domingo, 21 de octubre de 2012

NAPOLEÓN (1925), DE EMIL LUDWIG. LAS CONTRADICCIONES DEL EMPERADOR.


Después de ver a Marlon Brando interpretando a Napoleón en Désirée, de Henry Koster (1954), me acordé de un libro que hacía tiempo decoraba mis estanterías, un viejo proyecto de lectura: la biografía de Napoleón de Emil Ludwig, un escritor que tiene muchos puntos de semejanza con Stefan Zweig y al que se le debe una labor de recuperación en España semejante a la que se ha realizado con el escritor austriaco. La vida de Napoleón, tan apasionante, se convierte en una joya narrativa en manos de Ludwig. Aquí el artículo:



Napoleón es uno de los personajes más contradictorios de la historia. Hijo de la Revolución Francesa, supo trastocar sus principios para convertir Francia en un Imperio en el que él era el soberano absoluto. Impulsor de la meritocracia en detrimento de los antiguos derechos hereditarios, elevó a sus hermanos a tronos de toda Europa tratando de crear un nuevo orden fundado en derechos dinásticos. De ahí su obsesión por tener un heredero. Napoleón era un ser mudable por naturaleza, pionero en eso tan de moda hoy, el arte de reinventarse. De nacionalista corso pasó a ser el máximo representante del país que se suponía que era el opresor de su tierra. Es indudable que en Bonaparte se daban los rasgos del genio: sólo un superdotado podía dominar tantas materias y discurrir brillantemente en muchas de ellas.

Un hombre brillante en diferentes disciplinas

Su cerebro funcionaba como los actuales ordenadores, con archivos repletos de información que pueden abrirse o cerrarse a voluntad del usuario:

"Cuando quiero interrumpir un asunto, cierro su cajón y abro el correspondiente a otro. Jamás se mezclan unos con otros, y jamás me incomodan ni fatigan. ¿Qué quiero dormir? Pues cierro los cajones y me quedo dormido." (citado en Emil Ludwig, Napoleón, Círculo de Lectores, pag. 392-393)

Siendo un eminente intelectual, su necesidad de movimiento, de acción, se imponía siempre y le hizo prosperar en una época de cambios que él supo interpretar mejor que nadie. Su llegada al poder coincidió con un momento especialmente caótico de la Revolución y él supo canalizar los deseos de orden de la mayoría de la población, aunque finalmente llevara a Francia a la derrota y al desastre.

Un genio estratégico continuamente puesto a prueba

El destino facilitó el hambre de gloria de Napoleón, pues las monarquías europeas de la época no podían tolerar un país díscolo en el centro de Europa que pudiera servir de ejemplo emancipador para sus propias poblaciones. El futuro emperador hizo de esta situación de guerra impuesta una oportunidad para extender las ideas revolucionarias más allá de las fronteras francesas y en los años siguientes su genio militar, basado en su extraordinaria capacidad de cálculo, sería repetidamente probado, logrando brillantes victorias que le harían el dueño de Europa.

Es singular que, al menos de cara a sus enemigos, Napoleón tomara las batallas como embates deportivos y después de las mismas se reuniera con los vencidos para comentar las tácticas adoptadas. A su favor hay que decir que siempre intentó negociar paces definitivas que nunca eran aceptadas del todo por quienes veían en él un advenedizo que estaba en un lugar que no le correspondía.


Bien es cierto que Napoleón nunca rehuía una campaña y a veces las provocaba él mismo a través de la complicada diplomacia de la época. Además, se sentía a sus anchas en el campo de batalla y el hecho de sacrificar miles de hombres nunca le importó demasiado. Pero, eternamente contradictorio, podía mostrarse sensible ante la visión de un herido o simplemente de un perro que se lamenta de la muerte de su dueño. En lo que sí era un maestro era en el arte de autojustificarse, como puede verse en esta misiva a Fouché:

"Necesito ochocientos mil hombres, y ya los tengo, arrastro a toda Europa tras de mí y Europa no es sino una vieja mujer, de la que haré lo que se me antoje con mis ochocientos mil hombres. En otra ocasión me dijo usted que consideraba como propio del genio el hecho de no encontrar nada imposible. Por otra parte ¿qué puedo hacer, si un exceso de poder me arrastra a la dictadura mundial? uest;No han contribuido a ello usted y tantos otros que me critican hoy y querían hacer de mí un rey complaciente? Mi destino no se ha realizado aún; quiero acabar con lo que apenas está esbozado. Necesitamos un código europeo, un tribunal de casación europeo, una misma moneda, los mismos pesos y medidas, las mismas leyes; es menester que yo haga de todos los pueblos de Europa un sólo pueblo. Este es, señor, el único desenlace que me conviene." (citado en Emil Ludwig, Napoleón, Círculo de Lectores, pag. 259).

El legado napoleónico

Aunque más recordado por sus guerras que por su actividad administrativa, es precisamente esta última la que ha perdurado y el mejor legado que dejó a Francia: el Código Civil, la reforma de la enseñanza, el estímulo a la investigación científica (aunque también la censura estuvo presente en durante su mandato), la laicidad del Estado y el fomento de la meritocracia. También, como se ha visto en la carta, la idea de Europa como una sola nación, que solo sería posible (parcialmente) siglo y medio después, pero no a través de la guerra, como él pretendía, sino precisamente para evitar nuevos conflictos.

Napoleón era un hombre volcánico y nada de lo humano le era ajeno. Una de sus grandes cualidades es saber administrar su tiempo para sacarle el máximo rendimiento. Aún cuando la desgracia se abatió sobre él, supo sobrellevarla como un filósofo y se dedicó al examen de sus propias acciones. ¿Cómo sería una Europa con un Napoleón triunfante? ¿Hubiera habido alguna vez una paz definitiva aceptada por todas las naciones o la historia hubiera seguido su turbulento curso de costumbre? Es seguro que así hubiera sido, pues el Congreso de Viena, celebrado por los triunfadores tampoco evitó constantes brotes revolucionarios en Europa durante el siglo XIX.

La visión de León Tolstói

Emil Ludwig escribió en su día una biografía apasionante desde una no disimulada admiración al personaje, contradiciendo la idea de León Tolstói, expresada en Guerra y paz de que el corso no fue más que un instrumento de la historia, que hubiera sido la misma sin él. Más que una mera descripción de hechos históricos, el ensayo de Ludwig es una interpretación de la mirada de Napoleón sobre los mismos y de sus consiguientes acciones, tanto públicas como privadas.

Hitler, lector de Ludwig

Resulta curioso, que aúohibiendo los libros del escritor de Silesia, Hitler leyera varias veces esta biografía y que acabara cometiendo los mismos errores que el emperador. Aún sin admirar al personaje, que puede ser considerado igualmente como un genio o un loco, Ludwig creó todo un clásico de la biografía, que no carece de indudables méritos literarios.

2 comentarios:

  1. Napoleón! Que visionario! Cómo sería nuestra Europa de haberse logrado consolidar en su tiempo los Estados Unidos de Europa? Como siempre,Gran Bretaña impidiendo esos brillantes proyectos.

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  2. Brillantes proyectos sin duda, pero los medios para llevarlos a cabo fueron inadecuados. Es mejor construir Europa pacíficamente y sin hegemonías nacionales. (Ahora se si sigue llevando a cabo pacíficamente, pero bajo la hegemonía de Alemania).

    Saludos.

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