martes, 2 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL ARTE (1995), DE ERNST H. GOMBRICH. LA GRAN BELLEZA.

Observen este maravilloso cuadro de Caravaggio. El magistral uso de la luz y las sombras, las expresiones de sus protagonistas, cómo el autor sabe llevar hasta el centro de la obra el detalle que más le interesa: la herida de Cristo. Para llegar a esta perfección hicieron falta milenios. El arte es uno de esos atributos que surgen directamente de nuestra inteligencia, algo que nos distingue del resto de animales. Casi podría decirse que el fenómeno artístico, en ocasiones, trasciende lo meramente humano y nos acerca a la divinidad. Entrar en un buen museo es como penetrar en un templo, repleto de maravillas cuya interpretación última puede quedar a manos del visitante, porque una de las características más admirables del arte, que comparte con la literatura, es precisamente su inagotabilidad.

En cualquier caso, la del arte no es una historia progresiva, como la de la ciencia, en la que unos descubrimientos llevan a otros y todo puede sistematizarse. No es extraño que el avance en una técnica artística en una determinada época pueda llevar a la pérdida de otras:

"En todo el mundo existió siempre una forma de arte, pero la historia del arte como esfuerzo continuado no comienza en las cuevas del norte de España, del sur de Francia o entre los indios de América del Norte. No existe ilación entre esos extraños comienzos con nuestros días, pero sí hay una tradición directa, que pasa de maestro a discípulo y del discípulo al admirador o al copista, que relaciona el arte de nuestro tiempo - una casa o un cartel - con el del valle del Nilo de hace unos cinco mil años, pues veremos que los artistas griegos realizaron su aprendizaje con los egipcios, y que todos nosotros somos alumnos de los griegos. De ahí que el arte de Egipto tenga formidable importancia sobre el de Occidente."

La de Gombrich es la historia del arte más famosa - y más vendida - que nunca se haya publicado. Y lo es por su vocación de sencillez, por su capacidad de llegar a todos los públicos, aunque se trate de profanos en la materia. Es más, el autor casi prefiere a lectores que lleguen con ojos vírgenes y fascinados a adentrarse en la materia, sin influencias previas que puedan decantar hacia un lado u otro esta visión. Además, Gombrich prefiere elegir bien los cuadros, esculturas o edificios con los que ilustra su texto, para que, además de ser representativos de una determinada época, sean a la vez obra de los artistas más famosos, aunque de vez en cuando nos sorprenda con alguno poco conocido: 

"Hablar diestramente acerca del arte no es muy difícil, porque las palabras que emplean los críticos han sido usadas en tantos sentidos que ya han perdido toda precisión. Pero mirar un cuadro con ojos limpios y aventurarse en un viaje de descubierta es una tarea mucho más difícil, aunque también mucho mejor recompensada. Es difícil precisar cuánto podemos traer con nosotros al regreso."

El arte no ha significado lo mismo en distintas épocas. En la Edad Media europea, por ejemplo, era un instrumento de poder de la Iglesia: sus catedrales impresionaban al pueblo, que se sentían transportados a otro mundo cuando penetraban en ellas, acostumbrados como estaban a vivir en humildes chozas. El papa Gregorio el Grande decía que "la pintura puede ser para los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer". Cualquier campesino medieval era capaz de interpretar una pintura sagrada o el tímpano de una iglesia, sabía encontrarle su sentido sagrado. François Villon, poeta francés de finales de la Edad Media lo expresó muy bien en este poema:

"Soy una mujer, vieja y pobre
ignorante de todo; no puedo leer
en la iglesia de mi pueblo me muestran
un Paraíso pintado, con arpas,
y un Infierno, en el que hierven las almas de los condenados;
uno me alegra, me horroriza el otro. "

Uno de los episodios más curiosos entre los que cuenta Gombrich es la recepción que crítica y público otorgó a los pintores impresionistas (el término fue una especie de insulto) cuando comenzaron a organizar exposiciones alternativas a las oficiales. Un crítico escribía en 1876:

"La rue La Peletier es un lugar de desastres. Después del incendio de la Ópera ha ocurrido otro accidente en ella. Acaba de inaugurarse una exposición en el estudio de Durand-Ruel que, según se dice, se compone de cuadros. Ingresé en ella y mis ojos horrorizados contemplaron algo espantoso. Cinco o seis lunáticos, entre ellos una mujer, se han reunido y han expuesto allí sus obras. He visto personas desternillándose de risa frente a esos cuadros, pero yo me descorazoné al verlos. Estos pretendidos artistas se consideran revolucionarios, "impresionistas". Cogen un pedazo de tela, color y pinceles, lo embadurnan con unas cuantas manchas de pintura puestas al azar y lo firman con su nombre. Resulta una desilusión de la misma índole que si los locos del manicomio recogieran piedras de las márgenes del camino y se creyeran que habían encontrado diamantes."

Cuando se empezó a valorar a este grupo de pintores - Renoir, Monet, Manet... -  y se hizo justicia con uno de los movimientos artísticos más famosos de la historia, la crítica, después de un ridículo tan espantoso, quedó tocada casi de muerte. Tanto, que prácticamente hasta nuestros días los críticos no se atreven a minusvalorar las novedades artísticas, por excéntricas que estas sean, por miedo a quedarse atrás o ser tachados de conservadores. Esto ha dado lugar a que este mundo en los últimos años se haya parecido más a un espectáculo repleto de provocaciones que a labor de hombres y mujeres que buscan esforzarse en crear nuevos lenguajes figurativos, aunque existan notables excepciones en este sentido y tampoco conozcamos a ciencia cierta qué movimientos actuales van a ser más valorados en el futuro.

La historia del arte de Gombrich constituye una lectura imprescindible para todo aquel que quiera atisbar un inmenso panorama de la mano de un autor único, capaz de sintetizar de forma magistral el trabajo de tantos artistas que han enriquecido la existencia humana, esos "hombres y mujeres favorecidos por el maravilloso don de equilibrar formas y colores hasta dar en lo justo, y, lo que es más raro aún, dotados de una integridad de carácter que nunca se satisface con soluciones a medias, sino que indica su predisposición a renunciar a todos los efectos fáciles, a todo éxito superficial en favor del esfuerzo y la agonía propia de la obra sincera"

2 comentarios:

  1. ¿Y cómo explica el autor que el arte de vanguardia lleve ya más de medio siglo siendo tan extraordinariamente minoritario? Eso, me parece, no tiene precedentes...

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  2. Quizá porque el arte ha cambiado su función social con el paso de los siglos. Ahora lo mayoritario son los videojuegos, el cine y las redes sociales. Los centros comerciales son las nuevas catedrales góticas.

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