreciéndonos refugio temporal frente a las inclemencias de la vida diaria. Lo más parecido que tenemos al paraíso terrenal. 

domingo, 14 de septiembre de 2014

UN ESPEJO LEJANO. EL CALAMITOSO SIGLO XIV (1978), DE BARBARA W. TUCHMAN. GUERRA, PESTE Y CARESTÍA.

A veces me sorprendo cuando alguien asegura  que la época que estamos viviendo es la peor de la historia. Sería bueno que leyeran un poco de historia y se asomaran, por ejemplo, a la realidad del siglo XIV, repleto de calamidades, y que Barbara W. Tuchman estudia de manera tan magistral en este libro.

Según parece, la intención original de la historiadora era escribir una biografía acerca de unos de los personajes más interesantes del siglo, Enguerrand de Coucy, que fue el prototipo de caballero de la época. Vasallo del rey de Francia, los testimonios escritos que nos han llegado coinciden en mostrarlo como un ser muy apreciado por todos, incluso por sus enemigos. Coucy representa lo mejor y lo peor de una manera de entender la guerra, la de la caballería francesa, que pecaba de una insensata seguridad en sí misma, por lo que apenas atendía a las innovaciones bélicas y tácticas que empezaban a asomar para acabar con la forma de guerra medieval. A pesar de haber logrado victorias notables, la doctrina militar de aquel tiempo carecía de la sofisticación suficiente como para sacarles partido. El final de Coucy, después del desastre que supuso la batalla de Nicópolis, planteada como un firme intento de parar los pies a la expansión en Europa del sultán otomano Bayaceto, fue indigno de un caballero. Después de contemplar como los otomanos degollaban a casi todos sus compañeros prisioneros, que varias jornadas antes mostraban una imprudente confianza en su superioridad, fue encerrado hasta que se pagara un cuantioso rescate por su persona. Murió poco después en su cautiverio.

Pero sería erróneo definir Un espejo lejano como una mera biografía de Enguerrand de Coucy, porque el retrato del caballero no es más que una mera excusa para trazar un profundo fresco de la vida en uno de los peores siglos que ha conocido Europa. Fue un periodo marcado por la interminable Guerra de los Cien años, entre Francia e Inglaterra. Pero también por los estragos que causaba la peste negra, por el hambre que causaba en las clases más humildes la guerra y las malas cosechas, por la profunda crisis social y religiosa que acabó en un doloroso cisma entre Roma y Aviñón, por la violencia de las bandas de mercenarios que saqueaban al pueblo y por las sangrientas revoluciones a las que dio lugar todo ello. Para la mentalidad medieval tanta desgracia solo podía significar que Dios había abandonado al hombre a su suerte. Otros aseguraban que todos esos eventos tenían su lógica en la inminente llegada del Anticristo, ayudado por la proliferación de demonios y brujas y, por consiguiente, del fin del mundo.

El conflicto entre Francia e Inglaterra estuvo marcado por la dolorosa derrota francesa en la batalla de Poitiers (1356), que supuso la cautividad de la flor y nata de la caballería y del mismísimo monarca galo, por los que se pidió un rescate que hundió aún más la economía francesa durante años. En cualquier caso, los problemas internos que posteriormente asolaron a los ingleses y las nuevas tácticas defensivas francesas, obligadas por la escasez de su ejército, volvieron a equilibrar la balanza un par de décadas después. En una época en la que la idea de Estado-nación era todavía incipiente, los reyes debían negociar con los distintos señores las condiciones de cualquier campaña y a veces se producían traiciones dolorosas por parte de personajes tan nocivos como Carlos de Navarra. 

Lo cierto es que la principal víctima de la guerra era la gente más humilde, prácticamente abandonada a su suerte por los nobles y por la iglesia, cuando no masacrada por el terror de la peste negra, una plaga caprichosa, que podía acabar con el ochenta por ciento de los habitantes de un pueblo y respetar la villa vecina. Toda esta despoblación y miseria, con hombres y mujeres teniendo que dejar sus aldeas, soldados sin oficio cuando se firmaban las treguas y la población en general teniendo que hacer frente a través de impuestos cada vez más brutales a los gastos de los nobles y la iglesia, conformaban un cóctel explosivo que estalló en forma de brutales levantamientos revolucionarios "para destruir a todos los nobles de la Tierra y que así no haya más" y en la proliferación de las compañías francas, grupos organizados de excombatientes que se dedicaban a extorsionar territorios enteros y con los que nobles tenían que negociar para lograr apaciguarlos.

Era una edad crédula, bastante salvaje, anárquica y de costumbres bárbaras entre las clases populares:

"Entre los pasatiempos aldeanos, había uno en que los jugadores, con las manos atadas a la espalda, competían en matar a cabezazos un gato sujeto a un poste, con riesgo de que les desgarrase las mejillas o les saltase a los ojos. Las trompetas colaboraban a la excitación general. O bien un cerdo, metido en un corral ancho, era acosado por hombres con porras, con regocijo con los espectadores, mientras escapaba chillando hasta que, al fin, perecía a puros golpes. Las gentes medievales, habituadas a las tribulaciones y heridas, disfrutaban con el espectáculo del dolor, antes que sentirse repelidas por él. Los ciudadanos de Mons compraron a la población vecina un criminal para tener el placer de asistir a su descuartizamiento. Tal vez la dura infancia del Medievo produjo adultos que no concedían a los demás mayor importancia que la que ellos habían tenido en sus años de formación."

¿Y qué hacía la Iglesia ante este panorama? Podría parecer que la institución eclesiástica era la última esperanza de quienes lo habían perdido todo, que ofrecería consuelo a los más miserables. La realidad, salvo alguna excepción, era muy distinta. Jamás la Iglesia mostró una rapacidad semejante, una apetencia de bienes materiales tan desmesurada. El mismo papa Clemente VI, escandalizado, se expresaba en estos términos:  

"(...)¿qué predicaréis al pueblo? Si humildad, sois los más soberbios de la creación, hinchados, pomposos y suntuosos en lujos. Si pobreza, sois tan rapaces que todos los beneficios del mundo no os bastan. Si castidad... Pero callemos aquí, que Dios sabe lo que cada uno hace y cómo muchos de vosotros hartáis vuestra concupiscencia." 

Los intereses naturales de la Iglesia se encontraban claramente del lado de los más poderosos. Ambas partes se retroalimentaban. El noble se encargaba de la administración civil, de mantener una apariencia de orden y de recaudar los impuestos y el sacerdote tenía la tarea de amenazar con el infierno a quien no efectuara puntualmente el trabajo del señor, obedeciera las leyes o no pagase sus impuestos y diezmos. La gente del siglo XIV tenía una constante necesidad de comunicarse con Dios, pero no encontraba un mediador fiable en una Iglesia absolutamente corrompida, por lo que proliferaron sectas como los Begardos o los Hermanos del Espíritu Libre, además de las órdenes mendicantes en el propio seno de la Iglesia, que que predicaban una auténtica pobreza y una comunicación directa con Dios, sin mediadores interesados. El remate a las desgracias del siglo fue el cisma y la coexistencia de dos papas, lo que confundía a la gente humilde, que no sabía que partido tomar. Si la Tierra era un valle de lágrimas y la única esperanza estaba en seguir las enseñanzas de la Iglesia para alcanzar la vida eterna tras la muerte, ¿cómo saber cual era la iglesia verdadera? ¿y si siguiendo a uno de los papas se cometía herejía y se enfurecía a Dios? La principal virtud del libro de Tuchman es conseguir que el lector se ponga en el lugar de estos seres desvalidos, se estremezca experimentando los sucesos de una las épocas más oscuras de la humanidad y, sobre todo, agradezca no haber nacido por aquel entonces.

viernes, 12 de septiembre de 2014

ROBOCOP (2014), DE JOSÉ PADILHA. EL HOMBRE DE HOJALATA.

Al día siguiente de la muerte de Emilio Botín, los medios ya hablan del gran reto de su sucesora: elevar los beneficios, seguir recaudando dinero en progresión geométrica. Un año con beneficios, pero con menos beneficios que el anterior, es un fracaso que debe ser solventado con despidos y cierres de oficinas. Algo de esto hay en la filosofía de la multinacional OmniCorp, empresa que domina el mercado de armamento de alta tecnología para el ejército de Estados Unidos, amasando millones con los contratos de robots-policías para mantener el orden en paises controlados por la superpotencia por todo el mundo. Pero los directivos de OmniCorp no son felices. Existe una ley del Congreso que impide que esta tecnología se utilice en territorio americano y cada minuto que pasa con esta ley vigente, ellos dejan de ingresar muchos millones de dólares , lo que les hace sentirse muy desgraciados, porque podrían ser un poco más ricos si los congresistas entraran en razón.

Bajo esta premisa comienza la nueva versión de Robocop, película que, aun tratándose de un remake, quiere guardar algunas distancias con su predecesora. Aquí la historia se centra casi por completo en los sentimientos del protagonista, un policía que, después de sufrir un brutal atentado, y de hombre libre se ve transformado en un producto, en un híbrido entre humano y máquina que constituye la gran esperanza de OmniCorp para ablandar los corazones del pueblo americano y se permita que sus robots también patrullen las ciudades estadounidenses. Todo sea por sacar a los criminales de las calles. Ni que decir tiene que los métodos de OmniCorp no son muy respetuosos con los derechos civiles: se basan en el control de cientos de miles de cámaras de videovigilancia y el escaneo continuo de los ciudadanos, para comprobar que están limpios.

Así pues, Murphy, el policía, deberá ser a partir de ahora el emblemático Robocop, una especie de monstruo de Frankenstein aturdido y conmocionado, que no sabe si agradecer o maldecir al doctor Norton (un sobrio Gary Oldman), el genio responsable de su resurrección, su nueva y terrible condición. Solo por la escena en la que al pobre Murphy le quitan la armadura y comprueba que solo le han quedado intactos la cabeza, una mano y algunos órganos vitales, ya merece la pena asomarse a la película. Además, su cráneo se puede abrir fácilmente para que los técnicos de la empresa le puedan manipular el cerebro a gusto. ¿Dónde está el límite de lo humano? ¿Hasta que punto este personaje mutilado sigue teniendo la misma identidad de que gozaba como persona?

Si comparamos el Robocop de 2014 con la versión original de Paul Verhoeven, esta sale claramente ganando, por su originalidad, por su irónico sentido de la violencia y por su retrato de un mundo sin muchas esperanzas, dominado por la empresa privada y por una omnipresente publicidad (esos telediarios...). En la versión del director de Tropa de élite, esta ironía queda concentrada en las apariciones de un histriónico Samuel L. Jackson como una especie de telepredicador empresarial (¿llegará algún día ese oficio a hacerse realidad?) y la violencia ha bajado bastantes enteros, pareciéndose a veces las escenas de lucha más a la pantalla de un videojuego que a una pelea real, quizá para describir la sensación de irrealidad que en todo momento está viviendo el personaje principal. Además Verhoeven proponía un viaje diferente y más interesante para el protagonista: al principio su mente era la de un robot y poco a poco, a base de recuerdos fugaces, debía ir reconstruyendo su humanidad. Hubiera sido un error que Padilha repitiera el argumento tan al pie de la letra, por lo que ha optado por adentrarse en los límites identitarios entre hombre y máquina, consiguiendo unos resultados irregulares, pero bastante más interesantes de lo que hicieron ver en su momento las rigurosas críticas que se dedicaron a esta película. 

jueves, 11 de septiembre de 2014

ULTIMÁTUM A LA TIERRA (1951), DE ROBERT WISE. EL EQUILIBRIO CÓSMICO.

A principios de los años cincuenta la Guerra Fría se había consolidado ya como un conflicto irresoluble entre los antiguos aliados de la Segunda Guerra Mundial. Hacía poco que se sabía que la Unión Soviética había obtenido la bomba nuclear y los puentes entre Truman y Stalin estaban prácticamente rotos. Es paradójico decirlo, pero si ambas superpotencias no llegaron a entrar jamás en combate de forma directa fue porque la destrucción mutua, como se había probado amargamente pocos años antes en Hiroshima y Nagasaki, estaba más que asegurada. Con este panorama se fomentaban las amenazas, se alentaba la guerra en escenarios más o menos remotos (Corea fue el primer ejemplo) y la tensión hacía vivir a los ciudadanos pensando en la posibilidad cierta de sufrir una horrible muerte abrasados en un infierno nuclear. No eran pensamientos descabellados. Más de una vez se estuvo cerca del desastre y no había fuerza en este mundo capaz de mediar entre tan poderosos contendientes.

En aquella época alguna mente privilegiada de Hollywood, basándose en los cientos de relatos de Ciencia Ficción que proliferaban en esos años, debió pensar que la única solución tendría que provenir de fuera, de nuestros vecinos del espacio. Y así comienza una historia inquietante, que debió inquietar a muchos espectadores de la época. Ultimátum a la Tierra comienza con una alerta: se acerca un objeto no identificado a la atmósfera de nuestro planeta. El Ovni aterrizará en Washington, ante la espectación del mundo entero. De su interior surge un ser antropomorfo, con todos los rasgos humanos. Aunque viene en son de paz, no se libra de conocer desde primera hora como nos las gastamos en la Tierra: recibe un disparo en un brazo y hay que trasladarlo al hospital.

Pronto Klaatu va a desvelar el objeto de su misión. Desde su planeta se ha detectado el uso de armas nucleares en nuestro planeta, un factor que podría desestabilizar la paz galáctica. Como es imposible reunir a los dirigentes de todos los países en una sola habitación, al extraterrestre se le ocurre hablar con una representación de los mejores científicos, sin duda gente mucho más racional y comprensiva que los políticos. Su mensaje es tan claro como contundente: la advertencia de que si los hombres no ponen fin a sus conflictos, el planeta será destruido. Se trata de una paz obligatoria, impuesta por unos seres mucho más poderosos, cuyo representante actúa con toda la diplomacia que da de sí su paciencia, que no es infinita, pero con firmeza. Su partida después de pronunciar su discurso es toda una metáfora de la espada de Damocles que estaba suspendida sobre el mundo en aquellos momentos. Para las dos superpotencias, recurrir a la violencia era lo mismo que suicidarse.

Visionar Ultimátum a la Tierra en una sala de cine sigue siendo una experiencia estimulante, aun en nuestros días. Puede que sus efectos especiales hayan quedado muy anticuados, que el robot Gort no nos impresione tanto como a los espectadores de hace sesenta años o que muchas de sus situaciones sean un poco ingenuas, pero el tono que da Wise a la historia sigue ejerciendo un inmenso poder de fascinación, quizá porque el extraterrestre no logra comprender jamás del todo la forma de actuar de los humanos y se pasa media película oculto o huyendo, bebiendo buena parte de su argumento del mejor género negro con toques de terror. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO (2012), DE MARIO VARGAS LLOSA. ¿EL FIN DE LA CULTURA?


El sábado pasado el suplemento cultural Babelia incluía como reportaje principal un pequeño recorrido por una nueva tendencia literaria, que tiene al escritor noruego Karl Ove Knausgard como su máximo exponente, consistente en libros autobiográficos que exhiben la más recóndita intimidad sin ningún pudor. Así, Knausgard se ha ganado varias denuncias por parte de familiares por describir con todo detalle los episodios más sórdidos de sus vidas. Ayer mismo en El País encuentro la noticia del lanzamiento del videojuego Destiny, cuya realización ha costado la friolera de 380 millones de euros y que es calificado como el producto cultural más caro de la historia.

Son solo dos ejemplos, muy representativos de los tiempos que estamos viviendo. Mario Vargas Llosa comienza su ensayo sin medias tintas: asegurando categóricamente que el fenómeno que hasta ahora hemos conocido como cultura está a punto de desaparecer. Hasta hace algunos años dentro de la valoración de cultura entraban solo las obras más excelsas de escritores, pintores o músicos. Existía la figura del crítico, especialista en valorar las distintas obras y calificarlas. Y sobre todo existía la figura del intelectual influyente, aquel que gozaba del prestigio suficiente como para escuchar su voz en momentos de crisis. Cualquiera podía acceder a la cultura, pero sabía que ese viaje le iba a requerir un esfuerzo, que la complejidad de las obras a las que pretendía acceder suponía concentrar todo su intelecto en las mismas. Actualmente, el concepto se ha degradado tanto que cualquier manifestación de masas es considerada dentro del ámbito cultural: los videojuegos, la música más vendida, la gastronomía, las pasarelas de moda e incluso, por qué no, los cotilleos de la prensa del corazón. Se trata de una banalización brutal:

"La diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el entretenimiento de hoy es que los productos de aquella pretendían trascender el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras, en tanto que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y desaparecer, como los bizcochos o el popcorn. Tolstói, Thomas Mann, todavía Joyce y Faulkner escribían libros que pretendían derrotar a la muerte, sobrevivir a sus autores, seguir atrayendo y fascinando lectores en los tiempos futuros. Las telenovelas brasileñas y las películas de Bollywood, como los conciertos de Shakira, no pretenden durar más que el tiempo de su presentación, y desaparecer para dejar el espacio a otros productos igualmente exitosos y efímeros. La cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura.

(...) Para esta nueva cultura son esenciales la producción industrial masiva y el éxito comercial. La distinción entre precio y valor se ha eclipsado y ambas cosas son ahora una sola, en la que el primero ha absorbido y anulado al segundo. Lo que tiene éxito y se vende es bueno y lo que fracasa y no conquista al público es malo. El único valor es el comercial. La desaparición de la vieja cultura implicó la desaparición del viejo concepto de valor. El único valor existente es ahora el que fija el mercado."

Quizá el del premio Nobel sea un discurso un tanto apocalíptico, aunque es indudable que muchas de sus afirmaciones dan en el clavo: ya no existen los grandes intelectuales que eran referente para mucha gente, el arte ha degenerado hasta el punto de que cualquier instalación (recordemos a Damien Hirst y su tiburón en formol), por muy aberrante que sea, puede ser vendida por millones de dólares si el artista cuenta con un buen equipo de marketing. Además, el nivel de la política es decididamente penoso, mientras que a los grandes escritores y científicos cada vez se les presta menos atención en este mundo tan comunicado y a la vez tan superficial.

Hoy día imperan las noticias que apelan a los instintos más bajos del espectador. Entre declaraciones vacías de políticas, los telediarios se llenan de pederastas y violadores, porque el miedo y la indignación que producen las acciones de estos individuos vende. No importa que las informaciones no estén contrastadas. Importan más la velocidad y el impacto de lo que vemos por televisión. El fútbol acaba anestesiando a la gente en un mundo que se mueve por decisiones que toman individuos a los que nadie ha elegido y que inyectan un miedo paralizante. Ante esto, la voz del intelectual o aplaude al poder o se queda clamando en el desierto. Estamos en un mundo dominado, además de por las de los agentes económicos, por las decisiones de las agencias de publicidad. Los ciudadanos son más estudiados que nunca, se evalúan sus necesidades y se les crean otras ficticias. Lo importante es que el pensamiento esté siempre distraido, divagando en busca de la siguiente diversión inmediata y efímera. Ya no hay tiempo para el pensamiento profundo.

Si hubiera que ponerle un pero a La civilización del espectáculo sería la gran variedad de temas que esboza y que darían para otros varios ensayos completos: las relaciones del Estado con la religión, las nuevas formas de lectura, la influencia de internet en nuestras vidas (valiéndose de una referencia a Superficiales, de Nicholas Carr)... Pero las palabras de un sabio como Mario Vargas Llosa son siempre dignas de ser escuchadas. Es curioso que en los distintos capítulos del libro se apoye en otros textos suyos publicados hace años en su magnífica serie periodística Piedra de toque, pertenecientes a una época en la que estaban desarrollándose los factores que iban a dar lugar a la apocalíptica realidad actual. 

Personalmente, habiéndo leído el texto con atención y debatido con los compañeros, creo que queda una rendija de esperanza, que puede agrandarse con facilidad: después de todo el acceso a la cultura (a la gran cultura, a la cultura de siempre) nunca ha sido más sencillo. Ahora encontrar cualquier libro, escuchar a cualquier compositor y visitar, aunque sea virtualmente, cualquier exposición, está al alcance de cualquiera. Solo falta que se estimule a la gente a aprovechar tan inmensas ventajas frente a los productos de mero entretenimento, que en todo caso son compatibles con la cultura de toda la vida. Aunque no sea una actividad tan divertida, el estímulo intelectual es infinitamente más provechoso.

lunes, 8 de septiembre de 2014

HERIDA (1992), DE LOUIS MALLE. EL INFIERNO DE LA PASIÓN.

Stephen Fleming es el tipo de hombre que podríamos definir como un triunfador. Alto cargo del gobierno conservador británico, Stephen es también un perfecto padre de familia, que goza de una vida privada sin sobresaltos, junto a su discreta y opulenta esposa (una Miranda Richardson que estuvo nominada al Oscar por este papel). Parece una persona que encaja como un guante en el tipo de imagen pública que todos quisiéramos transmitir ante la sociedad. Un hombre atractivo, elegante, familiar, cuya carrera política está en alza. Este tipo de existencia podría parecer un paraíso para cualquiera, la culminación de un existencia ejemplar, pero en su interior Stephen sabe que le falta algo. Para él su vida no es más que un apacible purgatorio sin muchas emociones. Su propio hijo se queja, en una vida familiar, de haber tenido una infancia tan perfecta como vacua. Stephen podría suscribir esas palabras, pero sabe que debe callar y seguir sonriéndole a su suerte.

Todo va a cambiar cuando conozca a Anna, la novia de su hijo. Malle solo tiene que filmar un perturbador intercambio de miradas entre ambos personajes para que el espectador se sienta partícipe de una pasión tan descabellada como irresistible. Anna es una mujer muy hermosa y algo perturbadora, atormentada por un dramático suceso de su pasado. Lo que surge entre ambos es una relación volcánica y casi enteramente sexual. Stephen siente que tiene que poseer a su objeto de deseo y no le importa poner en peligro los basamentos de su existencia para conseguirlo: su obsesión por esta mujer es tal, que no le importa tirar toda una vida de éxitos por la borda y herir a sus seres más queridos para estar con ella. Algo que hubiera sido impensable solo unos días antes, cuando aún no había cruzado la raya de esa locura que es para él una pasión desmedida como nunca había conocido.

Como es bien sabido, todo pecado tiene sus consecuencias. Un político triunfador, maniático del control y del trabajo, se deja arrastrar por sus instintos más primitivos. Por unos minutos de placer, arrastra noches enteras de remordimiento, de traición a sus principios. No le importa. Es capaz de abandonar momentáneamente sus responsabilidades políticas en Bruselas y coger un tren a París para echar un efímero polvo en un portal con su amante. Todo este placer prohibido, esta excitación de tener una vida oculta acabará pidiendo cuentas a Stephen de la manera más dramática posible. Una pregunta queda en el aire ¿se arrepentirá de sus acciones o pensará que todo mereció la pena? ¿será que Stephen solo empezó a vivir cuando conoció a Anna? Louis Malle filmó una adaptación muy sobria de la novela de Josephine Hart, plena de erotismo y con un Jeremy Irons que llena la pantalla con una actuación tan memorable como de costumbre, cuya conclusión podría ser ésta: el hombre jamás llega a conocerse a sí mismo. 

sábado, 6 de septiembre de 2014

LA MUJER JUSTA (1980), DE SÁNDOR MÁRAI. LOS DISCRETOS AMORES DE LA BURGUESÍA.

Después de haber releído el año pasado El último encuentro, esta novela me confirma que Sándor Márai fue uno de los grandes novelistas centroeuropeos del siglo pasado. Aunque bastante menos equilibrada que aquella, La mujer justa sigue siendo por méritos propios una lectura fascinante, una narración íntima sobre la caída de una clase social que quería ser eterna e inmutable. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/09/la-mujer-justa-de-sandor-marai.html

UNA PARTIDA DE CAMPO (1881), DE GUY DE MAUPASSANT Y DE JEAN RENOIR (1936). EL FINAL DE LA INOCENCIA.

Nos encontramos en pleno siglo XIX, en una época de relativa paz, dominada por un orden burgués que se enriquece explotando a su mano de obra barata. No todos son grandes señores. También existen pequeños propietarios, modestamente prósperos, que pueden permitirse algún pequeño lujo de vez en cuando, como pasar una jornada en el campo una vez al año. Ya en aquella época se hablaba de la contaminación en la ciudad y de los beneficios de respirar el aire puro campestre: 

"Habían cruzado luego el Sena por segunda vez y, en el puente, se había producido el encantamiento. El río resplandecía de luz; absorbida por el sol, se alzaba del agua una neblina, y se sentía una dulce quietud, un benéfico frescor al respirar por fin un aire más puro, no corrompido por el humo negro de las fábricas o los miasmas de los vertedero."

Según dice George Steiner en En el castillo de Barba Azul, después de la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, se instaló en Europa una especie de gran aburrimiento protagonizado por el triunfo de la burguesía. Bajo una sólida de capa de solemnidad se esconde la frustración de quienes viven en una cárcel dorada, de quienes han de seguir los convencionalismos sin hacer preguntas. Algo especialmente acentuado en la vida de las mujeres. La muchacha protagonista va a ser víctima de un matrimonio concertado pequeño-burgués. En su inocencia, ella no se cuestiona nada, ni siquiera conoce las terroríficas sensaciones de la pasión hasta que no se produce ese breve encuentro con Henri, habitante del campo, no carente de buenos modales, pero capaz de acciones mucho más primitivas y básicas que quienes suelen rodearla:

"La muchacha seguía llorando, embargada de muy dulces sensaciones, con la piel ardorosa y unos cosquilleos desconocidos por todo el cuerpo. La cabeza de Henri reposaba en uno de sus hombros; y, bruscamente, la besó en los labios. Ella se rebeló furiosa y, para evitarle, se echó hacia atrás. Entonces él se le arrojó encima, cubriéndola con todo su cuerpo. Buscó largo rato la boca que se le hurtaba y, tras encontrarla, pegó la suya en la de ella. Entonces, loca de un intensísimo deseo ella le devolvió el beso apretándole contra sí y toda su resistencia se vino abajo, como aplastada por un peso demasiado fuerte."

La pasión y posteriormente el amor puro provienen de lo que hoy calificariamos como agresión sexual: de pronto el orden burgués de las cosas queda suspendido en medio del ambiente campestre. La muchacha se relaja, abandona momentáneamente su papel social y se deja llevar por un instinto desconocido. Como es lógico, esta es una experiencia que la deja marcada, quizá el momento en el que se ha sentido más viva.

La adaptación cinematográfica de Renoir, que dicen inacabada, es un prodigio de sencillez, donde el director homenajea los cuadros de su padre, el impresionista Auguste Renoir, aunque también pueden apreciarse algunos esbozos picassianos, si transformamos a los dos muchachos en dos faunos del bosque. En esta película es primordial el retrato del paisaje, que se convierte en algo sensual que envuelve a la protagonista, siendo la única música el canto del ruiseñor. Pocas adaptaciones son tan fieles al original literario hasta el punto de devenir en un complemento imprescindible a la lectura del cuento de Maupassant que, como en todas las buenas narraciones, su mensaje va mucho más allá de las meras palabras escritas.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

DARK CITY (1998), DE ALEX PROYAS. LA CIUDAD DE LAS ALMAS ERRANTES.

Dark City es una de esas obras que, casi desde el mismo instante de su estreno, adquirieron el calificativo de película de culto. Yo llegué a verla en el cine por aquellas fechas y me pareció una propuesta diferente y rompedora, difícilmente clasificable. Recuperándola quince años después, uno se da cuenta de la influencia que ha ejercido, pero también advierte que a su vez Proyas bebió de muchas fuentes que le precedieron. Es evidente que lo primero que llama la atención de cualquier espectador es su cuidada estética y la arquitectura de una ciudad cambiante que es un personaje más de la historia, quizá el más importante.

El ambiente permanentemente nocturno y siniestro de la urbe donde transcurre Dark City condiciona el comportamiento de sus habitantes, seres perdidos y pemanentemente confusos por la manipulación a la que son sometidos por los últimos miembros de una raza extraterrestre casi extinta (no estoy desvelando nada, la voz en off del principio informa de todo esto), que cambian la identidad de la gente cada doce horas. Quien era pobre puede despertarse rico y el asesino puede devenir en altruista, todos con los pertinentes recuerdos de un pasado coherente, aunque sin poder evitar una borrosa sensación de irrealidad, la misma que le llega a un espectador, cuya mejor baza consiste en dejarse llevar por el ambiente onírico y pesadillesco que está presente en todo el metraje, sin olvidar las obvias referencias al cine negro más clásico.

El de la propia identidad es uno de los planteamientos filosóficos más interesantes que propone la película de Proyas. Durante el debate en Más Libros Libres salió a colación algunas teorías famosas e inquietantes, como la del cerebro en una cubeta o la hipótesis de la Tierra de cinco minutos. Todas tienen que ver con el solipismo, con esa extraña creencia que a todos nos ha asaltado alguna vez de ser la única persona viva en el universo, siendo todo lo demás una manipulación de nuestra propia mente o de un agente externo, una idea muy antigua que está presente en obras como La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Así debe sentirse John Murdoch, después de despertarse en una bañera junto a un cadáver y ser acosado sin descanso por unos seres que recuerdan muchísimo a los Hombres Grises de la novela Momo, de Michael Ende.

En cualquier caso, estos Hombres Grises andan un poco despistados buscando nada menos que el alma humana, que creen la llave de una nueva oportunidad para su raza. Una búsqueda poco científica para unos seres tan poderosos que son capaces de manipular la materia. Quizá debieran haber centrado sus esfuerzos en tratar de comprender el funcionamiento de nuestra inteligencia emocional, aunque en un laboratorio tan tenebroso estas no consigan manifestarse con demasiada naturalidad. Esa disposición humana a la naturaleza (siempre en espacios abiertos, con aire puro y sin especies hostiles) se hubiera exteriorizado a sus anchas en la anhelada Shell Beach, a la que pretende llegar a toda costa su protagonista. Y una pequeña divagación para concluir: ¿por qué en el cine de ciencia ficción se mira siempre con lupa las similitudes con otras obras, como si la originalidad fuera el valor supremo? Nunca he visto que se dejara de valorar una película del Oeste porque su argumento se pareciera al de otras cientos. Hay temas que deben ser explorados y es interesante que distintos directores nos ofrezcan sus puntos de vista acerca de los mismos. 

martes, 2 de septiembre de 2014

MARGIN CALL (2011), DE J.C. CHANDOR. LA MANO INVISIBLE EN LA OSCURIDAD.

A una de esas grandes empresas dedicadas al sector de la finanzas que abundan en Nueva York, llegan unos visitantes incómodos. Porque si a algo temen los aspirantes a amos del universo es a los trabajadores de esas subcontratas dedicadas a despedir al personal en las que trabajaba el protagonista de Up in the air. Algo extraño puede olerse en el ambiente. Pero los supervivientes son motivados: se abre un mundo de oportunidades ante ellos. Los que se han ido, son el pasado. Hay que mirar hacia el futuro. Pero el futuro es mucho más tenebroso de lo que podría esperarse. Uno de los despedidos, veterano del departamento de riesgos, le entrega un pendrive a una de las jóvenes promesas de la empresa. Los datos que se muestran en el mismo, son concluyentes: la compañía, una de las glorias de Wall Street, está a punto de quebrar. Según las cuentas, puede ser engullida por un agujero de billones de dólares que se llevaría por delante buena parte del sistema financiero: son las famosos bonos basuras basados en hipotecas suscritas por gente que difícilmente iban a pagarlas.

Con esta premisa, Margin Call realiza uno de los más estremecedores retratos del capitalismo que se han visto en la pantalla grande. La patata caliente de la inminente catástrofe va subiendo por el escalafón jerárquico hasta el jefe supremo. Poco a poco vamos enterándonos de cuanto gana cada uno al año: los sueldos van desde los 250.000 hasta más de ochenta millones de dólares. Y lo que más estupefacción produce es que señores que ingresan esas obscenas cantidades de dinero ni siquiera conocen los entresijos de su trabajo diario. Ellos se limitan a apretar botones, a transferir millones de dólares en bonos, pero ninguno sabe muy bien lo que está haciendo. Es la teoría de la mano invisible de Adam Smith llevada hasta sus últimas consecuencias: como nadie controla nada ni es capaz de conocer lo que sucede cada minuto en cada rincón del mundo, no hay responsables. El casino global no cuenta con un director que pare el juego cuando haya peligro de que salte la banca. El Gobierno tiene tan poco que ver con todo esto que apenas es nombrado en la película.

Todo transcurre en una noche aciaga, con un ambiente casi de juicio final, en la que hay que tomar decisiones rápidas para que el marrón sea transferido de la compañía a los cándidos inversores. Y los trabajadores que deben cumplir estas instrucciones de venta fraudulenta, obedecen. Algunos muestran remordimientos, pero cumplen las órdenes sin rechistar, ya que hace tiempo que vendieron su alma. Entre ellos hay alguno que recuerda su pasado como ingeniero, cuando utilizaba su inteligencia en pos del bien común. Otros se estremecen cuando reflexionan acerca de los resultados obtenidos tras treinta años al servicio de la empresa. Pero por encima de todos está John Tuld (un soberbio Jeremy Irons, que se come la pantalla, sin desmerecer en absoluto el magnífico trabajo del resto del elenco), el director general de la compañía, el tiburón supremo, que seguramente de joven arrancó la palabra ética del diccionario para iniciar su meteórica carrera hacia el Olimpo de los millonarios. Tuld es el frío ideólogo de la solución radical para salvar a la empresa a costa del ahorro de miles de personas humildes, el darwinista supremo que se ha adaptado al entorno financiero con la misma maestría que lo hacía en sus tiempos Gordon Gekko. Su lenguaje es tan lapidario como el del protagonista de Wall Street. No se hace uno inmensamente rico favoreciendo a la sociedad, sino venerando todos los días con fervor a la diosa Codicia.

Posiblemente con los años Margin Call se convierta en la película emblemática de los años de la gran crisis, la que mejor retrate la labor de estos prestidigitadores de lujo, capaces de vender puro humo a sus clientes sin pestañear. 

lunes, 1 de septiembre de 2014

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN SEPTIEMBRE. EL LECTOR CONTEMPLA LA VIDA DE OTRA MANERA.

"The reader sees life differently", es el título de esta magnífica ilustración de Michael Hirshon. A primera vista cualquiera diría que el protagonista de la imagen muestra aires de superioridad, elevándose por encima de todo, pero no es así. Más bien parece un personaje soñador, de los que son capaces de observar la realidad desde un punto de vista privilegiado y (eso no hace falta que lo diga yo, porque es evidente), de los que no se separa jamás del libro que esté leyendo. Un vividor de múltiples vidas, en suma, que puede contemplar la vida a su manera y a la de otros, sin dejar de ser él mismo. ¿Qué otro invento humano ofrece más a cambio de tan poco?

En los clubes de lectura malagueños toman gozoso protagonismo los clásicos, junto a otros volúmenes más recientes, también de gran calidad:

El club de lectura de la Biblioteca Provincial se reanuda a mediados de mes (cuando por fin parece que se normalizan los horarios de las bibliotecas), comentando la lectura que propusimos para este verano, un nuevo homenaje a Gabriel García Márquez con sus Doce cuentos peregrinos.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, un autor habitual en los lotes del Centro Andaluz de las Letras, Sándor Márai con La mujer justa.

Respecto al club de lectura de Más Libros Libres, aún no es seguro si se va a leer este mes Rojo y negro de Stendhal, como estaba programado, o se va a dejar para octubre. Si así fuera, sería sustuido por una selección de cuentos de Julio Cortázar, para conmemorar su centenario. Para quienes requieran información más detallada, pueden escribirme.

En el club de lectura de ensayo de Más Libros Libres, traemos a colación una obra interesantísima, acerca de nuestra idea actual de lo que es arte y cultura en general: La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa.

Y sin dejar Más Libros Libres, en su club de visionado obligatorio (ya saben, hay que traer la película vista en casa), celebraremos un esperado debate en torno a la obra de culto de ciencia ficción, filmada por Alex Proyas, Dark City.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, apuestan por un autor complejo y genial. Juan Benet con su conocida novela Volverás a Región.

En los dos clubes del Centro Andaluz de las Letras se rinde homenaje a uno de nuestros grandes escritores (mi preferido), Benito Pérez Galdós con dos de sus obras más conocidas, dos auténticas obras maestras: Tristana y Miau.

En el club de lectura de la Casa del Libro, una novela del escritor alemán de origen judío Fred Uhlman, que tenía ganas de leer desde hace tiempo: Reencuentro, sobre la difícil amistad entre un muchacho judío y uno ario en la Alemania de los años treinta.

En el club de lectura de la Fnac Málaga, otra obra de un autor que todavía no he leído y tengo pendiente desde hace tiempo: La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth.

Y por fin, en el ciclo Literatura y cine de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, debatiremos sobre hombres y máquinas a través de la película de Steven Spielberg Inteligencia artificial, basada en un relato de Brian W. Aldiss. 

Que tengan un buen comienzo de curso. Ya saben que en los clubes de lectura cuentan siempre con un refugio donde contemplar la vida de muchas maneras distintas.