lunes, 4 de febrero de 2013

STANLEY KUBRICK, BIOGRAFÍA. (1996), DE JOHN BAXTER. EL CINEASTA DE LA PERFECCIÓN.


Para cualquier aficionado al cine el nombre de Stanley Kubrick es sinónimo de calidad. Pero no una calidad cualquiera, sino la que nace del empeño de crear obras perfectas, aunque haya que dedicar años a la concepción de cada una de ellas. Para el espectador, cada una de sus películas constituye una experiencia única, pues Kubrick podía acercarse a cualquier género cinematográfico como un verdadero maestro. Como sucede con los clásicos, sus películas nunca acaban de decir todo lo que tienen que decir. En palabras de John Baxter:

"Cuando entregamos nuestro dinero para ver una película de Kubrick estamos comprando sus ojos. Su capacidad para entender la imagen en movimiento, su sentido de cómo ha de encuadrarse un plano, el modo en que ha de moverse la cámara, la perspectiva impuesta por una lente, esos son los equivalentes visuales del tono perfecto de un músico, el sentido que tiene un pintor del modo en que alguien verá una pincelada a diez metros."

El libro de John Baxter no es un repaso crítico por la filmografía de Kubrick, algo que han realizado ya muchos otros autores, sino una aproximación lo más íntima posible al personaje, labor bastante difícil, ya que el director era muy celoso en cuanto a su vida privada.

Como otros muchos genios, Kubrick no fue un alumno brillante y bien pronto dejó de interesarse por la vida académica para ejercer el resto de su vida como autodidacta. Ya de muy joven, y a base de insistir, consiguió un trabajo como fotógrafo en una de las más prestigiosas revistas de Nueva York. Su interés por la imagen y por los últimos avances de la técnica fotográfica vienen de aquí. También por esta época comienza otra pasión que no le abandonaría en toda su vida: el ajedrez, un juego muy acorde con su carácter, que aúna estrategia y precisión.

Pero lo más interesante de Kubrick es su modo de vida. A partir de sus primeros éxitos dejó Nueva York por la relativamente más segura ciudad de Londres. Se instaló con su familia en una mansión lo más aislada posible y trató de llevar una vida lo menos social posible: lo único que le interesaba era avanzar en sus proyectos cinematográficos, con paso lento pero seguro. Entre sus manías, como si de un nuevo Howard Hughes se tratara, estaba el miedo a contraer enfermedades o infecciones, una de las razones de su aislamiento, pero no la más importante. En realidad para Kubrick su hogar hacía las mismas funciones que la torre de Montaigne: un lugar apartado, tranquilo y seguro donde desarrollarse intelectualmente y, cuando él lo estimara conveniente, lanzarse al rodaje de un film después de una ardua preparación. Para los técnicos y actores que le acompañaban, sus rodajes eran pequeños infiernos. El anhelo de perfección de Kubrick le llevaba a repetir la misma toma decenas de veces (en ocasiones para acabar prefiriendo la primera de ellas) y a discutir constantemente con los técnicos la iluminación, el sonido y la fotografía de cada plano. Al final de todo ello surgían obras perfectas, pero muchos perdían los nervios en el camino, ya que Stanley Kubrick era un ser imperturbable y obstinado: él debía tener el control de todos los aspectos de la producción, hasta los más nimios y todo debía hacerse milimétricamente como ordenaba. Era lo más parecido a un general dirigiendo un ejército.

Otro aspecto no menos jugoso de la biografía del director de 2001: los proyectos que no llegaron a buen puerto. El más conocido de todos es su biografía de Napoleón, en la que estuvo varios años trabajando, después de recopilar montañas de material al respecto (existe un lujoso libro de editorial Taschen dedicado a esta obsesión). Para Kubrick Napoleón era una proyección de sí mismo, el hombre que nunca descansa, siempre dedicado a mil tareas distintas y explorando nuevos caminos. Otros proyectos que se le ofrecieron, no menos interesantes, fueron una biografía del arquitecto de Hitler, Albert Speer (que rechazó por su condición de judío), El exorcista (aunque luego se desquitó de no haberla aceptada filmando una de las mejores películas de terror de todos los tiempos, El resplandor), el cuento de Brian Aldiss Inteligencia artificial y la novela de Thomas Keneally El arca de Schindler. Estas dos últimas finalmente las acabaría llevando a la pantalla Steven Spielberg.

Kubrick fue, entre otras muchas cosas, un lector voraz, preocupado por no tener tiempo de leer todo lo que pudiera interesarle:

"Es abrumador, especialmente en una época como esta - le dijo a Michel Ciment -, pensar en cuantos libros tendrías que leer y nunca lo harás. Por eso evito cualquier sistema para leer, siguiendo más bien un método de azar, uno que dependa tanto de la suerte como de los designios propios. Creo que ésta es también la única manera de enfrentarse a los periódicos y revistas que proliferan en grandes montones alrededor de la casa; algunos de los artículos más interesantes aparecen en la parte de atrás de hojas que he arrancado por alguna cosa."

Lo que no leía en los libros, lo absorbía, casi literalmente, de los cerebros de sus colaboradores, a los que sometía a auténticos interrogatorios acerca de cualquier tema que le interesara.

La biografía de John Baxter es altamente adictiva, repleta de anécdotas y es la mejor aproximación a un cineasta muy distinto a todos los demás, al que se le permitían caprichos impensables para la mayoría y que se tomaba su trabajo como una pasión que hacía que la vida fuera digna de ser vivida: "Decirme que me tome unas vacaciones de dirigir, es como decir a un niño que se tome unas vacaciones de jugar."

2 comentarios:

  1. Una cosa que llama la atención sobre Kubrik es cómo lo odiaban los otros cineastas: "pretencioso", "efectista", "sobrevalorado" eran los típicos comentarios con respecto a su obra.

    Allá ellos. Kubrik era un creador, los otros eran sólo profesionales más o menos hábiles.

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  2. Desde luego es difícil que vuelva a salir alguien como él, que podía pasarse años rumiando un proyecto y muchos meses dirigiendo hasta que el resultado era acorde a su altísimo nivel de exigencia.

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