sábado, 17 de noviembre de 2012

COSMOPOLIS (2003), DE DON DELILLO Y DE DAVID CRONENBERG (2012). EL CAPITALISMO FUNERAL.


Un hombre muy joven, impecablemente trajeado está en actitud de espera en una acera de Nueva York. Se trata de Eric Packer, un alumno aventajado de esa escuela de amos del Universo que tan bien describió Tom Wolfe en La hoguera de la vanidades y Oliver Stone en Wall Street. Pero Eric, como irá descubriendo poco a poco el lector, también tiene afinidades con Patrick Bateman, el protagonista de la novela American Psycho, de Bret Easton Ellis. Es un hijo del capitalismo salvaje, al que la posesión de abundantes bienes materiales no le basta como aliciente de su existencia y busca algo más profundo y destructivo.

La fortuna de Eric no proviene de ninguna actividad productiva que cree riqueza en su país. Él es un mero especulador, alguien que sabe manejar muy bien diversas informaciones para ganar millones apostando a favor o en contra de divisas soberanas, alguien capaz de provocar crisis económicas en países remotos con tal de lograr beneficios a su selecta clientela. ¿Y qué sucede con un joven de veintiocho años cuando ha amasado una fortuna incalculable? Por una parte, ser tan odiado como envidiado. Eric no carece de enemigos y por su eso su vida está blindada: cada movimiento que decide debe ser consultado con su equipo de seguridad, que le informa cada día de nuevas amenazas. Cosmopolis describe una jornada de Eric, que ha decidido volver a su antiguo barrio, concretamente a su antigua barbería, para cortarse el pelo. Y ha elegido un día especialmente complicado: cuando la presencia del presidente de los Estados Unidos y de varias manifestaciones anticapitalistas tienen colapsada la ciudad.

El protagonista se mueve en una limusina insonorizada equipada con todos los lujos que es una especie de parábola de su aislamiento del mundo real. Eric puede observar el exterior, la vida cotidiana de la gente normal, la de los miserables, las manifestaciones contra los de su estirpe, sin que nada le afecte. Su visión del mundo es solo aparentemente inconmovible ya que, después de todo, el viaje que emprende hacia su pasado va a ser transformador. La novela de DeLillo, escrita hace una década, fue profética, y no es casualidad que Cronenberg haya aprovechado este material para rodar una adaptación que habla mucho de la crisis actual de un sistema que se resiste a transformarse, a aceptar controles, a hacerse más humano. Eric Packer es un triunfador, pero también una víctima de un sistema que le ha otorgado un papel protagonista del que ya no se puede desprender. A lo largo de la narración se abunda en esta falta de control, en esta locura económica que en realidad no produce bienes, sino que invita más bien a apostar como si de un casino se tratara:

"Que quiere hacerte creer que hay tendencias y fuerzas previsibles. Cuando en realidad todo son fenómenos que obedecen al azar. Aplica las matemáticas y otras disciplinas, desde luego. Pero al final te las ves con un sistema que escapa a todo control. Histeria a muy altas velocidades, día a día y un minuto tras otro. Los habitantes de las ciudades libres no tienen por qué temer la patología del Estado. Generamos nuestros propios frenesíes, nuestra propia convulsión en masa, impulsados por máquinas pensantes sobre las cuales no tenemos en definitiva ninguna autoridad. El frenesí apenas es perceptible durante la mayor parte del tiempo. Es sencillamente nuestra manera de vivir."

Una manera de vivir que exige estar en guardia las veinticuatro horas, puesto que los mercados no descansan nunca, y son amantes muy exigentes. Tras haber descrito la vida y pensamientos de Eric, la segunda parte de la novela es una especie de descenso a los infiernos del protagonista, que ya ha entrevisto a través de los cristales blindados de su limusina que ese día no es un día cualquiera, sino una jornada de cambios, pero en un sentido muy distinto al que predican los apologistas de la crisis. 

La adaptación de David Cronenberg ha dejado casi intacto el material original. Se trata de una película de difícil digestión para quien no haya disfrutado la novela, ya que sus diálogos resultan muy artificiales al ser llevados a la pantalla. Lo mejor del film es el ambiente que crea el realizador canadiense, de una Nueva York monstruosa y casi apocalíptica, como si en sus calles se estuviera librando una batalla silenciosa entre el bien y el mal. La gran sorpresa es Robert Pattinson, perfecto en el papel de Eric Packer, quizá porque, por primera vez en su carrera, interpreta a un vampiro auténtico, un ser que da miedo de verdad.

3 comentarios:

  1. Sí, pero mejor leer el libro antes de ver la película...

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  2. Otra criatura pretenciosa del Sr. Cronenberg (por qué no seguir el camino de 'Promesas del Este'?), perdido en sus masturbaciones capitalistas y apocalípticas disfrazadas de vampiros...

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