domingo, 9 de diciembre de 2012

EL CORTIJO ANDALUZ (2012), DE AGUSTÍN RIVERA. LA COMUNIDAD DE LOS PRODIGIOS.


Ayer estuve paseando por Sevilla. El ambiente navideño está ya plenamente instalado en las calles del centro. El río de gente en la avenida de la Constitución y alrededores es enorme y los comercios parecen aprovecharlo, aunque los que hacen caja verdaderamente son los numerosos bares de tapas, repletos ya desde las ocho de la tarde. Parecía que la crisis, de la que tanto se habla, es un mito, aunque observando un poco más atentamente, pueden verse rescoldos de miseria en estas calles-escaparate: pequeños vendedores, autóctonos e inmigrantes, que intentan hacer atractiva su pobre mercancía mientras vigilan ávidamente por si aparece la policía muncipal. Si quieres alejarte un poco del bullicio, puedes optar por pasear junto al río. Como hacía algunos meses que no iba a Sevilla me sorprendió encontrar el perfil de la construcción de la torre Pelli como un monstruo extraño en el urbanismo hispalense. Lo cierto es que su ubicación es un completo error, puesto que desvirtúa unas vistas tradicionales a las que ha dañado para siempre. Pensé que, ya que tan necesario era (en una ciudad donde la crisis ha dejado libres miles de metros cuadrados de oficinas) este rascacielos, podía haberse ubicado en la zona de Nervión, no tan próxima al centro histórico. Si uno quiere informarse acerca de las vicisitudes de la construcción de este mastodonte, lo mejor que puede hacer es leer a Agustín Rivera, que en El cortijo andaluz, desvela muchas de las claves que explican como funcionan las cosas en esta tierra.

Asistí la semana pasada a la presentación del libro en Málaga. Me gustó mucho la intervención de Teodoro León Gross, que explicó de manera muy convincente las diferencias entre un historiador y un periodista. El periodista, al igual que el historiador, debe ir en búsqueda de la verdad. Pero son dos verdades distintas. La del periodista es una verdad en bruto, que aún no ha sido pulida ni interpretada en su contexto, una verdad muchas veces hiriente para algunos, pero absolutamente necesaria. El papel social del periodista es muchas veces ingrato. A veces son como la Casandra de la Eneida, que atisban los dramas que van a provocar ciertas decisiones de los políticos, pero claman en el desierto hasta que es demasiado tarde. En realidad, ellos nada pueden hacer sino poner en conocimiento del público la realidad desnuda de los hechos, para que este público juzgue y actúe en consecuencia. Como bien dejó dicho Agustín, el periodista no debe tener amigos en los círculos del poder, si acaso conocidos que le faciliten la tarea, pero, a la hora de la verdad, no debe tener escrúpulos a la hora de escribir un artículo. Los mejores periodistas son los que más incomodan, los que coleccionan enemigos. 

El cortijo andaluz comienza de manera inmejorable, con el retrato del chófer de Francisco Javier Guerrero, el principal artífice del escándalo de los ERE falsos, contando la historia sórdida del hombre que acompañaba a quien repartía sin ningún control millones de euros de la Junta de Andalucía y al que en su pueblo apodaban el ministro. Juan Francisco Trujillo compartía con su jefe noches de juerga y cocaína a cargo de fondos públicos ante las mismas narices de un gobierno autonómico que es responsable por acción u omisión. Pero esta no es, ni mucho menos, la única historia que desgrana Agustín en su libro. Por sus páginas pasan la reestructuración de las Cajas de Ahorro, que vamos a pagar todos los ciudadanos de nuestro bolsillo, la creación de infinidad de empresas e instituciones públicas, cuyo principal fin parece consistir en enchufar a familiares y conocidos de los políticos en el poder, el mantenimiento de una televisión autonómica que cuesta muchísimos millones de euros al año y ofrece una programación de ínfima calidad, el despilfarro en obras inútiles, no sólo a nivel autonómico, sino también municipal...

Lo cierto es que a día de hoy Andalucía se ahoga, por mucho que la publicidad institucional asegure lo contrario. Con una de las tasas de paro más altas de la Unión Europea, durante estos treinta años de autonomía es obvio que no se ha hecho lo suficiente con los recursos que han generado los años de bonanza para desarrollar una auténtica economía productiva y diversificada, un mal que comparte, por cierto, con muchos otros territorios de nuestra agrietada España. Desde luego que se han producido avances, y yo soy el primero en darme cuenta de ello: las autovías, el tren de alta velocidad, el subsidio agrario, tan polémico y generador de prácticas irregulares como salvador de la Andalucía rural porque, de no existir, nuestros pueblos estarían despoblados y la tierra abandonada, como sucede en muchas zonas de Castilla-León. El mayor error ha sido intentar introducir a trompicones a Andalucía en la modernidad, sin planes coordinados y bien definidos, sino con medidas efectistas (expos, parques tecnológicos) que no siempre funcionan.

Andalucía es una tierra con historia y a veces ha ido a la cabeza de la civilización. Sólo hay que pasear por muchos de sus pueblos para encontrar vestigios del pasado de épocas muy diversas y sorprenderse de lo que hemos sido capaces en el pasado. Es un lugar estupendo para vivir en muchos aspectos, no tan en otros. Respecto a lo a que a mí más me interesa, si viajo en el metro de Madrid seguro que encuentro a muchas personas sumergidas en la lectura de un libro. Si viajo en un autobús malagueño (aunque hace tiempo que no lo hago, lo sé), será extraño que alguien vaya leyendo. Estas sutiles diferencias son las que marcan la marcha de una comunidad y son las que hay que esforzarse por superar. El principal déficit de esta región ha sido siempre la educación, a pesar de contar con magníficos profesionales consagrados a ella. El libro de Agustín, al que desde aquí felicito calurosamente por su arduo trabajo, puede servir perfectamente como crónica de una época de excesos que nunca debieron darse, para depurar responsabilidades y, sobre todo, como buen libro periodístico, para reflexionar acerca de lo que se ha hecho mal y no volver a cometer dichos errores. ¿Es demasiado tarde para eso? ¿Es demasiado tarde para convertir lo que muchos contemplan como un cortijo en una administración moderna al servicio de todos los ciudadanos? El tiempo y el trabajo de los andaluces tienen la respuesta.

2 comentarios:

  1. Me quedé pensando en la torre de Pelli. Para vosotros,como que va sobrada, y para quienes vivimos en otras latitudes,nos hace ilusión tener en la ciudad en que vivimos una de las obras de Pelli.Aunque si por mi fuera, pretendería un edificio surgido de la inspiración de Gehry,el autor del MUSEO GUGGENHEIN DE BILBAO,por la sencilla razón de que, desde que existe, nadie que pise suelo hispano puede sustraerse a conocer esa rara joya de nuestros tiempos.Todos, absolutamente todos van a conocer el GUGGENHEIM:y además se ponen entre las patas de la negra araña para que sus amigos y familiares les tomen la foto.Así es. Os comprendo. Tantos y tantos tesoros del pasado podéis mostrar a vuestros visitantes,que la torre de Pelli os arruina el paisaje. Y en algunos sitios, pues nos falta! Cordiales saludos.

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  2. Estuve en su día en el Museo Guggenhein y me pareció un edificio que se integraba perfectamente en el paisaje donde estaba enclavado, algo que no sucede con la torre Pelli que, a falta de verla terminada, es un edificio desmesurado que estropea la visión de un entorno tradicional. Sólo hay que verlo para darse cuenta. Hubiera estado mejor enclavado en otro barrio de Sevilla, como Nervión.

    Saludos.

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