lunes, 24 de marzo de 2014

MARCHA DE LA DIGNIDAD.

A las siete de la mañana llegamos a Getafe, después de una noche en blanco pasada en un autocar. No hay cansancio todavía, sino mucha excitación, cuando nos dirigimos a visitar a los miembros de la columna sur que han realizado el recorrido caminando desde Córdoba. Están desayunando en el polideportivo, donde han pasado la noche. Sus rostros expresan la fatiga de tantos días poniendo a prueba sus límites físicos, realizando etapas de treinta kilómetros, pero también hay en ellos una gran ilusión por llegar por fin a la capital. Algunos nos preguntan de donde venimos, mientras una pequeña brigada de limpieza se encarga de quitar los desperdicios de la pista de baloncesto. Me ofrecen un almanaque de bolsillo. En un primer instante, como hay poca luz, identifico extrañamente la foto que lo ilustra con fray Leopoldo, pero enseguida me doy cuenta de que se trata de Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda, uno de los promotores de la Marcha de la Dignidad. Después los acompañamos al punto de partida de esta última etapa, mientras amanece en la ciudad dormitorio madrileña. La espera hasta que llega la autorización de la policía para emprender la marcha es larga. Junto a la Casa de Andalucía nos ofrecen café. Los vecinos más madrugadores miran con curiosidad al mar de banderas que ya empieza a agitarse. Predominan el blanco y el verde andaluces.

Por fin podemos empezar a caminar. Al principio no somos más que unos cientos de personas, a las que se irán agregando otras por el recorrido, hasta poder contarnos por miles. Al culminar el mismo, cuando nos unamos al resto de columnas, seremos cientos de miles. Nuestros primeros pasos son acompañados por una molesta llovizna que pronto se disipará. Mientras avanzamos por los barrios obreros que circundan el sur de Madrid hay gente que sale a las terrazas a aplaudirnos. Estas calles podrían confundirse con las de cualquier ciudad española: carecen de los edificios singulares que caracterizan a la capital. Al pasar junto al parque de bomberos, estos hacen sonar todas las sirenas de sus camiones. La gente los vitorea emocionada. Desde una pequeña elevación, podemos observar la marcha como una gran serpiente multicolor en la que destacan el rojo y el verde. Al fondo, ya pueden atisbarse algunas de las torres madrileñas. En una ventana, una señora muy mayor, delgada, pero con una sonrisa llena de de vida, agita una pequeña bandera verde y blanca. La gente la vitorea y la fotografía. Ya es completamente de día. Desde la avenida de Córdoba se observan unas vistas de la capital como de cuadro de Antonio López, a la luz de un cielo matinal que va quedándose sin nubes. Las piernas van sintiéndose fatigadas, pero hay fuerzas de sobra para llegar a Atocha. En el otro sentido de la marcha, algunos conductores hacer sonar sus bocinas y saludan. Otro reprocha a la multitud no ver ni una bandera de España. Se equivoca, sí que las hay, y en abundancia. Lo que sucede es que se trata de una bandera que representa una visión distinta de este país, la republicana. Personalmente, opino que las banderas no son más que trapos de colores más o menos vistosos. Lo importante son las ideas.

Cuando atravesamos el precioso paseo de las Delicias la vista se pierde entra la multitud. Hay una pequeña tregua para comer antes de la manifestación, que transcurrirá desde Atocha hasta la plaza de Colón. Atocha es un mar de banderas y pancartas. Emblemas comunistas, republicanos, sindicalistas, anarquistas, de distintas comunidades autónomas e incluso alguna bandera pirata. La marea verde se confunde con los cascos amarillos de los bomberos y entre el mar de colores sobresale la figura de un ahorcado que representa la muerte del capitalismo. Mientras avanzamos por el paseo del Prado, observando perspectivas inéditas de sus edificios, se me ocurre pensar en la disparidad de ideas que están presentes bajo un objetivo común. Hay quien hace énfasis en el deterioro de la sanidad y la educación, quien recalca que las políticas de austeridad son criminales, los que reinvindican la dación en pago en la resolución de hipotecas, quienes protestan por la próxima reforma de la ley del aborto e incluso quienes abogan por la muerte del Estado. Yo, con mis ideas socialdemócratas, quizá sea de los más moderados, pero hay una palabra que nos une a todos, el no. No a los recortes, no a las privatizaciones, no a los políticos corruptos. Los megáfonos corean lemas contra Rajoy y contra la clase política en general. Existe un sentimiento de indignación lógico en toda esta gente: se siente estafada viendo recortados sus derechos para pagar la factura del rescate bancario como víctimas de una de las estafas más enormes y más descaradas de todos los tiempos. Un pequeño perro avanza dignamente junto a su dueño. Con un pañuelo rojo al cuello, no parece asustado por el excepcional ruido a su alrededor, hasta que empiezan a estallar algunos petardos. El animalito mira a un lado y a otro nervioso y pone el rabo entre las piernas. Luego levanta la mirada hacia su amo y parece tranquilizarse. Quizá está allí para denunciar el maltrato animal, otra de las vergüenzas de nuestro país.

Si algo caracteriza a esta marcha es su vocación pacífica y festiva. En las calles laterales al paseo del Prado y Recoletos, la presencia policial es bien visible y se acentúa, hasta un grado sorprendente, en los accesos al Congreso de los Diputados, que están cortados por una barrera de vehículos con la luz de las sirenas encendidas. Lo mismo sucede en las calles que dan a la sede del partido del gobierno. La estatua de Velázquez, que preside la fachada del Museo del Prado sostiene una bandera de Izquierda Unida. Es curioso que este edificio, a mi parecer el más importante de España, carezca de protección policial, que es bien visible en la la cercana sede de la Bolsa. Mientras caminamos lentamente, nos ofrecen todo tipo de folletos reivindicativos: algunos lamentan la ausencia de los sindicatos mayoritarios, otros llaman a la revolución y hay uno muy curioso, en forma de cómic, que indica como actuar en caso de carga policial. En la plaza de Colón resulta insólito que entre el mar de enseñas republicanas, destaque la enorme bandera rojigualda que preside este espacio público. Es el turno de la lectura de los manifiestos, la culminación de la jornada. La palabra dignidad, es la que mejor puede definir esta experiencia. La gente, vapuleada, sale a la calle a expresar su desacuerdo. Estaría bien que todos estos grupos llegaran a un acuerdo de mínimos para simplificar las reinvindicaciones. A mí se me ocurre que éste podría consistir en solicitar que el derecho al trabajo y a una vivienda digna, que son papel mojado en nuestra Constitución, pasasen a ser derechos fundamentales, en el mismo rango que el derecho a la vida o la libertad de expresión, cuya violación puede ser denunciada en los tribunales.

Al regresar al autobús, hay debate en torno al número de asistentes a la manifestación. Las primeras estimaciones de los medios de comunicación son decididamente ridículas. En cualquier caso, hay otras cifras que son indiscutibles: la de los millones de parados, las de la pobreza creciente o la de los cientos de miles de desahucios. Al poco nos enteramos de que la policía está cargando: seguramente esto estaba en el guión de la delegación de gobierno. Hoy veo las imágenes y me parece que los agentes se lanzan contra la multitud sin mediar provocación alguna. Luego he visto otras en las que unos energúmenos se ensañan a pedradas contra cuatro o cinco agentes que no tienen escapatoria. Al día siguiente, las imágenes de violencia, algo desgraciadamente también buscado por una escueta minoría de los participantes, restarán protagonismo a lo verdaderamente importante: la dignidad de unas personas que marchan pacíficamente para hacer ver que no están resignadas a padecer las políticas neoliberales que nos han impuesto y que existen alternativas mucho más humanas al sistema actual. Mientras contemplamos las últimas luces de Madrid, nos sentimos agotamos, pero felices.    

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