sábado, 19 de enero de 2013

LA PUERTA DEL CIELO (1980), DE MICHAEL CIMINO. LAS MASACRES QUE CONSTRUYERON AMÉRICA.

Más que por su valores cinematográficos, que los posee en abundancia, esta película es conocida ante todo por haber sido uno de los grandes fracasos comerciales del cine, hasta el punto de que hundió a su productora, la United Artist y, quizá en cierto modo acabó una forma de hacer cine arriesgada de la que surgieron obras tan grandes como la anterior película de Michael Cimino, El cazador, que le otorgó tanta fama y prestigio como para abordar una obra de la desmesura de La puerta del cielo.

La primera versión que se estrenó de esta película duraba más de tres horas y media. Sólo se estrenó en Nueva York en una única sala y se retiró en seguida. Crítica y público la destrozaron sin piedad. Luego Cimino redujo una hora de metraje (la versión que yo he visto) intentando agilizar la trama, pero no dió resultado. La puerta del cielo quedó convertida en una de esas películas malditas del cine: su director lo arriesgó todo y perdió. Es una lástima, porque esta partida también la perdió la libertad de los realizadores, que en adelante tuvieron que amoldarse a fórmulas que dieran resultado en taquilla y no arriesgar: el resultado fue una década de los ochenta muy floja en cuanto a calidad en el cine norteamericano (con notables excepciones).

Yo he intentado visionar la película sin esa aureola de malditismo que la precede. El resultado es una obra a ratos fascinante, a ratos fallida. En todo su metraje se aprecia la ambición de su director de entregar una obra maestra a cualquier precio. Quizá el escuchar demasiadas veces la palabra genio a raíz de El cazador produjo un efecto perverso en la mente de Cimino. La pelíciula comienza de una manera un tanto extraña para tratarse de un western: encontramos a su protagonista en la fiesta de graduación de una prestigiosa universidad del este. No se comprende muy bien como Jim Averill, un estudiante brillante procedente de una familia rica ha acabado de sheriff en un poblacho del oeste ni la auténtica relación que le une a Ella (la madame de un prostíbulo de mala muerte) y a su antiguo compañero Irvine, un ser ambiguo cuyas lealtades no parecen estar del todo claras.

A pesar de su ritmo a veces cansino y del difuminado dibujo de personajes, lo mejor de La puerta del cielo es la mirada valiente sobre un episodio olvidado de la historia de Estados Unidos: el enfrentamiento de los terratenientes anglosajones contra los inmigrantes del este de Europa. Cimino nos muestra una nación forjada en la violencia de las armas, en la ley del más fuerte, donde la única ambición es la posesión de la tierra (mucho de esto hay en esa obra maestra llamada Deadwood, una de las mejores series de los últimos años) y la vida vale bien poco. Son impresionantes las escenas de esas familias llegando en oleadas a su particular tierra prometida sin saber que van a ser recibidas a tiros por aquellos que los perciben como una amenaza a su hegemonía. Si Cimino hubiera profundizado en los personajes y la narrativa hubiera sido más ágil, nos encontrariamos ante una obra mucho más sólida.

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