lunes, 19 de agosto de 2013

LOS DETECTIVES SALVAJES (1998), DE ROBERTO BOLAÑO. CRÓNICAS DEL REALISMO VISCERAL.

Hacía ya demasiado tiempo que tenía ganas de leer algo de Roberto Bolaño. Al final me decidí por la novela que le dio la fama, esa que le hizo ganar el premio Herralde y deslumbró a toda la intelectualidad de finales del siglo pasado. Que lástima que su muerte prematura no le permitiera apenas disfrutar las mieles del éxito, como si estuviera destinado a ser un eterno bohemio, un escritor maldito y oculto.

Como sabemos, su muerte no hizo sino acrecentar su mito y hoy es uno de los escritores más leídos en lengua castellana. Los detectives salvajes es su novela más autobiográfica, un auténtico tour de force, puesto que se trata de una trama compleja, repleta de personajes nada convencionales. La primera parte, titulada Mexicanos perdidos en México cuenta la historia de los real visceralistas, un grupo poético marginal que se mueve por Ciudad de México. Quizá esta la parte que más me ha gustado, por la ingenuidad y frescura del narrador, el aspirante a poeta García Madero, que se siente irreversiblemente atraído por la vida licenciosa frente a la vida convencional que le proponen sus tíos, por lo que pronto dejará de lado sus estudios de derecho. Los personajes se mueven por la capital mexicana, se encuentran, se desencuentran, pero siempre terminan en la casa decadente de la familia Font, de la que terminan huyendo de forma muy novelesca.

La segunda parte, Los detectives salvajes, es la más heterogénea, y se narra a través de los testimonios de distintos personajes que aluden a diversos momentos y lugares entre los años 1976 y 1996, en la que el lector sigue fundamentalmente las andanzas de Arturo Belano y Ulises Lima, que deciden ir a Europa, además de algunos otros real visceralistas. El propio Bolaño se retrata a sí mismo a través de Belano como un ser extraño, un poeta que a veces vive, o más bien sobrevive, desconectado de la realidad, aceptando pasivamente sus propias peripecias y no dándoles excesiva importancia, aunque estas sean a veces excepcionales.

La última parte, Los desiertos de Sonora, entronca con la primera, y narra la búsqueda de una poeta, Cesárea Tinajero, cuya brevísima obra consideran un precedente del visceral realismo, a pesar de que apenas nadie tiene noticias de ella. Aquí García Madero vuelve a ser el narrador a través de los pasajes de su diario. Aquí la novela cambia, su ritmo es mucho más rápido, más ágil, quizá porque los personajes tienen un objetivo concreto, no la mera supervivencia o el transcurrir de los días. 

Los detectives salvajes es pura literatura. Como lector me he sentido deslumbrado por una prosa que está al alcance de pocos escritores, quizá García Márquez y alguno más, aunque me sucede lo mismo que con el colombiano: la forma de escribir me seduce pero lo que Bolaño cuenta, no tanto. No obstante, la novela es tan original, destila tal frescura que su lectura se hace imprescindible para cualquier amante de la literatura. Ahora me toca seguir descubriendo a Bolaño, esta vez a través de sus cuentos. 

3 comentarios:

  1. Yo también la leí en verano. Otra forma de viajar a mundos desconocidos con un guía tan excepcional y creativo como Bolaño.

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  2. Bueno habrá que ir haciendo una lista de libros pendientes por leer. Pues leyendo tus reseñas,alimentas las ganas de leer.
    Un abrazo.
    Chari.

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  3. Muchas gracias a los dos. Ya intercambiaremos impresiones sobre Bolaño.

    Abrazos.

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