lunes, 31 de marzo de 2014

NOSTALGIA (1993), DE MIRCEA CARTARESCU. LA RUMANÍA ONÍRICA.

Pocas veces queda uno tan deslumbrado, cuando comienza a leer una colección de cuentos, como cuando culmina el primero de los relatos, El ruletista, y piensa que está ante un verdadero maestro poco conocido en nuestro país. Luego, la lectura del resto de las páginas, hace que esta primera impresión tan contundente sea matizable, porque el nível no se mantiene. Pero, sorprendentemente, la calidad remonta de nuevo en el último cuento, como si formara un grueso caparazón que, junto al primero, envolviera al resto del libro, para que no se le escaparan las inmensas oleadas de nostalgia por la infancia que se hallan omnipresentes en la parte intermedia del volumen.

Uno puede acercarse a Cartarescu esperando encontrar una crónica terrible de la juventud que le tocó vivir, la de los últimos años de Ceaucescu, la de la Rumanía siniestra que tan magistralmente se retrata en Cuatro meses, tres semanas y dos días, pero eso es como si un lector que no conociera muy bien la literatura española esperara hallar una diatriba contra Franco en cada una de las páginas que se escribieron en ese periodo, como si el autor no tuviera derecho a despegarse de la realidad. Además, Cartarescu tenía que luchar contra una censura feroz, capaz de mutilar todos y cada uno de sus cuentos, por lo que era mejor alejarse de la política y abordar un mundo que tenía más que ver con algunos de sus ídolos literarios, como Borges (con el que es evidente que la deuda del autor es inmensa) o Kafka. Tal y como relata en una entrevista concedida al diario El País, refiriéndose a los años finales del comunismo en Bucarest:

 "Bueno, los tiempos eran terribles, pero por entonces yo vivía más en los libros que en la realidad y despreciaba la locura política del comunismo rumano, que en realidad era una forma de fascismo. En realidad sentía que el régimen me había robado la juventud. En cuanto a mi literatura, no ha cambiado en absoluto desde cuando tenía veinte años y ahora. No depende (aunque le influya) de los cambios políticos. Mis temas siempre han sido los mismos: yo y mi mundo, que tiene el diámetro de mi cráneo."

Porque la literatura también sirve para tomar distancia frente a una realidad asfixiante. Incluso pueden descartarse las excusas para el relato autobiográfico, tal y como asegura la voz narrativa de El ruletista:

"(...) la literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo. Con las primeras líneas que despliegas en la página, en esa mano que sujeta la pluma entra, como en un guante, una mano ajena, burlona, y tu imagen, reflejada en el espejo de las páginas, se escurre en todas direcciones como si fuera azogue, de tal manera que de sus burbujas deformadas cristalizan la Araña o el Gusano o el Fauno o el Unicornio o Dios, cuando de hecho tú solo querías hablar sobre ti. La literatura es teratología."

Teratología, la ciencia de las criaturas anormales, de aquellos seres que nos inquietaban en en esa maravilla cinematográfica firmada por Tod Browning titulada Freaks (en España, La parada de los monstruos). El protagonista de El ruletista podría ser uno de estos monstruos, un ser que triunfa en los bajos fondos de Bucarest jugándose la vida en el mercado subterráneo del juego de la ruleta rusa, un juego tan definitivo que en él se apuesta lo más preciado, o como Egor, el ser deforme de REM. Precisamente este REM casi puede calificarse de novela corta, debido a su longitud. Es una narración desconcertante, asfixiante en muchas de sus páginas, totalmente heredera de Borges menos en una de las características principales de los cuentos del maestro: su brevedad. Lo que se cuenta en REM, el argentino lo hubiera condesado magistralmente en cuatro o cinco páginas y le hubiera quedado un relato con mucha más fuerza que la fatigosa desmesura de Cartarescu. Las narraciones precedentes, El Mendébil y Los gemelos son los principales valedores del título del conjunto de relatos, Nostalgia. Cartarescu transmite en sus páginas, impregnadas de realismo mágico, las sensaciones de la infancia, cuando el pequeño mundo donde transcurre la existencia de cada uno y los amigos de aquella época, se convierte en un universo fantástico donde todo es posible y en el que pueden respirarse bocanadas inmensas de felicidad, por más que estas estén impregnadas a veces de matices siniestros. 

El último cuento, El arquitecto, recupera la maestría absoluta de El ruletista y nos vuelve a contar la historia de un personaje obsesivo, cuyas acciones van a tener finalmente unas repercusiones absolutamente insospechadas. Si quieren acercarse con prudencia a Cartarescu, recomiendo leer primero el volumen que sacó Impedimenta dedicado solo a El ruletista. A partir de aquí, si esta experiencia les parece tan gozosa como a mí, pueden ir acercándose al resto de su producción, sabiendo que los dedicados a la nostalgia no cuentan con un artefacto narrativo tan ágil, aunque la escritura del autor rumano siempre es primorosa, hija del aprendizaje de los mejores maestros. 

jueves, 27 de marzo de 2014

BREAKING BAD (2008-2013), DE VINCE GILLIGAN. EL EXTRAÑO CASO DEL PROFESOR WHITE Y MR. HEISENBERG.

Estamos inmersos en la época dorada de las series. Algunas de ellas, como la que nos ocupa, cumplen la misma función de exposición de todos los niveles de la realidad, de retrato de clases sociales, que cumplían las grandes novelas del siglo XIX. Porque Breaking Bad, por encima de todo, parte de un guión prodigioso, que no decae en ningún momento de las - y se dice pronto - cinco temporadas de las que consta. A partir de aquí seguramente desvelaré algunos elementos de la serie que no querrán ser leídos por quien todavía no la haya visionado y tenga intención de hacerlo, o quien todavía no haya llegado a su último episodio. Mejor no sigan leyendo si están en ese caso.

El primer episodio nos presenta a Walter White, un hombre gris que enseña química en un instituto de Albuquerque, Nuevo México. Además, para completar ingresos, debe echar horas en un trabajo humillante en un lavadero de coches. Poco a poco iremos descubriendo algunos elementos del pasado de White: que fue socio fundador de una empresa que vale ahora cientos de millones de dólares, pero vendió en su momento su participación por una cifra ridícula y que está sobrecapacitado para su empleo: en realidad el protagonista es un genio de la química, pero su carácter retraido le hace conformarse con lo que tiene. El estímulo que va hacerle despertar, descubrir partes de su personalidad que están ocultas, es el diagnóstico de cáncer de pulmón que, en principio, le da solo algunos meses de vida. Así que Walter tiene que empezar a pensar en el futuro de su familia, poco prometedor económicamente cuando él falte.

¿Cuál es el método para ganar, de la forma más rápida posible, obscenas cantidades de dinero? El tráfico de drogas. El protagonista lo comprende así y se pone manos a la obra. Sabe que sus conocimientos químicos le van a permitir fabricar la sustancia más pura del mercado. Pero necesita de alguien que conozca ese mercado, que sepa distribuirla y sepa moverse por ese peligroso submundo. Este será Jesse Pinkman, un antiguo alumno suyo, adicto a la metanfetamina y un perdedor como él, aunque en su caso no se esfuerza en ocultarlo. A partir de aquí empieza la nueva vida de Walter, su descenso, peldaño a peldaño, a un mundo mucho más cruel y oscuro de lo que podía imaginar. A diferencia de otro personaje icónico, protagonista de otra serie, Tony Soprano, que dirige una organización criminal porque desde pequeño ha mamado ese mundo, Walter White no conoce bien su nuevo rol. Deberá ir improvisando, aprendiendo y encontrando salidas a diferentes situaciones, sin llegar a controlar prácticamente en ningún momento los acontecimientos que suceden a su alrededor. Si el protagonista sobrevive, si logra hacerse una posición en ese mundo es debido a tres factores: su suerte, su inteligencia y, la más importante de todas, su habilidad sin par para cocinar la mejor meta.

Esta dualidad del protagonista hace visitar al espectador dos mundos muy distintos. Por un lado, la vida cotidiana de Walter, con su mujer Skyler, que no se traga las mentiras de su marido y tendrá que acabar participando en el negocio, muy a su pesar. Si la esposa de Tony Soprano, Carmela, no pensaba demasiado en las actividades de su marido y se dedicaba a disfrutar de sus beneficios, para Skyler se hace muy cuesta arriba asumir la decisión de Walter y el choque de la nueva realidad con su estricta moral le hará caer en una depresión. Skyler está muy unida a su hermana, Marie, que está casada con Hank Schrader, un miembro destacado de la policía antidroga, hombre íntegro que cree en su trabajo y que jamás podría imaginar que tiene al enemigo tan cerca. Consideración especial merece Walter junior, el hijo mayor del protagonista. A pesar de ser un personaje secundario, su presencia es muy importante como auténtico acicate de la decisión de Walter. Afectado por una parálisis cerebral que afecta a su movilidad, se trata de un ser cándido y puro, incapaz de maldad alguna y a la vez de un muchacho muy inteligente, que mueve a piedad constantemente al espectador, ayudando a que éste justifique las acciones de Walter, ya que el joven será a la postre el inocente beneficiario de las mismas. Otro personaje magnífico - aunque este tiene pie y medio metido en el lado oscuro - es Saul Goodman, el abogado que conoce todo tipo de argucias y trapicheos para burlar a la justicia.

El otro mundo por el que se mueve el protagonista es el que permanece oculto, o al menos no se muestra en toda su dimensión sino a quienes pertenecen plenamente a él. Primero conocemos a Tuco Salamanca, un narcotraficante propenso a ataques violentos y adicto él mismo a su producto. Pero después, rizando el rizo, los guionistas inventan al personaje perfecto. Se trata de Gustavo Fring, aparentemente el propietario de una exitosa cadena de comida rápida, que no es más que la tapadera de un increíble imperio de la droga, del que Walter va a ser invitado a formar parte, como imprescindible chef de la mejor metanfetamina del mercado. Gustavo es un ser con una dualidad plenamente desarrollada. Ante la sociedad es un hombre amable y extremadamente educado, que oculta su auténtica condición mostrándose en todos los eventos solidarios, perteneciendo al Consejo del Hospital de Albuquerque o proporcionando comida gratis en los eventos de la policía. Todo una tapadera para el verdadero Gus, un tipo frío y calculador, un estratega implacable en las guerras subterráneas de la droga que, como se nos insinúa, pertenece a una organización mucho más grande. La interpretación de este personaje, de la mano de Giancarlo Espósito, es sencillamente sublime.

Así pues, el principal tema de Breaking Bad, es la corrupción de un hombre normal, un hombre que, ante las puertas de la muerte, se da cuenta de que lo único que lo hace sentir vivo es la excitación de realizar actividades ilegales y peligrosas, hasta el punto de que poco a poco, su ambición va subiendo enteros hasta pretender sustituir a Gustavo como el rey de la meta en el sur de Estados Unidos. Al final, la excusa de Walter, proveer a su familia para el futuro, va perdiendo sentido en beneficio del poder puro y la codicia, dejando paso a Heisenberg, el personaje que ha inventado (¿o llevaba tiempo en el interior de Walter, esperando su oportunidad para salir?) destinado a convertirse en una leyenda entre los narcotraficantes. Para cualquier observador objetivo, la vida de Walter es una pesadilla, pero para él parece ser algo euforizante, una inyección de adrenalina antes de cruzar las puertas de la muerte. Walter tiene varias oportunidades de dejarlo, quedando en buena posición económica, pero parece que sus demonios o el destino le incitan siempre a seguir su viaje suicida hacia delante, destruyéndose él, atormentando a sus seres queridos y dejando muchos cadáveres en el camino, alguno en edad infantil.

Breaking Bad, la serie perfecta, nos recuerda que es imposible entender nuestro mundo sin echar un vistazo al tráfico ilegal de drogas, esa actividad negligentemente combatida por un Estado que se abstiene de ejercer sus auténticas responsabilidades: legalizar el producto y controlar el mercado.

miércoles, 26 de marzo de 2014

CUATRO MESES, TRES SEMANAS Y DOS DÍAS (2007), DE CRISTIAN MUNGIU. MUJERES EN UN MUNDO OSCURO.

La película elegida para este mes en el ciclo Literatura y cine no podía estar de más actualidad. Y es que la pretensión del gobierno de Rajoy de modificar la ley del aborto hasta conseguir que sea la más restrictiva de Europa suscitó un intenso debate. Contemplar la sórdida aventura de Otilia y Gabita no es más que un reflejo de lo que puede suceder con muchas mujeres en nuestro país si llega a aprobarse este nuevo marco legal. Obviando la importancia del tema que trata - que entronca con las penosas y tristes condiciones de vida bajo el régimen de Ceaucescu - la película de Mungiu es una auténtica obra maestra si nos atenemos estrictamente a sus valores cinematográficos. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/03/cuatro-meses-tres-semanas-y-dos-dias.html

BREVE HISTORIA DE UN AMOR ETERNO (1963), DE SZILARD RUBIN. LA EXTRAÑA PASIÓN DE ATTILA Y ORSOLYA.

Afrontar una novela como Breve historia de un amor eterno no es tarea sencilla. Al tratarse de un autor húngaro traducido al español, yo esperaba encontrarme inconscientemente con una especie de Sándor Márai, pero, evidentemente, la literatura es algo que siempre sorprende, que no suele repetirse. El estilo de Szilárd Rubin, su forma de narrar, es desconcertante. Aunque Attila, su personaje, es quien cuenta la historia, es como si se tratara de un narrador omniscente que supone que el lector también lo es. Y esto es extremadamente incómodo. Uno tiene que volver de vez en cuando sobre lo leído para captar algún detalle que explique lo que está sucediendo en el capítulo que lee ahora. Además, se trata de una novela que,  debido a sus abundantes detalles localistas, solo pueden comprender plenamente los ciudadanos húngaros que hayan vivido en esa época.

La historia transcurre durante varias décadas, comenzando al final de la Segunda Guerra Mundial. Hungría se había aliado con los alemanes y había perdido la guerra con estos, siendo invadida por la Unión Soviética, que pronto conseguirán afianzar un gobierno comunista. Orsolya, según podemos deducir, pertenece a una familia que ha sido privilegiada por el régimen anterior, debido a su ascendencia alemana. Ha tenido que huir del país cuando las cosas se ponían feas y ha vuelto después de sobrevivir al terrible bombardeo de Dresde. A pesar de todo, su familia parece que también va a medrar bajo el nuevo status quo, ya que saben como adaptarse a la marea. El caso de Attila es distinto. Habiendo apoyado desde el principio al nuevo gobierno, parece que ha sido marginado por oscuros motivos. Pobre y sin demasiadas amistades, Attila comienza una carrera literaria exitosa y paralelamente vamos viendo algunos de los episodios de la relación, casi masoquista, que mantiene con Orsolya.

Es curioso leer una historia de amor y desamor entre dos personas pertenecientes a diferentes clases sociales precisamente en un país comunista. Para Attila el amor es obsesión. Necesita poseer a Orsolya y, cuando estima que esta no se entrega lo suficiente, la castiga, incluso ejerciendo la violencia física. Para Orsolya el amor no es más que un juego caprichoso al que se puede renunciar y volver a retomar sin consecuencias. Es una forma de pasión retorcida, pero que a ellos dos parece insuflarles vida, al menos durante algunos años. Pero ella sabe que consolidar su relación con Attila no le conviene. Es mejor medrar casándose con un diplomático comunista.

Así pues, Breve historia de un amor eterno, es una lectura desconcertante y curiosa (el título tan ridículo que se le ha puesto en nuestro país contribuye a ese desconcierto) escrita por un autor que fue censurado durante el régimen comunista y redescubierto solo hace una década. Literatura intensa y difícil, que requiere un esfuerzo al lector que, desgraciadamente, obtiene una magra recompensa a cambio del mismo.

lunes, 24 de marzo de 2014

MARCHA DE LA DIGNIDAD.

A las siete de la mañana llegamos a Getafe, después de una noche en blanco pasada en un autocar. No hay cansancio todavía, sino mucha excitación, cuando nos dirigimos a visitar a los miembros de la columna sur que han realizado el recorrido caminando desde Córdoba. Están desayunando en el polideportivo, donde han pasado la noche. Sus rostros expresan la fatiga de tantos días poniendo a prueba sus límites físicos, realizando etapas de treinta kilómetros, pero también hay en ellos una gran ilusión por llegar por fin a la capital. Algunos nos preguntan de donde venimos, mientras una pequeña brigada de limpieza se encarga de quitar los desperdicios de la pista de baloncesto. Me ofrecen un almanaque de bolsillo. En un primer instante, como hay poca luz, identifico extrañamente la foto que lo ilustra con fray Leopoldo, pero enseguida me doy cuenta de que se trata de Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda, uno de los promotores de la Marcha de la Dignidad. Después los acompañamos al punto de partida de esta última etapa, mientras amanece en la ciudad dormitorio madrileña. La espera hasta que llega la autorización de la policía para emprender la marcha es larga. Junto a la Casa de Andalucía nos ofrecen café. Los vecinos más madrugadores miran con curiosidad al mar de banderas que ya empieza a agitarse. Predominan el blanco y el verde andaluces.

Por fin podemos empezar a caminar. Al principio no somos más que unos cientos de personas, a las que se irán agregando otras por el recorrido, hasta poder contarnos por miles. Al culminar el mismo, cuando nos unamos al resto de columnas, seremos cientos de miles. Nuestros primeros pasos son acompañados por una molesta llovizna que pronto se disipará. Mientras avanzamos por los barrios obreros que circundan el sur de Madrid hay gente que sale a las terrazas a aplaudirnos. Estas calles podrían confundirse con las de cualquier ciudad española: carecen de los edificios singulares que caracterizan a la capital. Al pasar junto al parque de bomberos, estos hacen sonar todas las sirenas de sus camiones. La gente los vitorea emocionada. Desde una pequeña elevación, podemos observar la marcha como una gran serpiente multicolor en la que destacan el rojo y el verde. Al fondo, ya pueden atisbarse algunas de las torres madrileñas. En una ventana, una señora muy mayor, delgada, pero con una sonrisa llena de de vida, agita una pequeña bandera verde y blanca. La gente la vitorea y la fotografía. Ya es completamente de día. Desde la avenida de Córdoba se observan unas vistas de la capital como de cuadro de Antonio López, a la luz de un cielo matinal que va quedándose sin nubes. Las piernas van sintiéndose fatigadas, pero hay fuerzas de sobra para llegar a Atocha. En el otro sentido de la marcha, algunos conductores hacer sonar sus bocinas y saludan. Otro reprocha a la multitud no ver ni una bandera de España. Se equivoca, sí que las hay, y en abundancia. Lo que sucede es que se trata de una bandera que representa una visión distinta de este país, la republicana. Personalmente, opino que las banderas no son más que trapos de colores más o menos vistosos. Lo importante son las ideas.

Cuando atravesamos el precioso paseo de las Delicias la vista se pierde entra la multitud. Hay una pequeña tregua para comer antes de la manifestación, que transcurrirá desde Atocha hasta la plaza de Colón. Atocha es un mar de banderas y pancartas. Emblemas comunistas, republicanos, sindicalistas, anarquistas, de distintas comunidades autónomas e incluso alguna bandera pirata. La marea verde se confunde con los cascos amarillos de los bomberos y entre el mar de colores sobresale la figura de un ahorcado que representa la muerte del capitalismo. Mientras avanzamos por el paseo del Prado, observando perspectivas inéditas de sus edificios, se me ocurre pensar en la disparidad de ideas que están presentes bajo un objetivo común. Hay quien hace énfasis en el deterioro de la sanidad y la educación, quien recalca que las políticas de austeridad son criminales, los que reinvindican la dación en pago en la resolución de hipotecas, quienes protestan por la próxima reforma de la ley del aborto e incluso quienes abogan por la muerte del Estado. Yo, con mis ideas socialdemócratas, quizá sea de los más moderados, pero hay una palabra que nos une a todos, el no. No a los recortes, no a las privatizaciones, no a los políticos corruptos. Los megáfonos corean lemas contra Rajoy y contra la clase política en general. Existe un sentimiento de indignación lógico en toda esta gente: se siente estafada viendo recortados sus derechos para pagar la factura del rescate bancario como víctimas de una de las estafas más enormes y más descaradas de todos los tiempos. Un pequeño perro avanza dignamente junto a su dueño. Con un pañuelo rojo al cuello, no parece asustado por el excepcional ruido a su alrededor, hasta que empiezan a estallar algunos petardos. El animalito mira a un lado y a otro nervioso y pone el rabo entre las piernas. Luego levanta la mirada hacia su amo y parece tranquilizarse. Quizá está allí para denunciar el maltrato animal, otra de las vergüenzas de nuestro país.

Si algo caracteriza a esta marcha es su vocación pacífica y festiva. En las calles laterales al paseo del Prado y Recoletos, la presencia policial es bien visible y se acentúa, hasta un grado sorprendente, en los accesos al Congreso de los Diputados, que están cortados por una barrera de vehículos con la luz de las sirenas encendidas. Lo mismo sucede en las calles que dan a la sede del partido del gobierno. La estatua de Velázquez, que preside la fachada del Museo del Prado sostiene una bandera de Izquierda Unida. Es curioso que este edificio, a mi parecer el más importante de España, carezca de protección policial, que es bien visible en la la cercana sede de la Bolsa. Mientras caminamos lentamente, nos ofrecen todo tipo de folletos reivindicativos: algunos lamentan la ausencia de los sindicatos mayoritarios, otros llaman a la revolución y hay uno muy curioso, en forma de cómic, que indica como actuar en caso de carga policial. En la plaza de Colón resulta insólito que entre el mar de enseñas republicanas, destaque la enorme bandera rojigualda que preside este espacio público. Es el turno de la lectura de los manifiestos, la culminación de la jornada. La palabra dignidad, es la que mejor puede definir esta experiencia. La gente, vapuleada, sale a la calle a expresar su desacuerdo. Estaría bien que todos estos grupos llegaran a un acuerdo de mínimos para simplificar las reinvindicaciones. A mí se me ocurre que éste podría consistir en solicitar que el derecho al trabajo y a una vivienda digna, que son papel mojado en nuestra Constitución, pasasen a ser derechos fundamentales, en el mismo rango que el derecho a la vida o la libertad de expresión, cuya violación puede ser denunciada en los tribunales.

Al regresar al autobús, hay debate en torno al número de asistentes a la manifestación. Las primeras estimaciones de los medios de comunicación son decididamente ridículas. En cualquier caso, hay otras cifras que son indiscutibles: la de los millones de parados, las de la pobreza creciente o la de los cientos de miles de desahucios. Al poco nos enteramos de que la policía está cargando: seguramente esto estaba en el guión de la delegación de gobierno. Hoy veo las imágenes y me parece que los agentes se lanzan contra la multitud sin mediar provocación alguna. Luego he visto otras en las que unos energúmenos se ensañan a pedradas contra cuatro o cinco agentes que no tienen escapatoria. Al día siguiente, las imágenes de violencia, algo desgraciadamente también buscado por una escueta minoría de los participantes, restarán protagonismo a lo verdaderamente importante: la dignidad de unas personas que marchan pacíficamente para hacer ver que no están resignadas a padecer las políticas neoliberales que nos han impuesto y que existen alternativas mucho más humanas al sistema actual. Mientras contemplamos las últimas luces de Madrid, nos sentimos agotamos, pero felices.    

jueves, 20 de marzo de 2014

CARTA A UN NIÑO QUE NO LLEGÓ A NACER (1975), DE ORIANA FALLACI. LA RABIA Y EL ORGULLO DE LA MATERNIDAD.

"Anoche supe que existías: una gota de vida que se escapó de la nada". Una futura madre empieza un monólogo dirigido a su futuro hijo a través de una voz tan íntima que se establece solo en su pensamiento. Se trata de una madre soltera. Es más, es una mujer liberada, con sus propias responsabilidades profesionales, que ha iniciado una carrera muy prometedora. La maternidad podría trastocarlo todo. En su círculo íntimo, a nadie parece hacerle gracia que quiera tener una criatura en esas condiciones. Su amiga y su pareja (que pasa a ser ex-pareja de inmediato), quieren que aborte. Sus padres también, aunque no lo expresen abiertamente. Su jefe ve con malos ojos tener que seguir pagando a una empleada que pronto tendrá que darse de baja. ¿Qué hacer? ¿Es el ser que lleva en su seno un invitado inoportuno o un motivo para sentirse agradecido a la naturaleza? ¿Puede nombrarse ya como persona o es todavía un proyecto de persona?

"Tu gota de vida es tan solo un nudo de células apenas comenzadas. Tal vez ni siquiera es vida, sino posibilidad de vida."

A partir de esta premisa, Carta a un niño que no llegó a nacer es una reflexión muy valiente y absolutamente personal de la conocida periodista Oriana Fallaci. Estamos en los años setenta, una época todavía muy machista, en la que las madres solteras todavía eran un anatema social. El principal problema de la narradora es su soledad. Soledad física y soledad moral, que ella intenta transformar en un discurso de autoafirmación, de rebeldía, al aceptar a su hijo como un ser humano en proceso de formación, al que ya puede hablar íntimamente y describirle el mundo que pronto conocerá. Pero este mismo discurso también le suscita dudas. ¿Tiene siquiera derecho a traer a un ser tan indefenso a un mundo tan cruel? Ella ha vivido la violencia de la guerra y ha visto el sufrimiento y la frustración que producen el injusto reparto de la riqueza. Y llega a definir la existencia como "una larga cadena de esclavitudes".

Así pues este es un libro lleno de dudas, rabia y orgullo. Y es que el quid de la cuestión no es tanto la idea de maternidad, sino el papel de la mujer en la sociedad. Porque lo que se espera de su género - todavía no se ha superado esto del todo cuarenta años después de haberse escrito la obra - es que se dedique a su función tradicional de esposa y madre. Ya por aquella época había muchas mujeres que se habían liberado de esas servidumbres, pero la llegada de la maternidad les recordaba (como se ve en la reacción de los que le rodean) que si quería seguir siendo una persona liberada, la criatura sobraba. Y esta presión social lleva a estallidos de auténtica rabia en esta temperamental mujer:

"Lo único que nos une, querido mío, es un cordón umbilical. Y no constituimos una pareja, sino un perseguidor y un perseguido. Tú desempeñas el primer papel, y yo el segundo. Te insinuaste en mi interior como un ladrón y me robaste el vientre, la sangre, el aliento. Ahora quisieras robarme la existencia entera. No te lo permitiré. Y, puesto que he llegado a decirte estas sacrosantas verdades, ¿sabes a qué conclusión llego? Que no veo por qué habría de tener un niño. Nunca me he sentido del todo cómoda con los niños. (...) El oficio de mamá no me sienta. Me reclama otra clase de obligaciones para con la vida. Tengo un trabajo que me gusta y me propongo llevarlo a cabo. Un futuro que me espera y no pienso renunciar a él. Quien absuelve a una mujer pobre que no quiere más hijos o una muchacha violentada que no desea ser madre, tiene que absolverme también a mí."

No descubro nada, porque lo dice el título, si digo que la criatura al final no llega a nacer. La lectura de la obra de Fallaci es interesante en una época en el que nuestro país retrocede a pasos agigantados en materia de derechos de la mujer (y en tantos otros derechos). En su caso, no llega a resolver su dilema moral entre la tiranía de la responsabilidad de dar a luz una nueva vida y su anhelo de libertad. Qué extraña es nuestra naturaleza de seres racionales respecto a una función que para el resto de animales es puramente instintiva. Y qué grandeza, a la vez, que seamos capaces de plantearnos estos dilemas.

lunes, 17 de marzo de 2014

AMOR, POBREZA Y GUERRA (2004), DE CHRISTOPHER HITCHENS. UNA VISIÓN DE UN MUNDO EXTREMO.

Con la publicación a nivel internacional, hace cinco años, de Dios no es bueno, el británico Christopher Hitchens se convirtió en el abanderado de la causa del ateísmo, denunciando que las religiones son una fuente de irracionalidad y conflictos, cuando no interpretaciones sesgadas del mundo, enemigas del método científico y dotadas de voluntad totalitaria. Su muerte prematura por cáncer fue interpretada mezquinamente por algunos de sus enemigos como un castigo divino. Él tuvo la voluntad de escribir una especie de testamento, Mortalidad, (que pienso leer lo antes posible) en el que se reafirmaba en sus ideas, afrontando su inminente final con serenidad. Pero antes de eso, había tenido tiempo de vivir una existencia muy interesante, repleta de encuentros intelectuales, lecturas, artículos y viajes, algunos de estos últimos a los lugares más peligrosos del planeta. Amor, pobreza y guerra recoge buena parte de su pensamiento.

"Un antiguo proverbio dice que la vida de un hombre está incompleta a menos que, o hasta que, haya probado el amor, la pobreza y la guerra", advierte Hitchens en el prólogo de esta magnífica colección de ensayos que abarca una década. Su claro punto de inflexión se encuentra en el atentado del 11 de septiembre, un hecho histórico que conmocionó al autor de una manera especial y a cuyas consecuencias se dedica la última parte del libro. Pero antes hemos podido disfrutar, en la sección Amor, de algunos artículos dedicados a personajes como Winston Churchill (en el que trata de desmitificar ciertas creencias en torno a él) o Trostky. También se reproducen prólogos de obras literarias y filosóficas de primer nivel, de las que destaco la que dedica a una de mis novelas favoritas, Un mundo feliz, de Aldous Huxley. La interpretación de Hitchens es de una agudeza poco común, tomando los elementos proféticos de la narración y aplicándolos al mundo actual. Es mucho más cómodo instaurar un sistema totalitario proporcionando un placer alienante que a base de terror. Simplemente, el contrato consiste en que los gobernados disfruten de una alegría artificial sin cuestionarse su lugar en el mundo:

"Las tres deficiencias que sienten, a menudo sin saber como llamarlas, son la Naturaleza, la Religión y la Literatura. Solo les abastecen de comodidades químicas, mecánicas y sexuales, y sienten la ausencia de retos y dramas y caen presas del hastío. Sin un concepto del cosmos que vaya más allá de lo inmediatamente humano, están privados de la posibilidad de sentirse aterrados o alienados. Y sin otra cosa que entretenimiento sensorial (...) no valoran las palabras."

En la sección dedicada a Pobreza, aparte de durísimos ataques a Bill Clinton, a raíz de sus intentos de desviar la atención pública de sus problemas con Mónica Lewinsky con ataques con misiles a países como Sudán, destaca un artículo dedicado al historiador David Irving y su excéntrica personalidad, que le ha llevado a defender en sus libros posturas cercanas a la defensa de la actuación del Tercer Reich y otro en el que reivindica la utilidad del estudio serio de la historia en las escuelas de Estados Unidos. Pero la estrella de esta sección es el perfil en el que se retrata a la Madre Teresa de Calcuta como una auténtica hipócrita, más interesada en labrarse una imagen de santa que en conseguir que la gente a la que ayuda su fundación salga de la pobreza. Tampoco tiene reparos en señalar su difusión de ideas fundamentalistas, que prohiben el control de la natalidad (algo esencial para que los países pobres puedan prosperar) y el uso de anticonceptivos, además de una glorificación de la pobreza (que ella misma trataba de evitar para su persona) y del sufrimiento. No obstante, las palabras de Hitchens son tan duras que uno no puede dejar de pensar en si no tendrá algo personal en contra de la beata.

En los atentados del 11 de septiembre confluyen muchas de las obsesiones de Hitchens. Se trató de la obra de unos fanáticos religiosos, representantes de la visión del mundo que él ha dedicado buena parte de su tiempo a combatir. Pero entre las reacciones de los intelectuales, también se detectan algunas palabras intolerables en pensadores como Noam Chomsky, que insinúan que la caída de las torres gemelas es el justo castigo al imperialismo estadounidense. Hitchens condena muchas de las acciones de política exterior de la política de Washington de los últimos años (no en vano publicó un libro en el que tilda a Henry Kissinger de criminal de guerra) en lugares tan distantes como Vietnam, Chile o Palestina, pero tiene el buen sentido de desvincular estos pecados de la acción de Bin Laden, que es meramente un castigo contra los infieles que tienen un estilo de vida que el islam fundamentalista quisiera erradicar de la faz de la Tierra.

Esta conmoción llevó al autor a defender fervorosamente las intervenciones bélicas en Afganistán e Irak. Respecto al primer país, porque había sido el patrocinador de Bin Laden a través del gobierno talibán. Respecto al segundo, aunque reconoce que no parece tener conexiones con el 11 de septiembre, el haber sido testigo de las atrocidades que Saddam Hussein cometió con los kurdos es un poderoso motivador para justificar la invasión:

"Estuve en el Kurdistán iraquí ese verano, y cuando miro viejas notas y fotografías empiezo a temblar. Ahí está todo. Las víctimas del bombardeo químico en la ciudad de Halabya, algunas con heridas que seguían ardiendo y supurando. Pueblos vacíos y abrasados por la limpieza étnica de Saddam, en un paisaje oscurecido que parece extenderse hasta el infierno y volver."

Nadie niega que Irak no estuviera gobernada por un dictador homicida, pero invadir un país sin el aval de la ONU, con justificaciones que a la postre han resultado ser falsas y aprovechando la conmoción creada por el 11 de septiembre no parece la más ética de las acciones. Es una pena que los artículos de Hitchens, al menos los recogidos en este volumen, apenas aludan a la campaña de atentados que comenzó pocas semanas después de la invasión (el más significativo de los cuales se produjo contra la sede de Naciones Unidas) y que llegan prácticamente a nuestros días, aunque ya no revistan el interés informativo de antaño. Hitchens se refiere al Irak de después de la invasión en términos excesivamente optimistas, como un país que despierta a una nueva forma de vida y a nuevas oportunidades. Una visión tremendamente miope de un desastre que ya había sido anunciado por muchas voces juiciosas antes de que empezara la guerra. Esto no desvirtua en absoluto el excelente trabajo del autor de Dios no es bueno y su valioso legado. Quizá en Hitch-22, su autobiografía, sea más expecífico acerca de su postura. También es una lectura obligada en un futuro próximo por mi parte.

domingo, 16 de marzo de 2014

MONUMENTS MEN (2014), DE GEORGE CLOONEY. SALVAR A LA VIEJA EUROPA.

Conforme la humanidad ha ido avanzando en el arte de la guerra, los progresos han sido espectaculares, hasta el punto de que un conflicto mundial que se produjera en nuestros días podría resolverse en pocas horas con el resultado de la destrucción casi total de la vida en nuestro planeta. La Segunda Guerra Mundial fue un paso decisivo en esa dirección. Si bien la artillería del conflicto del catorce había probado ya su poder de devastación, en esta ocasión los daños se limitaron prácticamente a la zona de combate, que fue inamobible durante casi toda la guerra. Eso sí, cuando terminaron los combates la línea de trincheras, desde el norte hasta el sur de Francia, quedó como un paisaje lunar. A partir de 1939 las cosas fueron distintas, debido a la mayor movilidad de los ejércitos y, sobre todo, al perfeccionamiento de los bombardeos aéreos, que podían acabar con cientos de miles de víctimas en una ciudad en una sola noche. Así pues, con estos medios de destrucción masiva en manos de los gobiernos, el patrimonio histórico de Europa estaba en peligro. Solo hay que dar un paseo por el centro de Budapest, repleto de antiguos palacios con marcas de balazos y detonación de explosivos para comprobar que las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial son aún visibles en muchas ciudades. Además, los nazis habían saqueado las colecciones de arte de los potentados judíos (sobre todo en Francia) y Hitler planeaba construir un museo en Linz con estos fondos, que mientras tanto se hallaban ocultos.

Sin haber leído todavía el ensayo de Robert Edsel en el que se basa la película de Clooney, la premisa de Monuments Men daba para filmar una obra muy interesante. Y mis anteriores experiencias con este director me hacían estar muy esperanzado en cuanto al resultado, a pesar de las críticas negativas que ya había leído. Desgraciadamente, tengo que unirme a los que opinan que se trata de una película fallida. Su tono general es extraño: parece que se quiera ofrecer un homenaje al cine bélico clásico en clave de comedia con un gran toque patriótico. En general, todo resulta poco creíble en Monuments Men, empezando por el personaje protagonista, interpretado por el propio Clooney, una especie de Hannibal del Equipo A, siempre sonriente, que primero convence a sus superiores para organizar una brigada que se encargue de proteger el arte europeo con una lección de historia digna de un colegio de Primaria y luego recluta a sus hombres de la manera más burda. Más tarde el guión se subdivide en varias tramas, a cual más absurda, protagonizadas por grandes actores en su momento más bajo de carisma, pues no transmiten nada prácticamente en ningún momento y la química entre ellos resulta inexistente, siendo especialmente sangrante el caso de Matt Damon, que parece estar interpretando a su personaje con total desgana.

A falta, como ya he dicho, de leer la fuente original en la que se basa el film, la premisa narrativa que ha seguido Clooney me parece poco creíble, quizá porque su guión quiere abarcar demasiado y no profundiza en nada, dejando al espectador con muchísimas preguntas, sobre todo porque la película parece pretender no ir más allá del elogio del ejército estadounidense en la guerra, que no solo se preocupaba de acabar con el nazismo, sino que también se esforzaba en salvaguardar la cultura europea, para que la sociedad que surgiera en la postguerra pudiera preservar su pasado. Todo esto está muy bien, pero en estos tiempos el tono patriótico que impregna toda la película (especialmente vergonzoso en la escena final) parece querer abundar en una idea, ya felizmente superada, de que los estadounidenses ganaron la guerra casi en solitario. No está de más recordar que esos rusos a los que se retrata en la única escena en la que aparecen casi como estúpidos perdieron veinticinco millones de personas en la lucha contra Alemania, aunque su dirigente fuera casi tan criminal como el propio Hitler. Y, tampoco estaría mal hacer memoria y reflexionar acerca de otras actuaciones del ejército americano respecto al patrimonio europeo a las que no se alude en ningún momento en la película. Solo nombraré la ciudad de Dresde, la llamada Florencia del Elba, una urbe indefensa con un rico patrimonio artístico que desapareció en un par de noches de bombas incendiarias. Mientras la brigada de Monuments Men realizaba su loable trabajo en busca de patrimonio desaparecido, una ciudad patrimonio de la humanidad dejaba de existir por orden de los mismos patrocinadores. Y es que las guerras no son un ejercicio tan limpio de buenos contra malos, como se nos quiere hacer ver. Y los soldados no mueren tan elegantemente, con una sonrisa en los labios, como lo hace el miembro francés del equipo. Qué diferencia con Salvar al soldado Ryan, un film también patriótico, pero a la vez realista, que no toma atajos a la hora de retratar la crueldad de lo que estaba sucediendo en la vieja Europa en aquellos meses.

miércoles, 12 de marzo de 2014

EL CERCO (2014), DE JOSÉ JIMÉNEZ. UNA INVESTIGACIÓN FILOSÓFICA.

Comenzar a leer una novela y encontrar que está dedicada a un pequeño grupo de personas al que uno pertenece (el club de lectura de la Biblioteca Provincial) es algo tan inesperado como agradable. Y es que a la obra de mi compañero y amigo Pepe Jiménez se la puede definir como un reto estimulante, un paseo por memorables pasajes de la historia de la literatura y el pensamiento, algunos de los cuales hemos tenido ocasión de visitar en distintos momentos en nuestro taller.

Ya desde el comienzo, se advierten algunas de las intenciones del autor, que coinciden con su visión pesimista del mundo. Como la vida y la literatura tienen tantas conexiones, en El cerco se realiza una definición de ésta que entronca perfectamente con nuestra gris realidad:

"(...) la esencia de la literatura estriba en desenmascarar todo el fariseísmo que habla del buen corazón, el amor puro y la buena voluntad de las personas que se aman unas a otras."

Después de esta declaración de principios, siguen páginas que reivindican la narrativa como un gran juego literario, inspirado en principio en Rayuela, de Cortázar, pero que pronto se transforma en un gran festín en el que están invitados desde Cidi Hamete Benengeli (el original autor del Quijote, según Cervantes), hasta Mersault, el protagonista de El extranjero de Camus. Que la novela transcurra casi en su totalidad en una comisaría y que su trama verse acerca de la caza de un asesino en serie no es más que una excusa para que el autor nos hable de los asuntos que verdaderamente le interesan: el mal como realidad absoluta y la obsesión de su protagonista-narrador por cumplir una misión imposible a través de la escritura. Si el policía de Plenilunio, de Antonio Muñoz Molina, pretendía cazar a su psicópata paseando por las calles de la ciudad y observando los ojos de los viandantes, el de El cerco tiene orden de hacerlo escribiendo un informe que poco a poco va haciéndole resbalar suavemente por el pozo de la inquietud y el desasosiego ¿Será una buena iniciativa publicar en el periódico una carta alabando su inteligencia?

Como he advertido al principio, esta no es una novela para todos los públicos. Hay que comenzar este viaje con un buen bagaje de lecturas previas, pues las referencias a éstas son constantes y el estilo que le imprime el autor, consecuentemente difícil. Lo que parece ser en las primeras páginas una narración policiaca, pronto se transforma en una novela psicológica. Sus protagonistas, casi todos funcionarios de policía, no hablan con un lenguaje normal, de la calle, sino que apelan constantemente en su discurso a referencias literarias y filosóficas de toda índole, aunque las intercalan en más de una ocasión con un lenguaje soez más propio del oficio que desempeñan. A mi entender, lo que ha hecho Jiménez ha sido tomar como punto de partida nuestra propia sociedad - llena de mentiras, corrupción e insolidaria hasta la médula - y darle una pequeña vuelta de tuerca, llevandola hasta el extremo, reflejándola en un espejo moderadamente deformante en el que la realidad adquiere un carácter de absoluta negrura, donde incluso se juega con una variante de la conjetura de John McCarthy, el creador del concepto de inteligencia artificial: "Todos los aspectos  y rasgos de la inteligencia humana pueden ser descritos de forma precisa gracias a la literatura hasta el punto de que un día gracias a ella podrá construirse una máquina que los simule".

Les invito a compartir esta experiencia extrema con un escritor que no es ningún primerizo, pese a ser esta la primera novela que publica. Tendrán que concentrarse en cada párrafo, les costará seguir un hilo que se bifurca hasta lo absurdo. Pero les garantizo que no les dejará indiferentes.

martes, 11 de marzo de 2014

MADAME BOVARY (1991), DE CLAUDE CHABROL. LA FELICIDAD ILUSORIA.

A veces el cine nos regala estupendas adaptaciones literarias de nuestros libros favoritos. Madame Bovary, la novela que ha fascinado a generaciones de lectores, no podía ser la excepción. Esperando ver pronto en la gran pantalla la versión que acaba de filmar Sophie Barthes, al fin me he podido asomar a la del maestro Claude Chabrol, que contó, como no podía ser de otra manera, con su actriz fetiche, Isabelle Huppert, para el papel principal.

En lo personal, la novela de Flaubert es uno de esos casos de narración que uno cree conocer muy bien (he leído el libro en tres ocasiones y las dos últimas me parecía estar leyendo algo diferente a lo que recordaba), pero en la que siempre se encuentran aspectos nuevos sobre los que reflexionar. Esta vez se me ha ocurrido - seguro que los múltiples estudios sobre la novela es un aspecto más que analizado - que las vidas de Emma y Charles ofrecen algunos paralelismos sorprendentes: ambos se pierden cuando quieren ir más allá del papel que la sociedad les ha asignado. En el caso de Charles, que es un médico rural competente siempre que se enfrente a casos ordinarios, el desastroso resultado de la operación de un pie deforme - convencido por los cantos de sirena del farmaceútico - causa su vergüenza y desprestigio profesional, aunque finalmente es capaz de volver sobre sus pasos a su posición de siempre, de la que nunca debió salir. Lo de Emma es mucho más radical, pero en el fondo es lo mismo: no es el farmaceútico, sino las novelas que lee las que la convencen de que el papel de digna esposa de un hombre gris no está hecho para ella. Por eso se embarca en un par de aventuras sentimentales en las que se siente como una princesa de cuento de hadas. Y como las princesas necesitan vestir como tales, los gastos se disparan, aunque los temas monetarios no tengan cabida en la burbuja de sus sueños. Emma es tan inconsciente que es un auténtico regalo para sus amantes, que pueden poseerla ofreciéndole tan solo vagas promesas. Cuando la señora Bovary despierta, la solución a los problemas que ha ido acumulando irresponsablemente, es tan radical como sus sueños.

Aunque no está realizada con una riqueza de medios excesiva, Madame Bovary de Claude Chabrol es una obra muy agradable para el espectador. Sin pretender experimentar a partir de la obra de Flaubert, como ya lo han hecho otros cineastas, literatos y autores de cómics, Chabrol se ciñe al texto original y confía en el buen hacer de sus actores. Isabelle Hupert compone a una protagonista llena de matices, interpretando con solvencia a Emma a distintas edades, siempre con un eterno aire de superioridad que a la postre será su perdición. Por su parte Jean François Balmer es el perfecto Charles Bovary, el médico que no se entera muy bien de lo que sucede a su alrededor y que está siempre dispuesto a perdonar a su mujer, a la que ama con locura. Como curiosidad, he de añadir que la película estuvo nominada a un Oscar al mejor vestuario.

lunes, 10 de marzo de 2014

MATADERO CINCO (1969), DE KURT VONNEGUT Y DE GEORGE ROY HILL (1972). LAS CENIZAS DE DRESDE.

Resulta fascinante cuando uno se acerca a un libro con una idea y resulta que el contenido es totalmente distinto al imaginado. Yo siempre había pensado que Matadero cinco era una novela centrada en las experiencias del autor como testigo del bombardeo de Dresde, pero, aunque ese hecho histórico tiene una importancia fundamental en la trama, la narración camina por otros muchos derroteros. Desde que aborda el prólogo, el lector va advirtiendo que deambula por un terreno repleto de sorpresas. Y esta impresión se confirma a través de la estructura de la novela, repleta de saltos temporales, por lo que se nos muestra una visión fragmentada y la vez completa de la vida de Billy Pilgrim.

El bombardeo de Dresde es uno de los asuntos más controvertidos de la Segunda Guerra Mundial. Durante años, los Aliados se emplearon con saña contra las ciudades alemanas, destruyendo casi por completo algunas de ellas (no hay más que recordar la ofensiva aérea contra Hamburgo a mitad del año 1943, la primera tormenta de fuego). Hasta febrero de 1945 Dresde, la llamada Florencia del Elba, no había sufrido ningún ataque de importancia, había sido declarada ciudad abierta y sus habitantes esperaban llegar al final de la guerra con su ciudad prácticamente intacta. Pensaban que lo merecía, debido a su fabuloso patrimonio arquitectónico y artístico. Pero eso no eran más que ilusiones. La noche del 13 de febrero comenzó uno de los bombardeos más terroríficos de la contienda, que se ensañó con el centro histórico de Dresde, provocando numerosos incendios que fueron alimentándose en sucesivas oleadas de ataques, hasta provocar una tormenta de fuego que derritió todo a su paso, incluidos los ciudadanos que se escondían en unos refugios antiaéreos que se convirtieron en auténticos hornos. 

Cuando todo terminó, de lo que era una de las más hermosas urbes de Europa no quedaron más que esqueletos de edificios, cenizas y montañas de cadáveres, un paisaje lunar que Vonnegut - que tuvo la fortuna de ser protegido junto a un grupo de prisioneros americanos en un refugio un poco mejor en el Matadero de Dresde - pudo contemplar fascinado y horrorizado al mismo tiempo.  En su ocaso, los nazis aprovecharon la devastación de la ciudad para denunciar los bombardeos terroristas de los Aliados y entre estos últimos muchas voces se alzaron contra la barbarie de los ataques aéreos contra ciudades ya prácticamente indefensas. En esa época y hasta bastante tiempo después se calcularon las cifras de fallecidos en cientos de miles. En la actualidad se han realizado estimaciones más racionales y se ha llegado a la conclusión de que fueron unas treinta mil las muertes, lo cual no disminuye un ápice la atrocidad del ataque.

El escritor de Indianápolis recoge las palabras - reales o ficticias - que dirigió a su editor acerca de su percepción del asunto:

"Mira Sam, si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan."

Pero, como he dicho, Matadero Cinco aprovecha las experiencias bélicas del autor para escribir una novela muy distinta a la que podría esperar un lector conocedor de tan terrible episodio histórico. En realidad la narración es la biografía fragmentada de su protagonista, incluyendo episodios de su infancia, de su adolescencia, la Segunda Guerra Mundial, su boda y su rapto por seres del planeta Tralfamadore, lo que le dota a la novela de un toque de ciencia ficción lisérgica muy propio de la época en la que fue escrita. Como es habitual en estos casos (a finales de los años sesenta estaba muy de moda el tema Ovni y una de sus derivaciones, las abducciones), la víctima describe a unos seres dotados de una tecnología imposible e intenta difundir su experiencia por todos los medios a su alcance. En esta ocasión el mensaje de los extraterrestres no tiene nada que ver con advertencias acerca de la frágil paz mundial, sino que es mucho más científico: el tiempo no es lineal, sino que todos los momentos existen en el mismo instante, por lo que Billy Pilgrim vive su vida saltando del futuro al pasado y otra vez al futuro sin orden alguno. Él experimenta esto como una realidad tranquilizadora: como todo está ya escrito, hay que aceptar lo que nos sucede (y nos seguirá sucediendo una y otra vez) con resignación y calma, incluso la muerte, que es una ilusión. 

Lejos de ser una fuente de confusión, la estructura de la novela, que coincide con los caóticos saltos temporales del protagonista, está tan magistralmente concebida que el lector sabe en todo momento situar a Pilgrim en la línea espacio-temporal correspondiente. Particularmente insólito y divertido es el episodio en el que éste viaja en una nave extraterrestre al planeta Tralfamadore para ser exhibido como un animal de zoológico, junto a una famosa actriz a la que se lleva junto a él para que se apareen ante la curiosidad y la admiración de los habitantes del lejano planeta. Otro pasaje muy original es la visita a los prisioneros americanos, en la víspera del bombardeo de Dresde, de un excéntrico personaje. Se trata de Howard W. Campbell Jr, el americano nazi, que quiere reclutar un ejército de jóvenes estadounidenses para enfrentarse a la que considera la auténtica amenaza: el comunismo. Una actitud que no hubiera desagradado del todo al general Patton. Por supuesto, el personaje es demasiado bueno para ser cierto. Se trata de una genial invención de Vonnegut.

Pocos años después de ser publicada la novela se estrenó su versión cinematográfica a cargo del prestigioso George Roy Hill (el director de Dos hombres y un destino). La película, siguiendo casi de manera literal a su original literario, pone énfasis en el absurdo de la guerra - una cruzada protagonizada por jóvenes casi niños - en un momento en el que los estadounidenses estaban hastiados del conflicto de Vietnam. Aún siendo simplemente una correcta traslación a la pantalla de la novela, existen algunas escenas por las que merece la pena visionarla. Particularmente me quedo con el panorama que se le ofrece a Pilgrim de las torres de Dresde desde el tren y el paseo posterior por su maravilloso casco histórico. Nadie sospecha lo que va a suceder solo unas horas después. Qué efímera es la belleza y que estúpidas son algunas decisiones humanas. 

sábado, 8 de marzo de 2014

AMOR (2012), DE MICHAEL HANEKE. SOBRE LA SENECTUD Y LA MUERTE.

Una dotación de bomberos ha sido avisada para que acuda a un domicilio parisino, debido al mal olor que emana de la vivienda. Después de llamar a la puerta y no obtener respuesta, fuerzan la misma, para encontrar lo que se espera en una situación así: el espectáculo de la muerte de unos ancianos solitarios.

Pero llegar hasta la muerte, hasta ese presunto descanso, no es una tarea fácil en la mayoría de las ocasiones. Viajamos al pasado inmediato. Vemos como la pareja formada por Anne y Georges sobrelleva bien su ancianidad. Llevan una existencia marcada por la lentitud, sabiamente sazonada por emociones profundas, como la música. Casi todo su tiempo transcurre en el interior de un piso burgués en el centro de París. El espectador descubre enseguida que se trata de una pareja culta: han sido profesores de música clásica y poseen una vistosa biblioteca. Sus salidas al exterior, además de las lógicas para hacer la compra, son especiales cuando asisten al concierto de algún antiguo alumno, lo cual les enorgullece y da sentido a la labor realizada en el pasado. Así transcurre la recta final de sus vidas, con resignación y sosiego, hasta que un día aciago la enfermedad empieza a acosar a Anne. La reacción de Georges, ante el reto que supone cuidar de una mujer moribunda, que va dejando atrás progresivamente su salud y su memoria, justifica plenamente el título de la cinta. No hay mayor prueba de amor que acompañar en la muerte al ser con el que se ha compartido íntimamente la vida.

El otro personaje importante de Amor es Eva, la hija de la pareja. Aunque quiere mostrarse compresiva con la situación de sus progenitores, jamás alcanza a comprender la intensidad del drama que están viviendo y, sobre todo, el profundo significado del sacrificio que está llevando a cabo su padre, que está gastando sus últimas fuerzas en cuidar a una mujer que tiende cada vez más hacia el estado vegetativo. Georges acaba cediendo en parte y contrata a una enfermera a tiempo parcial, pero se niega a internar a su esposa. Eva también asiste con impotencia al drama, pero solo en visitas esporádicas. Luego puede salir y continuar su vida, quizá con algunos remordimientos. Pero ¿qué se puede hacer contra la vejez y la decadencia? ¿la asumiremos nosotros cuando nos toque el turno? Es una etapa de la vida del ser humano que ha sido reflejada escasamente en el cine y en la literatura y, cuando se hace, se tiende a mostrar a ancianos amables y sabios y no a gente que sufre enfermedades degenerativas. Por eso la película de Haneke es tan perturbadora. Siguiendo el parsimonioso ritmo de la terrible recta final de la existencia de los ancianos nos damos cuenta de lo lenta y penosa que es a veces la muerte. Todo está mostrado con tal nivel de detalle que casi podemos oler las secreciones de Anne y sentir la impotencia de Georges. Como espectadores a veces queremos apartar la mirada ante el exceso de realidad que nos muestra el director austriaco. En nuestra vida cotidiana solo pensamos en la muerte en momentos íntimos, pero enseguida desechamos esa idea. Que se nos muestre el proceso con esa minuciosidad no es plato de gusto, pero no está mal recordar de vez en cuando lo que somos en realidad.

Haneke podía haber ido aún más lejos. Podría haber mostrado el mismo proceso en una pareja de ancianos pobres, que no contaran con ayuda de ningún tipo. Pero quizá nos está intentando mostrar que al final la decadencia es igual para todos y que el dinero no marca una gran diferencia para quien está agonizando. Amor puede ser visionada como metáfora de esa vieja Europa de la que hablaba el canalla de Donald Rumsfeld cuando intentaba que países como Francia secundaran a Estados Unidos en la invasión de Irak. Nuestro continente se parece en estos momentos a esa pareja de ancianos, viviendo en un hogar todavía digno, pero decadente, guardando el tesoro de la cultura clásica, pero a la vez asediados por una implacable senectud. Pero olviden todo lo dicho y admiren las últimas imágenes de la película, el mejor final posible para una obra dura y angustiosa. 

miércoles, 5 de marzo de 2014

1914-1918, HISTORIA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL (2013), DE DAVID STEVENSON. EUROPA HACE CIEN AÑOS.

Si comparamos la Primera Guerra Mundial con la Segunda, resulta que aquella es una gran desconocida. Se han publicado infinidad de estudios analizando cada detalle de cada una de las batallas de la guerra del 39. La figura de Hitler produce fascinación como villano perfecto de un drama absoluto y además, en comparación con la Primera, la Segunda Guerra Mundial es vista popularmente como una guerra buena, plenamente justificada, siendo aquella una locura auspiciada por igual por todos los bandos, que no podían entender el apocalipsis que estaban desencadenando por su falta de entendimiento en julio de 1914. Además, como ya han muerto prácticamente todos sus participantes, solo la conmemoración del centenario ha reavivado el interés por este conflicto, que nos parece casi tan remoto como las guerras napoleónicas. Sin embargo, el mundo que habitamos es así debido a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial que, entre otras cosas, dejó puestas las bases para que se iniciara la Segunda, solo dos décadas más tarde.

Respecto a la idea de que todos los contendientes fueron igualmente culpables del inicio de la contienda, habría que decir que en realidad Alemania fue la principal responsable. No porque la hubiera estado planificando desde años antes, sino porque su reacción al atentado de Sarajevo distó mucho de lo que podía esperarse de una potencia que desea la paz. En vez de sosegar los ánimos del Imperio Austrohúngaro, alentó la ofensiva contra Serbia, mostrando su apoyo incondicional a su Aliado, calculando que derrotaría enseguida a Francia para poder centrarse después en una presa más apetitosa: Rusia. Jamás pensó (como el resto de contendientes) que la guerra sería tan larga y penosa. En cualquier caso, para 1917 parecía que podía ganar. Rusia quedó fuera de juego, debido a la revolución que vivía en su seno y Alemania pudo ocupar extensos territorios en Ucrania e incluso en el Caúcaso, algo que fascinó a Hitler y más tarde usó como modelo para sus propios planes. Pero esto fue un espejismo, porque la apuesta final de los germanos, con las grandes ofensivas de principios de 1918 no fue concluyente y la ausencia de Rusia fue sustituida poco a poco por la llegada de soldados estadounidenses a Francia. La rendición final de Alemania fue interpretada por muchos posteriormente como una puñalada por la espalda, como una traición de elementos izquierdistas que debilitó a un ejército que no estaba ni mucho menos derrotado. En realidad la situación de Alemania era insostenible. Acosada por un bloqueo económico auspiciado por enemigos cada vez más poderosos, la población no podía resistir la cada vez mayor escasez de productos básicos. Después llegó el tiempo de los tratados, siendo el más famoso de ellos el de Versalles, la excusa principal de Hitler para desencadenar una guerra de desquite y de conquista de espacio vital para Alemania.

Para los soldados del frente vivir la guerra era algo muy distinto que para sus dirigentes. Si por algo se caracterizó el conflicto fue por su crueldad y por el desprecio absoluto de la vida humana. La guerra de trincheras era un punto muerto en el que las ofensivas no conseguían arrebatar, con suerte, más que unos pocos kilómetros cuadrados al enemigo, a costa de miles de muertos. El soldado estaba expuesto a enfermedades, bombardeos constantes, falta de higiene, ataques con gases y, sobre todo, a un miedo al que jamás lograba acostumbrarse. La gran tragedia de esta guerra es que los dirigentes, no sufriendo ninguna derrota catastrófica en sus ejércitos, veían siempre la oportunidad de nuevas ofensivas que decidieran finalmente la suerte a su favor, para poder negociar una paz ventajosa. Pero durante cuatro años, la línea de frente apenas sufrió modificaciones en occidente, mientras que en oriente sí que se produjo algo parecido a una guerra de movimientos que finalmente se decantó a favor de los alemanes. Mientras tanto, su aliado austrohúngaro sostenía a duras penas su frente, mientras los movimientos nacionalistas tomaban fuerza en su seno.

Acabado el conflicto, las potencias echaron cuentas de lo que había significado un acontecimiento jamás visto hasta entonces: millones de muertos, heridos y mutilados. Una generación perdida y una Alemania vencida y humillada que pronto reclamaría venganza. Stevenson ha escrito un ensayo amplio y detallado acerca de distintos aspectos de la Primera Guerra Mundial, reflexionando acerca de lo que significan para el hombre de hoy unos acontecimientos de apariencia tan remota, pero que en realidad abrieron la puerta a todos los horrores del siglo XX. Una guerra comandada por dirigentes que se comportaban como auténticos criminales con sus pueblos, a cuyos ciudadanos exigían enormes sacrificios para satisfacer su prestigio personal y sus ambiciones imperialistas. Como bien dice el autor, tanta crueldad significó una inhumanización progresiva:

"En esencia, la guerra es trauma y sufrimiento, pues conlleva la captura, la mutilación y el asesinato de seres humanos, con la consiguiente destrucción de sus propiedades, por muchos que sean los eufemismos con los que cualquier lengua intente enmascarar su verdadero significado. Además, implica un proceso recíproco carecterístico, una competición en crueldad que puede acabar convirtiendo al hombre más pacífico en un asesino consumado y también en una víctima."

Ahora los europeos asisten estupefactos a enormes tensiones en Ucrania y algunos comentaristas recuerdan lo que sucedió hace cien años. Es bueno sacar lecciones y tratar de no repetir errores, pero nunca se sabe por que senda va a encaminar sus pasos la historia. Esperemos que esta vez sea por la de la paz y el respeto entre naciones.   

martes, 4 de marzo de 2014

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN MARZO. BREVE HISTORIA DE UNA PRIMAVERA ETERNA.

Vivo en una ciudad de inviernos suaves. Tan suaves que se parecen mucho a la primavera de otros lugares más al norte. Sin exagerar demasiado podría decirse que aquí tenemos seis meses de primavera seguidos de seis meses de verano. Raro es el día en que se pierde de vista el Sol y cuando se oculta, las nubes no duran más que unas horas. A veces el cielo descarga con voracidad, como en cualquier sitio, pero lo normal aquí es poder sentarse cualquier día del año (a excepción de los días más calurosos del verano) en una de las innumerables terrazas a tomar algo sintiendo agradablemente los rayos del Sol en el rostro. Quizá esta bendición de buen tiempo eterno sea uno de los motivos por los que en esta ciudad se lee poco. Es difícil ver a alguien con un libro en una de estas terrazas, o en el transporte público. Si se lee algo es en la pantalla del móvil, un aparato que cada vez sirve para más cosas y pronto permitirá usos insospechados. Menos mal que nos quedan los clubes de lectura, con fieles compañeros siempre dispuestos a destripar libros de toda época y condición. En este mes continúan sus actividades en todo su esplendor.

En la Biblioteca Provincial leemos El cerco, una novela muy original y repleta de sabiduría literaria que su autor, nuestro compañero Pepe Jiménez, ha tenido la amabilidad de dedicarnos. Su presentación será a finales de mes.

En la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una de las mejores novelas del maestro Vargas Llosa, una disección sin contemplaciones de lo que significa padecer una dictadura para un país: La fiesta del Chivo.

El club de lectura de la tetería Zouk se traslada este mes a El Harén (a no ser que a última hora me lleguen noticias en otro sentido) y se comentará un libro que yo personalmente hacía tiempo que tenía ganas de leer: Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, en torno a uno de los hechos más absurdos del final de la Segunda Guerra Mundial: el bombardeo y destrucción de la preciosa ciudad de Dresde.

En el club de lectura de Más Libros Libres, una novela de un autor húngaro, lo cual siempre es una garantía de calidad, que recorre buena parte del siglo XX a partir de la historia de una pasión: Breve historia de un amor eterno, de Szilárd Rubin.

Los clubes de lectura que organiza el Ateneo se dividen como sigue: en Málaga, una obra de uno de nuestros mejores escritores de la actualidad: Corazón tan blanco, de Javier Marías, en Torremolinos, un experimento muy original con la lectura de tres narraciones en torno a un tema similar: La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, y El avión de la bella durmiente y Memoria de mis putas tristes, de García Márquez. En Fuengirola, Los verdes campos del Edén, del exitoso Antonio Gala.

En la Casa del Libros, dos clubes de lectura. El primero de ellos dedicado a todo un clásico del que ya tuvimos oportunidad de hablar hace un año en Cristóbal Cuevas: Otra vuelta de tuerca, de Henry James. El otro, dedicado a dos de los mejores autores de literatura fantástica de la actualidad: Terry Pratchett y Neil Gaiman con Buenos presagios.

En la Fnac, un libro de uno de los autores más originales y leídos del siglo XX: Roald Dahl con Mi tío Oswald.

En Librería Luces, todo un acierto el libro elegido este mes, una deliciosa novela que permanecía oculta al lector español hasta hace poco: Las chicas del campo, de Edna O Brien.

En la Biblioteca Emilio Prados, de El Palo, una novela perteneciente a la prestigiosa trilogía de Deptford, de Robertson Davies: Mantícora.

Y por fin, hay que hablar de los cine forums. En el que yo organizo en la Biblioteca Cristóbal Cuevas, un tema de máxima actualidad, el aborto, con la magnífica película rumana Cuatro meses, tres semanas y dos días, de Cristian Mungiu. En la Biblioteca Dámaso Alonso de Ciudad Jardín, un clásico indiscutible del gran Fritz Lang: M, el vampiro de Dusseldorf y en el Ateneo de Málaga, una singular película de Pasolini que tuve ocasión de ver hace unos meses: Pajaritos y pajarracos.

Todas las novedades y cambios que vayan surgiendo, como siempre, en la columna de la derecha. Que disfruten del Sol de esta inminente primavera. ¡Felices lecturas!

lunes, 3 de marzo de 2014

LA RELIGIOSA (1760), DE DENIS DIDEROT. INTERIOR DE UN CONVENTO.

Nunca podremos agradecer lo suficiente a los ilustrados franceses del siglo de las luces su lucha constante contra el oscurantismo religioso, en una época en la que todavía era peligroso atacar a la iglesia católica. Voltaire, Rosseau, Diderot o D´Alembert son ejemplos de una confianza total en el espíritu humano, en la cultura y la ciencia como medio de mejorar a la humanidad, desterrando para siempre a la superstición. La mejora de nuestras condiciones de vida, los derechos humanos que ahora podemos invocar sin temor a ser encarcelados, son hijas de esta época. 

El origen de La religiosa es cuanto menos curioso. Diderot tuvo noticia del proceso al que se había sometido a una monja que pretendía renunciar a sus votos. El marqués de Croixmare también se interesó por el caso, intentando ayudar a la muchacha, circunstancia que fue aprovechada por Diderot para gastarle una broma, escribiendole una carta haciéndose pasar por la religiosa, solicitando su favor. Al final la misiva dio pie a que el escritor francés concibiera un relato, en el que el personaje principal, Susanne Simonin, era una religiosa que había sido ingresada en un convento en contra de su voluntad, por ser hija bastarda de una familia que no contaba con medios para otorgarle una dote.

La estancia de Susanne en el convento, esa ciudad de Dios regida por normas demasiado humanas,  será un auténtico suplicio: privada de su libertad y sometida a los caprichos dictatoriales de su superiora, la religiosa va a conocer los sinsabores de la vida conventual, una sociedad aparte con reglas propias. Encerrada tras los muros del convento, Susanne va a intentar alcanzar su libertad por medios judiciales, algo auténticamente complicado en una época en la que todavía se confundían derecho y religión. Al menos sí que consigue que la trasladen a otro convento. Esta vez el pecado de la superiora es una lujuria que se traduce en un deseo incontenible por Susanne, que intenta disfrazar de fraternidad. 

La religiosa no funciona tan solo como una crónica íntima de la tragedia de su protagonista, sino también como la denuncia de una institución religiosa que enterraba a jóvenes en la flor de la vida tras los fríos muros de los conventos. Como en toda sociedad, las religiosas no eran ajenas a los conflictos internos, en los que acababan sucumbiendo las más débiles o, paradójicamente, las más creyentes, las que querían sobrevivir tan solo a base de amor al prójimo. Susanne sabe que en el exterior no le espera nada bueno, ya que, si logra liberarse, carecerá de medios económicos y quizá acabe siendo una perdida, aunque ella prefiera morir de hambre antes que llegar a eso. Lo que tiene claro es que quiere su libertad, que la vida religiosa no es para ella, aun cuando atesore un carácter mucho más virtuoso que la mayoría de sus compañeras. Así lo manifiesta continuamente en este largo monólogo, el grito desesperado de un alma encerrada:   

"¿Todas las oraciones rutinarias que allí se hacen, valen acaso lo que una limosna que la conmiseración da a un pobre? Dios, que creó sociable al hombre, ¿aprueba que se le encierre? Dios, que lo creó tan inconsciente y frágil, ¿puede autorizar la inseguridad de sus votos? Estos votos, contrarios a la inclinación general de la naturaleza, ¿pueden nunca ser cumplidamente observados, excepto por algunas criaturas mal constituidas en las que los gérmenes de las pasiones están marchitos, y que con razón serían consideradas como monstruos si nuestras luces nos permitieran conocer tan fácilmente y tan bien la estructura interior del hombre como su forma exterior? (...) Hacer voto de pobreza es comprometerse mediante juramento a ser perezoso y ladrón; hacer voto de castidad equivale a prometer a Dios la infracción constante de la más sabia y más importante de sus leyes; hacer voto de obediencia es renunciar a la prerrogativa inalienable del hombre: la libertad. Si uno observa estos votos es un criminal; si no los observa, perjuro. La vida claustral es propia de un fanático o de un hipócrita."

domingo, 2 de marzo de 2014

PHILOMENA (2013), DE STEPHEN FREARS. EN EL NOMBRE DEL HIJO.

Imaginénse que les llega la noticia de una organización de carácter religioso que, como castigo a las muchachas que han sido madres fuera del matrimonio, las obligan a trabajar durante años prácticamente como esclavas y les permiten estar con sus hijos solo una hora al día, para que no se encariñen en exceso con ellos, ya que su destino es ser vendidos a familias pudientes. Si esto hubiera sucedido con cualquier entidad que no fuera la iglesia católica, se hubiera prohibido su existencia, se la habría calificado de secta destructiva y se hubiera investigado a los responsables que hacían posibles tales comportamientos monstruosos. Pero estamos hablando de una organización que lleva siglos ejerciendo un extraordinario poder sobre millones de personas, y a veces determinando la política de Estados enteros. Basándose más en el miedo que en el amor en demasiadas ocasiones, la iglesia católica, lejos del ejemplo que dio su fundador, exige obediencia ciega a sus miembros, mientras acumula en su seno bienes muy terrenales. 

Uno de los grandes escándalos de los últimos años en nuestro país (y últimamente tenemos donde elegir) apenas ha tenido repercusión en los grandes medios, más allá de algún que otro titular. Me refiero a la facultad que el gobierno de Aznar otorgó a la iglesia católica de inmatricular bienes inmuebles y tierras que no tuvieran dueño reconocido, sin restricción alguna. Así, la iglesia ha hecho buen uso de este privilegio y se ha adueñado de cientos - si no miles - de edificios y fincas por toda la geografía nacional sin más requisitos que presentarse en el Registro de la propiedad y decir: "esto es mío". Por este procedimiento últimamente están intentando (y seguramente al final lo conseguirán) quedarse con la propiedad de la mezquita de Córdoba ad aeternum. Pero estoy desviándome de los asuntos que trata Philomena, que tienen más que ver con otro escándalo sangrante que protagonizó la iglesia en nuestro país: los niños robados en el mismo momento del parto para ser vendidos, como castigo a sus pecadoras madres, a familias católicas de probada solvencia moral y económica. El modus operandi de las monjas irlandesas de la Magdalena, en Irlanda, era parecido, aunque más refinadamente sádico. Si en España las religiosas informaban a las desgraciadas madres que su bebé había nacido muerto, en aquel país dejaban que los niños crecieran un poco para después arrebatárselos a sus madres, que debían pagar durante unos años con duros trabajos de lavandería la merced otorgada al haber sido atendidas en el momento del parto.

Philomena Lee es una de estas víctimas, que ha mantenido en secreto la angustia por su hijo desaparecido durante su vida. Ya en la vejez, ha decidido hablar y contacta con un antiguo periodista para contarle su caso. Éste, al que al principio no parece interesarle mucho la historia, finalmente accede a investigar, puesto que puede haber materia para un buen reportaje. Pronto descubrirá en Philomena a una mujer singular, de otro tiempo, una mujer que no muestra ni un ápice de odio por lo que le hicieron y cuyo único interés es conocer a su hijo antes de morir. Philomena ha cargado durante toda su existencia con la idea de que fue justamente castigada por pecadora, tal y como le transmitieron las monjas. La idea de pecado, la del miedo a un castigo eterno, es una de las que con más fijeza pueden quedar en la conciencia de un individuo suficientemente condicionado. Martin Sixsmith, el periodista, no sale de su asombro cuando habla con la víctima que se siente culpable. Él es un hombre culto y ateo, pero también muy torpe a la hora de transmitir sus ideas a alguien que está en las antípodas de su educación y su pensamiento. Poco a poco irá reconociendo en Philomena a una auténtica cristiana, no en el sentido de seguidora de la iglesia, sino de las palabras de Cristo cuando decía que hay que amar a nuestros enemigos.

Stephen Frears ha cargado inteligentemente el peso de su película en sus dos soberbios intérpretes, sobre todo en una Judi Dench merecedora de todos los elogios. En su vocación de película pequeña, Philomena es capaz de conquistar al público, haciendo más efectiva la denuncia contra una institución que siempre sale impune de las mayores barbaries (mejor no hablar aquí de los casos, aún más sangrantes, de los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes, eso daría para otro artículo entero). La historia que cuenta Frears - basada en hechos reales - no es más que la exposición cruda de lo que sucede cuando un Estado deja de lado sus responsabilidades para otorgárselas a unas monjas de pensamiento medieval. Pensemos que no se trata de experiencias remotas, de épocas ya superadas, sino de personas que existen en este siglo XXI repleto de tecnología, que cayeron en sus días en las garras de personas que pudieron delinquir impunemente por estar respaldadas por una religión internacionalmente poderosa. Esos crímenes seguirán estando vivos en la conciencia de las víctimas mientras no existan medios ni voluntad para castigar a los verdugos con sotana. Los mismos miembros honestos de la iglesia, que los hay en abundancia, deberían ser los primeros interesados en limpiar el nombre del catolicismo, por muy dolorosas que sean las consecuencias.