lunes, 30 de septiembre de 2013

EL MAESTRO Y MARGARITA (1966), DE MIJAÍL BULGÁKOV. MOSCÚ NO CREE EN SATÁN.

Ser escritor en la Unión Soviética, sobre todo en los años más duros del régimen de Stalin, era una profesión de riesgo. El caso de Bulgákov fue muy peculiar, en el dramático censo de los autores soviéticos de aquella época. A él le hubiera gustado emigrar, establecerse en un lugar donde pudiera escribir libremente, lejos de amenazas, de peligros, lejos del realismo socialista, obligado para todo intelectual que quisiera ser apoyado por el régimen. Se atrevió a solicitar a Stalin una petición en este sentido y fue el mismísimo Stalin el que le llamó por teléfono para pedirle explicaciones. El pobre Bulgákov, aterrado, no pudo sino pedir disculpas y declarar ante el jefe supremo que un escritor debe servir siempre a su patria.

Publicar una novela como El Maestro y Margarita en aquella tesitura, era una misión imposible y Bulgákov lo sabía perfectamente. No obstante, como sucedió con intelectuales de la talla de Vasili Grossman o Isaak Bábel, la necesidad de escribir, de ser crítico con la sociedad en la que vivía, era más fuerte que el miedo. El autor de Morfina, trabajó en su obra maestra durante toda la década de los años treinta, reescribiendo y destruyendo versiones y fue su mujer la que remató la novela después de su muerte. La primera versión, publicada en 1966, fue mutilada por la censura. Como sucede con otras muchas obras de aquella época, es casi tan milagroso que haya llegado hasta nosotros como los escritos más remotos de los sabios griegos. 

Porque, como bien pronto descubre el lector, El Maestro y Margarita es subversiva desde sus primeras páginas y critica la sociedad soviética de una manera tal que no deja títere con cabeza. En la escena inicial, dos escritores, que pasean por un parque, reciben una visita muy peculiar. Cuando el visitante les empieza a hablar de Cristo y Poncio Pilatos, ellos niegan la existencia de Dios mediante un argumento científico. El comunismo era en aquella época una religión, una religión que hacía profesión de fe atea y que creía en el materialismo histórico, cuya evidente conclusión sería la consecución del paraíso marxista sobre la Tierra. No importa los prodigios que lleven a cabo el diablo y sus compinches por todo Moscú: todo debe ser explicado de un modo racional: como trucos de magia o hipnotismo. Nada debe alterar el sistema de creencias socialista. Ni siquiera el diablo.

El diablo de Bulgákov tiene un cierto sentido de la justicia. Al menos con los protagonistas, Margarita y el Maestro. El resto de su Corte tiene un carácter más iconoclasta, un grupo de personajes de los que el más recordado es el gato Popota. Para mí son comparables a los marcianos de Mars attack!, la película de Tim Burton en la que se exponen las miserias de la sociedad norteamericana a través del ataque de unos seres invencibles que lo único que buscan es divertirse a nuestra costa. Luego está la historia de Poncio Pilatos, un contraste magnífico a las locuras que suceden por las calles de Moscú, cuyo estilo es, paradójicamente, de un intenso realismo. En él se puede apreciar un retrato un tanto insólito de Jesucristo, que aparece como un hombre extremadamente ingenuo y sencillo. En mi caso, El Maestro y Margarita, leída doce años después de la primera vez, sigue siendo una novela cuya gran fuerza estriba en su capacidad de denuncia social desde la sátira. Solo que en esta segunda lectura, carece de la capacidad de sorpresa de la primera. 

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