viernes, 11 de abril de 2014

NOÉ (2014), DE DARREN ARONOFSKY. UN DIOS SALVAJE.

"Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de contínuo, le pesó a Yahveh de haber hecho el hombre en la tierra y se indignó en su corazón. Y dijo Yahveh: "Voy a exterminar de sobre el haz del suelo al hombre que he creado (...) porque me pesa haberlos hecho". Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahveh."

Así se inicia el relato bíblico del diluvio universal, una tradición que al parecer tiene sus orígenes remotos en Babilonia, en recuerdo, seguramente, de varias inundaciones desastrosas en el valle del Tigris y del Eúfrates, que fueron exageradas hasta el punto de darle rasgos de cataclismo universal. Curiosamente esta historia también aparece en textos de culturas tan diferentes como la hindú, la griega o la maya. En la tradición judeo-cristiana nos encontramos con el típico Dios del Antiguo Testamento, un Todopoderoso eterno fiscalizador de la conducta del hombre, al que exige contínuos homenajes  y que elige a un pueblo como favorito, al que otorga carta blanca para exterminar a sus enemigos.

En la extraña visión de Darren Aronofsky de esta historia, se nos presenta a Noé viviendo con su mujer e hijos en una tierra desértica y aparentemente devastada, parecida a la que se nos presenta en películas postapocalípticas del estilo de Mad Max (George Miller, 1979). Noé evita el contacto con el resto de los hombres y no duda en matarlos cuando tiene un encontronazo con ellos. Al parecer la humanidad está corrupta, imbuida de puro mal, tal y como dice la Biblia y Noé es el único ser puro que queda en la Tierra. Pero, oh sorpresa. El hombre no está solo. Coexiste con una extraña raza de ángeles caídos, que a ojos del espectador son un híbrido entre criaturas del universo de El señor de los anillos y los Transformers. Estos seres son un testimonio vivo de la crueldad divina. Al parecer, bajaron a la Tierra a ayudar al hombre cuando se produjo su expulsión del paraíso y por ello fueron castigados. La caída del hombre en el jardín del Edén es una obsesión en esta película: representada en los sueños de Noé (la manzana, la serpiente), es un eficaz recuerdo del anhelo inconsciente del ser humano de alcanzar un día un paraíso eterno.

Por lo demás Noé es un film que se puede calificar de fallido. Precedido por la ya tradicional polémica religiosa que acompaña a este tipo de producciones, resulta que la visión de Aronofsky no satisface a los líderes de las principales creencias que mantienen que este episodio es un dogma de fe. Y si nos atenemos a la antipatía que despierta el personaje de Dios, es muy lógico que así sea. Yahveh es un sin escrúpulos, capaz de programar el exterminio de millones de seres humanos y animales con el argumento de su corrupción moral. Claro que, como se observa desde las primeras imágenes, la tierra que han heredado estos pobres humanos no mana precisamente leche y miel. Es un lugar con poquísimos recursos, por lo que es natural que estos se hallen en permanente disputa y que estas disputas engendren guerras, esclavitud y muerte. La solución divina es la misma que en muchas averías informáticas: formatear y reiniciar el sistema.  

Noé, presentado como modelo de virtud, no es más que, a los ojos del espectador, que el instrumento de un ser infinitamente poderoso y tiránico. El patriarca no se cuestiona sus decisiones, sino que las aprueba de inmediato con una mezcla de miedo y adoración, con la misma lógica con la que los hombres de hoy son capaces de obedecer las órdenes de los peores dictadores, justificándolas en la infalibilidad de su juicio. Todos estos aspectos éticos y de filosofía de la religión son reflexiones interesantes una vez que se ha visto la película, pero mientras esta se está proyectando, lo que prima es el aburrimiento, la sensación de que Aronofsky naufraga por una historia demasiado bien conocida y que quizá se toma demasiado en serio, con el resultado de hastiar a los no creyentes y enfurecer a los que sí lo son. Claro que, como estamos hablando de un buen director, hay escenas que pueden salvarse del sinsentido general, a las que logra dotar de un sutil misterio, como aquella en la que Noé narra la Creación, que nos remite directamente a las más hermosas palabras de la Biblia, aquellas con las que comienza el Génesis, cuando todo eran promesas de felicidad y armonía eternas. Es una lástima que el resto del metraje sea pura espectacularidad para extender un relato que apenas ocupa un par de páginas en la Biblia. 

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