viernes, 28 de noviembre de 2014

DIPLOMACIA (2014), DE VOLKER SCHLÖNDORFF. ¿ARDERÁ PARÍS?

Cualquiera que pasee por París por vez primera, puede sentirlo: se encuentra ante una ciudad única, que se muestra ante el visitante como un enorme escenario teatral de infinita hermosura. Todo parece dispuesto a una escala monumental, para impresionar. Pues bien, toda esa belleza estuvo a punto de venirse abajo a finales de agosto de 1944, cuando los Aliados estaban a punto de liberar la capital francesa. Para esa época, estaba claro que Alemania había perdido la guerra y la Wehrmacht solo podía pelear para retrasar lo inevitable. En el frente Occidental, americanos y británicos ya habían liberado media Francia y estaban a punto de llegar a París, mientras Roma ya había sido conquistada y se avanzaba también, lentamente, hacia el norte de Italia. En el este, el rodillo soviético había penetrado en Polonia y comenzaba a amenazar suelo alemán. Mientras tanto, hacía ya muchos meses que se había desatado sobre Alemania una ofensiva aérea devastadora y sin precedentes. Quizá esta destrucción sistemática de las ciudades germanas estaba en la raíz de la decisión de Hitler de destruir París antes de que llegaran los Aliados.

Diplomacia, está basada en una obra de teatro de Cyril Gely, y esto condiciona el desarrollo de la trama, que transcurre casi en su totalidad en las habitaciones privadas de Von Choltitz, el comandante de las tropas alemanas en París, en una sola noche. Choltitz recibe la visita inesperada de Raoul Nordling, un diplomático sueco que ha intentado mediar en la rendición de la guarnición germana. A la vista del escaso éxito de sus iniciativas, se va a jugar el todo por el todo, visitando al general y tratando de convencerlo de que existe un límite a la obediencia debida de un soldado. En este sentido, la película de Schlöndorff tiene mucho de dilema ético: ¿puede Choltitz desobedecer cuando su propia familia puede ser objeto de represalias si lo hace? El propio director lo expresa muy bien en una entrevista concedida a la revista Dirigido y publicada este mismo mes:

"Lo que despertó mi interés antes de hacer el film fue una frase del cónsul sueco: antes que las órdenes, hay que escuchar nuestra conciencia. Me fascinó poder contar cómo se comporta el ser humano en situaciones extremas."

Porque lo que es cierto, es que hay ocasiones en las que la historia pende de un hilo. Una guerra como la que se desencadenó en 1939, una guerra total, no respeta nada. A las alturas de 1944 importantes ciudades como Coventry, Hamburgo, Varsovia, Rotterdam, Berlin, Londres, habían sido destruidas o sometidas a graves daños, por no hablar de las ciudades soviéticas, sometidas a batallas cruentísimas, como Stalingrado o Leningrado. Que ese hubiera sido el destino de París, nada hubiera tenido de extraño en este contexto. De hecho, todavían estaban por escribirse capítulos del apocalípsis extraordinariamente perversos, como la destrucción de Dresde (la llamada Florencia del Elba) o la primera bomba atómica en Hiroshima. París se salvó en el último momento, pero podría haber ardido, como quería Hitler. El dictador alemán era un admirador de la capital francesa y apreciaba enormemente la arquitectura de edificios como la Ópera. De hecho, visitó la ciudad recién conquistada en 1940, más como amante del arte (si puede ser compatible desencadenar la guerra más destructiva de la historia de la humanidad con el amor al arte) que como caudillo victorioso. De hecho, había estudiado junto a sus arquitectos el urbanismo de París para que fuera el modelo de la nueva Berlín. Cuando la capital alemana comenzó a ser destruida sistemáticamente por las bombas aliadas, ya no le importó que París siguiera el mismo destino, sobre todo cuando aún se hallaba conmocionado por el reciente atentado que estuvo a punto de acabar con su vida.

Es muy posible que las cosas no se desarrollaran tal y como se narran en Diplomacia, no en vano estamos hablando de una obra de ficción histórica. Pero al espectador que se sumerja en Diplomacia, no le importará demasiado, ante la tensión dramática que Schlöndroff imprime a la larga conversación entre estos dos hombres, sostenida por dos actores magníficos, como André Dussollier y Niels Arestrup. Al principio intuimos que Von Choltitz no es más que un canalla, uno de esos hombres que se amparan en el uniforme, en la obediencia debida, para cometer las peores tropelías. Seguramente las cometió en su periodo en el frente ruso y estuvo a punto de convertirse en el hombre que mandó destruir París. Esto hubiera supuesto, además de la pérdida de una de las ciudades más hermosas del mundo, la muerte de cientos de miles de personas y, seguramente, una cadena de represalias contra los alemanes que quizá hubiera impedido la constitución de la Comunidad Económica Europea.

Así pues, Von Choltitz no debe ser considerado un héroe. Más bien fue un hombre sobrepasado por las circunstancias, que al final ponderó que, actuando como Hitler le había ordenado, habría desencadenado una tremenda venganza contra sus tropas, algo que no estaba dispuesto a asumir. Por supuesto, debemos celebrar la decisión que tomó, pero siempre dentro de un contexto determinado. También Stauffenberg, el hombre que atentó contra Hitler, se había entusiasmado en su momento con la invasión de Polonia. Ojalá todos los conflictos pudieran arreglarse a través de una serena conversación nocturna. Los soldados a veces sacan a relucir su componente humano, aunque éste se encuentre prisionero de una durísima coraza. 

martes, 25 de noviembre de 2014

CABELLOS SAGRADOS.

He aquí el relato que publiqué para el número dedicado a "Pelos" de la revista Mitad Doble. La ilustración que lo acompaña, obra de Aintzane Cruceta, es sencillamente magnífica:

http://www.mitaddoble.com/cabellos-sagrados/

lunes, 24 de noviembre de 2014

LA GUERRA DE LOS MUNDOS (1898), DE HERBERT GEORGE WELLS Y DE STEVEN SPIELBERG (2005). UNA INVASIÓN DARWINISTA.


Aún recuerdo la conmoción que me produjo la lectura de La Guerra de los Mundos, mi primer acercamiento a la obra del que después se convertiría en uno de mis autores favoritos: H.G. Wells. Hasta ese momento yo era sobre todo un lector de Julio Verne, pero lo que se planteaba en este libro era muy distinto a los argumentos habituales del autor francés. En La Guerra de los Mundos, los principios científicos juegan un papel más bien marginal. Bien es cierto que Wells comienza describiendo observaciones astronómicas al planeta rojo y que justifica la invasión marciana como una respuesta de los extraterrestres a la extinción de los recursos de su mundo, pero creo que ya para la época se sabía que la vida en aquel planeta era imposible. Verne jamás hubiera usado a extraterrestres en una de sus narraciones, a no ser que se le hubiera ocurrido una explicación científica de la posibilidad del viaje interplanetario y una descripción medianamente lógica de la anatomía de aquellos seres.

Los intereses de Wells son muy distintos. La invasión marciana no es más que una justificación para entregar una novela terrorífica, en la que el hombre, considerado hasta ese momento el rey de la creación, no es más que un animal inferior y asustado, abrumado por la tecnología de los marcianos:

"En ese momento experimenté una emoción que está más allá del alcance de los hombres, pero que las pobres bestias a las que dominamos conocen muy bien. Me sentí como podría sentirse el conejo al volver a su cueva y verse de pronto ante una docena de peones que cavan allí los cimientos para una casa. Tuve el primer atisbo de algo que poco después se tornó bien claro a mi mente, que me oprimió durante muchos días: me sentí destronado, comprendí que no era ya uno de los amos, sino un animal más entre los animales sojuzgados por los marcianos. Nosotros tendríamos que hacer lo mismo que aquéllos: vivir en constante peligro, vigilar, correr y ocultarnos; el imperio del hombre acababa de fenecer."

La invasión es interpretada por el protagonista como parte de la ley de la evolución de Darwin, cuyos principios pueden tener validez en distintas partes del Universo: la vida como lucha incesante entre distintas especies, de la que solo sobreviven las más aptas. El sorprendente giro final no es más que una ratificación de este argumento. Y es que el hombre, para llegar al señorío presente sobre la Tierra, ha debido destruir y someter a muchos rivales. Y si afinamos más, podemos decir que el hombre occidental (al menos así era en la época de Wells) había conseguido su supremacía exterminando a otros pueblos o subyugando a sus habitantes, tal y como hacía el Imperio Británico, que ejercía su primacía a nivel mundial a finales del siglo XIX.

Así pues, el anónimo protagonista es un testigo de los horrores que desatan en plena Inglaterra estos seres capaces de aplastarnos como un niño haría con un hormiguero. La técnica narrativa que utiliza Wells, en primera persona, desemboca en un estilo casi periodístico, en una fantasía muy veraz que engañó a muchísima gente cuando fue reproducida en un famoso programa de radio que dirigió en 1939 un joven Orson Welles. La Guerra de los mundos apela a los miedos atávicos del ser humano, al temor constante e inconsciente a perder sus posición en el mundo, tan duramente conquistada durante milenios. Que todo esto pueda quedar pulverizado en pocas horas, ya sea por una invasión marciana, por una devastadora guerra nuclear, por un ataque terrorista o por un meteorito, es una posibilidad remota, pero siempre presente.

La versión cinematográfica de Steven Spielberg es una adaptación a nuestros días del clásico de Wells, que se mantiene muy fiel al espíritu de la novela, sobre todo porque el punto de vista elegido es el mismo: el de un ciudadano de a pie que asiste impotente a un verdadero apocalipsis, mientras intenta salvarse él mismo y a sus hijos. A pesar de no tratarse de una de las grandes obras de su director, sobre todo porque a ratos parece concebida como un vehículo de lucimiento para Tom Cruise, existen algunos elementos de la película que resultan muy estimables: el terror que produce el diseño de los trípodes de los invasores, acompañados de un sonido de sirenas, cuando van a atacar, verdaderamente escalofriante y la breve intervención de Tim Robbins, como un iluminado que apela a la lógica, muy humana, de morir matando. Merece la pena visionarla inmediatamente después de terminar la novela: ha pasado más de un siglo, pero los terrores siguen siendo parecidos. También recomiendo acercarse a la visión de La liga de los hombres extraordinarios, el excelente cómic de Alan Moore, que dedica su segundo arco argumental a homenajear la invasión marciana concebida por Wells.

jueves, 20 de noviembre de 2014

CAMINANDO ENTRE LAS TUMBAS (2014), DE SCOTT FRANK. EL DETECTIVE ANÓNIMO.

No suelo leer novela policíaca. No por falta de ganas, sino de tiempo. En su día leí obras magníficas (hace poco culminé las narraciones completas de Sherlock Holmes, uno de los padres del policíaco) de autores clásicos como Dashiell Hammett o Raymond Chandler, que luego dieron lugar a obras maestras del género negro. Pero apenas he pasado de ahí y, si me preguntan por los grandes escritores actuales del género, apenas sabría nombrar a un par de ellos. Sé que me estoy perdiendo buena literatura, pero por desgracia el tiempo que uno puede dedicarle a este vicio es limitado y si hablamos de géneros, siempre me he decantado más por la ciencia ficción.

Digo esto porque la interesantísima película de Scott Frank parte de un personaje bastante popular para los entendidos en estos asuntos: Matt Scudder, una especie de investigador privado sin licencia, que se gana la vida "haciendo favores a los amigos", creado por la pluma de Lawrence Brock. No sé si la serie literaria de Scudder merecerá la pena, pero su traslación cinematográfica retrata a un protagonista con una psicología muy sugestiva. En el pasado fue un policía duro, una mezcla entre Harry el sucio y Harvey Bullock, el compañero del futuro comisario Gordon en la magnífica serie Gotham. Al espectador se le permite atisbar un episodio de ese pasado turbulento: cuando era un policía alcohólico y en un tiroteo mató por error a una inocente. Nos podemos imaginar que ese instante fue catártico para Scudder: abandonó sus dos grandes amores, el alcohol y la policía y se dedicó a ir por libre, desarrollando su particular visión de la justicia.

Aun concebida como vehículo para el lucimiento de su protagonista, un Liam Neeson que realiza una interpretación muy contenida en todo momento, la mayor virtud de Caminando entre las tumbas es saber crear un clima propio, repleto de tensión en un Manhattan nocturno, lleno de fantasmas y moral ambigua. Los narcotraficantes que piden ayuda a Scudder pueden tener una digna vida familiar y ser víctimas también del mal, pero no pueden acudir a las fuerzas del orden convencionales. Scudder no es exactamente alguien a quien le guste tomarse la justicia por su mano, pero las circunstancias van a convertirlo en una especie de ángel de la venganza, a su pesar, mientras recita los mandamientos de Alcohólicos Anónimos para que sus pensamientos no le devuelvan al demonio de la botella. 

Por último ¿Es significativo que la trama de la película transcurra a finales de los años noventa, cuando las torres gemelas estaban a punto de caer, desencadenando el mal y la venganza absolutos? Quizá la última imagen ofrezca alguna pista al respecto. Caminando entre las tumbas ha supuesto una agradable sorpresa, una opción muy recomendable para quien quiera pasar una tarde en el cine y le guste salir un poco turbado (en el buen sentido del término) de la sala.

martes, 18 de noviembre de 2014

EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE (2010), DE EDUARDO PUNSET. LO QUE NOS PASA POR DENTRO.


Con este Viaje al poder de la mente culmina la trilogía que dedicó Eduardo Punset a las emociones. Si en los dos anteriores examinaba los últimos descubrimientos científicos en torno a la felicidad y al amor, ahora se centra en el órgano del que provienen ambas. Como dice el mismo autor, saber lo que nos pasa por dentro es fundamental para conocernos a nosotros mismos. El cerebro sigue siendo en gran parte un misterio que se va desvelando poco a poco. Algunos descubrimientos no son agradables, pues desvelan que en buena parte de nuestra vida nos guiamos por instintos: es el inconsciente el que nos gobierna, el responsable de la mayor parte de las decisiones que tomamos en el día a día, porque si nos parásemos a meditarlo todo, apenas podríamos actuar. Esta idea nos hace sentir como una especie de máquinas programadas para actuar de determinada manera ante diversas situaciones. Estoy exagerando, claro, pero es cierto que hay actividades muy complejas, como conducir, por ejemplo, que se realizan de manera automática y precisamente durante el aprendizaje, cuando más pensamos en lo que estamos haciendo, es cuando peor se nos da.

El viaje al poder de la mente es, desde luego, un ensayo ideal para celebrar en torno a él un club de lectura, por cuanto su contenido divulgativo es amplísimo. Una de los asuntos al que más tiempo se dedicó fue al de la evolución humana, cómo un animal de una especie de homínidos fue transformándose en lo que somos ahora. Una de las claves de esto fue la vida en comunidad: el sentimiento de pertenencia a un determinado colectivo es uno de los más fuertes que puede experimentar un ser humano, es algo atávico y relacionado fuertemente con la necesidad de seguridad que solo un grupo puede proporcionar contra el enemigo, real o inventado. Según cuenta Punset, quizá el origen primitivo del Estado tuvo que ver con la invención de la cocina: hacía falta organizarse para vigilar la comida almacenada y poder sobrevivir como grupo. No obstante, estos instintos que aún permanecen en nuestra genética, a veces casan mal con la forma de vida moderna, aunque todos hemos experimentado alguna vez la sensación de poder que otorga el fundirse con una masa:

"Existen personas capaces de dar la vida por un equipo de fútbol o de quitársela a otros porque son de una etnia o nacionalidad diferente de la suya. A quienes están lejos de estos conflictos, estas divisiones les parecen extrañas, pero cuando las viven desde dentro resultan ser determinantes. Desde fuera se aprecia el componente absurdo en esas pasiones. «No tienen ningún sentido», decimos. Pero cuando se trata de cosas sobre las que se tienen sentimientos viscerales, no resulta fácil distanciarse."

En relación con ésto, parece que lo que creíamos un instinto, la acción violenta, no lo es tanto. La violencia se puede también aprender, está relacionada con el intelecto. Los primeros años de nuestra existencia son decisivos a este respecto. El cómo seamos tratados en la infancia puede dejar una impronta que influya en nuestro carácter el resto de nuestra vida. Aunque hay mecanismos para corregir esto: se trata de la plasticidad del cerebro o neuronal: la experiencia y el aprendizaje posterior nos permiten cambiar. 

Lo que nos diferencia de los animales es que en nuestro caso podemos ejercitar violencia gratuita, no para defendernos o defender nuestro territorio, sino por todo tipo de razones, entre las que destacan la venganza, una invención genuina de nuestra especie: 

"La violencia de la que formamos parte, que vemos todos los días en nuestro mundo, no es un instinto, no es un instinto atávico que hayamos heredado del pasado porque sí. La violencia es el subproducto de la sofisticación cognitiva, en el sentido de que si nos hieren, por ejemplo, tenemos que pensar en el castigo, y el castigo es algo en lo que no pensaría un insecto ni un reptil. Lo que se desprende del estudio de los orígenes de la violencia es casi aterrador: la violencia es el subproducto de la inteligencia. Si no fuésemos más inteligentes que otros animales, seríamos menos violentos."

Aquí conviene hacer referencia al experimento Milgram y a otros de índole parecida que se desarrollaron recién concluida la Segunda Guerra Mundial, para intentar explicar esa obediencia casi sin fisuras a la autoridad que habían conseguido los totalitarismos europeos en poblaciones que, en muchos casos, habían sido educadas en los valores de la libertad y la democracia. Los experimentos fueron concluyentes: la fascinación por la autoridad suele ser más fuerte que nuestros principios morales. Cabría decir que para juzgar las acciones malvadas de una persona, habría que tener en cuenta el contexto o periodo histórico en el que se desarrollan. ¿Cómo hubiéramos actuado nosotros de haber sido arios durante el nazismo? ¿Habríamos renegado de él, como hicieron Sebastian Haffner y pocos más o hubiéramos abrazado con entusiasmo su doctrina, como hizo la mayoría?

Contradiciendo la imagen optimista de que goza como personaje público, la efigie del hombre que dibuja aquí Punset es en ocasiones bastante perturbadora y antitética, como cuando dice que "la inteligencia transforma el afecto en amor y la agresión en castigo y ganas de controlar". Somos seres que pasan su existencia amando al otro y a la vez maquinando como conseguir una posición preemitenente sobre él: el poder es un instrumento que siempre ha fascinado al animal humano. En cualquier caso sí que debemos estar de acuerdo en que la mayor parte de nuestro paso por la vida suele transcurrir de forma apacible, aunque siempre nos revolotee la sombra de la angustia por el futuro. Poseemos un mecanismo, a lo mejor un tanto irracional, para combatirla: el optimismo atávico, que proviene de una moral innata anterior a las religiones, la creencia de que todo será mejor con el paso del tiempo, algo que ayuda a desarrollar lo positivo del ser humano: el altruismo y la generosidad.

domingo, 16 de noviembre de 2014

ROMPIENDO LAS OLAS (1996), DE LARS VON TRIER. SOBRE LA RELIGIÓN NATURAL.

Aún recuerdo cómo me impactó esta película la primera vez que la vi en el cine. No estaba acostumbrado, ni mucho menos, a este tipo de cine. Fue toda una sorpresa, que me mantuvo reflexionando durante algunos días. Se podía contar una historia de otro modo, rompiendo con el clasicismo. Aunque Rompiendo las olas, está dividida en capítulos, casi como si de una novela se tratara, su narrativa es casi tan rompedora como su título. Partiendo de los postulados del movimiento Dogma 95, la película está rodada en escenarios naturales, cámara en mano. La trama tiene lugar en la isla Skye, en el norte de Escocia, en lo que parecen ser los años setenta del siglo pasado, pero lo que más importa es la relación entre sus personajes, la pasional Bess y el extranjero Jan, que deben vivir su historia de amor en un entorno hostil, dominado por una religión masculina y estricta.

Bess es un ser muy particular, incapaz de ocultar sus emociones. En un entorno tan frío como en el que se desenvuelve su existencia, su expresividad puede ser considerada un síntoma de locura, cuando no una actitud pecaminosa. Un grupo de ancianos, pertenecientes a la iglesia del lugar, parece gobernar con mano de hierro la localidad, condenando sin paliativos al infierno a quienes consideran que han fallecido sin estar en paz con su religión. Y la actitud de Bess, que no puede ocultar la felicidad de los primeros días de matrimonio y sexo, parece ser un desafío para la austera moral imperante en un lugar pequeño y aislado, propenso también al chismorreo. Pero dejamos que sea el propio director, en una entrevista concedida en el año de su estreno a la revista Sight & Sound, el que explique algunas de sus intenciones a la hora de abordar el hecho religioso en su película:

"Mi intención no ha sido la de criticar a una comunidad religiosa en concreto, como la que existe en el contexto escocés. Eso no me interesa. Es demasiado simplista y es algo con lo que no tengo demasiado que ver. Adoptar un punto de vista que es fácilmente accesible y universalmente aplicable es como pescar en aguas poco profundas. En gran medida, tengo cierta simpatía por las personas que están comprometidas espiritualmente y adoptan posturas extremas. En el fondo, se trata simplemente de que si quieres crear un melodrama, tienes que poner obstáculos por el camino, y la religión me proporcionaba un obstáculo ideal para mi historia."

La auténtica prueba moral para Bess comenzará con el accidente de su marido, que le deja tetrapléjico, del cual se va a sentir culpable, por haber deseado su regreso anticipado de la plataforma petrolífera en la que trabaja. A partir de aquí la mujer va a ser puesta a prueba. Como si se tratara de un nuevo redentor, Bess sufrirá un autoinfligido Calvario, cuando Jan, no sabemos si víctima de un delirio o lúcidamente, le pida desde el lecho del hospital que se acueste con otros hombres y después se lo cuente. Al principio ella intenta resistirse, pero después toma el encargo como una cruzada personal, humillándose y buscando sexo con desconocidos con el fin de ayudar a la recuperación de su marido a través de su sacrificio, pasando de la vergüenza al dolor, cuando unos desalmados acaben dándole una brutal paliza: todo ello en nombre de un amor puro y radical, capaz de vencer cualquier obstáculo para lograr sus objetivos, incluyendo conceptos tan contradictorios como la naturaleza racional y la religión establecida.

Rompiendo las olas no es una película fácil. A su vocación simbólica se añade la libertad radical con la que Von Trier aborda su proyecto, que en su último tramo no ahorra al espectador imágenes crudas y desagradables. Además de su director, el alma del film es una Emily Watson en estado de gracia, que se dio a conocer con este título. Watson intepreta a un personaje tan difícil como Bess, que ha de expresar emociones tan discordantes con una intensidad fuera de lo común: debe ser una muchacha de corazón puro que ha de ensuciar su dignidad hasta alcanzar la condición de mártir. Como dijo el propio Von Trier cuando conoció a Watson en las pruebas para elegir a la actriz protagonista: "En su aspecto había algo de Jesucristo que me atrajo".    

jueves, 13 de noviembre de 2014

HISTORIA DE LAS MALAS IDEAS (2003), DE EDUARDO GIL BERA. EL MIEDO OS HARÁ HUMANOS.


Elijo siempre mis lecturas a través de referencias: las que me ofrecen otros libros, algún suplemento cultural o mis amigos. He aquí la excepción: no conocía nada de este libro ni del autor. No obstante, me sedujeron de inmediato el título y la portada. Además, el texto de la contraportada rezumaba un pesimismo radical. Y en esta ocasión, la experiencia de la lectura ha sido acorde con mi intuición, sobre todo porque me gustan los intelectuales libres, aquellos que exponen claramente su concepción del mundo, aunque duela y lo hacen con argumentos. Este es un libro sobre el miedo, escrito por alguien que no tiene miedo a decir lo que piensa:

"Sin miedo no hay humanidad. Sólo cuando él vino al mundo, pudo empezar la historia. (...) por fin, escogió al primate estresado que le pareció más digno de sí; le abrió los ojos, le acondicionó el ático y lo habilitó."

Según Gil Bera, el miedo es el sentimiento más universal. El que lo domina todo. Más poderoso aún que el amor y factor decisivo en muchas de nuestras decisiones, en nuestro deseo de seguridad, de protegernos de los demás, sobre todo del extraño. El don de la inteligencia lleva en el reverso la maldición del miedo: pensamientos de posibles desastres futuros que no compartimos con ningún otro animal. Decía Petronio que fue el temor el que fabricó a los dioses. A partir de aquí este sentimiento jamás ha dejado de acompañarnos en nuestra existencia, a pesar de la anunciada muerte de Dios. Si Dios existe, habrá temor a enfurecerlo. Si no existe, será aún peor. El hombre está solo.

Pero no es éste el único planteamiento radical de Historia de las malas ideas. Otra invención puramente humana impregna la historia universal: la venganza. Venganzas individuales y venganzas de pueblos enteros contra otros. Pueblos elegidos cuyo Dios clama venganza por afrentas que van más allá de lo puramente humano:

"La sociedad se basa en la venganza. Dondequiera y siempre, naciones, pueblos, tribus, imperios, religiones, culturas o clases se definen por el establecimiento de un espacio-tiempo donde aquella, la innombrable, se regula y garantiza. Cada ámbito comunitario facilita e impone a sus socios los plazos, tasaciones y eufemismos para la venganza. De ese modo, nacen, pululan y caducan las voces más famosas: justicia, derecho, castigo, paraíso, dios, trascendencia, revolución, fe, amor, arte, inmortalidad... Y todas significan lo mismo."

De ahí se infiere que no es extraño que el cristianismo acabara triunfando en el competitivo mercado de las religiones de la decadencia del Imperio Romano. Ofrecía una explicación coherente de la existencia del mal: simplemente esta vida no era más que la preparación para una vida eterna, una apuesta permanente en la que uno se juega la eternidad. Poco a poco se fue haciendo con la autoridad tradicionalmente conferida a los padres de familia. 

Con su evolución, la iglesia asume formas más sofisticadas de miedo. La invención del Purgatorio, por ejemplo, un lugar muy desagradable, no eterno como el infierno, pero del que las almas pueden escapar antes a través de las misas que paguen los familiares. Es una religión de puro cálculo de posibilidades: el sufrimiento en este mundo se paga con bienaventuranzas en el otro. Sin embargo, es una apuesta difícil, puesto que las tentaciones son muchas y pocos son los que dejan de lado la materia para entregarse enteramente al espíritu (esta sería la apuesta ganadora):

"Y es que el cristianismo ha manejado siempre el concepto contable que contribuyó a su gran éxito: mientras en otras religiones se consideran las penalidades como algo fatal - bien porque la divinidad es de índole malvada, aunque eso no pueda decirse sin grave riesgo, o bien porque castiga una transgresión -, en la atrevida creencia patibularia se fomenta con especial solicitud que las penalidades son valores de rentabilidad, la aflicción es una inversión que se puede endosar, acumular y negociar." 

El cristiano cumplidor está legitimado para reclamar la condena de los demás. Uno de los más supremos goces del Paraíso es contemplar el sufrimiento de las almas condenadas. No cabe una definición más pura de la venganza, del triunfo absoluto del justo sobre el pecador, imponiendo una situación eterna de injusticia plena. Si pudiéramos asomarnos a la historia íntima de la humanidad, nuestra visión del mundo cambiaría por completo. Los protagonistas de la misma no serían reyes y generales, sino el miedo y la venganza encarnados.

martes, 11 de noviembre de 2014

EL VIAJE AL AMOR (2007), DE EDUARDO PUNSET. UN SENTIMIENTO PRIMITIVO.

Una de las características más apreciables de los ensayos de Eduardo Punset es su forma de explicar la ciencia. A veces, mientras uno lee, tiene la sensación de que está manteniendo una conversación afable con un viejo sabio, que cita conversaciones con científicos, anécdotas históricas o experiencias personales, hasta que llega la frase que resume la idea que quiere transmitir. Todo ello de manera muy informal, sin ser demasiado sistemático, aunque siempre recalcando dichas ideas esenciales.

La primera imagen que me viene a la cabeza cuando rememoro mi reciente lectura de El viaje al amor, es acerca de la antigüedad de este sentimiento. Muchos creen que es una invención medieval o que viene de los griegos. Nada de eso. Según Punset, hay que remontarse a la edad en la que los más simples microorganismos, de los que procedemos, poblaban en exclusiva la Tierra, para encontrar los primeros indicios de ese poder de atracción que llamamos amor:

"El amor, entendido como instinto de fusión, precede, pues, a la existencia del alma y de la conciencia, al resto de las emociones e impulsos, al poder de la imaginación y al desarrollo de la capacidad metafórica, de fabricar máquinas y herramientas, al lenguaje, al arte y a las primeras sociedades organizadas. Cuando no había nada, ya funcionaba el instinto de fusión con otros organismos. Ya existía la prefiguración del amor moderno."

Decía Ortega y Gasset que el amor es un atontamiento temporal del alma. Y algo de eso tiene este sentimiento primitivo, fruto de un instinto primordial y que casi siempre es capaz de vencer a cualquier razonamiento sin apenas esfuerzo. Porque el amor pasional es hijo de la selección natural: la mejor manera que ha encontrado la madre naturaleza para animarnos a que tengamos hijos, los cuidemos y contribuyamos a la expansión de la especie. Tiene su seno en el cerebro primordial, en el más primitivo. Quizá ese enamoramiento que dura siete años (muchas parejas se rompen llegado ese plazo) tenga su explicación en que este es el tiempo (en las sociedades ancestrales) en el hijo podía valerse por sí mismo, sin ayuda de los padres, dentro de la tribu. Por eso en muchas ocasiones este sentimiento casa mal en nuestra sociedad tan racional y tan tecnificada:

"(...)el amor tiene por cimientos la fusión, desde tiempos ancestrales, entre organismos acosados por las necesidades cotidianas, como la respiración o la replicación, empujados por la necesidad de reparar daños irremediables en sus tejidos y sumidos en una búsqueda frenética de protección y seguridad"

Y otra curiosidad. El proceso de enamoramiento debería explicarse en la Escuela, ya que todos los alumnos, de un modo u otro, lo van a experimentar y no van a saber qué hacer en muchos casos - obviando los que hayan tenido una educación religiosa, que pueden llegar a sentirlo como algo pecaminoso -, pudiéndose llegar, en casos extremos, al suicidio. Creemos enamorarnos cuando encontramos a alguien especial. Pero ese alguien no hace más que despertar una necesidad latente en todo ser humano. Todos necesitamos amar y ser amados:

"El filósofo Alain de Botton, autor entre otros muchos libros de Del amor, acierta al decir que «el deseo de amar precede al amado, y la necesidad ha inventado su propio remedio. La aparición del bienamado es tan sólo el segundo acto de una necesidad previa, aunque en gran parte inconsciente, de amar a alguien»"

domingo, 9 de noviembre de 2014

INTERSTELLAR (2014), DE CHRISTOPHER NOLAN. EL ESPEJO DEL UNIVERSO.

En 1543, Nicolás Copérnico culminaba la obra de toda una vida dedicada a la observación astronómica llegando a la sorprendente conclusión que ya había ido anticipando desde varios años antes: que la Tierra no era el centro del Universo, sino un planeta como muchos otros, que se movía alrededor de una estrella, el Sol. Conforme los científicos fueron avanzando por ese camino, se descubrió que ni siquiera la galaxia a la que pertenecíamos se encontraba en el centro del Cosmos. Es más: es muy difícil ubicarnos en un espacio tan inmenso, del cual solo podemos atisbar una pequeñísima parte, donde las distancias se miden por años-luz. Tampoco sabemos si somos los únicos seres inteligentes que existen, puesto que la vida - y más aún la consciencia y la capacidad de empatía - son fenómenos tan improbables que cabe la posibilidad de que solo se hayan dado en este planeta. 

Si algo caracteriza al espíritu humano es su inconformismo, su capacidad de evolucionar hacia nuevas conquistas y conocimientos. En el mundo que presenta Nolan en Interstellar - un futuro muy próximo al nuestro en el que varias plagas están acabando con nuestra capacidad de producir alimentos de manera masiva - la humanidad parece haber tirado la toalla ante el infortunio. Uno de los síntomas más evidentes de esto es que aparentemente se ha renunciado desde hace tiempo a la exploración espacial e incluso se ha oficializado en los libros de texto (si se hace con la teoría de la evolución ¿por qué no se puede hacer también con ésto?) que el hombre jamás puso el pie en la Luna, sino que todo fue una conspiración orquestada para vencer la Guerra Fría a la Unión Soviética. Pero todos sabemos que es muy difícil que nuestra especie se rinda. Si Europa sobrevivió a desastres apocalípticos como la peste negra, el hombre del siglo XXI no puede dejar de buscar, a través de sus abundantes recursos técnicos, una solución a tan espantosa crisis. Y parece ser que la única opción es abandonar la Tierra...

Desde los primeros minutos de Interstellar, el espectador va a percibir los evidentes paralelismos, cuando no homenajes, que éste ofrenda a la obra maestra de Stanley Kubrick, 2001, una odisea en el espacio. Pero sería un error no advertir que la película de Nolan tiene una personalidad propia, que transcurre por derroteros totalmente diferentes, aunque a veces se crucen las líneas argumentales de ambas producciones. La propuesta de Kubrick era mucho más fría: hasta el ordenador HAL mostraba más humanidad que el resto de la tripulación de la nave. En Interstellar se ha apostado por una odisea espacial en la que prevalecen los sentimientos personales, sobre todo los del protagonista, un padre que ha tenido que abandonar a sus hijos, quizá para siempre, para tener la oportunidad de salvarlos. Como dice el propio director en una entrevista que reproduce la revista Dirigido de este mes:

"Creo que si puedo lograr que la gente se conecte emocionalmente, es mucho más fácil que sigan el arco de la historia que si consigues que se conecten intelectualmente y que luego le pidas que resuelvan un rompecabezas. Uno no quiere que su película sea un rompecabezas. Quiere que la sientan. Hay una frase muy brillante de Orson Welles que dice que el público es capaz de entender lo que sea si es que está interesado en lo que le estás contando. Para mí, ese interés nunca es intelectual, siempre está generado por un personaje, una situación emocional particular, una propuesta narrativa diferente o en este caso, un padre que se ve forzado a abandonar a sus hijos."

Si hay un aspecto que provoca especial deleite durante el visionado de Interstellar es el perfecto equilibrio entre el rigor científico - al menos en cuanto a ciencia teórica - y el simbolismo de una misión que es realizada tan a ciegas como la de los navegantes de los siglos XV y XVI cuando se lanzaban al descubrimiento de nuevas tierras. Es curioso que el agujero de gusano por el que la nave terrestre va a acceder a otra galaxia tenga el aspecto de un inmenso espejo, que recuerda al que atravesó Alicia, donde las cosas se parecen a las de aquí, pero están al revés. Una vez en su nuevo destino, los científicos han de tomar decisiones, más por su intuición, por sus emociones, que por la lógica a la que están acostumbrados, mientras en casa la gente literalmente se ahoga en una nube de polvo cada vez más extensa. Al otro lado del espejo toda referencia terrestre se ha perdido. Nuestro planeta no puede atisbarse ni siquiera como aquel diminuto punto azul pálido del que hablaba Carl Sagan. Y a partir de aquí nos damos cuenta de que uno de los grandes temas de la película es la soledad. La soledad del ser humano ante los inquietantes abismos espaciales, ante el inmenso misterio del infinito. Quizá jamás resolvamos el enigma de nuestra existencia, ni siquiera cuando podamos movernos con cierta libertad por la galaxia. Es esta angustia la que nos hace seres inteligentes y la que a la vez nos condena a saber que jamás conoceremos la verdad, si es que existe alguna verdad que haya que conocer. 

Con Interstellar Nolan ha filmado una película destinada a convertirse en un clásico de la ciencia ficción, sujeta a cientos de interpretaciones. Se trata de una obra que puede disfrutarse a varios niveles, de las que requieren más de un visionado para captar todo su sentido. Visualmente es impecable. También se beneficia de una magistral utilización del sonido (y de los silencios del espacio), aunque la música en algunas escenas tenga demasiado protagonismo, subrayando el componente emocional que ya está presente en la interpretación de McCounaghey y compañía. Ni que decir tiene que, al menos la primera vez, hay que verla en pantalla grande. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

UNA RELACIÓN PRIVADA (1999), DE FRÉDERIC FONTEYNE. AMOR SIN IDENTIDAD.

En el ciclo Literatura y cine tienen cabida todo tipo de producciones. Intento elegirlas con dos características fundamentales: que posean una esencial calidad cinematográfica y que susciten debate, una vez que cada asistente ha realizado su particular visionado de la película. Tenía algunas dudas acerca de la recepción que iba a tener Una relación privada, pero gustó mucho a todo el mundo y el debate que generó fue tan apasionado como de costumbre. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/11/una-relacion-privada_8.html

jueves, 6 de noviembre de 2014

CONFESIONES (398), DE AGUSTÍN DE HIPONA. EL DIVINO AUTOCONOCIMIENTO.

El otro día, paseando por el Albaicín de Granada, entré a visitar la iglesia del Corpus Christi, que pertenece precisamente a los Padres Agustinos Recoletos. Me pareció un lugar triste a la vez que interesante. Cuando ya iba a salir de nuevo a calle Elvira advertí que, en la mesa donde están expuestas las hojas parroquiales había también unos sobres. Cogí uno y leí que estaban destinados a donativos para celebrar una Solemne Novena por las Almas del Purgatorio. El donante debía escribir en la parte del destinatario del sobre el nombre de los difuntos a los que quería destinar la misa, como dando por sentado que todavía no estaban disfrutando las mieles de la gloria celestial. Cuento esto porque me sorprendió muchísimo que en esta época todavía siga pidiéndose dinero a los fieles para estas cosas. Me recordó, entre otras cosas, a uno de los motivos por los que triunfó la Reforma Protestante: el abuso de las bulas, que básicamente estaban destinadas a la salvación del alma a cambio de una remuneración económica para la Iglesia.

Y precisamente uno de los hombres que conformaron la ideología de la Iglesia tal y como la conocemos fue Agustín de Hipona, uno de los santos más venerados por los católicos. Agustín fue capaz de tomar las ideas de uno de los grandes filósofos paganos, Platón, y adaptarlas a la necesidad de una teología prestigiosa para la Iglesia Católica en una época en la que todavía no había consolidado el poder absoluto del que gozaría en la Edad Media. Para él la clave está en el alma, donde tiene su sede el mundo de las ideas, la perfección que se opone al mundo material, creado por Dios desde la nada, pero contaminado por el pecado de los hombres.

Si hay algo que llama la atención de inmediato al lector cuando se abordan estas Confesiones son las continuas apelaciones del autor a Dios, como sumo bien y sumo conocimiento de donde emanan todas las cosas. Además, para él, que quería a su madre como ejemplo de devoción y sacrificio y despreciaba a su padre, la divinidad se va a convertir en una especie de sustituto de éste. Pero lo verdaderamente interesante, es que nos encontramos ante la creación de un nuevo género literario, al menos en occidente, el autobiográfico. Pero Agustín no se conforma con describir sus episodios vitales, su pecaminosa vida de joven, sus dudas y su conversión final en la auténtica fe, sino que realiza un ejercicio de profunda introspección, un autoanálisis del que sale reforzada su verdad, la que estima inspirada directamente por Dios.

Mientras uno lee este volumen, se van advirtiendo ideas muy curiosas, como contraponer la ficción a las llamadas letras útiles

"Pecaba yo pues entonces, siendo niño, cuando prefería las ficciones a las letras útiles que tenía en aborrecimiento, ya que el que uno más uno sean dos y dos más dos sumen cuatro, era para mí fastidiosa canción; y mucho mejor quería contemplar los dulces espectáculos de vanidad, como aquel caballo de madera lleno de hombres armados, como el incendio de Troya y la sombra de Creusa."

También se desprecia al teatro, como generador de inútiles y falsos sentimientos:

"¿Por qué será el hombre tan amigo de ir al teatro para sufrir allí de lutos y tragedias que por ningún motivo querría tener en su propia vida? Lo cierto es que le encantan los espectáculos que lo hacen sufrir y que se goza en este sufrimiento. Pero, ¿no es esto una insanía miserable? Porque la verdad es que tanto más se conmueven las gentes cuanto menor sanidad hay en sus sentimientos y, que tiene por miseria lo que ellos mismos padecen, mientras llaman misericordia su compasión cuando eso mismo lo padecen otros. Pero, ¿qué misericordia real puede haber en fingidos dolores de escenario? Pues el que asiste no es invitado a prestar remedio a los males, sino solamente a dolerse con ellos y, mayor es el homenaje que rinde a los actores del drama cuanto mayormente sufre. Y si tales calamidades, o realmente sucedidas antaño o meramente fingidas ahora no lo hacen sufrir lo suficiente, sale del teatro fastidiado y criticando; al paso que si sufre mucho se mantiene atento y goza llorando."

También hay un ataque a los que quieren entender el mundo apelando a un método científico, todavía muy primitivo, pero contra el que luchará la Iglesia con todas sus fuerzas en siglos posteriores:

"Todo esto llena de asombro y estupor a los que tales cosas ignoran; pero quienes las saben, llenos de complacencia y engreimiento, con impía soberbia se retiran de tu luz; prevén los oscurecimientos del sol pero no ven la oscuridad en que ellos mismos están, ya que no buscan con espíritu de piedad de dónde les viene el ingenio que ponen en sus investigaciones. Y cuando les viene el pensamiento de que tú los creaste no se entregan a ti para que guardes y conserves lo que creaste. Mundanos como llegaron a hacerse, no se inmolan ante ti, no sacrifican como a volátiles sus pensamientos altaneros, ni refieren a ti la curiosidad con que pretenden moverse entre los misterios del mundo como los peces se mueven en los escondidos fondos del mar; ni matan sus lujurias como se matan los animales del campo para que tú, que eres un fuego devorador, consumas sus muertos desvelos para recrearlos en la inmortalidad."

Pero uno de los episodios más recordados, y que aparece en cualquier historia de la lectura que se precie, es aquel en el que Agustín contempla por primera vez a San Ambrosio leyendo sin mover los labios:

"Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes."

Y este fragmento es mucho más serio: esta idea derivaría en una constante ambición en la historia de la Iglesia: su supremacía, por emanar su poder directamente de Dios, sobre el Estado, cuyo poder deriva de meros hombres:

"Pues así como en las sociedades humanas la potestad mayor se impone ante las potestades menores, así también toda humana potestad debe subordinarse al mandar de Dios."

Hay que leer las Confesiones, sin prejuicios, como lo que es: un volumen clásico que marcó una influencia enorme en la historia de Europa. Agustín de Hipona es quizás el primer escritor moderno, porque explora su interior en busca de respuestas y, todavía más difícil, es capaz de narrar ese proceso de manera sencilla y franca.

martes, 4 de noviembre de 2014

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN NOVIEMBRE. LOS LIBROS INFAMES.

No todos los libros son nobles. No todos transmiten sabiduría o, cuanto menos entretenimiento. Existen algunos - los menos - que son la vergüenza de sus compañeros, pues sirven de instrumento para organizar las peores infamias. El cuaderno de la foto está en el Museo Municipal de la hermosa ciudad de Osuna. Se trata de una lista de nombres que se elaboró en los primeros días de la Guerra Civil: republicanos, comunistas o sindicalistas que iban a ser fusilados en breve. Estremece ver los nombres y las ocupaciones de gente común apuntados de la misma manera que un oficinista escribe los registros contables de una empresa. Detrás de estos nombres habría miedo, mucho miedo. Quizá algunos habían matado en los días anteriores. Seguramente la mayoría estaban allí simplemente por sus ideas, delatados por sus vecinos. Puedo imaginármelos despidiéndose de los monumentales palacios de su ciudad, encarando la muerte por haber sido inscritos en un libro en el que nadie querría figurar. Con un papel y una estilográfica, los mismos instrumentos con los que puede componerse un poema, también se puede desencadenar el horror.

Pero la mayoría de los libros sirven bien al hombre y abogan por la causa del humanismo. Al menos los que protagonizan los clubes de lectura que mes tras mes se celebran en Málaga, cuyas actividades en noviembre son especialmente abultadas.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, todo un clásico de la Ciencia Ficción que sigue estremeciendo al lector actual: La guerra de los mundos, de H.G. Wells.

En el club de lectura de Más Libros Libres, otro clásico muy apropiado para estas fechas en las que acabamos de celebrar Halloween: Otra vuelta de tuerca, de Henry James.

En el club de lectura de ensayo de Más Libros Libres rendimos un merecido homenaje a uno de nuestros mejores divulgadores científicos, organizando un debate en torno a El viaje al poder de la mente, de Eduardo Punset.

En el club de lectura en inglés de Más Libros Libres, otra elección acertada: una selección de relatos del gran Edgar Allan Poe.

En el club de lectura de la Librería Luces, se apuesta también por los clásicos, con Jane Austen (autora de la que todavía no he leído nada, mea culpa): La abadía de Northanger.

En los clubes de lectura que organiza el Centro Andaluz de las Letras, se asoma otra novela imprescindible de terror: Frankenstein, de Mary Shelley. Además, dos novelas del italiano Leonardo Sciascia, un autor que siempre se lee con mucho agrado: El teatro de la memoria y El día de la lechuza.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, apuestan por uno de nuestros mejores autores vivos: Juan Goytisolo con Las semanas del jardín.

En el club de lectura de la Casa del Libro de Málaga, dos propuestas: por un lado, Elizabeth Gaskell, con una de sus novelas más conocidas, Norte y Sur y por otro Marian Izaguirre, con Los pasos que nos separan.

En el club de lectura de Fnac Málaga, uno de los más conocidos escritores israelíes: Amos Oz con De repente, en lo profundo del bosque

Pero lo más peculiar de este mes son los encuentros literarios que se van a producir en Málaga (información más detallada en la columna de la derecha). Nada menos que Muñoz Molina, García Montero, Nativel Preciado y Javier Cercas visitan nuestra ciudad.

Y también los cineforums siguen en activo: en Cristóbal Cuevas, una película francesa muy interesante: Una relación privada, de Frédéric Fonteyne, en Más Libros Libres debatimos sobre Rompiendo las olas, de Lars Von Trier y en el Ateneo, Dublineses, de John Huston, basada en uno de los cuentos del libro de James Joyce.

Pues nada, organicénse y, por fin con temperaturas más otoñales, disfruten de este noviembre literario malagueño. ¡Felices lecturas!

domingo, 2 de noviembre de 2014

LAS VIDAS DE GRACE (2013), DE DESTIN DANIEL CRETTON. HERMANA MAYOR.

Aunque no soy muy amigo de la televisión - en esta época de internet es algo totalmente prescindible - , a veces tengo la oportunidad de ver fragmentos de un programa que se llama Hermano mayor. Su conductor es un exjugador de waterpolo que a punto estuvo de perderse en su juventud en un infierno de alcohol y drogas. Hoy día, ya rehabilitado de sus adicciones, presenta este programa, en el que intenta ayudar a adolescentes que han perdido totalmente el rumbo, ya sea por problemas familiares, desengaños amorosos o por no haber sabido elegir bien sus amistades. Aunque todas las entregas suelen tener el mismo esquema, lo cual induce a pensar que no todo lo que podemos ver está improvisado, la conclusión es interesante: es muy difícil luchar contra los demonios interiores sin contar con un guía espiritual que haya experimentado las mismas emociones negativas. Lo cierto es que en la tele la terapia siempre funciona: el protagonista acaba aceptando el mal cometido y el programa acaba siempre con su propósito de enmienda. Sería bueno que algún día emitieran los casos fallidos, porque, aunque sea por pura estadística, debe haberlos.

La protagonista de Las vidas de Grace ejerce el papel de una especie de hermana mayor para los internos en Short Term 12, un proyecto, fruto de la iniciativa privada de unos filántropos, que intenta encauzar las vidas desgarradas de adolescentes embutidas en conflictos que les superan: abusos sexuales, pobreza, problemas psicologicos...  Lo peculiar de Grace y de su compañero Mason, con quien mantiene una relación, es que ellos mismos fueron internos, por lo que arrastran la pesada carga de un pasado difícil, a veces repleto de matices inconfesables. Grace es una joven entregada en cuerpo y alma a su trabajo: algo que a la vez le sirve de terapia y le tortura, puesto que ve reflejados sus propios males pretéritos en el sufrimiento de los chicos con los que convive día a día.

En cualquier caso, sus responsabilidades en Short Term 12 le han dado una oportunidad insospechada: la de ser otra Grace, la Grace que puede experimentar la más inmensa de la satisfacciones, la de ser útil a otros. No obstante hay traumas que no pueden superarse jamás. El pasado siempre acecha en las sombras y el dolor vuelve cuando menos se le espera. Un caso en particular va a hacer rememorar a la protagonista sus propios fantasmas: el de Jayden, adolescente que sufre las agresiones sexuales de su padre. 

Las vidas de Grace es una película independiente de muy grata visión, a pesar de la leve inquietud que produce, porque consigue lo que quiere sin grandes estridencias, sin tener que apelar al tremendismo. Contiene una presentación modélica de los personajes y sus conflictos y, a partir de ahí, desarrolla una historia pequeña, pero muy representativa de ese instinto de muerte del que habló Freud, que late en todos los seres humanos, pero que se desarrolla especialmente en aquellos que han sufrido traumas en su infancia y casi consigue purificar con su mensaje terapeútico al espectador.

BILBAO-NEW YORK-BILBAO (2008). DE KIRMEN URIBE. EL VUELO DEL ESCRITOR.

El escritor se monta en un avión. Va a emprender un viaje a New York desde Bilbao y empieza a desgranar sus emociones al respecto: el ligero temor al despegar, las fugaces relaciones con los pasajeros y con la tripulación e incluso las posibilidades de ocio a bordo. Pero le sucede algo más importante mientras sobrevuela el Atlántico: comienza a rememorar episodios familiares, algunos vividos personalmente, otros escuchados. Y a partir de estos materiales dispersos, construye una narración que básicamente se apoya en su memoria personal, que a la vez es la de su pueblo, Ondarroa.

Y son episodios de la vida en el País Vasco los que quiere evocar Uribe: algunos de gran importancia cultural, como la relación entre el pintor Aurelio Arteta y el arquitecto Ricardo Bastida, fruto de la cual podemos contemplar un edificio tan maravilloso como la sede del BBVA de calle Alcalá, en Madrid. Por supuesto, también está presente la sombra de la Guerra Civil, sobre todo en la persona de su abuelo, un nacionalista que terminó apoyando al gobierno de Franco. Y la violencia etarra, que ha seguido marcando la vida de la gran mayoría de los ciudadanos del Norte hasta hace bien poco, aunque este tema, siendo tan de actualidad cuando se publicó la novela, en la época de la ruptura de la tregua de ETA, no se aborda con la suficiente profundidad. Lo que sí se evoca con más hondura es la durísima vida de los pescadores: la mar es mala mujer, como dejò dicho Raúl Guerra Garrido.

Pero las pinceladas más interesantes de Bilbao-New York-Bilbao se producen cuando Uribe reflexiona acerca de la propia obra que está concibiendo - una novela - y evoca el proceso que conlleva su difícil construcción. Es interesante cuando utiliza el mundo de la pintura para establecer sus comparaciones, empezando por un cuadro de Giovanni Bellini:   

"Este detalle del cuadro me hizo pensar sobre el proceso de construcción de una novela. Cómo hablar de quienes te rodean sin que aparezca uno mismo. Quería hablar de mi abuelo, de mi padre, de mi madre. Novelar mi mundo, llevarlo al papel. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Debía inventar nombres fictios o aparecería yo como narrador de la novela?"

Y también haciendo uso de la famosa técnica de Las Meninas velazqueñas:

"Velázquez pinta así lo que hay detrás de un cuadro, nos muestra cómo se pintaba un lienzo en su época, nos revela el artefacto. Pues bien, pensé que yo debía mostrar lo que hay detrás de una novela, enseñar todos los pasos que se dan a la hora de escribirla. Las dudas, las incertidumbres. Pero la propia novela no aparecería en la novela. Tan solo el lector podría intuirla, como intuye el espectador el retrato de los reyes que pinta Velázquez en Las Meninas."

En suma, la novela de Kirmen Uribe es un experimento muy subjetivo, que fue ganador del premio Nacional de Literatura en 2009, una concesión que a mí se me antoja un poco exagerada. Aunque no carece de puntos de interés, la narración está muy descompensada, alternando lo que parecen artículos de la Wikipedia, con descripciones un tanto banales de detalles del vuelo: las películas que pueden elegirse (con su año, su elenco artístico, su argumento...), la música que puede escucharse e incluso el momento en el que hay que ponerse el cinturón de seguridad. El estilo es bueno y la idea de situar al propio escritor en tierra de nadie, sobre el Atlántico, para plantear sus reflexiones, tanto de la historia de su tierra como de su propia carrera artística, es excelente. Pero el resultado dista mucho de ser redondo: demasiada dispersión y muchos detalles intrascendentes que no conducen a parte alguna. Resulta curioso que en un determinado momento se hable de la escasa tradición literaria vasca, de un cierto complejo de las letras de Euskadi. Quizá algún día Kirmen Uribe represente la gran explosión de esta literatura, pero por si tenemos que juzgarlo por esta novela, solo puedo calificarla de experimento muy interesante, pero en buena parte fallido.