Quedan pocos supervivientes de aquellos años, pero, aunque parezca mentira, hubo un tiempo, a finales del siglo XIX y principios del XX en el que el tráfico y consumo de drogas no se consideraba una conducta penalmente ilícita. El problema de la droga podía ser un asunto de salud individual, pero jamás un problema que afectara a la seguridad ciudadana. La llamada "guerra contra las drogas" fue un invento surgido en Estados Unidos que se ha extendido al resto del mundo y que solo ha dado como resultado un caos de violencia, miseria y delincuencia.

Por su carrera profesional, Araceli Manjón-Cabeza ha vivido muy de cerca la problemática de la droga. Como profesora titular de Derecho Penal de la Universidad Complutense de Madrid, magistrado suplente en en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y directora del Gabinete del Plan Nacional contra la Drogas, Manjón-Cabeza fue advirtiendo que la política actual de lucha contra la droga y tolerancia cero es una especie de tarea de Sísifo para los Estados implicados y acaba favoreciendo a los grandes narcotraficantes, que se hacen con las riendas de un negocio inmenso y seguro: la demanda de droga no ha hecho sino acrecentarse en los últimos años. La idea de escribir La solución le surgió como una necesidad absoluta, como un llamamiento al cambio de política por parte de los distintos gobiernos:

"Las afirmaciones recién hechas valen para un régimen de prohibición planetaria de drogas como el que todavía padecemos. En un régimen de permisión y estricto control estatal de la producción y distribución de drogas no hablaríamos de los "problemas de la droga", sino del "problema de la droga", e iría referido solamente a los casos de consumo abusivo generador de efectos negativos que además serían menores que los que hoy se detectan; y ello porque desaparecerían de la circulación las adulteraciones que hoy se detectan (...) Por otro lado, el consumidor de un mercado legal acudiría a la farmacia (...) a adquirir la droga y no a ciertos ambientes especialmente insalubres y peligrosos, a veces caldo de cultivo de la criminalidad, como ocurre en un mercado clandestino."

Una de las más fuertes acusaciones que se lanzan en el libro contra Estados Unidos la constituye el hecho de que su propio gobierno, a través de la CIA, fue quien introdujo el crack , la droga imperante durante los años ochenta en la calles de las ciudades estadounidenses. La introducción de este auténtico veneno, que en realidad está compuesto por los residuos que deja la fabricación de la cocaína, permitió a la CIA financiar a la Contra nicaraguense. Mientras tanto, en los barrios más pobres, el crack, como alternativa barata a la cocaína hacía furor. Las desdichadas víctimas de esta sustancia se vieron atrapadas en un auténtico infierno, pues necesitaban decenas de dosis al día, las cuales les procuraban un bienestar efímero. En un mundo con droga legalizada y controlada por el Estado, nunca hubieran sucedido hechos semejantes. Es como si, con el alcohol legalizado, alguien pudiera sacar beneficios de la venta de mero garrafón.

Este mismo Estados Unidos que concibe ante sus ciudadanos y ante el resto del mundo la lucha contra la droga como una auténtica cruzada, niega cualquier experimento de legalización o meramente de despenalización al consumo en los paises sudamericanos, negándoles ayuda económica si se atreven a abordar un cambio de de política semejante. Mientras tanto, en estos países las cruzadas contra las drogas se transforman paulatinamente en guerras de baja intensidad, donde cada vez mueren más inocentes y poblaciones enteras, prósperas en el pasado, caen en la decadencia y en el terror, sumidas en el fuego cruzado de una violencia sin sentido.

Es lo que sucede actualmente en México, el nuevo paraíso de los narcotraficantes. En 2006, el nuevo presidente Felipe Calderón lanzó lo que denominó "guerra total contra el narco", utilizando al ejército para intentar combatir a los cada vez más poderosos clanes de la droga. Esta desastrosa y poco inteligente polítca ha llevado el infierno a ciudades como Monterrey, antaño una urbe muy próspera. El ejército, poco entrenado para este tipo de operaciones, actua de un modo salvaje, poco policial. El narcotráfico no se adedra, el negocio es demasiado beneficioso como para abandonarlo. Es más, sus medios superan en muchas ocasiones a los del Estado y pueden plantarle cara con armas aún más sofisticadas.

El resultado es una guerra de todos contra todos: el ejército contra los narcotraficantes, estos entre ellos, por sus eternas querellas mafiosas y todos contra los civiles inocentes. En el proceso quedan muchos muertos y muchos políticos corrompidos. Los jóvenes, sin otras expectativas, se enrolan, ya sea de grado o por fuerza, en las filas de los narcotraficantes, que aumentan su poder día a día. Los telediarios de los últimos meses están salpicados de terribles imágenes llegadas de la ciudad de Monterrey: cadáveres colgados en puentes, asaltos armados a casinos... desafíos permanentes a una autoridad estatal que cada vez brilla más por su ausencia. "Monterrey está hasta la madre", gritan sus ciudadanos. Pero la guerra sigue, después de haberse cobrado más de sesenta mil víctimas.

Frente a todo esto, Araceli Manjón Cabeza propone una política nueva, mucho más valiente e inteligente, algo que acabe con esta dicotomía perversa en la que México nutre a Estados Unidos de droga y Estados Unidos a México de armas cada vez más sofisticadas, que acaban llegando a las manos menos adecuadas. En Europa, la percepción del problema se ha relajado, puesto que el espacio marginal de la droga se ha ido reduciendo y ahora es un asunto más privado y discreto, sin olvidar la problemática que supone su consumo por parte de jóvenes en las fiestas de fines de semana. Hay que empezar por legalizar las drogas blandas, como muy valientemente está haciendo en Uruguay. Intelectuales de la talla de Mario Vargas Llosa apoyan que este sea el camino y que se deje atrás un siglo de prohibicionismo que sólo ha dado como frutos una expansión planetaria del crimen, de la corrupción y de sustancias sin ningún control sanitario.