martes, 18 de febrero de 2014

LA GUERRA DE LAS TRINCHERAS (1993), DE JACQUES TARDI. UN INFIERNO DE SANGRE Y BARRO.

Imaginénse que un buen día su vida rutinaria - con sus problemas comunes y pequeñas alegrías - es alterada por la llamada de la patria. De pronto resulta que el país vecino, rival económico desde hace tiempo, vuelve a ser el enemigo jurado de su país. Rápidamente debe usted acudir al cuartel y convertirse en un soldado, mientras en las calles se suceden las celebraciones patrióticas y los linchamientos a quienes no manifiestan el suficiente entusiasmo por el conflicto que se avecina.

Hace exactamente un siglo comenzaba la más absurda de todas las guerras, instigada por una serie de tensiones entre algunos países europeos que podían haberse resuelto diplomáticamente. Se prefirió apelar a la fuerza, esperando que el conflicto durara pocos meses. En Francia, después de un avance alemán que estuvo a punto de conquistar París, el frente se estabilizó, estableciéndose una enorme red de trincheras que atravesaban el país de norte a sur. En ellas se amontonaban los soldados en condiciones inhumanas: bombardeados día y noche por la artillería enemiga, sucios, expuestos a todo tipo de enfermedades, conviviendo con ratas y otras alimañas o gaseados. Pero lo peor no era eso. Lo peor era el miedo: miedo a morir, miedo a ser mutilado, a ser declarado cobarde y terminar siendo fusilado... La ola de patriotismo que encendió la mecha se pasó pronto y solo quedaron la podredumbre de las trincheras, los ataques en masa y las muertes inútiles.

A Jacques Tardi, cuyo abuelo luchó en la Gran Guerra, siempre le ha obsesionado este tema, un conflicto con unos niveles de sufrimiento nunca vistos hasta entonces, puesto que los avances de la sociedad industrial se pusieron al servicio de la muerte:

"No se trata de plasmar la historia de la Primera Guerra Mundial en el cómic, sino de una sucesión de situaciones no cronológicas vividas por hombres manipulados e involucrados, visiblemente descontentos de encontrarse donde estaban y con la única esperanza de vivir una hora más, deseosos sobre todo de volver a sus casas... ¡en una palabra, que la guerra terminara! No hay "héroes" ni "personaje principal" en esta lamentable aventura colectiva que es la guerra. Solamente hay un enorme y anónimo grito de agonía."

Las imágenes de La guerra de las trincheras son lo más cercano que podemos estar de vivir la auténtica experiencia de los combatientes. Dibujadas con gran nivel de detalle y sin ahorrarse los pormenores más espeluznantes, las de Tardi son historias que hipnotizan al lector, lo indignan y le hacen preguntarse como fue posible que unos pocos dirigentes criminales llevaran a tantos millones de hombres al matadero sin que apenas se registraran levantamientos. Y es que cuando el soldado despierta del sueño patriótico se enfrenta a la pesadilla de sobrevivir en el peor de los infiernos. Gentes con vidas ordinarias que fueron arrastradas a combatir contra el enemigo por motivos que no podía comprender, ni nadie se molestaba en explicarle. Al final todos los soldados enferman de miedo y acaban llamando a gritos o en susurros a su madre. Como reflexiona uno de ellos, lúcido ante el horror, cuando contempla que, ante la elevada mortandad, tiene que llamarse a filas a muchachos que son todavía casi niños:

"Mierda, ¿es que todos se esconden en las faldillas de su madre? Esa mamá que concibió carne de cañón del fruto de sus tripas, que lo envió al mundo con casco y armado hasta los dientes... eso pasa en la natura... ¡eso es humano!... No hay de lo que estar orgulloso... después de las cavernas, todo lo que nos cae entre manos es un rompecabezas, como tú dices... No hay mucha más evolución, aparte del gas, de la granada ofensiva o del obús incendiario... los detalles no son importantes... pues todos tenemos la misma idea en la cabeza. No hacia falta hacer que esos chavalines siguieran nuestros pasos, es demasiado cruel... ¡Madre mía, no ha estado nada bien hacer eso!"

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