jueves, 27 de febrero de 2014

1997, RESCATE EN NUEVA YORK (1981), DE JOHN CARPENTER. UNA JUNGLA DE CEMENTO Y OSCURIDAD.

El clima político cuando se rodó esta película, una de las más míticas de los años ochenta, era muy peculiar. Después de unos años setenta marcados por la derrota de Vietnam, por la depresión económica y por el Waterwate, la revolución conservadora que lideraba Ronald Reagan pretendía volver a recuperar el orgullo de los Estados Unidos a base de recortes en presupuestos sociales, incremento del defensa y desregulación financiera. Respecto a la ciudad de Nueva York, en esos momentos estaba culminando un proceso de decadencia que había comenzado a finales de los sesenta (pueden verse apuntes de ello en las dos últimas temporadas de Mad Men) hasta el punto de que había zonas de la misma que se parecían mucho al Detroit actual. 

A Carpenter se le ocurrió llevar esta idea de decadencia hasta el extremo plasmando una idea genial: convertir a la capital económica de Estados Unidos en una ciudad fallida hasta el extremo de verse convertida en una inmesa prisión. En el futuro (que ya es nuestro pasado) que nos presenta 1997, Rescate en Nueva York, la isla de Manhattan se encuentra circundada por un muro. Quien entra allí en condición de prisionero no vuelve a salir. No hay guardias dentro: los criminales se organizan a su antojo, creándose lógicamente una sociedad de clanes y darwinista. El relato comienza con el secuestro del avión del presidente de los Estados Unidos para estrellarlo contra un rascacielos (¿les suena?), salvándose este al ser arrojado en una cápsula en el último momento. Pero ha caído en territorio hostil y enseguida es capturado por una de las bandas neoyorkinas. Para salvarlo, el inspector de policía de Staten Island, hace un trato con un prisionero recién llegado, un héroe de la Tercera Guerra Mundial en curso que ha robado en la Reserva Federal. Snake es un antihéroe de vuelta de todo, silencioso e individualista al que solo le importa recuperar su libertad. Aunque antes se pensó en Clint Eastwood para interpretarlo, al final Kurt Russell compuso un personaje memorable, que quedó como uno de los iconos del cine de los ochenta.

Con todos estos elementos, tratándose de una película dotada de un presupuesto más bien moderado, lo lógico sería que su historia fuera poco creíble en pantalla. Nada más lejos de la realidad. El maestro Carpenter sabe crear desde el primer minuto un ambiente muy propio para mostrarnos una ciudad apocalíptica. Ya el perfil de Nueva York en sombras, con la silueta de las torres gemelas sin una sola luz, es estremecedor. Una vez dentro de la ciudad, Carpenter consigue que atisbemos un microcosmos de bandas (hay algunas que incluso de mueven bajo las alcantarillas) dentro de una organización social creada por criminales, sugiriendo al espectador en todo momento que hay mucho más de lo que se muestra en esta urbe-prisión. Además, asistimos a varias escenas memorables: la actuación en uno de los abandonados teatros de Broadway de un grupo de convictos disfrazados de mujer, el ataque de la banda subterránea, la persecución final contra reloj... 1997, rescate en Nueva York no es una película complaciente con sus personajes. Todos son negativos, en correspondencia con el mensaje pesimista de Carpenter. Qué diferencia con los héroes reganianos que llegarían poco más tarde capitaneados por John Rambo.

martes, 25 de febrero de 2014

HER (2013), DE SPIKE JONZE. UN REAL ROMANCE VIRTUAL.

Aunque se supone ambientada en un futuro cercano, la sociedad que nos presenta Her es totalmente reconocible para los occidentales de hoy día. Paseando por la ciudad puede observarse a numerosas personas atendiendo obsesivamente su teléfono móvil, como si la auténtica realidad estuviera en la pantalla a la que dirige fijamente su mirada, y no en la calle por la que va circulando. La noticia de un sábado por la tarde sin servicio de whatsapp supone una auténtica tragedia para millones de personas que no pueden informar al mundo de sus banalidades cotidianas y, llueva o haga sol, todo es bueno para ser comentado en twitter. Las redes sociales han traído ventajas, pero también esclavitud y dependencia. Uno de los mejores análisis de este futuro en el que estamos ya inmersos lo encontramos en Sociofobia, del profesor Rendueles, libro de lectura imprescindible para comprender hacia donde caminamos.

A Spike Jonze le ha bastado con dar una pequeña vuelta de tuerca a lo que los próximos años nos van a ofrecer. Está claro que continuará el proceso de aislamiento individual para, paradójicamente, estar conectado con el máximo número de personas. Pero pronto no serán solo personas las que entrarán en esta ecuación. La inteligencia artificial tendrá mucho que decir. Theodore, el protagonista, (un Joaquin Phoenix dando lo mejor de sí mismo, como de costumbre), arrastra un reciente fracaso sentimental. Vive solo y su mundo prácticamente lo ocupan los ordenadores: los del trabajo y los de casa y esto parece ser suficiente para soportar su existencia. Un día decide comprar una aplicación que se presenta como revolucionaria: un sistema operativo dotado de inteligencia artificial, que va conociendo poco a poco los gustos de su dueño y (se supone) que le irá haciendo la vida más fácil. Theodore decide que tenga voz femenina y pronto esta voz se convierte en su principal amiga y confidente. Porque Samantha, como se llama esta inteligencia artificial, que comienza funcionando como una ayuda muy útil para organizar la agenda y los archivos de Theodore (reconozcan que no estaría mal que alguien tirara todo el correo inútil que atesoran en sus cuentas de gmail) termina siendo una presencia imprescindible en su vida, hasta el punto de enamorarse de ella.

¿Se puede uno enamorar de lo que en el fondo no es más que un electrodoméstico? Se puede, a tenor de lo que nos cuenta Jonze. Si la premisa para que triunfen ciertas tecnologías es crear adicción y el amor es la adicción suprema, es lógico que pueda haber personas que se enamoren locamente de una voz que les conoce mejor que ellos mismos, siempre está disponible y es complaciente en cualquier circunstancia. Es como la fantasía oculta de mucha gente, de tener a alguien dedicado por entero a su adoración (en cualquier caso lo que buscan los adictos a twitter y facebook es atención las veinticuatro horas del día) y que se adelante a los propios pensamientos. Una idea retorcida y que algunos podrán estimar absurda, pero que en el mundo de Her está mucho más generalizada de lo que el propio protagonista sospecha. Es el concepto de Love Mark llevado hasta el extremo. Porque - recordemóslo en todo momento mientras vemos la película - Samantha es un producto. Un producto que la empresa que lo comercializa presenta como un milagro que resuelve de un plumazo todos los problemas de esta vida (¿y que empresa no intenta presentar así sus productos?), pero que, como todo lo que proviene del mundo informático, puede quedarse colgado de vez en cuando y pronto - lo que es más grave - ser un producto anticuado.

Her es una especie de fábula que nos advierte que el hombre está perdiendo a pasos agigantados algo que ha poseído a lo largo de la historia: la autenticidad de sus relaciones humanas. La vida produce dolor y desde siempre padecer ciertas desgracias y superarlas ha fortalecido al hombre, ya se logre con ayuda de otros o en solitario. Lo que propondrá la tecnología de aquí a pocos años es la felicidad perpetua, pasando de la realidad de este mundo, si es preciso. ¿Es esto bueno o malo? Tendrá su lado positivo, indudablemente, lo que sucede es que seguramente será un eslabón más de la cadena que poco a poco nos va atando a una dependencia a ciertas multinacionales a las que ya no solo ofreceremos nuestro dinero y nuestra privacidad, sino que terminaremos otorgándoles sin pestañear nuestros pensamientos más íntimos a cambio de una felicidad virtual a la que no querremos renunciar. Sin desmerecer en absoluto a Orwell, Aldous Huxley fue el auténtico profeta de nuestro tiempo. Y Spike Jonze ha sabido verlo perfectamente en una película cuidada en todos sus elementos y que consigue hacernos reflexionar acerca de lo que se nos viene encima, porque, pensándolo bien, lo verdaderamente importante no será nuestro auténtico nivel de felicidad, sino conseguir que los demás crean que somos perfectamente felices.

lunes, 24 de febrero de 2014

LOS SURCOS DEL AZAR (2013), DE PACO ROCA. UN REPUBLICANO EN PARÍS.

Uno de los momentos más impresionantes de Los surcos del azar, es éste que reproduzco: la huida de los últimos republicanos por la frontera de Francia mientras un agonizante Machado (del que celebramos ahora su aniversario) contempla a la multitud con la mirada indiferente de quien sabe que le quedan pocos días en este mundo. Machado será tratado como un desecho histórico. Igual que Azaña y como tantos españoles anónimos a los que se tragó nuestro conflicto. Pero hubo unos pocos que sobrevivieron y tuvieron la dignidad de seguir luchando, ya fuera por convicción o por desesperación: por no tener un lugar donde ir. Es el caso de Miguel, el personaje del cómic de Paco Roca, que saliendo desde Alicante cuando la República estaba dando sus últimas bocanadas, viaja en un barco atestado hasta el puerto de Orán, donde fueron recibidos por los franceses como apestados.

Entre todos los caminos del exilio que el azar pudo haberle ofrecido, el que tomó Miguel le llevó, después de mucho sufrimiento, a formar parte de la división de Leclerc, uno de esos hombres excepcionales que salvaguardaron el honor de Francia ante la humillante derrota infligida por los alemanes. Nuestro protagonista pasará a formar parte de la mítica Novena Compañía, una unidad de la que pocos españoles tienen noticia, pero que fue la primera que entró en París en la liberación de agosto de 1944, después de haber luchado brillantemente en Túnez.

Ahora que se habla tanto de memoria histórica en nuestro país - lo cual no es más que otra excusa para que los partidos políticos se tiren los trastos a la cabeza en esta España tan triste en la que apenas existe sociedad civil que pueda replicarles - es bueno asomarse al cómic de Paco Roca y contemplar la asombrosa historia de un puñado de hombres que lucharon contra el fascismo durante casi una década sin apenas interrupción. Hombres que se sobrepusieron a la más dura de las derrotas y alimentaron la esperanza de que la caída de Hitler supusiera también la de Franco. Al final el Caudillo se libró del hundimiento general del fascismo y se convirtió en una anomalía en occidente que resultó muy útil a los intereses de la OTAN, pero eso es otra historia. Lo importante es que hubo una España que jamás se dio por vencida, cuyos miembros ayudaron a restaurar la democracia en Europa occidental, viendo como se pasaba de largo respecto a su propio país. Ya no es tiempo de homenajes ni nada parecido: la mayoría de estas personas está muerta. Pero sí es bueno que se las recuerde de vez en cuando, que se sepa de su existencia.

Partiendo de los versos de Machado, para qué llamar caminos a los surcos del azar, Paco Roca ha construido un relato creíble y muy bien documentado, que se mueve entre el presente y el pasado. Lo mejor de esta historia es que el protagonista no se siente en ningún momento un héroe, sino una víctima de la historia que tiene que ser consecuente con sus ideas. Por eso, cuando el dibujante comete la indiscrección de hablar de asesinatos a sangre fría respecto a alguna acción bélica de Miguel, este responde airadamente hablando de la lucha contra el fascismo, algo que no puede entender la gente de hoy. Y es que quien está inmerso en una guerra, por muy justa que sea su causa, acaba cometiendo tropelías. Es el precio de la libertad de la que hoy gozan la mayoría de los países europeos. Alguien se tuvo que ensuciar las manos para defenderla. Y Los surcos del azar cuenta la historia de uno de estos seres - dibujada en una magnífica línea clara - que no necesita justificar sus acciones, porque nadie que no lo haya vivido puede entender lo que significó estar inmerso en la Guerra Civil y después pasar a pelear en la Segunda Guerra Mundial.  

sábado, 22 de febrero de 2014

EL ACORAZADO POTEMKIN (1925), DE SERGEI M. EISENSTEIN. LA GÉNESIS DE LA REVOLUCIÓN.

Antes de que se diera la Revolución definitiva de 1917 (que tuvo que ser consolidada mediante una Guerra Civil), Rusia vivió en 1905 un precedente en forma de levantamientos en varios de sus territorios que terminaron logrando algunas concesiones por parte del Estado zarista, legalizándose algunos partidos políticos y estableciéndose una democracia muy limitada. Uno de los episodios más famosos de aquellos hechos fue el levantamiento de la tripulación de acorazado Potemkin, que, en el proyecto inicial de Eisenstein iba a ser un episodio de una película dedicada a relatar los acontecimientos de 1905. Pero una vez llegado a Odesa y comenzado el rodaje, el director decidió que el film iba a estar enteramente dedicado al famoso buque.

Si nos fijamos bien en el primer acto de la película, el Potemkin aparece como un microcosmos social de toda Rusia. Los privilegiados - los oficiales - son muy pocos, pero manejan el timón del barco y saben como manejar a la mayoría, sin que estos deban cuestionarse sus órdenes: en el buque imperan la desigualdad social y política. En un determinado momento hay un hecho que hace protestar a los oprimidos: que se les ponga de comer carne podrida. Lo que los subleva no es tanto el hecho de la mala calidad de la comida, sino que sus mandos les aseguren que la carne no tiene gusanos, cuando están a la vista de todos. Si hay algo que provoque revoluciones son las mentiras continuadas cuando la verdad de los hechos está a la vista de todos (algo, por cierto, a lo que nuestros dirigentes están acostumbrándonos quizá en exceso), porque a la injusticia se une el desprecio a la inteligencia del pueblo por parte de quien miente. La rebelión no tardará en tener su primer mártir: un cadáver que, una vez desembarcado en el puerto de Odesa, despierta la piedad de una gran masa que acude en peregrinación a venerarlo. Las revoluciones, para triunfar, han de tener un componente religioso y honrar a sus santos y a sus mártires. Realmente es impresionante lo conseguido por Eisenstein en el puerto, una imagen poderosa de un pueblo que apoya a sus héroes y que pronto va a protagonizar su propio martirio en las famosas escaleras de Odesa.

Porque es en la escena de las escaleras donde El acorazado Potemkin - y la historia del cine - llega a su momento culminante. Dotada de una planificación asombrosa, contiene las dosis justa de violencia, caos y dramatismo para reconstruir un hecho histórico que no lo fue en realidad (la masacre de las escaleras por lo visto jamás sucedió). Eisenstein, en su deseo de mostrar, coloca la cámara en los ángulos más inverosímiles, cambia de planos generales a primeros planes, pasando de la confusión de la masa a dramas individuales - la madre con su hijo moribundo - que el espectador no tiene más remedio que hacer suyos. Siendo como es un vehículo propagandístico del nuevo Estado soviético, la obra de Eisenstein no es neutral, desde luego, desde el punto de vista ideológico: los zaristas son bestias salvajes sin piedad ni alma que disparan contra el pueblo y los rebeldes son esforzados y humildes representantes del pueblo. En ningún momento se nos ahorra la visión de la sangre. La revolución es algo necesario, pero no es hermosa. No es como la imagen de la bandera roja ondeando en lo alto del Potemkin. Es algo más sucio que épico y más violento que heroíco. Esta verdad sí que la podemos vislumbrar contemplando la obra inmortal de Eisenstein.  

jueves, 20 de febrero de 2014

VÍA REVOLUCIONARIA (1961), DE RICHARD YATES Y DE SAM MENDES (2008). LOS MALESTARES DEL BIENESTAR.

Para empezar a leer una novela como Vía revolucionaria es importante entender el contexto histórico en el que se mueven sus personajes. Nos encontramos en 1955, en plena guerra fría, en unos Estados Unidos prósperos económicamente y algo siniestros políticamente - la caza de brujas del senador McCarthy- pero que muchos americanos recuerdan como la edad dorada de su país, una especie de paraíso antes de que el país perdiera la inocencia con el asesinato de Kennedy y la guerra de Vietnam.

Los Wheeler son un joven matrimonio que parecen haber cumplido las premisas del sueño americano en un tiempo record: poseen una hermosa casa en el extrarradio, en una época en la que, según escribe Edward Glasser en El triunfo de las ciudades, empezaba a ponerse de moda vivir lejos del lugar de trabajo y dos hijos sanos. Frank tiene uno de esos trabajos anónimos - de los que ya no existen - en un oscuro departamento de una de esas grandes corporaciones que empezaban a proliferar en Estados Unidos. Como la política de personal no estaba desarrollada en aquella época, las empresas podían tener un gran número de trabajadores dedicados a tareas inconcretas, sin control alguno. El mismo Frank pasa sus jornadas de oficina simulando hacer algo útil mientras se amontonan los asuntos pendientes en su mesa. Uno de sus compañeros es un alcóholico que suele llegar en muy mal estado por las mañanas, pero los compañeros lo suelen tomar con naturalidad, porque no es extraño que las bebidas fuertes proliferaran en el entorno laboral (todos hemos visto Mad Men). Asi era el mundo del trabajo de nuestros padres: menos sofisticado y tecnológico, pero más relajado e infinitamente menos exigente. A pesar de todo, las cosas funcionaban, alguien debía llevar bien las riendas, puesto que esta fue la época dorada del despegue económico americano.

A pesar de estar viviendo estas circunstancias aparentemente tan favorables, los Wheeler no están satisfechos. Creen que están rodeados de gente mediocre y que ellos deberían optar a otra forma de vida, que estiman más auténtica, aunque nunca concreten del todo en qué consistiría. Lo que para Frank no es más que un ejercicio intelectual para aliviar tensiones, para April Wheeler es una aspiración legítima que debe ser satisfecha lo antes posible. Para ello idea un plan: conseguir un trabajo de secretaria en un organismo internacional y trasladarse con toda su familia a Francia. Frank tendría entonces tiempo para pensar y decidir que es lo que quiere hacer con su vida. Aunque al principio a este último el plan le parece una locura - después de todo tienen una vida cómoda en Connecticut - pronto tendrá que transigir y dejarse llevar por las ideas de su mujer, sobre todo cuando apela a un discurso tan firme como éste: 

"Así es como los dos nos comprometimos con este engaño mayúsculo (porque no es otra cosa que un mayúsculo y obsceno engaño), esta suposición de que la gente debe renunciar a la vida de verdad y "establecerse" cuando tiene familia. Es la gran mentira sentimental de la vida en el extrarradio, y yo te he obligado a suscribirla todo este tiempo." 

En realidad la verdadera enfermedad que sufre April es el tedio. El tedio de una vida consagrada al papel de madre de familia del extrarradio para una persona con un carácter totalmente volátil e inestable, quizá derivado de una infancia en la que recibió muy poco cariño. Estas variaciones bruscas de carácter traen por la calle de la amargura al pobre Frank, que no sabe cómo hacer uso de su masculinidad - recordemos que estamos en los años cincuenta, cuando los roles en la pareja estaban tristemente bien definidos - y a la vez llevarse bien con la mujer a la que quiere. Como las cosas no le van bien en casa, se echa una amante de usar y tirar, a la vez que espera que el plan de April se venga abajo de alguna manera, aunque ante ella tenga que mostrar entusiasmo y medir bien sus palabras. A pesar de saber guardar las formas ante las visitas del exterior, la situación es explosiva en casa de los Wheeler y cualquier elemento nuevo puede ser el detonante de un desastre. Como ya nos enseñó la magnífica película Lejos del cielo, de Todd Haynes, las aparentemente modélicas familias americanas de los años cincuenta podían esconder graves conflictos y secretos en su seno.

La adaptación de Sam Mendes se ciñe casi literalmente a la novela, aunque resulta en algunos aspectos superior a ésta, ya que se centra - obviando su elegantísima puesta en escena - en explotar el talento de sus dos protagonistas para expresar los complicados sentimientos de los Wheeler. Y esta es una labor especialmente complicada para una Kate Winslet en estado de gracia, que encarna perfectamente a la compleja April y su carácter voluble: sus estallidos de amor y de rabia que desconciertan constantemente a su marido. Una película que se basa en una novela sobre el desamor en la que quizá fue un acierto elegir a los protagonistas de Titanic, donde vivían una historia de amor tan efímera como perfecta. Quizá si él no hubiera muerto en el naufragio, la realidad hubiera sido muy distinta a la de los sueños de Rose. Siendo un poco perversos, podríamos decir que es posible que se hubiera parecido más a la de Revolucionary Road.

EL MUSEO DE LOS NÚMEROS (2001), DE DIMITRIS CALOKIRIS. ONTOLOGÍA DE LOS MAPAS.


Aunque muy poco difundido en España, Dimitris Calokiris es un veterano de las letras griegas, ganador por dos veces del Premio Nacional de Narrativa de su país. El museo de los números demuestra que, partiendo de las ricas tradiciones de Grecia y los Balcanes, puede construirse un discurso universal, no solo geográfico, sino también atemporal. Es bueno conocer las frases que le dedica el autor a su propio país, recogidos en Por una Elena:

“Displicente, cabezota, aireada, las más de las veces desagradecida, en sus relaciones celebra sin cesar los aniversarios pasados, generosa a veces e imprevisible, de formación mediana e igual altura, bastante elocuente, sin embargo, quejumbrosa empedernida y crédula, tan maleable, fácil presa de demagogos, aunque no sin esporádicos destellos de tolerancia, asimila continuamente sus errores, despreocupada y celosa al mismo tiempo, valiente y oportunista por supuesto, burlona y coqueta, se alimenta de noticias y evasivas y de cuando en cuando se lanza impetuosa hacia el futuro aunque en el fondo se mece, triste como un jardín. Y a pesar de todo atractiva, con un gran círculo de amantes todavía. Como una explosión de paciencia. Como un castigo de la Historia… Estoy hablando de Grecia.”

El lector que se adentra en los cuentos que conforman El museo de los números penetra en el muy personal universo e Calokiris, un universo que debe muchísimo al estilo de narrar de Borges, repleto de apelaciones eruditas a la literatura y a la historia universales. Hay que leer muy sosegadamente cada una de las narraciones para comprender su verdadero sentido, aunque a veces es inevitable que se nos escape. Calokiris no pretende ser un autor accesible, sino que lo apuesta todo a un estilo propio, de prosa impecable con fondo claroscuro que a veces puede resultar irritante, por el exceso de información erudita - que a veces roza la pedantería - que coloca en cada uno de sus relatos, hasta el punto de que es imposible saber, en el caso de muchas de ellas, si están basada en la realidad histórica o son meras invenciones. Claro que esto también puede ser tomado como parte de un complicado juego literario, en el que Calokiris a veces nos habla directamente, como en este párrafo de Un sistema solar:

"Ahora bien, en este punto se nos plantea la cuestión puramente técnica de si debemos seguir el desarrollo de la historia del perro, del busto, de la planta, de la anciana que aunque vivió como mormona pasó a mejor vida con toda normalidad o, simplemente, combinar todo eso en una comedia de enredo (...)"

En demasiadas ocasiones el autor griego opta por combinar demasiados elementos, como en esos pequeños platos de alta cocina en las que los chefs de moda mezclan sabores de la forma más insólita, en una continua apelación a la originalidad. Pero es que aquí la sombra de Borges es muy alargada y lo que en el escritor argentino era pura maestría, en la que no faltaba ni sobraba nada, en Calorikis a veces es puro exceso. No obstante, eso no invalida absolutamente la propuesta de El museo de los números, si el lector conoce unas reglas de juego en las que las técnicas de realización de los mapas narrativos pretenden ser innovadoras, aun a costa de la comodidad del propio lector.

Me quedo con esta frase, perteneciente a Oscuridad palpable, tan plena de brillantez, que difícilmente la voy a olvidar:

"Son muchos los beligerantes contra las guerras en general, sin embargo, pocos han advertido que una razón adicional por la que sería conveniente que se evitaran las guerras es porque así se inutilizan los mapas. Esto vale para las dos partes enfrentadas, y sabemos de sobra con qué esfuerzo se levanta un mapa, aun siendo en gran parte producto de la imaginación. "Por eso han de abolirse el asfalto, las guerras, las batallas. Lo siento mucho, pero así ha de ser." No descuidemos, pues, a una ciencia a la que debemos, si no otra cosa, al menos el que nos ha enseñado que el centro del mundo no es Belén."

martes, 18 de febrero de 2014

LA GUERRA DE LAS TRINCHERAS (1993), DE JACQUES TARDI. UN INFIERNO DE SANGRE Y BARRO.

Imaginénse que un buen día su vida rutinaria - con sus problemas comunes y pequeñas alegrías - es alterada por la llamada de la patria. De pronto resulta que el país vecino, rival económico desde hace tiempo, vuelve a ser el enemigo jurado de su país. Rápidamente debe usted acudir al cuartel y convertirse en un soldado, mientras en las calles se suceden las celebraciones patrióticas y los linchamientos a quienes no manifiestan el suficiente entusiasmo por el conflicto que se avecina.

Hace exactamente un siglo comenzaba la más absurda de todas las guerras, instigada por una serie de tensiones entre algunos países europeos que podían haberse resuelto diplomáticamente. Se prefirió apelar a la fuerza, esperando que el conflicto durara pocos meses. En Francia, después de un avance alemán que estuvo a punto de conquistar París, el frente se estabilizó, estableciéndose una enorme red de trincheras que atravesaban el país de norte a sur. En ellas se amontonaban los soldados en condiciones inhumanas: bombardeados día y noche por la artillería enemiga, sucios, expuestos a todo tipo de enfermedades, conviviendo con ratas y otras alimañas o gaseados. Pero lo peor no era eso. Lo peor era el miedo: miedo a morir, miedo a ser mutilado, a ser declarado cobarde y terminar siendo fusilado... La ola de patriotismo que encendió la mecha se pasó pronto y solo quedaron la podredumbre de las trincheras, los ataques en masa y las muertes inútiles.

A Jacques Tardi, cuyo abuelo luchó en la Gran Guerra, siempre le ha obsesionado este tema, un conflicto con unos niveles de sufrimiento nunca vistos hasta entonces, puesto que los avances de la sociedad industrial se pusieron al servicio de la muerte:

"No se trata de plasmar la historia de la Primera Guerra Mundial en el cómic, sino de una sucesión de situaciones no cronológicas vividas por hombres manipulados e involucrados, visiblemente descontentos de encontrarse donde estaban y con la única esperanza de vivir una hora más, deseosos sobre todo de volver a sus casas... ¡en una palabra, que la guerra terminara! No hay "héroes" ni "personaje principal" en esta lamentable aventura colectiva que es la guerra. Solamente hay un enorme y anónimo grito de agonía."

Las imágenes de La guerra de las trincheras son lo más cercano que podemos estar de vivir la auténtica experiencia de los combatientes. Dibujadas con gran nivel de detalle y sin ahorrarse los pormenores más espeluznantes, las de Tardi son historias que hipnotizan al lector, lo indignan y le hacen preguntarse como fue posible que unos pocos dirigentes criminales llevaran a tantos millones de hombres al matadero sin que apenas se registraran levantamientos. Y es que cuando el soldado despierta del sueño patriótico se enfrenta a la pesadilla de sobrevivir en el peor de los infiernos. Gentes con vidas ordinarias que fueron arrastradas a combatir contra el enemigo por motivos que no podía comprender, ni nadie se molestaba en explicarle. Al final todos los soldados enferman de miedo y acaban llamando a gritos o en susurros a su madre. Como reflexiona uno de ellos, lúcido ante el horror, cuando contempla que, ante la elevada mortandad, tiene que llamarse a filas a muchachos que son todavía casi niños:

"Mierda, ¿es que todos se esconden en las faldillas de su madre? Esa mamá que concibió carne de cañón del fruto de sus tripas, que lo envió al mundo con casco y armado hasta los dientes... eso pasa en la natura... ¡eso es humano!... No hay de lo que estar orgulloso... después de las cavernas, todo lo que nos cae entre manos es un rompecabezas, como tú dices... No hay mucha más evolución, aparte del gas, de la granada ofensiva o del obús incendiario... los detalles no son importantes... pues todos tenemos la misma idea en la cabeza. No hacia falta hacer que esos chavalines siguieran nuestros pasos, es demasiado cruel... ¡Madre mía, no ha estado nada bien hacer eso!"

lunes, 17 de febrero de 2014

NEBRASKA (2013), DE ALEXANDER PAYNE. LA ÚLTIMA ILUSIÓN.

Como sucedía en la magnífica Los descendientes, Payne sigue con Nebraska explorando las relaciones familiares, en este caso centrándose en un padre y un hijo que apenas se conocen, no porque vivan lejos, sino por la inevitable separación generacional. La historia sucede en la América rural y profunda, en un escenario que no parece haber sufrido demasiados cambios en las últimas décadas, salvo en un detalle: la televisión es la excusa perfecta para que los familiares que se ven muy de tarde en tarde  y no tienen demasiado que decirse, se reunan en torno a ella sin necesidad de conversar.

Lo primero que llama la atención de la propuesta de Payne es el riesgo que ha corrido rodando su película en un blanco y negro sobrio, muy adecuado para la historia que va a contar. Buena parte de la efectividad de la película se basa en la magnífica interpretación de su protagonista, Bruce Dern, que da vida a un hombre anciano y alcohólico, de vuelta de todo, pero que recupera la ilusión al llegarle un certificado - un timo claramente - de que ha ganado un millón de dólares a la lotería. Contra toda evidencia, Woody se escapará de casa una y otra vez para cobrar su premio. Parece que es la última misión que le queda en la vida y le da igual que le repitan que lo del millón no es cierto. Él, en sus delirios de alcóholico estima que el certificado le va a permitir cumplir dos humildes deseos: comprarse una camioneta y dejar dinero a sus hijos.

Uno de sus hijos precisamente va a ser quien finalmente acompañe a su padre en su loca empresa. A partir de ahí la película se convierte a ratos en una magnífica road movie que tiene por escenarios esos paisajes áridos e inabarcables del interior de Estados Unidos. El viaje no va a servir para que padre e hijo se comprendan mejor, pero sí para unirlos un poco más, aunque sea en defensa del honor familiar ante las burlas de los antiguos vecinos del padre. Una película que no pertenece exactamente a nuestro tiempo ni a ningún otro, puesto que trata temas universales. Además, hace un uso muy medido del sentido del humor que esconde una tragedia: la del hombre que solo ha podido enfrentarse a la vida, a lo que se espera de él, con la ayuda de la botella, algo muy común en el lugar donde se crió. Este va a ser el triste legado que va a dejar a unos hijos que, a pesar de todo, comprenden el sufrimiento y la humanidad de su progenitor.

viernes, 14 de febrero de 2014

PRISIONEROS (2013), DE DENIS VILLENEUVE. LA CASA DEL PADRE.

Que una película como Prisioneros solo haya obtenido una nominación en los Oscars de este año - y en un premio menor, como es fotografía - no hace sino demostrar lo poco importantes que deben ser los premios a la hora de elegir la película que vamos a ver. Es mejor fiarse de ciertos críticos y de ciertos conocidos con buen gusto cinematográfico. Porque lo que es indudable es que la propuesta de Vileneuve es una de las mejores realizaciones que se estrenaron el año pasado.

El tema de la desaparición y secuestro de niños es uno de los más espinosos que puede abordar el cine. Lo ha hecho repetidamente en cintas maniqueas destinadas directamente a la televisión, para consumo de un público eminentemente emocional. Pero las aproximaciones inteligentes al tema son mucho más escasas. Adiós, pequeña, adiós, de Ben Affleck, es una de ellas. En La caza, de Thomas Vintenberg, magistral cinta que tuve la oportunidad de ver hace poco (de esta sí que se han acordado en la Academia de Hollywood), aunque no se trate de un secuestro, sí que se profundiza en las complicadas relaciones entre la infancia y los adultos, en ese instinto de protección que a veces hace que nos comportemos irracionalmente, ante la menor sospecha de que se ha dañado a un ser inocente. Aunque personalmente no soy padre, puedo comprender la angustia permanente que soportan los progenitores responsables, ante la tesitura de ser excesivamente protectores con sus hijos o dejarles un grado de libertad que siempre puede entrañar un peligro, un peligro que se manifiesta de la forma más terrible al comienzo de Prisioneros.

La cinta de Vileneuve comienza mostrandonos una reunión ordinaria de dos familias razonablemente felices. Viven en un entorno casi idílico, rodeados de naturaleza, aunque la meteorología del mes de noviembre en el que transcurre la historia sea particularmente desapacible. Este frío y lluvia constante en un ambiente de poca luz proporcionan el escenario adecuado para acentuar la inquietud permanente que se transmite al espectador en esta narración cruda de la desaparición de dos niñas. La existencia normal de estas dos familias cae, en los pocos minutos en los que se dan cuenta de que sus hijas no van a aparecer, en un auténtico infierno de impotencia y reproches. Pero Keller Dover, personaje magistralmente interpretado por Hugh Jackman, no es un hombre que pueda quedarse de brazos cruzados. Habiendo interiorizado una filosofía que le prepara siempre para lo peor, nunca pensó que la vida le iba a traer una pesadilla más terrible que la más siniestra que pudiera imaginarse. Así pues, deja de lado sus principios morales y secuestra al principal sospechoso del secuestro, un individuo con las facultades mentales perturbadas, que piensa como un niño de diez años. Con la complicidad del otro padre - que manifiesta razonables dudas acerca de la naturaleza de la acción emprendida, pero que tiene que rendirse ante los hechos consumados - se dedica a torturar a su prisionero con la esperanza de salvar a las niñas en una auténtica carrera contra el reloj, ya que, como es sabido, cuantas más horas pasen, menos esperanzas habrá de encontrarlas con vida.

Por otro lado, Prisioneros sigue los pasos del inspector al que se le ha asignado el caso, interpretado por Jake Gyllenhaal, un policía íntegro y que se entrega a su trabajo hasta el punto de no dormir apenas en los días que dura el caso del secuestro. Aún así, se siente bastante impotente en un caso en el que no deja de recibir presiones de Keller, alguien que, irónicamente, parece ir siempre un paso por delante de él en la investigación, quizá porque él tiene que seguir los procedimientos estrictamente legales. La película es de esas que golpea contínuamente al espectador con dilemas morales desde varios puntos de vista. ¿Es lícita la actitud de un padre que tortura ciegamente al sospechoso de secuestrar a su hija? ¿Está la ley suficientemente pertrechada de medios para afrontar casos tan delicados como éste? Son preguntas incómodas a las que no podemos sustraernos, que nos realizan unos personajes prisioneros de unas circunstancias en las que se han encontrado sin merecerlo. El mal, siempre acechante, golpea en los momentos en los que menos se le espera. ¿Cómo afrontar lo brutalmente inesperado? Ahí quedan esas cuestiones, a las que Vilenenueve solo puede responder a través de una muy bien elaborada intriga, que al final funciona de manera tan ambigua como la vida misma: los acontecimientos son independientes de la moral, que no es más que un invento humano que poco puede contra la fatalidad.    

RELATOS CON ABRELATAS (2013), DE RICARDO GUADALUPE. LOS VASOS COMUNICANTES DE LA LITERATURA.

La literatura no es más que la configuración del impulso primigenio de contar historias. Todos hacemos constantemente literatura. Nuestras propias vidas son literarias. Si al escribir un relato somos pequeños dioses manejando a nuestro antojo a una serie de personajes, al existir decidimos también - al menos eso creemos - sobre nuestra propia biografía, aunque no controlemos los sucesos por venir. Quizá sea esa falta de control lo que haga que tantos se lancen a escribir historias, para tratar de comprender lo inaprensible, para experimentar acontecimientos que pueden ser, con esa extraña conexión que se produce entre la palabra y nuestra realidad, más o menos extraños. Pero una vez plasmadas estas palabras, por muy ajenas que parecieran en principio al propio ser, el escritor comprende que formaban parte de sí mismo y han acabado saliendo a la superficie gracias a la magia de la escritura. Pero mi amigo Ricardo, que domina como nadie este arte, lo expresa mucho mejor que yo: 

"Quien escribe un texto literario expone y muestra su personalidad, su verdad, queda desnudo ante quien pueda leerlo. El mundo imaginario de cada uno está estrechamente conectado con la psicología, con el pensamiento y con todo aquello que conforma nuestra identidad."

Relatos con abrelatas es ante todo un libro con personalidad. Se trata de una recopilación de narraciones - algunas premiadas - cuya característica común es que dicen mucho más de lo que parece en una primera lectura. El relato breve, arte especialmente difícil, debe condensar una historia en pocas líneas y, ante todo, hacer entrar al lector en un mundo nuevo durante los segundos que dura su lectura. Un mundo conformado por sugerencias en el que ni siquiera podemos atisbar a veces el diez por ciento del iceberg que recomendaba Hemingway para los relatos convencionales. Guadalupe ofrece lo mejor de sí mismo en estas píldoras narrativas. Pero la cosa no acaba ahí. Después de cada relato, el autor ofrece una explicación subjetiva del mismo. Así el lector puede conocer de primera mano las motivaciones e incluso el estado de ánimo con el que fueron concebidos. Esto da lugar a un interesantísimo experimento literario, puesto que las narraciones pueden leerse con epílogo o sin él. Como indudablemente nuestra humana curiosidad nos va a hacer optar por la primera opción, lo lógico es que en muchas ocasiones volvamos de nuevo al relato, que acabamos de leer con nuestra propia mirada, para echarle otro vistazo, esta vez a través de los ojos del autor.

Hay cuentos de todo tipo en Relatos con abrelatas, algunos bastante largos incluso y tocados soberbiamente por lo onírico, que es uno de los grandes puntales de nuestra imaginación. De entre todos ellos, si tuviera que destacar alguno por encima del resto, serían dos los elegidos. Por una parte, La extracción de la piedra de la locura, una estupenda interpretación personal de uno de los cuadros más perturbadores que atesora el Prado de ese genio irrepetible que fue El Bosco (y cuya reproducción acompaña estas líneas), realizada en clave narrativa. Y, sobre todo, el relato que le precede, El hacedor, un homenaje a Borges como escritor total, como compendio de toda la literatura y en el que he sentido muy identificado con su protagonista, un relato en el que "se ve reflejado lo inabarcable de la literatura y lo inabarcable también del conocimiento". Y es que cuando uno profundiza un poco en el mundo de los libros se da cuenta de que jamás logrará leer todo lo que hay que leer, por muchos planes grandiosos al respecto que uno elabore. Lo mejor es aprovechar al máximo los volúmenes que le van llegando a uno y sacar partido a la felicidad que tantos de ellos producen. En la literatura, como en la vida, nunca llegaremos a experimentar todos los sentimientos. Pero al menos podemos tener referencias de ellos, saber de su existencia, algo a lo que ayuda leer relatos tan personales como los de Ricardo Guadalupe.

miércoles, 12 de febrero de 2014

OPINIONES DE UN PAYASO (1963), DE HEINRICH BÖLL. LA ALEMANIA MILAGROSA.

A Heinrich Böll no se le puede entender sin conocer un poco de su biografía: peleó en la Segunda Guerra Mundial como soldado de la Wehrmacht, muy a su pesar, puesto que él era un joven católico verdaderamente creyente y ayudar a conquistar paises en nombre de una raza superior era poco compatible con lo que él entendía por cristianismo. Tampoco con la paz se sosegó su espíritu. Más bien se convirtió en la conciencia de la nueva Alemania (la del Oeste), cuya rápida prosperidad llegó después de una dura postguerra. Para él el "milagro económico" se asentaba sobre unos cimientos podridos. No pocos fueron los criminales de guerra que se acomodaron en posiciones importantes en el nuevo Estado, mientras maquillaban sus biografías y organizaban hipócritas ceremonias de reconciliación racial. Como todos habían sido culpables de un modo u otro en el desencadenamiento de la locura nazi, todos podían olvidar el pasado y mirar hacia delante, sobre todo cuando el enemigo comunista acechaba al otro lado del telón de acero. Böll tampoco simpatizó demasiado con la otra Alemania y fue uno de los intelectuales que denunció el Gulag y las violaciones de derechos humanos en el mundo comunista.

La Alemania de Opiniones de un payaso, la de principios de los años sesenta, parece haber conjurado sus fantasmas a través del bienestar económico. Para esa época el país empezaba a ser la locomotora de Europa (condición que sigue manteniendo hoy, a gran distancia del resto de países, quizá con la excepción de Reino Unido) y la Segunda Guerra Mundial era algo en lo que no había que profundizar en exceso. Muchos de sus actores seguían vivos y en activo y tenían mucho que ocultar. El protagonista de la novela, Hans Schnier, es hijo de una familia adinerada de industriales alemanes, que durante la guerra apoyó al régimen nazi, hasta el punto de inmolar a una de sus hijas a la bestia hitleriana en la defensa del país frente a los judíos americanos. La llegada de la paz no les ha supuesto ningún problema, pues son gentes acostumbradas a adaptarse a la marea y pronto aprovechan la prosperidad del nuevo Estado para enriquecerse como nunca. Hans se ha rebelado contra esta hipocresía desde muy temprana edad, sobre todo por la obsesión que siente por el inútil sacrificio de su hermana, algo que no parece haber afectado demasiado a sus padres, al menos en apariencia. A la menor oportunidad, se ha marchado de casa y ha iniciado una carrera como payaso, con la que ha llegado a gozar de las mieles del éxito, después de superar mil dificultades. Pero actualmente se encuentra en franca decadencia.

Cuando el lector conoce a Hans se encuentra viviendo, a sus veintiocho años, el peor momento de su existencia. A las malas críticas a sus últimas actuaciones profesionales, se suman el hecho de que su pareja, Marie, le ha abandonado para casarse con otro, su falta de dinero y una lesión en la rodilla que le impedirá actuar en los próximos meses. Opiniones de un payaso es un largo monólogo de su protagonista, que da la impresión de ser alguien de mucha más edad, por lo amargo de su discurso. Refugiado en su pequeña casa de Bonn, llama a sus conocidos - casi todos católicos practicantes - y a su familia para que se hagan cargo de su situación y le presten alguna ayuda económica. Para el círculo de amistades de su ex-pareja, que es fundamentalmente a quienes acude, él es un bicho raro, un agnóstico que vive a su aire y que ha corrompido a un ser puro como Marie para convivir en el pecado nefando del concubinato. Ahora ellos se alegran de que Marie haya vuelto al buen camino casándose por la Iglesia con un católico practicante. Para Hans la realidad es muy distinta: está obsesionado con Marie y considera que él es su verdadero esposo y que el concubinato lo está viviendo con su nueva pareja. Desde luego su forma de pensar en consecuente con sus acciones, a diferencia de esos católicos que solo practican aquellas partes de la doctrina que les intersa, obviando otras más incómodas. Como bien expresa Mario Vargas Llosa en su ensayo La verdad en las mentiras, en el capítulo dedicado a la novela de Böll:  

 "En verdad, lo que el infortunado payaso descubre es mucho más grave: la hipocresía de aquellos creyentes y de la Iglesia a la que pertenecen, y, en última instancia, de la sociedad en la que vive. Todos ellos, de manera consciente o inconsciente y con distintos grados de oportunismo, hacen trampas: son fariseos que se rasgan las vestiduras ante las faltas ajenas y ello les da una cómoda buena conciencia para cometer las propias. La religión y la política son herramientas que les permiten adquirir poder y prestigio, además de proporcionarles unas coartadas universalmente respetadas en su sociedad para prosperar en la vida sin sentirse lo que en verdad son: egoístas, ávidos y cínicos." 

Opiniones de un payaso cumple sobradamente con su función de novela incómoda en la que Hans Schnier es una especie de Diógenes que busca, sin muchas esperanzas de hallarlo, a un cristiano verdadero. Böll deja claro que no se puede prosperar en sociedad sin renunciar en mayor o menor grado a los principios sagrados que se dice defender y que dicha prosperidad en directamente proporcional a esas renuncias, que se esconden detrás de los más imaginativos eufemismos. Realizando una especie de función arqueológica en Más Libros Libres, he descubierto que el autor alemán fue bastante popular en nuestro país allá por los años setenta. Hoy día sigue editándose y reeditándose, pero estoy seguro de que es mucho menos leído que entonces y es una pena, puesto que es uno de esos autores que, como Camus, supieron casi siempre estar en el lado moralmente correcto en el laberinto de las ideologías del siglo XX.

lunes, 10 de febrero de 2014

UNA METAMORFOSIS IRANÍ (2012), DE MANA NEYESTANI. KAFKA EN LA ANTIGUA PERSIA.

El funcionamiento de los Estados totalitarios se basa en el terror. Cuando el gobierno detecta que uno de sus ciudadanos ha sobrepasado la fina línea de lo que estima lícito (y en demasiadas ocasiones esa línea es invisible, por lo que la gente no conoce exactamente qué comportamientos están autorizados por una ley oscura y siempre cambiante), hace caer sobre él todo el peso de su poder. Sin contemplaciones, sin piedad. Como un Dios furioso con quien ha cometido un pecado blasfemo, el ciudadano pasa a ser un sospechoso, o más bien un enemigo al que hay que hostigar para que confiese y - sobre todo - para que colabore con el Régimen, que puede mostrarse clemente si el acusado le ofrece una lista (real o ficticia, eso es lo de menos) de otros disidentes.

Como muchas grandes obras de la literatura, Una metamorfosis iraní funciona de manera tragicómica. Su argumento parte de una inocente caricatura que publicó su autor en 2006 en la sección infantil de un periódico, que representaba el diálogo entre un niño y una cucaracha. La única palabra que pronunciaba el insecto, namana, perteneciente al lenguaje azerí, del norte de Irán, fue interpretada como una burla a esta etnia procedente de Azerbaiyán, lo cual provocó graves disturbios en esta región. Neyestani fue arrestado y utilizado como cabeza de turco para ocultar que los problemas de los azeríes en realidad poco tenían que ver con un dibujo infantil más o menos insultante y sí con los terribles niveles de pobreza y desempleo de aquel territorio. En cualquier caso, al gobierno iraní le vino muy bien tener un culpable en el que esta gente podría desahogarse y presentarlo, como no podía ser de otra manera, como un agente desestabilizador pagado por los Estados Unidos. 

Lo cierto es que la principal víctima de todo esto fue el propio Neyestani, encerrado en una cárcel horrible sin conocer exactamente su situación jurídica y sin muchas esperanzas de ser declarado finalmente inocente. El autor narra su odisea en primera persona, sus sentimientos al ingresar en prisión, su desesperación por los días pasados aislado y sin noticias, la relación con los desgraciados que comparten con él las celdas de la cárcel... Todo ello en un formato de novela gráfica con claras influencias de Will Eisner. La cucaracha causante de todo el embrollo aparece como personaje secundario en muchas viñetas y a veces incluso entabla diálogo con el protagonista. Al final, Neyestani aprovecha un permiso para huir del país junto a su mujer, en una ruta de exilio que añade más escenas kafkianas al argumento.

Porque es el gran autor checo el que impregna cada una de las páginas de Una metamorfosis iraní. La metamorfosis, evidente por el título, se transforma en El proceso, ese relato en el que el protanista no sabe muy bien de qué se le acusa, para pasar a ser El castillo, representado por un exilio lleno de dificultades en el que Neyestani no sabe muy bien cual va a ser su destino final y lo que va a encontrar en él. Porque el funcionamiento de las ongs y organizaciones que se ocupan de los refugiados políticos también puede ser arbitrario, seguramente porque están desbordadas, ante la indiferencia del resto del mundo. ¿A quién le importa un dibujante acusado de haber pintado una inofensiva cucaracha? Al menos, en el caso de quien nos ocupa, supo usar su talento para realizar un cómic exitoso basado en su caso. Pero ¿cuantos exiliados terminan pudriéndose en el cubo de la basura de la historia? Los ojos de esas almas errantes que vagan por aeropuertos y embajadas buscando recomponer sus vidas rotas por un régimen corrupto son todo un testimonio del verdadero funcionamiento del mundo.  

jueves, 6 de febrero de 2014

AL MORIR DON QUIJOTE (2004), DE ANDRÉS TRAPIELLO. LA HERENCIA DEL HIDALGO.

A veces me sorprendo cuando algunos compañeros y compañeras de los clubes de lectura en los que participo se echan a temblar ante la sola idea de leer el Quijote. Yo recuerdo que la primera vez que tuve que hacerlo, en el instituto, mis sensaciones fueron parecidas, pero bastaron un par de capítulos para darme cuenta de que lo que tenía entre las manos no era una novela convencional, sino una obra divertidísima, dotada de un lenguaje prodigioso y, lo más sorprendente de todo, muy adictiva. Salvo un par de novelas insertas por Cervantes, que encajan muy mal con el resto de la narración, leer el Quijote es quizá la experiencia suprema a la que puede someterse un aficionado a la literatura. Y no basta con leerlo una sola vez. Cuando acompañamos a Alonso Quijano en sus aventuras, tan ridículas como sublimes, no queremos que terminen nunca. Como es de ley que los libros tengan un final, el único remedio que nos queda es volver al principio:

"La visitación de un libro que ya hemos leído, (...) nos produce placeres que la primera vez se nos vedaron, como volver a una ciudad ya conocida o regresar, tras un largo viaje, a la casa nativa. La primera vez va uno atento a no perderse, y la atención, demasiado aguda, nos estorba el deleite de callejear, perderse, detenerse, entrar o salir sin ningún concierto. El regreso nos reserva, de ese modo, los más sutiles goces."

Esta idea, del delicioso pasatiempo que supone leer a Cervantes, está muy presente en la narración de Andrés Trapiello, un homenaje a la obra suprema de las letras castellanas, que causó cierta polémica cuando fue publicada. Al morir don Quijote está concebida como una especie de juego literario. El escritor leonés toma el relevo de Cervantes y nos ofrece nada menos que la tercera parte de la obra. Partiendo de la muerte del hidalgo, ya cuerdo y confesado cristianamente, Trapiello se centra en los personajes secundarios, sobre todo en el ama, la sobrina, Sansón Carrasco y Sancho y así construye una novela ciertamente irregular, pero a ratos apasionante. El experimento no parece empezar con buen pie, puesto que se recrea demasiado, en la primera mitad de la obra, con las consecuencias de la muerte de don Quijote: la ruina de su hacienda y el gran vacío que deja en su casa. 

Por contra, la siguiente mitad es mucho más interesante: mezclándose en la propia lógica de la obra, realidad y ficción a la manera cervantina. Además, nos enteramos de que la iniciativa de don Quijote ha tenido tanto éxito que decenas de nuevos caballeros andantes han tomado su ejemplo y andan por los caminos, como frikis de hace cuatro siglos. Lo mejor llega cuando es Sancho el que toma las riendas de la historia, un Sancho ya muy quijotizado, que diviniza la locura de su antiguo amo y quisiera que todo volviera atrás para verse de nuevo con él en los caminos. ¿Cuál es la mejor manera de recrear todo eso? Aprender a leer y así volver a vivir su propia historia, que anda impresa por todos los rincones del reino con gran éxito. Sancho Panza lee y se enorgullece de ser un personaje literario, disfruta reviviendo lo ya vivido y a veces se indigna, ya sea porque el escritor no es lo suficientemente veraz, ya sea porque descubre algunas burlas de las que era objeto y de las que no era consciente. Si la literatura es la verdad en las mentiras, en su caso pasa a ser el complemento de su propia verdad. Lo que sí que aprende enseguida es a amar la letra impresa:

"Un libro, si es bueno, te defiende, mantiene lejos al indiscreto y al intruso; y sobre todo, un libro te da la mejor compañía en los momentos de soledad, melancolia y tedio por los que todos atravesamos, y a diferencia de los amigos un libro, como un perro, se quedará a tu lado todo el tiempo que tú lo precises. Por eso, si un libro no te hace falta y ya no vas a disfrutar de él, lo mejor es darlo a otro o dejar que se vaya, porque lo que se dice del agua, puede decirse también de los libros, a saber, libro que no has de leer, déjalo correr."

Qué difícil era conseguir libros allá por el siglo XVII, cómo se celebraba la llegada de uno y como se compartía en lecturas colectivas... El ingreso de Sancho en la cofradía de los lectores, el mejor legado que le ha dejado don Quijote, le hace acreedor inmediato de la ansiedad del amante de las letras, que tiene algo de una sed eterna de nuevas emociones, de nuevos títulos, de trabajar como un nuevo Sísifo conquistando nuevas cimas, para enseguida bajar y volver a emprender el camino a otra montaña, con la fe de un nuevo converso. Pero él, a diferencia del personaje mitólogico, acomete la labor con un placer que es percibido por su mujer como una especie de brujería. Su esposo es un hechizado. Un hechizado por un virus incurable, el mismo virus que ha enfermado a Trapiello hasta el punto de que se le ha ocurrido sentarse y escribir la tercera parte del Quijote. Quizá simplemente porque quería saber que sucedía después. Algo que nos preguntamos todos los lectores cuando terminamos cualquiera de esas novelas que nos hacen salir temporalmente del mundo cotidiano.

miércoles, 5 de febrero de 2014

RAROLOGÍA (2008), DE RICHARD WISEMAN. LA CIENCIA DE LO INUSUAL.


Conforme empezaba a leer Rarología, un ensayo tan insólito como fascinante, esperaba encontrarme fundamentalmente con un libro consagrado a la refutación de lo paranormal. Y lo es, pero entre otras muchas cosas. Wiseman es un psicólogo muy interesado en la divulgación científica. No es un autor muy conocido en España, pero es bastante popular en el mundo anglosajón, ya que concibe su disciplina como algo muy divertido. Rarología está dotado de un fino sentido del humor en su afán de descubrir la verdadera esencia del ser humano a través de los experimentos más extravagantes.

No es extraño que las creencias supersticiosas sea uno de los objetos del estudio del libro. Partiendo de los estudios de Bronislaw Malinowski se puede concluir que la incertidumbre sobre el futuro es lo que genera las prácticas irracionales para intentar aplacar la ansiedad que produce esta sensación de inseguridad. En épocas de crisis económica o de guerra estos hábitos se disparan, permaneciendo estables cuando la situación está bajo control. Los argonautas de Malinowski pescaban con toda naturalidad en las lagunas del interior de su territorio, pero cuando tenían que salir a mar abierto se enfrascaban en complicados rituales para enfrentarse con éxito a lo imprevisible. Esto no solo se aplica a los pueblos primitivos. Según un estudio realizado durante la primera guerra del Golfo, los habitantes de las ciudades israelitas más expuestas a ataques con misiles Scud se volvieron visiblemente más supersticiosos que los de las ciudades más seguras. Esto también se aplica en política. Los tiempos convulsos pueden llevar a los ciudadanos a preferir a quien le ofrece seguridad, por muy irracional que sea su discurso:

"(...)en tiempos de creciente incertidumbre, la gente busca una sensación de seguridad, y esta necesidad puede llevarlos a tolerar regímenes autoritarios y a creer en varios factores irracionales que determinen su destino, tales como la superstición y el misticismo."

Entre las páginas del libro de Wiseman encontramos un buen número de experimentos tan rigurosos científicamente como ocurrentes. Si introducimos a dos grupos de personas en una casa antigua y al primero le decimos que han sucedido en su interior sucesos extraños y al segundo le informamos que queremos redecorarla y necesitamos sus ideas, ¿qué grupo saldrá diciendo que ha vivido experiencias paranormales? También hay pruebas sumamente arriesgadas, como medir el tiempo que tardan los conductores de distintos países en pitar a un coche que se demora en arrancar con un semáforo en verde. El tiempo se reduce considerablemente cuando el coche del conductor perezoso pertenece visiblemente a un país extranjero o a una región o ciudad considerada rival (hagan la prueba en Málaga con un coche que tenga algún distintivo sevillano). 

Otra de las conclusiones del libro es que relajamos tremendamente la bondad y la ética cuando nuestros actos afectan a personas o instituciones con las que no nos idenficamos. Si trucamos un cajero automático para que expenda dinero al primero que pase a su lado, raramente encontraremos a alguien que entre a la sucursal a devolver el dinero. Sin embargo, si el dependiente de una tienda de barrio se equivoca con el cambio, tenderemos más a hacerle ver su error, ya que nos sentimos mucho más identificados con un negocio humilde que con un banco. Además, necesitamos sentirnos parte de un grupo con valores superiores, más inteligentes que otros y para eso no dudamos en denigrar a quienes pertenecen a grupos que consideramos inferiores. Una de las maneras más populares de hacerlo son los chistes, cuyos protagonistas comúnmente son personas con actitudes estúpidas que pertenecen a la comunidad de los denigrados, a los que se le atribuye un defecto proverbial: la tacañería de los escoceses o de los catalanes, la poca inteligencia de los de habitantes de Terranova o de los leperos... 

Uno de los momentos culminantes de Rarología narra la campaña para encontrar el chiste más divertido del mundo, para lo que se habilitó una página en internet en la que la gente podía mandar sus propuestas y votar la de los demás. El chiste ganador fue leído en un acto solemne por una gallina gigante, apadrinada por Robin Williams y Terry Jones. No voy a desvelar cual fue. Para eso tendrán que leer este libro y enterarse de por qué compramos más en unos comercios que en otros, por qué entregamos más propina a determinados camareros y cuales son las cualidades que intentan desarrollar los políticos para convertirse en máquinas de captar votos.

lunes, 3 de febrero de 2014

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN FEBRERO. MÁS AÑOS DE LIBROS LIBRES.

Que en los libros la gente se deja olvidada parte de sus vidas es algo que descubrimos casi todos los días los voluntarios de Más Libros Libres. Entre las páginas de un volumen usado puede aparecer de todo: recortes de prensa, billetes de metro, calendarios de hace décadas, fotos de chicas desnudas, estampitas de santos, chuletas de exámenes, billetes de lotería (¿quién sabe si premiados y olvidados por su dueño en su día) dibujos infantiles e incluso cartas amor. Es hermoso y a la vez terrible descubrir objetos que tal vez en un tiempo ya remoto tuvieron importancia para alguien, pero quedaron atrapados entre las letras antiguas de un volumen cualquiera. Un día nosotros hojeamos el libro y cae un papel al suelo lentamente, como recreándose en el espacio aireado al que hace años se vio obligado a renunciar. Nosotros lo recogemos, le echamos y vistazo y sonreimos. Los libros esconden secretos, y no solo los que sus autores plasmaron en ellos, sino también los de sus lectores. Desde aquí nuestro homenaje a todos los que intentan mezclar sus rutinas diarias con las ficciones que ofrece la letra impresa. ¿Qué mejor lugar que un club de lectura para todos nos conozcamos?

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, continuamos la lectura de la insólita tercera parte del Quijote que ideó hace algunos años un buen escritor como Andrés Trapiello, Al morir don Quijote.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, un título que a mí al menos me resultó difícil de digerir cuando lo leí hace un par de años: Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite.

En el club de lectura de Más Libros Libres, un prometedor escritor griego, del que espero mucho: los cuentos de Dimitri Calokiris en El museo de los números.

En el club de lectura de la librería Luces, una iniciativa original: sus miembros se reunirán para recomendar un libro cada uno al resto de la concurrencia. Promete ser un debate muy interesante.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga un clásico alemán: Michael Konlhass, de Heinrich Von Kleist.

En el club de lectura de Fnac Málaga, un libro de un autor que tengo entendido que va a visitar este mes nuestra ciudad: La nieve está vacía, de Benjamín Prado.

En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, una novela maravillosa, de las mejores que se han publicado en los últimos años, Expiación, de Ian McEwan y un interesantísimo cómic del israelí Ruru Modan: La propiedad.

En la Biblioteca de Arroyo de la Miel, siguen con sus encuentros con las clásicos, en esta ocasión acercándose nada menos que Don Quijote de la Mancha, esta vez sí, de Cervantes. Leerán los diez primeros capítulos para efectuar un análisis pormenorizado de los mismos. Y en su club "Zenobia Camprubi", un autor que tengo ganas de leer: Patrick Modiano y su novela Calle de las tiendas oscuras.

En la Casa del Libro, una novela de un interesantísimo escritor japonés del que Scorsese está pensando adaptar uno de sus títulos: El mar y el veneno, de Shusaku Endo. En el otro club que organizan, un best seller de hace un par de años: La historiadora, de Elisabeth Kostova.

Y como siempre, recomiendo a quien le apetezca asistir al taller de literatura y cine que organizo. Esta vez será con una película que destacó en el festival de cine español de hace pocos años y dio a conocer a un director excepcional: Rodrigo Cortés y Concursante.

El sábado tuvimos el gusto de celebrar el primer aniversario de Más Libros Libres rodeados de amigos. Esperemos que sean muchos más, para que podamos seguir hallando esas hermosas reliquias en el interior de los volúmenes que nos llegan todos los días. Lo dicho: ¡felices lecturas!

domingo, 2 de febrero de 2014

NADA (2000), DE JANNE TELLER. EL MUCHACHO RAMPANTE.

Mientras avanzaba en la lectura de Nada, una novela de estructura tan simple como profundo es su contenido, no podía dejar de acordarme de los niños perdidos a su suerte en una isla desierta de El señor de las moscas, de William Golding, si bien hay una diferencia esencial entre ellos, ya que no es lo mismo volverse salvaje por quedar aislado de la civilización a una edad a la que todavía no se ha aprendido del todo a vivir en sociedad que hacerlo construyendo un mundo propio y secreto en las lindes de la comunidad en la que siguen viviendo.

Expliquemos más profundamente la propuesta de Teller. Nada comienza con el arrebato de rebeldía de un alumno del colegio de un pequeño pueblo danés. Un buen día Pierre Anthon decide encaramarse a un ciruelo y no volver a bajarse de él, ya que "todo da igual. Porque todo empieza sólo para acabar. En el mismo instante en que nacéis empezáis ya a morir. Y así ocurre con todo". Los repetidos intentos de sus compañeros de razonar con Anthon para que deponga su actitud son estériles. Es más, sus mensajes son tan desmoralizantes que deciden que deben convencerlo no con palabras, sino con hechos, por los que comienzan a reunir objetos esenciales en sus vidas con el fin de conformar lo que ellos llaman un "montón de significado", para demostrarle al nihilista que, después de todo, su dolor al perder los objetos queridos demuestra que hay ciertos aspectos de la vida que merecen la pena ser vividos.

Lo que al principio parece un juego inocente, de inspiración filosófica, termina deviniendo en una espiral de crueldad en la que los amigos piden sacrificios cada vez más impensables para completar el montón de significado. Éste acaba siendo el único sentido de sus vidas. El granero donde realizan sus secretas y a veces macabras actividades es una especie de submundo sórdido en el que los niños depositan unas esperanzas en el futuro absolutamente malsanas. Desde su árbol, Anthon observa y se regocija, reafirmando sus ideas cuando el montón de significado, una vez descubierto por los adultos, después del inicial estupor, pasa a ser objeto de culto y una obra de arte de alto valor económico. El capitalismo es aún más salvaje que los niños y no duda en pagar lo que sea necesario para apoderarse de un escándalo de tales características. ¿Será verdad lo que dice el héroe del existencialismo, Anthon? Sin duda, aunque con matices. Ya que estamos vivos, lo mejor es que aprendamos el oficio de vivir y experimentemos lo que esto significa. Si la nada nos espera al final, al menos que el absurdo haya merecido la pena.

Destinada en principio al público adolescente, Nada originó tal polémica, que fue censurada en algunos territorios de Noruega (lo que sin duda ayudó a cimentar su fama), por estimarse peligrosa para las mentes más jóvenes. Al final ha acabado siendo un pequeño clásico y lectura recomendada en muchas escuelas escandinavas. Y es que la de Teller es una de esas obras simples e inteligentes. No importa que sus personajes sean estereotipos, que su trama sea simple (aunque esconda un mensaje muy profundo) y poco realista: sus distintos elementos funcionan como un perfecto mecanismo de relojería que consiguen inquietar al lector hasta lo más profundo tal y como lo hiciera Golding con su novela. Con influencias de Sartre, Melville (Bartleby el escribiente) e incluso de Italo Calvino, Nada es una obra de lectura imprescindible. Además, es capaz de suscitar el más interesante debate en el seno de cualquier club de lectura. 

USE LAS ESCALERAS (2013), DE JOSÉ DAVID DE LA PURÍSIMA. MADRID, AÑOS OCHENTA.

El virus de la escritura está presente por todas partes y acaba afectando frecuentemente a quienes aman los libros. Todo el que empieza su primera novela se fija en sus autores favoritos e intenta en cierta medida imitarlos, pero sin que se note demasiado. El estilo propio, la originalidad, van llegando poco a poco, después de muchos tanteos, de intentos fallidos y de éxitos parciales. Si algo puede definir el primer libro de mi compañero de Más Libros Libres José David de la Purísima es su vocación experimental, el riesgo que ha asumido al no elaborar un relato tradicional, sino uno marcado por los distintos puntos de vista de sus personajes, que se unen al propio del lector. Y hay que decir que ha salido airoso de tan difícil reto.

El marco temporal de Use las escaleras es el Madrid de los años ochenta, escenario que eligió el autor después de sopesar las opciones de Londres o Barcelona. Un espacio y un tiempo que se han miticado en gran medida (la movida y otras locuras de una época en la que los españoles capitalinos se sacudían de esta manera el fantasma del franquismo), aunque no es este Madrid el que le interesa a José David, sino otro mucho más invisible, el habitado por gente humilde y trabajadora que intenta salir adelante en el día a día.

Isidro, el protagonista, es un joven que llega a la capital sobrado de ilusión y de ingenuidad. Se trata de uno de esos espíritus puros que usan un código ético hoy día desconocido como si formara parte de su código genético, lo cual le trae, en su afán por ayudar al prójimo, más de un problema con unos vecinos muy peculiares. Porque las viviendas del edificio en el que habita Isidro se erigen en una metáfora de las distintas vidas de sus ocupantes, encerradas en compartimentos estancos hasta que salen al exterior y se relacionan entre sí. Entonces llegan los malentendidos, el conflicto e incluso la tragedia absurda. Los personajes de Use las escaleras interactuan continuamente entre ellos y la fatalidad pone su granito de arena a la hora de encender distintas disputas. 

Quizá uno de los puntos flacos de la novela sea el poco desarrollo de sus personajes, su ausencia de matices, debido a la corta extensión de la narración, pero el autor lo resuelve bien haciendo que el auténtico protagonista sea el edificio y, dentro de él, sus escaleras, auténtica red social de una época en la que ni siquiera podía soñarse con internet. Respecto a una de sus cualidades más destacables, la variedad de puntos de vista para describir una escena, el propio autor aclara sus fuentes de inspiración en una entrevista que le he realizado y que se publicará íntegra en el próximo número del fanzine de Más Libros Libres:

"Aunque sean estilos diferentes y arriesgándome a que no acabara de encajar, me inspiré en la construcción de las novelas de George R.R. Martin, creador de la saga "Canción de hielo y fuego". Después de leer sus novelas, me di cuenta de que si narras el punto de vista de todos los implicados, la novela toma una nueva dimensión, y hace que el lector pueda profundizar un poco más en la historia."

No puedo sino felicitar a José David por haber resuelto con tan buena nota el reto de escribir una primera novela, algo mucho más complicado (y quien quiera constatarlo, que se ponga a ello) de lo que pueda parecer a primera vista. Ojalá siga en esta senda y ofrezca pronto nuevas historias a sus lectores.