jueves, 4 de octubre de 2012

SUSANA, DEMONIO Y CARNE (1950), DE LUIS BUÑUEL. PERTURBANDO EL ORDEN FAMILIAR.


En la mente retorcida de Luis Buñuel el orden familiar burgués o tradicional era tan frágil que cualquier pequeño elemento podía perturbarlo y hacer que sus miembros abandonaran sus buenas costumbres y se abonaran a sentimientos reprimidos que siempre están acechando bajo la máscara social.

A una próspera hacienda, donde todos se afanan en su labor diaria y cada cual sabe donde está su lugar llega una muchacha que ha escapado de un reformatorio. La familia propietaria simpatiza pronto con ella, ya que sabe hacerse la inocente con mucha facilidad. Mientras todos creen estar ante una muchacha hacendosa y cándida, ella va seduciendo, de forma individual, a los hombres más importantes de la hacienda: el propietario, su hijo y el capataz. Sólo una vieja sirvienta supersticiosa será capaz de ver desde un principio la verdadera naturaleza de Susana: una tentadora que va a acabar con la paz familiar, el diablo vestido de mujer.

El patriarca ve reactivada su sexualidad con la sola presencia de Susana. Famosa es la escena en la que, después de conversar con ella, da un apasionado y absurdo beso a su mujer, que le mira con extrañeza. El hijo, un ratón de biblioteca, otorga a la protagonista cualidades casi celestiales, pues le ha despertado sensaciones que permanecían ocultas bajo varias capas de erudición. Para el capataz todo es más sencillo, pues está en su naturaleza seducir a la brava a mujeres como aquella. Susana se complace en despertar tales pasiones, como si fuera un demonio femenino llamado a destruir la concordia familiar. En realidad, lo que está haciendo esta mujer es arrancar máscaras, una detrás de otra y sacar a relucir el verdadero rostro de estos hombres que hasta ahora se han comportado razonablemente en el papel que la naturaleza les había otorgado. El final es irónico: cuando consiguen deshacerse de ella, a través de la fuerza pública, vuelve a salir el Sol y la familia se reúne para desayunar apaciblemente, como si todo el pasado reciente no hubiera sido más que una molesta pesadilla.

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