domingo, 2 de diciembre de 2012

ARDE MISSISSIPPI (1988), DE ALAN PARKER. LA TIERRA DEL ODIO.


Aunque la Guerra Civil (1861-1864) fue ganada por el Norte antiesclavista, un siglo después en el Sur de Estados Unidos persistía una situación de segregación racial absolutamente arraigada en aquella sociedad como algo que estaba en la naturaleza de las cosas. En 1964 desaparecieron en un pueblo del Estado de Mississippi tres activistas de una organización defensora de los derechos humanos. La película de Parker narra la investigación por parte de dos agentes del FBI de muy distinta condición, pero igualmente decididos a sacrificar lo que haga falta para castigar a los culpables.

 Ward (Williem Dafoe) es un profesional íntegro y muy ortodoxo en su metodología de trabajo (a pesar de que tendrá que renunciar a algunos de sus principios dadas las circunstancias). Anderson (Gene Hackman) proviene de Mississippi, por lo que conoce de primera mano como es la vida cotidiana en estos pequeños pueblos, por lo que sus métodos van a ser más contundentes: impera una especie de ley del silencio para todo aquel que no esté de acuerdo con el status quo y además, todavía se encuentra activo el Ku Klux Klan, una organización clandestina surgida precisamente tras la derrota de los confederados en la Guerra Civil, convencida de la necesidad de defender la supremacía blanca y que no duda en aterrorizar a los miembros de los que consideran la raza inferior. En el pueblo del crimen, la corrupción es endémica: casi todos los poderes locales, desde el alcalde hasta el sheriff son abiertamente racistas y consideran la presencia del FBI en su territorio como una intolerable injerencia externa. 

Lo mejor de Arde Mississippi es el retrato que Alan Parker realiza de un territorio dominado por la intolerancia y el miedo, como se acepta como algo natural que en los restaurantes existan espacios separados para blancos y negros y que estos últimos realicen los peores trabajos y sobrevivan prácticamente como esclavos al capricho de la raza dominante. Repito, nos encontramos en una fecha tan relativamente reciente como 1964. También es verdad que en Sudáfrica se dio este estado de cosas hasta principios de los años noventa, a pesar de la protestas (a veces demasiado tibias) de la comunidad internacional.

Realmente, situaciones como las que describe el film no pueden normalizarse de la noche a la mañana. Un racismo tan enraizado necesita de un profundo cambio generacional para ir disipándose, algo que estaba sucediendo precisamente en los años sesenta, años de gran activismo social, que podían generar mártires, como los asesinados al principio de la película. Estados Unidos ha avanzado mucho en integración racial en sus Estados sureños, aunque si navegamos un poco por internet, podemos encontrar la web del Ku Klux Klan, organización que se mantiene activa y, al parecer, con buena salud. No en vano, ellos aseguran en la página que Dios está de su parte.

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