martes, 27 de mayo de 2014

CHE GUEVARA, UNA VIDA REVOLUCIONARIA (2006), DE JON LEE ANDERSON. ERNESTO, EL INCENDIARIO.

Ha sido una de las mejores lecturas que he realizado en lo que llevo de año. Hacía tiempo que quería leer este libro, porque tenía interés en acercarme a una biografía del Che que fuera completamente objetiva, que estuviera libre de intoxicaciones interesadas. Y la de Jon Lee Anderson, autor con el que pude mantener en una ocasión una breve charla por internet, y uno de los mejores periodistas de la actualidad, parece ser la que mejor cumple estos requisitos. Un estudio fascinante sobre uno de los protagonistas del siglo XX, que aún sigue despertando encendidas controversias. Aquí el artículo:



Un cadáver está expuesto encima de las pilas de la lavandería de un convento en la localidad de Vallegrande, en Bolivia, custodiado por soldados. Su rostro está demacrado y refleja el cansancio infinito de meses deambulando por la selva sujeto a enfermedades, hambre y toda clase de privaciones. Aún así, mantiene los ojos abiertos, como si quisiera abarcar con una última mirada el mundo que lo rodea y que él intentó comprender para después amoldarlo a sus propias ideas. Una fila de cientos de personas va desfilando para contemplar el cuerpo. Sus reacciones oscilan entre el desprecio al asombro. Pronto empieza a rumorearse entre las monjas el parecido entre el cadáver y Jesucristo muerto en la cruz. Al improvisado velatorio acuden lugareñas que, supersticiosas, cortan mechones de cabello de ese hombre de intensa mirada cadavérica y los guardan como reliquias. Los soldados pronto se desharán del cuerpo, enterrándolo en un lugar desconocido. No quieren que exista una tumba señalada que se convierta en un lugar de peregrinación en torno al culto al Che Guevara. A pesar de ello, el fallecido ha conseguido algo más importante: pasar de ser un mero hombre a convertirse en un mito.

Hablar del Che Guevara en estos tiempos de triunfo casi absoluto del capitalismo resulta muy complicado. Ernesto Guevara es hijo de otra época, del tiempo en que se conformaron dos bloques irreconciliables en torno a Estados Unidos y la Unión Soviética. Es el tiempo de la Guerra Fría, el tiempo en el que el mundo era un inmenso tablero de ajedrez en el que los dos rivales movían sus piezas procurando no llegar nunca a un jaque mate que supondría seguramente la extinción de la vida humana sobre la Tierra. Una de las piezas destacadas en este tablero era el propio Che, un hombre influyente y rebelde con una visión del mundo muy particular, que a veces resultaba incómoda incluso para sus propios aliados.

En su juventud, el Che era tan rebelde e independiente respecto a su familia como disciplinado en lo personal y coherente con la visión del mundo que había escogido desde muy temprano. Era una persona de una inteligencia viva y absorbente. No le costó especial dificultad terminar la carrera de Medicina y compatibilizarla con trabajos de investigación y lecturas de formación política y filosófica. Pero su auténtica escuela de aprendizaje fueron los  viajes que emprendió por Sudamérica, uno de ellos como paramédico en un buque petrolero, en los que pudo empaparse de la realidad de unos pueblos sometidos a un desigualdad social sangrante, que él atribuía casi en exclusiva al imperialismo del poderoso vecino del Norte, personalizado en la omnipresente United Fruit Company. 

Sus observaciones y sus lecturas durante estos viajes fueron cercenando su mentalidad abierta, para dejar paso a un interés inusitado por el marxismo. Aunque en principio no se comprometió con ningún partido político ni causa alguna, la experiencia que vivió en Guatemala, con el triunfo del golpe reaccionario (con apoyo de Estados Unidos) contra el izquierdista Jacobo Arbenz, supuso un gran aprendizaje respecto a los errores que no debe cometer un movimiento que se llame a sí mismo revolucionario. Pero el momento decisivo de su existencia llegó cuando conoció al joven revolucionario cubano Fidel Castro, que vivía junto a un grupo de seguidores en el exilio mexicano a la espera de tener la oportunidad de infiltrarse en su país, formando un grupo guerrillero. El Che Guevara pronto se entusiasmó con la idea y en noviembre de 1956 partió en el buque Granma para iniciar una sublevación en Sierra Maestra.

La operación se inició de manera desastrosa, con una emboscada del ejército que liquidó a muchos de los componentes del grupo. Los supervivientes – el Che fue herido superficialmente en el cuello – se dispersaron y pudieron volver a reunirse tres semanas más tarde, comenzando la organización de una guerra de guerrillas que duraría dos años. Durante ese tiempo, a pesar del severo asma que padecía, Guevara se fue curtiendo como guerrero y líder rebelde y fue cimentando su leyenda, hasta el punto de que solo los más selectos, los que pudieran soportar mejor las privaciones, podían unirse a su columna:

“¿En qué consistía el magnetismo del Che? Era imposible concebir  una personalidad más distinta de la de casi todos ellos. Era un extranjero, un intelectual, un profesional, leía libros que ellos no comprendían. Era un comandante exigente, estricto, célebre por la severidad de sus castigos, sobre todo con aquellos que había escogido para formar como “verdaderos revolucionarios”.
(…) Era tan exigente consigo mismo como con ellos. Cada sanción iba acompañada de una explicación, un discurso sobre la importancia de la abnegación, el ejemplo personal y la importancia social. Quería que supieran por qué los castigaba y qué podían hacer para rehabilitarse. Naturalmente, no cualquiera podía militar en su columna. Los que eran incapaces de soportar las penurias y sus rigurosas exigencias quedaban atrás, pero para los que seguían adelante, el hecho de estar “con el Che” era motivo especial de orgullo. Y por el hecho de vivir con ellos, rechazar los lujos propios de su grado y correr los mismos riesgos en combate, se ganó su respeto y devoción. Para esos jóvenes, muchos de ellos negros  y de familias campesinas pobres, el Che era un guía y maestro, un modelo a emular, y acabaron por creer en todo lo que él creía.”

Con la victoria de la revolución comenzó una nueva etapa en la vida del Che. Ahora se trataba de llevar a la práctica sus teorías económicas y sociales. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno, el juicio y fusilamiento de colaboradores de Batista, le valió reiteradas protestas internacionales. Desde sus cargos de Director del Instituto de Reforma Agraria, Ministro de Industria, Presidente del Banco Nacional y Comandante del Ejército, Guevara desplegó una actividad frenética para hacer de Cuba un país económicamente independiente desde el que se pudiera exportar las ideas revolucionarias a toda Sudamérica. Para él, los cargos de gobierno eran como una continuación de la lucha, por lo que se exigía a sí mismo jornadas inhumanas de labores de oficina, visitas de inspección por la isla y formación, rematadas los domingos por la mañana con trabajo voluntario en los muelles o en obras de construcción. En estos años también tuvo tiempo de realizar labores de embajador de buena voluntad de Cuba por diversos países del mundo. El punto culminante de estas actividades fue su famoso discurso en Naciones Unidas que remató con un desafiante: “¡Patria o muerte!”

El pensamiento de Guevara justificaba siempre los inmensos sacrificios del presente con los réditos que aportarían en el futuro. “Las revoluciones son feas, pero necesarias y parte de este proceso revolucionario es la injusticia al servicio de la futura justicia”, llegó a decir en una ocasión. Una utopía siniestra en la que todo estaba subordinado al paraíso comunista por venir. Su obsesión permanente era la eliminación de la misma idea de individualismo, restringiendo permanentemente las áreas de autonomía personal. El individuo no debía ser sino una parte de la masa trabajadora dedicada en cuerpo y alma a la construcción del socialismo. Pero, según decía él, esto no quería decir que se abusara de la buena fe del obrero, sino que éste ponía sus mejores esfuerzos de manera voluntaria al servicio de la revolución, sintiéndose parte integrante de la misma, ya que, como la medicina, el socialismo era una doctrina de naturaleza científica. En realidad, como la historia ha demostrado, esto no era más que otra versión de la explotación del hombre por el hombre, aunque en esta ocasión lo fuera al servicio del Estado, en vez de serlo por alguna inhumana multinacional capitalista.

Porque no hay que olvidar el contexto en el que se movía la política cubana en aquella época. No solo existía una evidente Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que también era una época de tensiones entre las concepciones del comunismo de la URSS y la China de Mao. Las simpatías secretas del Che estaban con el maoísmo, pero el pragmatismo político imponía que Cuba debía estar más cerca de los rusos, sobre todo porque los norteamericanos habían intentado invadir el país mediante la desastrosa operación de Bahía Cochinos y se necesitaba imperiosamente la ayuda militar soviética, lo cual derivó en la crisis de los misiles, quizá el momento en el que mundo estuvo más cerca a una confrontación nuclear. La retirada final de este peligroso material bélico de isla por parte de la Unión Soviética, enfureció al Che, hasta el punto de que, pocas semanas después de la crisis, no tuvo problemas en declarar a un periodista que, de haber sido por él, hubiera disparado los misiles. Lo decía en serio. 

Porque detrás de la leyenda del Che como libertador de los pueblos, hay grandes espacios de oscuridad. Como hombre de acción que era, no podía aguantar mucho más en su posición como dirigente cubano. En la isla se había labrado un prestigio que lindaba con la mitología, por su capacidad de trabajo, por su ética personal y su austeridad, que le hacía rechazar todo lujo que viniera implícito con sus cargos y cobrar un salario muy escueto. Hay anécdotas muy divertidas, como la de aquel conductor con el que tuvo un pequeño accidente cuando el coche del Che lo embistió por detrás. El conductor anónimo salió hecho una furia, pero cuando vio quien era el otro, se disculpó enseguida y prometió dejar la abolladura en la parte trasera del coche tal y como había quedado, enseñando su vehículo con la “marca del Che” orgullosamente a sus conocidos a partir de entonces. Pero entre toda esta leyenda, la realidad es que la industrialización de Cuba no avanzaba como él había previsto. El material y los técnicos que llegaban de la Unión Soviética, en sustitución de los estadounidenses, dejaban bastante que desear y los problemas que se acumulaban en su despacho eran inmensos. No era el marxismo lo que fallaba, sino su aplicación deficiente. A partir de un determinado momento, el pensamiento del Che sufrió una huida hacia delante y quiso volver a sus orígenes guerrilleros. Su idea era crear focos de guerrilla en distintos países (en Argentina lo intentó y fue un gran fracaso, en otros territorios prendieron y se mantuvieron casi hasta nuestros días), para incorporarse personalmente a liderar alguno de ellos cuando el momento fuera adecuado. El objetivo final era comenzar una especie de nuevo conflicto mundial, esta vez entre capitalismo y socialismo, ayudándose de los ya existentes en Vietnam y en África. No importaban las vidas humanas que costase o las consecuencias materiales. Lo único trascendental era la victoria final. Respecto a este punto, Anderson pone sobre papel su pensamiento, que, salvando las inmensas distancias, tiene algunos puntos en común con las justificaciones de Hitler cuando inició la Segunda Guerra Mundial:

“La batalla global contra el imperialismo era una lucha por el poder mundial entre dos fuerzas históricas diametralmente opuestas, y no tenía sentido prolongar la agonía del pueblo mediante intentos vanos de forjar alianzas tácticas a corto plazo con el enemigo ni estrategias de apaciguamiento como la “coexistencia pacífica”. Las raíces de los problemas persistirían y provocarían conflictos inevitables; con la moderación se corría el riesgo de darle al enemigo la posibilidad de tomar ventaja. La historia, la ciencia y la justicia estaban de parte del socialismo; por consiguiente éste debía librar la guerra necesaria para triunfar, cualesquiera que fuesen las consecuencias, incluso la guerra nuclear. El Che no temía este desenlace y decía a los demás que tampoco debían temerlo. Muchos morirían en el proceso revolucionario, pero los supervivientes se alzarían las cenizas de la destrucción para crear un orden mundial nuevo, justo, basado en los principios del socialismo científico.” 

Así pues, si quería ser consecuente con su propio pensamiento, el Che debía volver al campo de batalla, que era donde se sentía realmente a gusto. La experiencia en el Congo fue frustrante. En los meses que estuvo allí casi no llegó a entrar en acción, lastrado por la falta de decisión y los conflictos internos de los jefes tribales rebeldes, lo cual al final derivó en una desastrosa huida. La operación en Bolivia le suscitó mayores esperanzas. Desde este país, situado en una zona central de Sudamérica, esperaba iniciar la chispa de una revolución generalizada en todas las naciones del área. Para ello, acudiría allí con un grupo de guerrilleros escogidos, que representaban al hombre nuevo socialista, que bajo su mando, y con unas buenas dosis de odio al enemigo,  obtendrían una resonante victoria para la revolución o morirían en el intento. Aunque la misión empezó con algún éxito, pronto derivó en el peor de los infiernos. Divididos y acosados permanentemente por el ejército, los guerrilleros hubieron de soportar toda clase de penalidades. El Che se volvió un hombre apático y enfermo, al que mantenía en pie solo una voluntad de victoria que fue transformándose en un deseo de martirio. Si los revolucionarios debían acudir a la pelea como si ya estuvieran muertos y el tiempo que les resta fuera de prestado, su muerte no sería una muerte corriente, sino algo simbólico que inflamaría los ánimos de los explotados y oprimidos. 

Y es verdad que su figura se agigantó con su muerte, pero la revolución masiva no llegó. Hubo movimientos que se inspiraron en su ejemplo, algunos tan moderados respecto a la violencia como el del Subcomandante Marcos, en Chiapas, México. La foto de Alberto Korda decoró muchos cuartos de estudiantes, su nombre fue invocado por diversas causas, incluso con fines publicitarios, pero al final su máxima pretensión, la de ser un motor de la historia, no funcionó. La del Che fue una vida repleta de contradicciones, propia de uno de los personajes más influyentes del siglo XX. En ella se mezclan el mito y el hombre. Por un lado tenemos una existencia de sacrificios personales, absolutamente consecuente con su visión del mundo. Era el señor de la guerra que no dudaba en matar a sangre fría a un enemigo o a un aliado, si este había traicionado su confianza, pero que a la vez dedicaba las horas muertas a ejercer como médico en cualquier aldea perdida de la zona en la que estuviera operando con la guerrilla o se esforzaba en educar a sus subordinados dándoles clase. Era alguien que quería construir una sociedad utópica, pero a la vez exigía toda clase de privaciones a quienes iban a ser sus principales beneficiarios. Un hombre interesado en desarrollar una educación de calidad para todos los ciudadanos y a la vez despertar en ellos su vena más combativa, basada en el odio al enemigo. Un guerrero, un político, un pensador y un humanista para el que el fin justificaba los medios, aunque estos medios pasaran por una guerra mundial devastadora. Un hombre de pretensiones mesiánicas, cuyo cadáver unas humildes monjas de un convento boliviano terminaron comparando con el de Jesucristo. El apasionante libro de Jon Lee Anderson refleja todas estas contradicciones de una manera magistral y realiza un acercamiento desde todos los ángulos a una figura tan citada como manipulada y defectuosamente conocida.

4 comentarios:

  1. Pues según el artículo (que me parece especialmente cuidado, muy bueno) el Che recuerda mucho a Trotsky: hombre de acción, teórico, implacable... Muy peligroso. Los regímenes revolucionarios suelen desplazar a estos individuos, más bien autodestructivos, y los reemplazan por tipos más astutos y pragmáticos como Stalin o Castro. Así duran más tiempo.

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  2. Gracias. Esta vez casi te gano en extensión. En el caso del Che si que existen teorías de la conspiración que vinculan a Castro con su muerte, pero yo creo que se la buscó él solito, siendo cada día más temerario.

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  3. Muy buen artículo Miguel, muy bueno. Enhorabuena.

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  4. Gracias Mariola. No sé si es tan bueno, pero si de los más largos que he escrito.

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