miércoles, 8 de enero de 2014

ISMAEL (2013), DE MARCELO PIÑEYRO. OCHO AÑOS Y UN DÍA.

Las primeras imágenes de Ismael remiten a un escenario muy conocido: la estación de Atocha, en Madrid, por donde deambula un niño de raza negra muy pequeño, de unos ocho años, pero que parece estar muy seguro de lo que está haciendo. Su meta es Barcelona, donde quiere conocer a su verdadero padre, del que solo conoce las vaguedades que le ha contado su madre. Como ocurre en demasiadas ocasiones, Ismael es la víctima inocente del pasado tumultuoso de sus progenitores, de hechos que sucedieron antes de que él naciera. Y toma la insólita iniciativa de indagar por sí mismo, a pesar de su corta edad.

A partir de esta interesante premisa, Marcelo Piñeyro ha construido un relato repleto de lugares comunes del cine español de los últimos años: las familias desestructuradas, la vida anónima en las ciudades absorbida por trabajos cada vez más exigentes, la falta de compromiso en las relaciones... Mientras veía Ismael, me acordaba de otra película del año pasado, Quince años y un día, con temática parecida, aunque con un protagonista adolescente y mucho más conflictivo. Ismael es la inocencia que intenta reparar con solo su mirada el mal causado por los adultos. Su padre es un ser roto por el error que cometió, que vive una existencia tan precaria como su vivienda en un pueblecito perdido de la costa catalana. Es profesor de alumnos conflictivos y no parece tener vida privada más allá de su relación con un hotelero de la zona (magníficamente interpretado por Sergi López). El pequeño hotelero es uno de esos seres sencillos que odian la hipocresía de los usos sociales. Los mejores momentos de la película son los que él protagoniza junto a Belén Rueda, con un discurso acerca de las relaciones humanas que recuerda a la de su personaje en Una relación privada.

El resto es pura rutina. Ismael intenta abarcar muchos temas (la familia, las relaciones personales, el trabajo, la marginación) pero solo los esboza y algunas de sus historias quedan en el camino. Por ejemplo, el final en el instituto, que intenta ser un retrato del auténtico carácter del padre, queda como una escena innecesaria y bastante ridícula. Además, el personaje de la madre, con esa expresión inamovible de enfado y bordería, resulta excesivamente plano, sin matices. En cualquier caso, se trata de una producción que está un poco por encima de la media del cine español que se puede ver últimamente. 

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