martes, 30 de julio de 2013

TODO SHERLOCK HOLMES (1887-1926), DE ARTHUR CONAN DOYLE. EL MEJOR DETECTIVE DEL MUNDO.

Han sido muchos meses, que al final se han convertido en años. Pero la lenta degustación de los relatos de Sherlock Holmes es uno de esos placeres literarios que uno querría que no acabaran nunca. Borges lo expresó muy bien en los últimos versos de uno de sus más famosos poemas:

"Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna."


Es curioso como muchas de las mejores realizaciones humanas surgen de la más pura casualidad. Y el caso de las aventuras de Sherlock Holmes no es una excepción. Un Arthur Conan Doyle, doctor en medicina con apuros económicos probó a mandar la primera novela del personaje Estudio en escarlata a una revista. Le fue publicada, pero no llamó excesivamente la atención del público, pero sí de algún editor que le vio posibilidades al personaje. Finalmente fue Strand Magazine la que empezó a publicar regularmente los relatos de Conan Doyle en un formato mucho más reducido y mucho más efectivo para este tipo de literatura. Pero el escritor escocés siempre consideró que la celebridad desmesurada de su criatura le impedía labrarse una carrera literaria de más prestigio. Ciertamente, sus otros escritos son estimables, pero no llegan a la altura imaginativa de los dedicados a su gran personaje y nunca rozaron siquiera su éxito. Cuando Conan Doyle intentó matar a Sherlock Holmes, en un portentoso enfrentamiento final con su enemigo Moriarty, el público se le echó encima, exigiendo la resurreción del detective incluso con amenazas, se organizaban manifestaciones semanales frente al edificio de la revista y hasta su propia madre le retiró la palabra durante un tiempo.

El cronista en la gran mayoría de los relatos es el doctor Watson, que narra los casos con una perfecta combinación de pericia literaria y capacidad de asombro, ya que al despacho del detective llegan los más extraños asuntos. Pero Holmes no está de acuerdo en la forma de narrar de su amigo. Él hubiera preferido algo más instructivo y menos literario, por lo que enjuicia severamente su estilo:  

"(...) debo reconocer, Watson, que posee un cierto sentido de la selección que compensan muchas cosas que me parecen deplorables en sus relatos. Su nefasta costumbre de mirarlo todo desde un punto de vista narrativo, en lugar de considerarlo como un ejercicio científico, ha echado a perder lo que podía haber sido una instructiva, e incluso clásica, serie de demostraciones. Pasa usted por encima de los aspectos más sutiles y refinados de mi trabajo, para recrearse en detalles sensacionalistas, que pueden emocionar, pero jamás instruir al lector."

Sherlock Holmes es retratado como alguien muy particular, dedicado en cuerpo y alma a su ocupación detectivesca, para cuyo ejercicio ha adquirido los conocimientos más singulares. Es un hombre con espíritu de aventura, capaz de disfrazarse e interpretar como el mejor de los actores, poseedor de un tacto exquisito en el trato con los demás, pero a la vez solitario y con una inmensa vida interior que a veces le aisla de los demás. Holmes necesita continuos desafios intelectuales. Cuando no hay algún caso que ocupe su mente, se deprime y a veces pasa días enteros abandonado de sí mismo, como advierte a Watson en su primer encuentro. Además del del tabaco, Holmes es adicto a la cocaína, vicio que le recrimina su compañero más de una vez. Pero cuando más disfrutamos del personaje es con su capacidad deductiva, fruto de una capacidad extraordinaria de observar la realidad y establecer pautas lógicas en la misma. Como él mismo lo explica:

"El proceso (...) parte del proceso de que, una vez eliminado todo lo imposible, lo que queda, por muy improbable que resulte, tiene que ser la verdad. También puede ocurrir que queden varias explicaciones, en cuyo caso hay que ponerlas a prueba una tras otra, hasta que una de ellas reúna una cantidad convincente de pruebas a favor."

Sherlock Holmes es un hijo de su tiempo. Sus historias están indeleblemente unidas a la época victoriana y casi todas transcurren en Londres y sus alrededores, aunque no falta algún que otro viaje al extranjero, puesto que sus servicios eran solicitados en los círculos más exclusivos (más de una vez se ocupa de asuntos políticamente muy delicados). En estos casos no es raro que aparezca su hermano Mycroft, uno de los personajes más fascinantes de la saga holmesiana. Mycroft posee un intelecto aún mayor que Sherlock, aunque carece de su espíritu aventurero y prefiere pasar su tiempo entre su despacho en el Ministerio de Asuntos Exteriores y el club Diógenes, una institución en la que impera la regla del silencio absoluto, hasta el punto de que un miembro puede ser expulsado por saludar a otro. Es significativo que la última aventura de Holmes (al menos la última que salió de la pluma de Conan Doyle) suceda cuando va a comenzar la Primera Guerra Mundial, que desbarató el viejo mundo decimonónico y dio comienzo al complicado siglo XX. Ya no es el tiempo de Holmes, que pasará el resto de su existencia en un placentero retiro, dedicado a la apicultura. Aunque seguro que en más de una ocasión, sería requerido para prestar servicios a su país...

Si quieren realizar una lectura de calidad de la obra holmesiana, no duden en adquirir la edición de Cátedra. Las traducciones son primorosas y cada relato contiene unas deliciosas explicaciones que, junto con el atinado prólogo, constituyen un complemento perfecto por parte del responsable del volumen, Jesús Urceloy.

sábado, 27 de julio de 2013

LUIS II DE BAVIERA, EL REY LOCO (1972), DE LUCHINO VISCONTI. LAS INCONSCIENCIAS DEL PODER HEREDITARIO.

Que en la Europa del siglo XXI, que pretende estar a la vanguardia en política, economía y artes subsistan todavía tantas monarquías es uno de los grandes misterios de la modernidad. Reyes que dicen querer mucho a su pueblo y que en sus discursos manifiestan distraídamente comprender el sufrimiento de las familias en crisis mientras piensan en la próxima cacería de elefantes que van a emprender junto a sus amigos ricos. A mí me produce un sentimiento de perplejidad observar a tantos británicos esperando embobados el nacimiento del futuro heredero a la corona y brindando con champán cuando el feliz natilicio se produce. Pero lo más sorprendente de todo es que luego les envían regalos: jerseys y patucos de lana para el bebé, futuro ser privilegiado sin más merecimiento que la cuna donde ha tenido la fortuna que comenzar su existencia. Cuando llegan estos presentes, es seguro que en Palacio no pueden contener la risa...

Ludwig fue un hombre ajeno a su tiempo. Su ideal hubiera sido un reinado absoluto sobre sus súbditos sin interferencias del exterior. Para él lo más importante no era la política, sino la felicidad de su pueblo a través del arte - lo cual no deja de ser una forma de locura - por lo que hizo todo lo posible para que Wagner se instalara en Baviera. Wagner (magistralmente interpretado en el film por Trevor Howard) explotó muy bien las posibilidades de enriquecerse a costa del rey, por lo que la relación entre ambos fue complicada y motivo de escándalo para los ministros de Baviera, que empezaron a darse cuenta de que los gastos y caprichos de Ludwig no tenían medida.

Y los gastos continuaron incrementándose: nuevos castillos en Baviera, que parecían pensados para ser disfrutados en el futuro por hordas de turistas, guerras perdidas y alianzas con Prusia en pos de la inminente unificación alemana. Y la locura del rey se incrementa a la par que su amor imposible por su prima Sissi (que curiosamente vuelve a interpretar con solvencia Romy Schneider). Al final el soberano se aisla del exterior. Odia sus responsabilidades, pero no quiere renunciar a sus privilegios. Es la tragedia de ser rey en un tiempo de decadencia, magistralmente expuesta por Visconti en una película larga e inolvidable, que debe degustarse con calma. En ella el director italiano trata alguno de los temas que le obsesionan: la decadencia, el amor reprimido y, sobre todo, el ejercicio del poder absoluto. Ludwig aparece en todo momento como un niño al que se le ha dado como juguete todo un reino, y no sabe muy bien qué hacer con él, salvo la idea inicial de impregnarlo de cultura. Al final es la misma lógica de la historia, contra la que no puede siquiera la voluntad de un rey la que termina haciendo de él un juguete roto, un estorbo que hay que guardar en el armario de las reliquias. Magistral la interpretación de Helmut Berger.

jueves, 25 de julio de 2013

EXPEDIENTE WARREN: THE CONJURING (2013), DE JAMES WAN. ZONAS DE PENUMBRA.


Pasar miedo en una sala de cine es un placer extraño y morboso. El espectador sabe que nada de lo que va a ver en la pantalla es real, aunque entra en la sala con algo de inquietud, sobre todo cuando la película que va a ver está adquiriendo fama en el demasiadas veces decepcionante género del terror. La principal labor del director en estos casos es que el espectador entre de tal manera en la historia que olvide que está contemplando disparates para empezar a creer que hay algo de cierto en la trama. Y la manera más tradicional de hacerlo es basarla en hechos reales e incluso incluir entre sus protagonistas a alguien inspirado en una persona real (o, como en este caso, a Ed y Lorraine Warren, de profesión investigadores de lo sobrenatural, que salen hasta en la Wikipedia).

Y es que después de todo la gente sigue asustándose de las mismas cosas. Los terrores de la vieja escuela, basados en casas encantadas y posesiones demoniacas siguen siendo muy efectivos si se adaptan un poco a los gustos del público actual, aunque en esta ocasión, el mayor mérito de James Wan ha sido dotar a su película de un estilo clásico de dirección, tomándose su tiempo en presentar a los personajes y usando de manera magistral el terror psicológico, que va creciendo poco a poco hacia estallidos de horror puro que son tan breves como contundentes. El resto del tiempo del director de Saw es tan inteligente como para ofrecernos planos generales de las diversas habitaciones de la casa, llenos de objetos y de zonas de penumbra en la que podría estar agazapado cualquier clase de horror: puro juego psicológico con el espectador, que no puede sustraerse de lo que sucede en la pantalla, esta es la mejor baza de Expediente Warren a la hora de seducir a los que contemplan la película.

Otra cuestión, ya otro nivel más allá de lo cinematográfico, es si las productoras tienen derecho, con todas las de la ley, a asegurarnos que lo que se narra en la película está basado en hechos reales, lo cual no resiste el más mínimo análisis racional. Veamos las declaraciones de la auténtica Andrea Perron, respecto al suceso relatado, que ocurrió en su propia casa:

“Era un lugar extraordinario. Empezamos a ver espíritus tan pronto como nos mudamos a la casa. La mayoría de ellos eran benignos, incluso algunos de ellos ni siquiera parecía darse cuenta de que estábamos allí, pero la verdad es que ocho generaciones de familias vivieron y murieron en esa casa antes de nuestra llegada, y algunos de ellos nunca se fueron. Al principio, muchos de ellos parecían ser inofensivos como uno, que olía las flores, el que nos daba un beso de buenas noches a los niños en la cama cada día, o el espíritu que siempre cogía una escoba para barrer el suelo de la cocina." 

Es decir, que el caso real es aún más desmesurado que el que se nos muestra en pantalla, habiendo comenzado con una convención de varias generaciones de fantasmas, que en un principio eran amistosos. Son declaraciones que no se sostienen y que parecerían risibles si no fueran por la presunta seriedad de un asunto en el que presuntamente intervienen fuerzas maléficas. En la película los Warren son presentados como una especie de santos altruístas que son expertos en lo sobrenatural, sobre todo en su vertiente demonológica (tienen en el sótano de su casa una colección de muñecos y objetos siniestros, recuerdo de los casos que han resuelto en su lucha constante contra el maligno). ¿Serían así los auténticos Warren, o más bien se trataba de una pareja muy inteligente que se aprovechaba de la credulidad de la gente? Lo cierto es que, en la vida real, tenemos muchos testigos de estos casos, muchas declaraciones, pero ninguna prueba concreta de evento sobrenatural alguno. Y si no que se lo pregunten a James Randi. 

martes, 23 de julio de 2013

EL CERO Y EL INFINITO (1940), DE ARTHUR KOESTLER. LA CONFESIÓN Y EL PERDÓN.

Al igual que Los hijos del Arbat, novela magistral de Anatoli Ribakov que tuve oportunidad de leer a principios de año, El cero y el infinito es un libro fundamental para entender en qué acabó la utopía comunista, como se pasó de la ilusión de la liberación individual a la cárcel colectiva de la URSS. Una lectura estremecedora - una más - sobre los horrores del siglo pasado. Aquí el artículo:



El año 1940, en el que se publicó El cero y el infinito, fue particularmente siniestro para Europa. Después de firmar un inesperado pacto entre totalitarismos rivales, Alemania y la Unión Soviética se habían repartido ignominiosamente Polonia el año anterior. Sin amenazas por el Este, Hitler venció en pocas semanas a Francia en este terrible 1940. La suerte del continente parecía echada y solo una debilitada Gran Bretaña plantaba cara al gigante nazi.

Pocos escritores reflejan tan bien en su biografía las contradicciones del siglo XX como Arthur Koestler. Militante de causas como el sionismo o el comunismo, salió desencantado de ellas. Participó como corresponsal en la Guerra Civil Española y fue detenido por los nacionales poco después de la caída de Málaga. Prisionero en Sevilla, solo pudo evitar su ejecución al ser intercambiado por el piloto Carlos de Haya, que había sido capturado por los Republicanos. Posteriormente, después de siete años de militancia, abandonó el Partido Comunista, horrorizado por la política de Stalin y por los procesos que patrocinó en Moscú, en los que liquidó a buena parte de la vieja guardia del Partido, lo que le inspiraría la escritura de El cero y el infinito. En cualquier caso, por lo que cuenta en su Autobiografía, no fue una decisión fácil ya que renunciaba a algo más que una ideología:

“Nunca antes ni después fue la vida tan plena de significado como en aquellos siete años. Tuvieron la grandeza de un hermoso error por encima de la podrida verdad.”

El cero y el infinito nos presenta a su protagonista, Rubachof (personaje seguramente inspirado en Bujarin), un veterano dirigente soviético, que participó en su día en la Guerra Civil Rusa y que ha caído en desgracia ante el llamado Número Uno. Encerrado en una siniestra celda, rememora su pasado y espera pacientemente a ser interrogado. Rubachof ha protagonizado varias misiones en el extranjero y ha sido encarcelado más de una vez, por lo que conoce a la perfección las rutinas de la prisión, los mecanismos psicológicos que alivian la soledad y la manera de comunicarse con otros presos. Pero esta vez es diferente. Son sus propios compañeros quienes le acusan. Su primer interrogador, como descubrirá no sin sorpresa, es su antiguo amigo Ivanof que, como un confesor religioso, intenta que Rubachof admita sus pecados contra el Partido. Los interrogatorios de Ivanof quizá resulten demasiado tibios, debido a la relación previa entre ambos (solo hay que recordar la pregunta terrible de Rubachof a su viejo compañero al presentarle las acusaciones, a todas luces falsas: “¿Crees tú realmente eso o haces como si lo creyeras?”).

Pronto Ivanof va a ser sustituido por Gletkin, un inquisidor más joven y mucho más implacable, representante de los nuevos tiempos, un hombre brutal y sin sentido moral, sometido únicamente a la lógica de la obediencia, lo que le da fuerzas para dirigir maratonianas sesiones de interrogatorios. A Gletkin, evidentemente, no le interesa saber la verdad, sino que Rubachof confiese y firme las acusaciones que le son presentadas, presentándole esta acción como el último servicio que puede prestarle al Partido, definido como una organización infinitamente más importante que el mero individuo: 

 “- El Partido no se equivoca jamás- dijo Rubachof – Tú y yo podemos equivocarnos. Pero el Partido, no. El Partido, camarada, es algo mucho más grande que tú y que yo y que otros mil como tú y como yo. El Partido es la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia. La Historia no tiene escrúpulos ni vacilaciones. Inerte e infalible, corre hacia su fin. A cada curva de su carrera deposita el fango que arrastra y los cadáveres de los ahogados. La Historia conoce su camino. Nunca se equivoca. El que no tiene una fe absoluta en la Historia no debe estar en las filas del Partido.” 

Así pues, la resistencia de Rubachof es puesta a prueba, no a través de torturas y amenazas físicas, sino apelando a su militancia en el Partido, que se presenta al lector casi como una religión que atrapa psicológicamente al militante hasta el punto de ofrecer su vida y su deshonra si éste se lo solicita. El Partido no necesita más pruebas que su voluntad de acusar, voluntad que debe coincidir matemáticamente con la del acusado. Lejos quedan ya los tiempos en los que era un instrumento utópico de liberación individual. Ahora su fuerza radica en la inhumanidad de lo colectivo. Rubachof, a pesar de algún conato de rebelión, cede tan fácilmente porque ha sido programado para ello. Negarse a transigir sería negar su propia naturaleza, perder la oportunidad que le ofrece el Partido de ejecutar una última misión: acusarse públicamente para servir de escarmiento al resto de ciudadanos.

Al igual que en otras grandes novelas del siglo XX, como Vida y destino de Vasili Grossman, Los hijos del Arbat, de Anatoli Ribakov, o Rebelión en la granja, de George Orwell, la literatura sirve de denuncia de las arbitrariedades de un régimen totalitario que se presenta como redentor de la humanidad a través de un mensaje retorcido muy bien expresado en la narración de Koestler:

“Pues en toda lucha hay que tener los pies firmemente plantados en el suelo. El Partido enseña cómo. El infinito es una cantidad políticamente sospechosa, el Yo, una cualidad sospechosa. El Partido no reconocía su existencia. La definición del individuo era: una multitud de un millón dividida por un millón.

El Partido negaba el libre albedrío del individuo, y al mismo tiempo exigía de él una abnegación voluntaria. Negaba que existiese la posibilidad de escoger entre dos soluciones, y al mismo tiempo exigía que se escogiera la buena. Negaba que tuviese el individuo la facultad de discernir entre el bien y el mal, y al mismo tiempo hablaba en tono patético de culpabilidad y traición.”

EL ÚLTIMO (1924), DE FRIEDRICH WILHELM MURNAU. EL HOMBRE DEGRADADO.

Parece ser que el propósito de Murnau cuando concibió la idea de realizar El último fue el de criticar al estamento militar, pero de una manera encubierta, a través de la absurda devoción al uniforme que mostraban algunos de sus miembros. Pero, partiendo de esa premisa, la película de Murnau es mucho más. Para empezar, es una de esas obras de arte del cine que abren nuevos caminos, que utilizan todo tipo de avances técnicos (algunos de ellos, como los movimientos de cámara totalmente novedosos dejaron sorprendidos a los expertos del Hollywood de la época) y que sabe dejar todo el peso de la historia en los hombros de un actor de la talla de Emil Jannings, que era mucho más joven que su personaje cuando la película fue rodada.

El último fue una de las producciones más caras de su época (gran parte de su presupuesto fue para pagar los honorarios de su protagonista). El dvd de Divisa, en una de sus primorosas ediciones de los clásicos del cine mudo, contiene como extra un documental en el que explican por qué nos encontramos ante una película revolucionaria. Aparte de las innovaciones en los movimientos de cámara, la utilización de los decorados es un auténtico prodigio. Uno ve la película y no puede imaginar que la ciudad que tiene ante sus ojos está formada por edificios a escala, que los coches y las personas que transitan al fondo en sus populosas calles son meras figuras en movimiento y que la lluvia que cae de modo tan realista es en realidad el riego de las mangueras de unos coches de bomberos que se llevaron al rodaje.

Pero lo más interesante de El último es la historia en sí, la historia de un hombre ya casi anciano que se siente orgulloso de su trabajo como portero en un prestigioso hotel. Al protagonista le gusta lucirse con su ostentoso uniforme y se pavonea cuando vuelve a su barrio después de la jornada. Es como un pavo real totalmente inofensivo que muestra su plumaje para crearse una identidad ante los demás. Por eso, cuando es degradado a limpiar los lavabos y servir de toallero, es como si le arrebataran su ser. Y es ahí donde Emil Jannings otorga grandeza al personaje, cuando éste se da cuenta de lo frágil que era su posición, de que el poder que creía poseer gracias al uniforme no era más que una ilusión y que sin él no es nada, solo un juguete en manos de unos superiores para los que no es más que un instrumento. Un instrumento decrépito, por lo demás, algo que no se ahorran decirle. Esto conlleva la vergüenza y su ruina moral ante sus vecinos. En este sentido El último funciona como una perfecta fábula acerca de los auténticos valores de la sociedad capitalista, en la que las personas pueden creerse útiles y poderosas mientras lo toleren los que manejan los hilos, pero todo puede cambiar de un día para otro. Un día puede llegar la desgracia de improviso, como lo hacía en las tragedias griegas. Y el hombre descubre, demasiado tarde, que es una pieza totalmente prescindible y que puede ser sustituido por otra en mejor estado. El final, que no desvelaré, no está en consonancia con el resto de la película, pero Murnau, en una de las pocas aclaraciones escritas que se insertan en el film, tiene a bien aclararselo al espectador. 

viernes, 19 de julio de 2013

EL SEXTO SENTIDO (1999), EL PROTEGIDO (2000) Y SEÑALES (2002), DE M. NIGHT SHYAMALAN. MIEDOS ANCESTRALES.

Es sabido que hacer reir es mucho más difícil que hacer llorar. Asustar también es relativamente sencillo, lo auténticamente complicado - cinematográficamente hablando - es producir inquietud, crear un clima que envuelva al espectador, lo retenga en la butaca durante las dos horas que dura la película y no lo abandone hasta mucho después de que esta termine.

M. Night Shyamalan, realizador que no está viviendo sus mejores horas artísticas, se dio a conocer con El sexto sentido, un thriller de factura prácticamente perfecta que enseguida alcanzó una enorme popularidad, entre otras cosas gracias al boca a boca (cuando fue estrenado internet todavía no era algo mayoritario). En primer lugar, la película de Shyamalan apela a nuestro sentido de lo cotidiano: nos muestra el caso de un niño raro, que necesita tratamiento psicológico, pero en principio no sabemos si detrás de esa aparente disfunción hay algo más. Cole es un muchacho solitario, que vive aislado en una permanente nube de angustia. El doctor Crowe (un magnífico Bruce Willis que junto a El protegido, la siguiente película de Shyamalan realiza las mejores interpretaciones de su carrera) es la única persona que puede franquear las barreras que ha construido Cole. Y cuando profundice más en el caso, va a encontrarse con elementos anómalos: el muchacho parece padecer algo aún más terrorífico que una enfermedad, pues manifiesta la capacidad de ver lo que para los demás está oculto.

A partir de aquí lo sobrenatural hace su aparición en El sexto sentido y las escasas escenas en las que el director de origen indio nos lo muestra son excepcionales y auténticamente terroríficas, ya que apelan a los miedos más íntimos del ser humano, a aquellas preguntas primigenias acerca de cuál es nuestro destino después del fallecimiento. Entonces el ritmo sosegado, la atención al detalle que han dominado las escenas precedentes dejan paso al vislumbre de lo desconocido, a un mundo oculto cuyas claves de funcionamiento debe intentar comprender Cole si quiere convivir con él durante el resto de su vida sin caer en el pozo de la locura. La película funciona como un mecanismo de relojería perfecto, caminando, con toda lógica, hacia el destino final de los protagonistas.

Parecía difícil que después de una realización tan perfecta que Shyamalan pudiera mantener el nivel en su siguiente película, pero fue capaz de tal hazaña, entregando al año siguiente, El protegido, protagonizada de nuevo por Bruce Willis. Aquí nos encontramos con un film de temática superheroíca pero observada desde un punto de vista muy especial. Es el villano (Samuel L. Jackson) el que lleva la iniciativa en esta historia. Como el Cole de El sexto sentido, el guardia de seguridad David Dunn es un ser aislado de sus semejantes al que atormentan sus propios poderes, unos dones que no comprende: invulnerabilidad, fuerza sobrehumana y otros que no ha descubierto aún por su absoluta falta de interés por sí mismo. En El protegido, el villano (Samuel L. Jackson) apela a la lógica de los populares comics books estadounidenses  para llevar la iniciativa en la historia que, como no podía ser de otra manera, trata de su enfrentamiento con un héroe que lucha por no serlo. El resultado no es tan brillante como en El sexto sentido, debido a un excesivo uso de la contención por parte del protagonista, pero en conjunto constituye una interesantísima reflexión sobre los héroes anónimos, aquellos buenos samaritanos que se ven impelidos a ayudar a los demás sin obtener recompensa personal alguna: la definición de héroe o de superhéroe en este caso.

Señales es seguramente la obra maestra de Shyamalan hasta la fecha. Una obra en la que se equilibran las mejores virtudes de las dos películas anteriores para ofrecer un cuadro completo de los intereses y las obsesiones de su director. Protagonizada por Mel Gibson, lejos de sus habituales papeles de héroe de acción, la película entronca con El sexto sentido, al utilizar otra de las leyendas urbanas de nuestro tiempo (en aquel caso era la existencia de fantasmas, en éste los famosos dibujos en los campos de cultivo, que han estimulado la imaginación de muchos hasta el punto de otorgarles un fantástico origen extraterrestre). En cualquier caso, al usar un hito de la cultura popular, Shyamalan ya tiene un punto ganado en el interés del espectador desde antes de que empiece a proyectarse la película. 

En esta ocasión el protagonista es un personaje muy interesante, Graham Hess, un pastor episcopal cuya vida se ha hundido tras la pérdida de su mujer en un accidente hasta el punto de haber renegado del don que consideraba más precioso hasta la fecha: su fe en Dios. Precisamente, el componente religioso va a tener una importancia fundamental en la trama de una película que es un contínuo in crescendo de suspense pocas veces igualado en el séptimo arte (y aquí se nota la influencia de Hitchcock y de Spielberg) en el que el director va enseñando poco a poco sus cartas, mientras el espectador se siente plenamente identificado con el desasosiego y el miedo que va apoderándose irresistiblemente de las vidas de los Hess ante la posibilidad de una invasión extraterrestre a la Tierra (y para ello se utilizan magistralmente imágenes televisivas observadas desde el punto de vista de los protagonistas). El final es plenamente consecuente con su mensaje religioso: no existen las coincidencias en esta película y todo está orientado hacia lo que sucede en la última escena, que sirve también como redención para el padre Hess y, por ende, para su familia. 

miércoles, 17 de julio de 2013

EL ALMA ESTÁ EN EL CEREBRO (2006), DE EDUARDO PUNSET. EL INSTINTO Y LA RAZÓN.

Uno de los grandes traumas que conservo de la infancia y adolescencia es mi nula disposición para el estudio de las matemáticas y las ciencias en general. Mis notas eran un continuo desnivel entre las asignaturas llamadas de letras y las de ciencias, así que hasta tercero de BUP no pude estudiar tranquilo, sabiendo que todas las disciplinas se ajustaban a mis capacidades. 

Digo esto porque es posible que mi rendimiento hubiera sido muy distinto de haber tenido un profesor como Eduardo Punset, un hombre que sabe transmitir entusiasmo y le quita a la ciencia su proverbial carga de seriedad. Ayer vi en youtube una disertación de Michiu Kaku y aprendí más de física en una hora que en un par de años de instituto. Con esto quiero decir que en los últimos tiempos los científicos han potenciado la mejor arma que tienen para llegar al gran público: la divulgación de sus conocimientos de forma sencilla, práctica y divertida. Además, la ciencia ya no es una disciplina solitaria, sino que entronca con la historia, la filosofía, la ética o la antropología, como he podido advertir leyendo a autores como Richard Dawkins o Jared Diamond. 

Así pues, poco a poco intento ir informándome de los nuevos avances en estos conocimientos fascinantes como en astronomía o neurología. Lo cierto es que se me escapan muchas cosas, pero libros como El alma está en el cerebro, con su claridad expositiva, ayudan a hacerse una idea del estado de la cuestión en esta materia. Leyendo, aprendo por ejemplo, que la mayoría de la información que se procesa en nuestro cerebro a la hora de tomar una decisión opera de forma inconsciente y una mínima parte de forma consciente. Seguimos siendo en gran parte animales, aunque la naturaleza nos diferenció del resto regalándonos un magnífico desarrollo de la corteza cerebral, lo cual nos permite elaborar el pensamiento abstracto, imaginar el futuro o enjuiciar nuestros propios actos:

"El cerebro utiliza grandes cantidades de memoria para crear un modelo del mundo. Todo lo que sabemos y aprendemos se almacena según este modelo. Comparando lo que hay en nuestra memoria con lo que perciben nuestros sentidos, podemos hacer predicciones de sucesos futuros: y es precisamente la capacidad para hacer predicciones lo que define la inteligencia."

Es imposible resumir aquí todo lo que ofrece Punset en su libro, fruto en gran parte de las entrevistas efectuadas a sabios de todo el mundo en el programa Redes: por qué a la sociedad le interesa educarnos como consumidores, un estudio sobre los psicópatas, la naturaleza humana (que se somete con extraordinaria facilidad a la autoridad) descrita por el experimento Milgram. Al final, el mensaje es a favor del optimismo vital. Si bien nuestro cerebro puede jugarnos malas pasadas, hacernos ver el futuro negro y caer en depresiones. Pero es imposible predecir el futuro, solo podemos aventurarnos a ello. Al final el ser humano acaba adaptándose a todas las situaciones y, si es inteligente, a sacarles partido. Es imposible buscar la felicidad plena, en todo momento, porque no existe. Les dejo un párrafo cuya lectura parece muy adecuada para estos días:

"En general, parece darse la tendencia a arriesgar más para evitar una pérdida que para consolidar una ganancia. "Hay gente que incurre en riesgos mayores para evitar pérdidas, por ejemplo, en los escándalos políticos". (...) "A menudo, lo que acaba con el político no es el pecado original - que suele ser bastante menor -, sino el proceso de intentar esconderlo. Es decir, que se arriesga más para cubrir una pequeña pérdida que para acentuar la posibilidad de una ganancia."

EL CASTILLO DE LA CARTA CIFRADA (1979), DE JAVIER TOMEO. MONÓLOGO DEL MARQUÉS.

Javier Tomeo es una rara avis en la literatura española del siglo XX, en la que no hubo mucho lugar para narraciones fantásticas, alegóricas o surrealistas, algo reservado más bien a un cineasta como Luis Buñuel. Lo que sucede, como todos sabemos, es que a veces lo fantástico toma mejor la medida a la realidad que cualquier otro tipo de literatura. Aunque siempre fue más bien un autor minoritario - recordemos que Juan Benet dijo de él que sus novelas eran como croquetas de idéntico sabor - a finales de los años ochenta se le empezó a reconocer como un narrador personalísimo, que nunca se dejó arrastrar por modas literarias. Poco antes de su muerte, acaecida el mes pasado, obtuvo el placer de ver publicada una magnífica edición de sus cuentos completos.

El castillo de la carta cifrada funciona como un largo monólogo del marqués de Q. a su criado, en el que da instrucciones a éste para que entregue una carta a un antiguo amigo perteneciente también a la nobleza. El discurso del marqués es una especie de arenga en la que previene a su servidor acerca de los peligros que puede encontrar en el camino y - sobre todo - los que afrontará cuando esté cara a cara con el destinatario de la misiva. Para que la situación sea más absurda, el contenido de la carta está cifrado y tampoco su desciframiento aportaría mucho a la comprensión del texto, por lo que el criado podría ser víctima de los caprichos de su amo. En cualquier caso, uno de los temas de la novela es el mantenimiento de las jerarquías tradicionales, para que siga reinando la paz social:

"Y no me venga ahora con monsergas  sobre la Revolución Francesa, porque todos sabemos que no hay revolución que no destruya un ídolo si no es para entronizar otro. La única revolución que me preocupa es la del tiempo que pasa, reduciendo cada vez más nuestras posibilidades de vernos finalmente felices."

Como se puede deducir por el texto, el marqués es un hombre preocupado ante todo por su aristocrática persona y por su felicidad, que pasa, en el fondo, por recobrar las relaciones sociales a las que él mismo renunció al ir perdiendo protagonismo en las veladas sociales a las que solía asistir. Es posible que la novela no sea otra cosa que una gran metáfora maliciosa en la que el personaje principal sea un trasunto del propio Tomeo, aislado y excluido de la república literaria por heterodoxo. El castillo de la carta cifrada es un libro de fácil y amena lectura, aunque en algunos pasajes se torne excesivamente reiterativo, dando la impresión de que hubiera sido mejor reducir el monólogo al tamaño de un cuento. No obstante, se disculpa este hecho por la originalidad - y valentía, por qué no decirlo - de su planteamiento.

lunes, 15 de julio de 2013

EL APRENDIZ DE NIXON.

En los últimos tiempos he intentado guardar una cierta distancia mental, que no informativa, con el caso Bárcenas. Uno no puede vivir en una indignación permanente. Es humillante sentir todo el tiempo a unos tipos cínicos y corruptos hasta la médula mintiendo descaradamente a los ciudadanos. Sabiendo que lo hacen y que los ciudadanos son conscientes de que lo hacen. Y aun así, sonrien y preparan nuevos desmentidos a las informaciones del día siguiente. Es su trabajo: ganar tiempo, aunque no se sepa muy bien para qué. ¿Cómo lo hacen? ¿hay que entrenar para conseguir ese nivel de desvergüenza? ¿son conscientes de que la gente es capaz de pensar por sí misma?

Para estos casos es bueno concentrarse en el trabajo, leer un buen libro, ver una pelicula. Para no acabar también intoxicado hasta la médula y tirando la toalla como ciudadano. Pero días como hoy le despiertan a uno del sueño porque lo que era un caso de corrupción de manual (masiva, pero de manual) se está convirtiendo en algo esperpéntico, que amenaza con llevarse por delante la poca credibilidad que nos queda como país. Contemplar hoy la comparecencia del presidente del gobierno (mi presidente del gobierno, aunque yo no lo haya votado) ha sido un dolorosísimo ejercicio. Porque el hombre que nos representa se mostraba como un ser patéticamente acorralado que tenía que leer la respuesta a la pregunta que ya sabía que le iban a formular. Y la respuesta no tenía desperdicio, porque tampoco tenía contenido alguno: eran los lugares comunes de Mariano Rajoy cuando se le pregunta por el caso Bárcenas: ya he dicho lo que tenía que decir, o sea nada. Garantizamos la independencia del poder judicial, como si esto fuera un regalo que hace el gobierno y no algo consustancial a una democracia.

Si se tratara de un ciudadano corriente que está implicado en un delito, sería hasta comprensible la táctica del avestruz. Pero es que se trata del máximo dirigente de un país, que hasta hace cuatro días enviaba mensajes de ánimo a su ex-tesorero para que no se fuera de la lengua. Rajoy es hoy un Nixon con barba, un fantasma político que todavía no ha comprendido que lo único que le queda es ofrecer explicaciones a los ciudadanos que le otorgaron su confianza, largarse y asumir sus responsabilidades, ya sean penales o administrativas, que parece que las hay. Pero no lo hará. Seguirá ofreciendo una imagen de normalidad totalmente anormal y nos hablará de los temas que realmente le importan a los ciudadanos: lo bien que nos va a todos desde que él asumió la responsabilidad de arreglar lo de la crisis. Lo demás no son sino insidias que se disiparán con el tiempo. Eso sí, al presidente hay que reconocerle un mérito insospechado: su desastroso legado va a hacer bueno el de Zapatero. 

MONSTRUOS UNIVERSITY (2013), DE DAN SCANLON. LA REVOLUCIÓN DE LOS NOVATOS.

En los últimos años se ha llegado a tal nivel de perfección en el cine animado que en muchas ocasiones sus historias - y sus personajes - consiguen un grado de humanidad aún más profundo que en muchas películas interpretadas por actores reales. Producciones como Monstruos S.A, Up o la saga de Toy Story son auténticos prodigios de imaginación en los que el espectador acaba vinculando sus emociones a la de los personajes, por mucho que sean generados por ordenador. Lo que sucede es que, después de Toy Story 3, quizá la mejor película que ha producido este estudio, se ha producido un pequeño bajón y en las últimas se reciclan ideas de las anteriores, como sucede en Monstruos University, habiendo estado Disney más inspirada últimamente, con esa pequeña maravilla llamada ¡Rompe Ralph!

Monstruos University funciona como precuela de la anterior, mostrando a los protagonistas como jóvenes que acuden a la Universidad para aprender las técnicas del susto (recordemos que el mundo de los monstruos funciona gracias a la energía de los gritos de los niños que deben ser asustados por especialistas) y acabar trabajando como asustadores, la labor socialmente mejor vista y retribuida. Bien pronto la trama de la película deriva en un homenaje a las típicas comedias universitarias estadounidense, en las que los novatos se las tienen que arreglar para sobrevivir en un medio hostil. Lo más divertido es la relación entre los distintos personajes, a cual más insólito y la descripción de un mundo que se parece mucho al nuestro, pero que tiene sus propias reglas. Hay escenas enormemente divertidas en Monstruos University, como la carrera en la que los participantes deben esquivar cientos de esporas que, cuando rozan con su piel, les provocan desmesuradas hinchazones. Otras, como la del susto final, cuando los protagonistas penetran en el mundo de los humanos, son un prodigio de planificación narrativa.

Así pues, nos encontramos ante una película técnicamente irreprochable que cuenta con un argumento poco original - aunque con momentos memorables, como hemos dicho - y bebe en exceso de otras fuentes totalmente reconocibles. En cualquier caso, esta falta de originalidad es compensada por un ritmo endiablado que atrapa desde el primer instante. Me queda una pequeña duda respecto al mensaje final: ¿sirve para algo el aprendizaje universitario o lo que es realmente valioso es la experiencia laboral en una empresa? La universidad ha sido vista en muchas ocasiones como una reliquia anquilosada que transmite conocimientos tradicionales y poco prácticos. Al menos eso fue lo que yo conocí. Puede que haya cambiado desde mis tiempos.