martes, 28 de enero de 2014

LA ASCENSIÓN DEL GRAN MAL (1996-2003), DE DAVID B. EN LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA.

Hay historias que solo pueden contarse a través de este medio maravilloso que es el cómic. David B. hubiera podido describirnos literariamente sus sentimientos e incluso las imágenes de la enfermedad que devora a su hermano, pero nada de esto hubiera causado al lector las sensaciones que producen los dibujos de pesadilla que ilustran una historia durísima. El autor francés debió hacer acopio de grandes dosis de valor para afrontar la realización de La ascensión del gran mal. Se trata de una narración tan íntima que duele por su sinceridad. La vida es algo que intentamos edulcorar cuando se la contamos a los demás. Para David B eso hubiera sido imposible. ¿Cómo obviar una infancia y adolescencia marcada por la terrible enfermedad de su hermano? En las páginas de estos seis álbunes tan maravillosas como estremecedoras, el autor demuestra una gran capacidad para la memoria de instantes claves de su existencia familiar, aunque sabe adornarlos magistralmente con sus impresiones, en muchas ocasiones fantasiosas, pues el joven David B debía defenderse de todo aquello autoexiliándose a su propio mundo. Un mundo onírico a cuyos personajes solía visitar, para reflexionar con ellos sobre la enfermedad de su hermano, por las noches en el jardín de casa de sus padres.

La enfermedad de Jean-Christophe, cada vez más terrible, se va convirtiendo en un personaje con entidad propia, una especie de monstruo que va devorando lentamente a su víctima y amenaza con llevarse también al resto de la familia. Los padres, impotentes y desconcertados ante el inmenso sufrimiento de su hijo, prueban con toda clase de métodos desesperados para intentar derrotar al monstruo y acaban cayendo en manos de toda clase de charlatanes que proponen curar la enfermedad a través de los métodos más extravagentes: espiritismo, alimentación macrobiótica, magnetismo... Pero es que ni siquiera la medicina oficial se pone de acuerdo en el mejor tratamiento para esta clase de epilepsia. La víctima, el hermano al que la enfermedad acaba transformando en un monstruo desconocido se acaba convirtiendo en alguien muy incómodo, que acaba peregrinando por toda clase de hospitales y centros, sin posibilidad de encontrar su lugar en el mundo. La familia acaba aceptando la imposibilidad de la curación, así que cada cual trata de vivir su vida al margen de la locura del gran mal. Así lo expresa el propio David B en el postfacio:

"(...) han pasado muchas cosas: las pasiones llenas de ruido y de rabia y el exilio de cada uno. Yo he pasado lo mío en el terreno de la locura, en lucha constante, esperando a que todo se acabse y la vida pasara. Pero la vida se hace valer con la certeza de tener derecho a hacerlo y de saberse milagrosamente impune. Sin reserva o contención alguna."

Al final el único anhelo del autor es volver atrás, a los tiempos inocentes en los que jugaba en la calle con su hermano y sus amigos. Para él la realización de esta obra ha tenido el regusto amargo de los recuerdos infelices, pero también ha sido una especie de exorcismo a un drama enorme e inexplicable: el sufrimiento de la impotencia. El hermano siendo devorado por un monstruo mientras el resto de la familia solo puede mirar es la imagen que resume una batalla perdida. Al menos al final, el odio por esa criatura en la que se ha acabado transformando su hermano se acaba transformando en amor y compasión.

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