domingo, 28 de octubre de 2012

ARGO (2012), DE BEN AFFLECK. UN RESCATE DE CIENCIA FICCIÓN.


El cine y las historias que cuenta no se agotan nunca. Muchas veces asistimos a una proyección y en seguida nos asalta la desagradable sensación de repetición, de lo mil veces visto. El esfuerzo por ser original en el cine actual brilla en demasiadas ocasiones por su ausencia, por lo que una producción como Argo es un soplo de aire fresco que nos viene a anunciar la buena nueva de que el arte cinematográfico sigue vivo y todavía es capaz de despertarnos emociones, de tenernos pegados a la butaca durante dos horas mientras rememoramos uno de esos episodios históricos de los que los estadounidenses no pueden sentirse muy orgullosos, pero que forma parte de las contradicciones de una nación capaz de lo mejor y de lo peor y que bajo la mirada de un Ben Affleck que progresa a pasos agigantados como director, toma un estupendo aire tragicómico.

A finales de los años setenta, cuando el prestigio de Estados Unidos estaba seriamente tocado por la reciente derrota en Vietnam, al presidente Jimmy Carter se le presentó una crisis endiablada en Irán: la toma de rehenes en la embajada estadounidense de Teherán, auspiciada por el recién instalado gobierno islámico. La potencia estadounidense no podía presentarse como inocente en este conflicto, puesto que décadas antes había participado en el golpe de Estado que había colocado al Sha como un títere de los intereses petrolíferos de las empresas occidentales. El gobierno del Sha había instalado un régimen brutal y represivo, a la vez que rapiñaba todos los bienes del país, dejando a la población en la pobreza. Existe un libro de Ryszard Kapuscinski que se centra en los excesos de este dirigente que despojaba al pueblo de sus bienes mientras él y su familia vivían en la opulencia más desmesurada. 

Cuando cayó este vergonzoso régimen auspiciado por occidente, los islamistas tenían una lógica sed de venganza manifestada de un modo salvaje, como bien muestra la película en sus primeros momentos, en los que la población de Teherán asalta la embajada estadounidense. La filmación de la escena por parte de Affleck está realizada con una fuerza inusual, trasladando realmente al espectador al corazón del suceso y transmitiéndole la tensión que vivió el personal agregado a la legación. Seis de sus miembros lograron escapar al asalto y refugiarse en la embajada canadiense.  La trama, que está basada en una historia tan inverosímil que solo puede ser real, se centra en la operación de rescate de estos seis estadounidenses que ideó un agente de la CIA interpretado por Affleck: entraría en el país como un productor de cine canadienses que busca localizaciones para una película de ciencia ficción llamada Argo y saldría unos días después con los refugiados haciéndolos pasar por parte del equipo cinematográfico.

Como es lógico una misión tan estrambótica provocó muchas dudas en el gobierno estadounidense, pero fue aprobada, puesto que no se les ocurrió un plan mejor. La misión era tan absurda (había que preparar realmente un subterfugio en forma de un proyecto cinematográfico convincente) que resulta un argumento inmejorable para un guión donde se unen lo trágico y lo cómico de manera magistral: por una parte los estrambóticos productores de Hollywood a los que tiene que recurrir el agente para hacer creíble su plan y por otro, la terrible situación de tensión por la que pasan los refugiados ante el temor permanente y cada vez más probable de ser descubiertos y ahorcados en la plaza pública acusados de ser espías americanos. De hecho, los desgraciados compañeros que se quedaron en la legación americana como rehenes hubieron de pasar por más de un año de secuestro, con la posibilidad de ser condenados a muerte. 

Así pues, en conjunto Argo se nos presenta como una película con un guión excelente, muy bien dirigida y extraordinariamente proporcionada en todos sus elementos. Ben Affleck ha aprovechado el conocimiento de un hecho real desclasificado durante el gobierno de Clinton para construir un excelente retrato del clima de una época que refleja el fracaso moral de Estados Unidos, a pesar de que se tome partido por unos funcionarios, inocentes de las acciones de su gobierno, sometidos al deseo salvaje de venganza de los islamistas. Y no dejen de disfrutar del final de la cinta, dotado de una tensión y un suspense dignos del maestro Hitchcock.

MARÍA, LLENA ERES DE GRACIA (2004), DE JOSHUA MARSTON. COMULGAR CON LA LIBERALIZACIÓN.


Una película dura la que disfrutamos el pasado viernes en la sesión de cine de la biblioteca. Mi conclusión es la de siempre en este tema: hay que comulgar por la liberalización urgente del consumo y tráfico de drogas (bajo el control estricto del Estado) y acabar con la sangría de víctimas que produce este mercado ilegal que se ha dejado como un regalo envenenado a las mafias, para que adquieran un poder comparable al de los Estados que las combaten. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2012/10/maria-llena-eres-de-gracia-historia-de.html

miércoles, 24 de octubre de 2012

MENDEL EL DE LOS LIBROS (1929), DE STEFAN ZWEIG. EL MÁRTIR DE LA LETRA IMPRESA.


Nadie como Stefan Zweig, que narró magistralmente en su autobiografía el paso, que produjo la Primera Guerra Mundial, del plácido mundo burgués decimonónico al turbulento siglo XX. Mendel el de los libros cuenta la historia de un ser improbable y singular: un viejo judío que, aposentado en un café, pasa el día ensimismado en sus lecturas, sin apenas apreciar lo que sucede a su alrededor:

"Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano."

El apasionado lector sólo vuelve al mundo cuando alguien le visita para hacerle una consulta bibliográfica. Por complicada que sea el dictamen que se le encarga, Mendel responderá en pocos segundos exponiendo al asombrado interlocutor la relación completa de libros que pueden encontrarse acerca del tema y las librerías de todo el mundo donde pueden ser encontrados. Mendel es como el moderno google, pero aún más efectivo, porque sus respuestas están colmadas de pasión humana, y por qué no decirlo, de cierta complacencia producida al comprobar que su extraordinaria habilidad ayuda a otras personas.

Lo más conmovedor de la novela de Zweig es comprobar cuan trágicamente ausente de la realidad se encuentra el protagonista, hasta el punto de desconocer que su país está en guerra. Cuando Mendel escribe a libreros de países enemigos reclamándoles el envío de los habituales catálogos, la inteligencia militar sospecha que puede tratarse de un espía y lo saca de su hábitat natural para  internarlo en un siniestro campo de concentración. Así es la realidad del siglo XX, donde no hay sitio para soñadores como Mendel, que prefiere vivir en su propio mundo, mucho más rico que el que le rodea físicamente. Qué difícil es que surjan seres como Mendel, sabios generosos que ponen su erudición al servicio de cualquiera. Y qué fácil es destruirlos a base de estupidez y fuerza bruta. A Mendel los libros le ofrecían la comprensión de los secretos del Universo, de la conformación del mundo, pero no le prepararon para comprender su propio destino, pues este fue dictado por hombres irracionales.

Todavía existen seres como Mendel, capaces de relacionar cualquier hecho mundano con las lecturas realizadas en el pasado. Muchos dirán que ya no son tan necesarios como antes, puesto que la tecnología puede almacenar millones de datos y podemos tener acceso a ellos en un instante. Pero la tecnología es fría, nos distrae y nos hace descentrarnos de nuestro objetivo, algo que nunca haría un sabio humanista. Si tuviera que proponer a un santo laico para que presidiera las reuniones de los clubes de lectura, optaría sin duda por Mendel. Que sea un personaje literario y no real, no hace sino reforzar su candidatura.

No puedo sino transcribir las últimas palabras del personaje-narrador de Zweig, sintiéndose culpable por haber olvidado durante años a un ser tan singular como Mendel:

"Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido."

APOLO XIII (1995), DE RON HOWARD. UNA ODISEA DEL ESPACIO.


A finales de los sesenta y principios de los setenta, Estados Unidos asombraba al mundo con sus contradicciones. Por un lado mantenía una guerra salvaje en Vietnam, con un impresionante desgaste de su ejército y de su imagen ante la opinión pública. Por otro, gastaba ingentes cantidades de recursos en un programa espacial que le llevó a hacer realidad un muy antiguo anhelo humano: caminar sobre la Luna.

Sin duda la más popular de las misiones fue el Apolo XI, que consiguió el primer paseo por nuestro satélite. El Apolo XIII iba a ser la tercer viaje de humanos a la Luna, por lo que el interés del público había descendido muchísimo, pues los alunizajes se consideraban ya casi un ejercicio rutinario, cuando la realidad (como hemos comprobado tristemente en nuestra época con el transbordador espacial) es que volar al espacio es una aventura peligrosísima, porque son demasiados los elementos que pueden fallar en una misión tan compleja, como se comprobó con el Apolo XIII, que a punto estuvo de convertirse en el sarcófago espacial de sus tres tripulantes.

Como filmar una película sobre el primer alunizaje, el de Neil Amstrong, hubiera sido muy aburrido, puesto que todo salió según lo previsto, Howard se decidió por el vuelo más trágico y también, por qué no decirlo, por la historia donde podía mostrar mejor el espíritu americano de adaptación, de superación de las adversidades. Más heroico aún que los astronautas aparece un Ed Harris, como jefe de control de la misión decidido a devolverlos a casa a cualquier precio. Lo que no funciona en la película es precisamente lo que mejor debería funcionar: el drama. El espectador no puede empatizar con unos personajes demasiado fríos (como son en realidad los astronautas, todo hay que decirlo) y con las explicaciones científicas de los problemas a los que están sometidos, complicados de seguir para el profano.

No obstante, considero que el conjunto es positivo, porque muestra con bastante detalle lo que significaba embarcarse en una misión pionera (como dice acertadamente el personaje de Tom Hawks, ir a la Luna no es ningún paseo), equiparable a la era de los descubrimientos del siglo XVI). Además, también tiene una vertiente sociológica: el público sólo comenzó a interesarse por la misión Apolo XIII cuando estaban a punto de palmarla. Así somos, lo que verdaderamente nos interesa son las novedades y el morbo.

domingo, 21 de octubre de 2012

NAPOLEÓN (1925), DE EMIL LUDWIG. LAS CONTRADICCIONES DEL EMPERADOR.


Después de ver a Marlon Brando interpretando a Napoleón en Désirée, de Henry Koster (1954), me acordé de un libro que hacía tiempo decoraba mis estanterías, un viejo proyecto de lectura: la biografía de Napoleón de Emil Ludwig, un escritor que tiene muchos puntos de semejanza con Stefan Zweig y al que se le debe una labor de recuperación en España semejante a la que se ha realizado con el escritor austriaco. La vida de Napoleón, tan apasionante, se convierte en una joya narrativa en manos de Ludwig. Aquí el artículo:



Napoleón es uno de los personajes más contradictorios de la historia. Hijo de la Revolución Francesa, supo trastocar sus principios para convertir Francia en un Imperio en el que él era el soberano absoluto. Impulsor de la meritocracia en detrimento de los antiguos derechos hereditarios, elevó a sus hermanos a tronos de toda Europa tratando de crear un nuevo orden fundado en derechos dinásticos. De ahí su obsesión por tener un heredero. Napoleón era un ser mudable por naturaleza, pionero en eso tan de moda hoy, el arte de reinventarse. De nacionalista corso pasó a ser el máximo representante del país que se suponía que era el opresor de su tierra. Es indudable que en Bonaparte se daban los rasgos del genio: sólo un superdotado podía dominar tantas materias y discurrir brillantemente en muchas de ellas.

Un hombre brillante en diferentes disciplinas

Su cerebro funcionaba como los actuales ordenadores, con archivos repletos de información que pueden abrirse o cerrarse a voluntad del usuario:

"Cuando quiero interrumpir un asunto, cierro su cajón y abro el correspondiente a otro. Jamás se mezclan unos con otros, y jamás me incomodan ni fatigan. ¿Qué quiero dormir? Pues cierro los cajones y me quedo dormido." (citado en Emil Ludwig, Napoleón, Círculo de Lectores, pag. 392-393)

Siendo un eminente intelectual, su necesidad de movimiento, de acción, se imponía siempre y le hizo prosperar en una época de cambios que él supo interpretar mejor que nadie. Su llegada al poder coincidió con un momento especialmente caótico de la Revolución y él supo canalizar los deseos de orden de la mayoría de la población, aunque finalmente llevara a Francia a la derrota y al desastre.

Un genio estratégico continuamente puesto a prueba

El destino facilitó el hambre de gloria de Napoleón, pues las monarquías europeas de la época no podían tolerar un país díscolo en el centro de Europa que pudiera servir de ejemplo emancipador para sus propias poblaciones. El futuro emperador hizo de esta situación de guerra impuesta una oportunidad para extender las ideas revolucionarias más allá de las fronteras francesas y en los años siguientes su genio militar, basado en su extraordinaria capacidad de cálculo, sería repetidamente probado, logrando brillantes victorias que le harían el dueño de Europa.

Es singular que, al menos de cara a sus enemigos, Napoleón tomara las batallas como embates deportivos y después de las mismas se reuniera con los vencidos para comentar las tácticas adoptadas. A su favor hay que decir que siempre intentó negociar paces definitivas que nunca eran aceptadas del todo por quienes veían en él un advenedizo que estaba en un lugar que no le correspondía.


Bien es cierto que Napoleón nunca rehuía una campaña y a veces las provocaba él mismo a través de la complicada diplomacia de la época. Además, se sentía a sus anchas en el campo de batalla y el hecho de sacrificar miles de hombres nunca le importó demasiado. Pero, eternamente contradictorio, podía mostrarse sensible ante la visión de un herido o simplemente de un perro que se lamenta de la muerte de su dueño. En lo que sí era un maestro era en el arte de autojustificarse, como puede verse en esta misiva a Fouché:

"Necesito ochocientos mil hombres, y ya los tengo, arrastro a toda Europa tras de mí y Europa no es sino una vieja mujer, de la que haré lo que se me antoje con mis ochocientos mil hombres. En otra ocasión me dijo usted que consideraba como propio del genio el hecho de no encontrar nada imposible. Por otra parte ¿qué puedo hacer, si un exceso de poder me arrastra a la dictadura mundial? uest;No han contribuido a ello usted y tantos otros que me critican hoy y querían hacer de mí un rey complaciente? Mi destino no se ha realizado aún; quiero acabar con lo que apenas está esbozado. Necesitamos un código europeo, un tribunal de casación europeo, una misma moneda, los mismos pesos y medidas, las mismas leyes; es menester que yo haga de todos los pueblos de Europa un sólo pueblo. Este es, señor, el único desenlace que me conviene." (citado en Emil Ludwig, Napoleón, Círculo de Lectores, pag. 259).

El legado napoleónico

Aunque más recordado por sus guerras que por su actividad administrativa, es precisamente esta última la que ha perdurado y el mejor legado que dejó a Francia: el Código Civil, la reforma de la enseñanza, el estímulo a la investigación científica (aunque también la censura estuvo presente en durante su mandato), la laicidad del Estado y el fomento de la meritocracia. También, como se ha visto en la carta, la idea de Europa como una sola nación, que solo sería posible (parcialmente) siglo y medio después, pero no a través de la guerra, como él pretendía, sino precisamente para evitar nuevos conflictos.

Napoleón era un hombre volcánico y nada de lo humano le era ajeno. Una de sus grandes cualidades es saber administrar su tiempo para sacarle el máximo rendimiento. Aún cuando la desgracia se abatió sobre él, supo sobrellevarla como un filósofo y se dedicó al examen de sus propias acciones. ¿Cómo sería una Europa con un Napoleón triunfante? ¿Hubiera habido alguna vez una paz definitiva aceptada por todas las naciones o la historia hubiera seguido su turbulento curso de costumbre? Es seguro que así hubiera sido, pues el Congreso de Viena, celebrado por los triunfadores tampoco evitó constantes brotes revolucionarios en Europa durante el siglo XIX.

La visión de León Tolstói

Emil Ludwig escribió en su día una biografía apasionante desde una no disimulada admiración al personaje, contradiciendo la idea de León Tolstói, expresada en Guerra y paz de que el corso no fue más que un instrumento de la historia, que hubiera sido la misma sin él. Más que una mera descripción de hechos históricos, el ensayo de Ludwig es una interpretación de la mirada de Napoleón sobre los mismos y de sus consiguientes acciones, tanto públicas como privadas.

Hitler, lector de Ludwig

Resulta curioso, que aúohibiendo los libros del escritor de Silesia, Hitler leyera varias veces esta biografía y que acabara cometiendo los mismos errores que el emperador. Aún sin admirar al personaje, que puede ser considerado igualmente como un genio o un loco, Ludwig creó todo un clásico de la biografía, que no carece de indudables méritos literarios.

viernes, 19 de octubre de 2012

DOÑA BERTA (1892), DE LEOPOLDO ALAS "CLARÍN". LA MUJER SOLA.


Doña Berta es una anciana que vive con la sola compañía de una sirvienta tan vieja como ella y de su gato en una hacienda asturiana. Jamás ha salido de allí, ni concibe hacerlo, pues su existencia ha estado tan ligada a su tierra (Suracasa, "donde nunca llegaron ni los romanos ni los moros") como la de cualquiera de los árboles de sus terrenos. Pero la anciana tiene un secreto: de joven fue seducida por un militar liberal, que fue acogido en su casa por sus hermanos (que simpatizan con el otro bando) cuando fue herido en las guerras carlistas. La joven Berta quedó embarazada de esa relación y cuando sus hermanos se enteraron, hicieron desaparecer el fruto de la misma. La pobre mujer, embargada por un sentimiento de culpa y deshonor, nada pudo hacer para evitar que le arrebataran al recién nacido. La mancha quedó en su alma y fue diluyéndose poco a poco, aunque nunca se disolvió del todo. Ya anciana, cuando sus hermanos han muerto, doña Berta iniciará su particular investigación acerca del destino de su hijo cuando reciba la visita de un pintor proveniente de la capital...

Doña Berta puede dividirse en dos partes: en la primera se describe la vida cotidiana de la protagonista (y el episodio del pasado ya descrito) en el paraje donde pertenece, una mujer que no ha vuelto a tener más relaciones después de su juvenil aventura. En la segunda, cuando el pasado vuelve a llamar a su puerta, realiza un acto inconcebible: vende sus queridas tierras a precio de saldo y se embarca en la aventura de visitar la capital para intentar encontrar pistas sobre la existencia de su presunto hijo. Es un impulso irresistible el que le lleva a cometer lo que para su mentalidad es una auténtica locura. Quizá la vida de doña Berta sólo tiene sentido en el recuerdo del único momento de pasión de que gozó en su vida. Además, están los remordimientos, no saber que fue del hijo que fue sacrificado en el altar del honor familiar.

La existencia de doña Berta en Madrid será la de un pez fuera del agua. Para ella la ciudad es un inmensa jungla repleta de peligros, llena de gente que corre a unos quehaceres incomprensibles. Pero su único anhelo es admirar el retrato de su presunto hijo. El lector nunca sabrá si se trata verdaderamente de su retoño o no, pero asiste conmovido a los suspiros de la anciana cuando tiene delante al que supone que es su hijo perdido: la ilusión de quien ha andado reprimiendo sus deseos toda la vida, de quien apagó a duras penas el fuego incomprensible que ardió en su pecho durante un brevísimo tiempo de su existencia. De quien, en suma, vivió y después permaneció en el mundo esperando a que un azar le hiciera reencontrarse con el pasado. 

ROBINSON CRUSOE (1954), DE LUIS BUÑUEL. EL HOMBRE SOLO.


Robinson Crusoe es uno de esos libros clásicos que se leen en la adolescencia y cuando se retoman en la madurez, es como reencontrar a un viejo amigo que ha madurado con nosotros, porque, aunque sigue diciéndonos las mismas palabras, su contenido es tan rico que nos aprovecha a cualquier edad. Lo que al principio era el relato de las aventuras de un naúfrago que debe sobrevivir en una isla desierta, en sucesivas lecturas se convierte en la confesión de un hombre que bordea la locura por falta de contacto humano.

En la versión cinematográfica de Luis Buñuel, prima esa visión de estudio psicológico de un hombre blanco al que toda la vida han servido otros hombres (y no hay que olvidar que el propósito de su viaje era el comercio de esclavos) que debe empezar desde cero una nueva existencia y aprender toda clase de oficios si quiere sobrevivir. Además, es un ser al que acecha continuamente un sentimiento de culpa, ya que se lanzó a conocer mundo sin el consentimiento paterno e interpreta su desgracia como una especie de castigo divino. Sólo podrá redimirse casi al final, cuando después de más de veinte años de soledad aparecerá un amigo, Viernes, al que al principio trata como a un inferior, pero con el que acabará aprendiendo que todos los hombres de todas las razas pueden ser igualmente virtuosos. Hay un momento, muy de Luis Buñuel, cuando Viernes se vista con ropas de mujer y Robinson le mira casi con deseo, aunque inmediatamente le ordena que se quite esa vestimenta. Es una lástima que con una historia con tantas posibilidades (me recuerda, en el tema de la soledad a Simón del desierto), el director no tuviera más espacio para explorar los deseos más ocultos del protagonista.

Para un actor, estar en solitario ante la cámara durante casi todo el metraje debe ser todo un desafío. El semidesconocido Dan O´Herlihy vivió su momento de gloria con esta interpretación, pues fue nominado a un Oscar al mejor actor que acabaría ganando Marlon Brando con La ley del silencio

lunes, 15 de octubre de 2012

SALVAJES (2010), DE DON WINSLOW Y DE OLIVER STONE (2012). CONTRA LOS REYES DEL SUR.


Ben y Chon son dos empresarios con un negocio muy próspero. Su producto no tiene rival en el mercado, cuentan con una clientela fiel y devota y se llevan muy bien con sus proveedores. Si la marihuana fuera legal, serían gente distinguida y respetable, pues elaboran un producto de calidad y natural que cuenta con una gran demanda de amplios sectores de la sociedad. Ben es licenciado en biología y en empresariales. Chon es un ex marine de las fuerzas especiales. Ben se encarga de la organización del negocio y de la parte empresarial del mismo. Chon fue quien trajo los primeros brotes de marihuana desde Afganistán y es el encargado de resolver, a través de la violencia, los escasísimos problemas de esta índole que les surgen. Porque uno de los grandes méritos de su planteamiento de una actividad comercial que siempre ha estado relacionada con la marginalidad y la delincuencia es haber sabido orientarse hacia gente poco conflictiva. Además, cuentan con un contacto en la DEA, por lo que las investigaciones contra ellos son inexistentes.

Pero esta situación idílica va a durar solo unos años. Las circunstancias hacen que el cartel de Baja, uno de las más importantes organizaciones de narcotráfico de México se fije en ellos e intente imponerles un acuerdo de colaboración. Ante su negativa, secuestrarán a Ofelia, la amante de ambos. Por una vez, Ben y Chon van a tener que dejar de lado sus buenas formas y comenzar una guerra de guerrillas contra una organización infinitamente más poderosa que la suya, por lo que deberán actuar a través de acciones osadas e inteligentes. 

Acerca de Don Winslow, afamado escritor de novela negra, cabe decir que su escritura produce fascinación por su aparente sencillez, por la absoluta seguridad y dominio que exhibe acerca del mundo que está describiendo, del que parece tener un conocimiento de primera mano. Todo esto hace que su lectura sea muy ágil (el libro tiene más de cuatrocientas páginas, pero me duró escasamente dos días), estructurándose en capítulos cortos (algunos muy muy cortos). Principalmente, las novelas que Winslow dedica al mundo del narcotráfico sirven para denunciar la absurda situación de ilegalización de un producto con alta demanda, cuyo control cae en manos de bandas criminales que no tienen reparos en utilizar la violencia extrema para conseguir sus fines.

Oliver Stone ha realizado una versión estupenda de la novela. Muchas veces, después de una lectura placentera, su transposición en imágenes decepciona, porque uno no ha visualizado a los personajes como lucen en pantalla (aunque a veces, según transcurre el metraje, uno puede olvidar este detalle), pero en esta ocasión los actores responden perfectamente a lo que yo había imaginado, por lo que las dos horas de cine fueron como un repaso visual a la historia tal y como estaba concebida en mi cabeza. Mención especial para un Benicio del Toro absolutamente espectacular en un papel que debió ser un dulce para él: el asesino mexicano Lado y para John Travolta, cuyas breves apariciones hacen subir aún más enteros una película francamente redonda. Hay que decir que Stone juega con el final: ¿cual es el válido, el de la novela o el que el filme dice que es auténtico? Todo un juego narrativo que pasa de las páginas del libro al cine y transmite al espectador una sensación de ambigüedad muy propia de las mejores ficciones.

viernes, 12 de octubre de 2012

VIGILAR Y CASTIGAR (1975), DE MICHEL FOUCAULT. NACIMIENTO DE LA PRISIÓN.


Vigilar y castigar comienza con el suplicio de François Damiens, que había intentado asesinar al rey francés Luis XV, que consistió en ser torturado con tenazas al rojo vivo, en quemar la mano que intentó asesinar al monarca con azufre y después a ser desmembrado utilizando cuatro caballos atados a sus extremidades (que no debían ser muy fuertes, puesto que después de horas tirando el verdugo tuvo que terminar el trabajo a hachazos). Después, el torso de Damiens fue arrojado a una hoguera, para incrementar su sufrimiento si todavía le quedaba un hálito de vida:

"El suplicio desempeña, pues una función jurídico-política. Se trata de un ceremonial que tiene por objeto reconstituir la soberanía por un instante ultrajada: la restaura manifestándola en todo su esplendor. La ejecución pública, por precipitada y cotidiana que sea, se inserta en toda la serie de los grandes rituales del poder eclipsado y restaurado."

Está barbarie todavía era practicada en el siglo XVIII, el siglo de la ilustración, pero en aquella época suponía la excepción a la regla, puesto que se empezaba a imponer una concepción mucho más civilizada del castigo. De ser considerado un espectáculo ejemplarizante, las penas se irán transformando poco a poco en algo más privado. De la muerte por torturas o trabajos forzados, se pasará al encierro en prisión, que anteriormente solo era concebido como un modo de mantener vigilado al criminal en espera de la verdadera sentencia.

Así pues, la pena, de ser interpretada como una venganza del Estado contra quien subvierte el orden establecido, empieza a ser considerada como una justa retribución al criminal por una acción contraria al bien común. Y no sólo eso: también se abre paso el pensamiento revolucionario de que el penado es una especie de enfermo que puede ser tratado y rehabilitado. La prisión no sólo es lugar de castigo, sino también de curación de los espíritus enfermos.

Con esta idea, la vida en prisión se va a parecer un poco a la de los monjes del medievo: el tiempo estará regulado estrictamente con el fin de que el penado no se encuentre nunca ocioso. Lo mismo sucederá en otras instituciones cerradas, que copiarán este método de control (y podemos decir de manipulación) social: colegios, talleres, hospitales, cuarteles. La regulación del tiempo será muy útil en los talleres de la revolución industrial, cuyo personal será estrictamente vigilado para que todos sus movimientos tengan un fin productivo: como si de una prisión se tratara, los trabajadores serán continuamente vigilados, estableciéndose una serie de sanciones para los no cumplidores. Eso mismo sucede en los colegios religiosos o en los cuarteles, donde está permitido que todos se vigilen unos a otros en favor de una disciplina que no debe ser quebrada en lo más mínimo. Así se supone que los soldados o los súbditos del mañana serán obedientes y productivos al Estado: el hábito de obediencia, la falta de privacidad y tiempo libre aseguran la sumisión permanente.

Este empeño de vigilancia permanente podrá ser realizado gracias a la idea, concebida por Jeremy Bentham, del panóptico, que consiste en un complejo arquitectónico presidido por una torre, cuyo vigilante puede controlar el resto de dependencias, construidas en forma de anillo. Así el prisionero se sentirá continuamente observado, lo cual tendrá un efecto inhibitorio en su conducta y su aislamiento en la celda respecto a los demás internos le dará motivo para reflexionar acerca de sus acciones pasadas, como si el panóptico fuera un gran hermano siempre acechante, que juzgará la conducta del penado y otorgará premios o castigos conforme a ésta.

Frente a las prisiones retratadas por Piranesi, laberínticas y caóticas, el panóptico refleja la idea de orden, fin último de la pena. Ya no se trata de castigar los cuerpos, sino de salvar las almas y devolver a la sociedad a individuos totalmente curados. Una herencia que llega a nuestros días, donde el reglamento de prisiones pone el énfasis en los derechos del individuo y la Constitución propone la rehabilitación del delincuente como uno de los principales fines de la pena.

lunes, 8 de octubre de 2012

ARMAS, GÉRMENES Y ACERO (1998), DE JARED DIAMOND. LA DESIGUAL EVOLUCIÓN HUMANA.


Cuando Pizarro se encontró con el rey de los incas en Cajamarca logró tomarlo prisionero y derrotar a sus numerosas tropas con unos pocos hombres. Un imperio que había ido consolidándose en varios siglos caía en pocos meses en manos de un aventurero enviado por la corona española. ¿Cómo era posible esto? ¿Qué factores hicieron que un pueblo estuviera varios siglos más avanzado que el otro? Estas son las preguntas que responde este fascinante libro, lectura obligada para cualquiera que quiera saber algo acerca de quienes somos los seres humanos y cuales son nuestros orígenes. Aquí el artículo:



Existen libros, como el que nos ocupa, cuya lectura resulta poco menos que imprescindible, dado que es uno de esos volúmenes que nos abren los ojos acerca de quienes somos realmente los seres humanos y cómo se ha llegado a conformar el mundo actual. Jared Diamond no sólo es un erudito versado en historia, biología o antropología, sino que sabe aunar todas estas disciplinas en un único discurso cuyo mayor mérito es el de resultar tan cristalino como riguroso para el lector.

Investigando los orígenes de la desigualdad humana

El mecanismo que impulsa la investigación de Diamond es la pregunta que le formula Yali, un nativo de Nueva Guinea, al que le inquieta el hecho de por qué los colonizadores que llegaron a su territorio dos siglos antes poseían una tecnología muy superior a los indígenas. Partiendo de la base de que, biológicamente, no existen diferencias entre las razas humanas, pues todas tienen características físicas y de inteligencia similares, los orígenes de estas desigualdades deben tener su explicación miles de años atrás. Esta es la apasionante tarea que emprende Diamond, que va a dar fruto a teorías tan interesantes como esclarecedoras.

El eje este-oeste euroasiático favorece el desarrollo humano

Partiendo desde África, origen de la humanidad, los seres humanos se fueron distribuyendo, a través de los siglos, por diferentes continentes. En unos lugares encontraron mejores condiciones para prosperar que en otros. Los que llegaron a Nueva Guinea, por ejemplo, se dedicaron a exterminar a todo animal comestible en un territorio relativamente pequeño, hasta que terminaron extinguiéndose. Esto les dejó sin la posibilidad posterior de la domesticación, que tanto haría por la evolución humana. Sin embargo, para los pobladores del continente asiatico-europeo, no existía ese problema. Es más, al encontrarse en un eje este-oeste, las condiciones climáticas y de accesibilidad entre unos territorios y otros eran idóneas, por lo que podían prosperar con mayor rapidez, crear sociedades de mayor población y dedicar recursos al desarrollo de la tecnología y, sobre todo a expandir la agricultura y la domesticación de especies, elementos principales para que el hombre se asiente en un territorio y abandone el nomadismo.

En otros lugares, como América, estas conquistas fueron parciales, pues no disponían de la variedad de cultivos y de especies animales de Europa y Asia. Así pues, no hay diferencias esenciales entre las distintas razas y pueblos de la Tierra, sino distintas circunstancias materiales, geográficas y climáticas que han sido decisivas a la hora de tener acceso a la tecnología y, por lo tanto, a una evolución mucho más rápida. Todavía en el siglo XXI existen pueblos de cazadores-recolectores, aunque ya no están aislados del resto de la humanidad. Resulta fascinante constatar que hay grupos humanos que mantienen la misma forma de vida desde hace milenios.

La evolución de las formas de organización comunitaria

Respecto a la evolución social, el investigador estadounidense realiza una clasificación de las formas de organización comunitaria que han existido a lo largo de la historia. Al principio, cuando todavía las densidades de población eran muy bajas, los seres humanos se organizaban en hordas de cazadores-recolectores. Si entraban en conflicto con otras hordas, solo tenían que desplazarse a otro territorio. Con el inevitable aumento de la población, las hordas se transforman en tribus, que practican el sedentarismo y tienden a controlar la mayor cantidad de territorio posible en relación con el número de sus miembros, además de nombrarse un jefe (con lo cual la tribu pasa a ser denominada jefatura), que suele tener el monopolio de la fuerza, con lo cual se acaba con el igualitarismo de la tribu. Cuando un grupo humano numeroso, bajo un liderazgo centralizado, comienza a controlar a otros y los utiliza como esclavos o les obliga a pagar tributos y conquista gran cantidad de territorio, organizándolo burocráticamente se puede hablar de los primeros Estados e Imperios: reflejo de la voluntad humana de prosperar a través del dominio por la fuerza.

Los orígenes de la religión como instrumento de dominio

También ofrece Diamond un texto muy esclarecedor acerca del origen de la religión, refiriéndose a los primeros detentadores del poder como cleptócratas, es decir, ladrones de la voluntad popular y los bienes comunitarios:


"La última fórmula de los tecnócratas para conseguir el apoyo público consiste en construir una ideología o religión que justifique la cleptocracia. Las hordas y las tribus tenían ya creencias sobrenaturales, del mismo modo que las religiones establecidas modernas. Pero las creencias sobrenaturales de las hordas y las tribus no servían para justificar la transferencia de la riqueza ni mantener la paz entre individuos no relacionados. Cuando las creencias sobrenaturales obtuvieron esas funciones y se institucionalizaron, se transformaron en lo que llamamos una religión. (...) El jefe afirmaba servir al pueblo intercediendo por él ante los dioses y recitando las fórmulas rituales necesarias para conseguir lluvia, buenas cosechas y éxito en la pesca." (Armas, gérmenes y acero, editorial Debolsillo, pag. 319).

La conquista del reino inca por Pizarro

Así pues, unos territorios prosperaron a mayor velocidad que otros, dadas las condiciones que el azar dispuso para que así sucediera. Diamond dedica muchas páginas a explicar el encuentro entre dos culturas que aconteció en Cajamarca, en el actual Perú, cuando Pizarro, con unos cientos de hombres, logró doblegar a miles de incas, simplemente porque contaba con una tecnología muy superior: armas de fuego, corazas y, sobre todo, la gran ventaja de la caballería. Además, los pueblos americanos no pudieron defenderse de un enemigo invisible, pero aún más letal: los gérmenes que traían los españoles, para los que su organismo no estaba inmunizado. Gracias a estos factores, la conquista de América del Sur fue una misión relativamente sencilla (teniendo en cuenta las dificultades de dominar un territorio de miles de kilómetros cuadrados) para un pequeño número de occidentales.

El predominio de occidente es fruto de factores accidentales

Armas gérmenes y acero, ganador del premio Pulitzer, ayuda a descartar teorías racistas en la exégesis de la desigual evolución humana: simplemente fueron factores climáticos y geográficos los que consiguieron que unas sociedades prosperaran y lograran usar tecnología y otras, mucho más aisladas, se quedaran en la edad de piedra prácticamente hasta nuestros días. Esto nos hace ver que el azar, y no ninguna clase de predestinación o superioridad biológica hizo que occidente tomara ventaja sobre otras partes del mundo.