viernes, 27 de mayo de 2011

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE (1722), DE DANIEL DEFOE. UNA PLAGA BÍBLICA.


Daniel Defoe, el célebre autor de "Robinson Crusoe" vivió la peste de Londres de 1665 a la edad de cuatro años. Puede que le quedara algún recuerdo, pero su crónica es tan verosímil porque seguramente recopiló muchos testimonios de aquellos terribles días. La lectura de este libro estremece, porque es como si una voz nos hablara desde un pasado que tiene mucho de apocalíptico: no hay que olvidar que el año siguiente, 1666, fue el del gran incendio de Londres. Aquí el artículo:

La vida de Daniel Defoe (1660-1731) suele ser desconocida más allá de que fue el autor de "Robinson Crusoe", que es, por cierto, una novela absolutamente moderna para la época en que fue escrita. Nacido en Londres, durante su juventud, Defoe fue un ambicioso hombre de negocios al que ahogaban continuamente los acreedores. Llegó a pasar temporadas en prisión por esta causa. Posteriormente estará muy vinculado a la revolución de 1688, que estableció definitivamente el sistema parlamentario en Inglaterra. Enredado continuamente en las intrigas políticas de la época, llegó incluso a pasar tres días en la picota, lo que provocó que publicara su "Himno a la picota".
Su célebre "Robinson Crusoe" es una de estas novelas que, como en el caso de "Viajes de Gulliver", de Jonathan Swift, "La isla del tesoro", de Robert Louis Stevenson o "Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, popularmente se estima que fueron escritas exclusivamente para un público juvenil, cuando en realidad se trata de libros universales, tan magistrales que son capaces de dialogar con distintas generaciones de lectores, a las que siempre tienen algo nuevo que transmitir.

Aunque escrito en forma autobiográfica por una persona adulta, el "Diario del año de la peste" describe la plaga que asoló la ciudad de Londres entre 1664 y 1665, por lo que cuando estos hechos sucedieron Defoe tendría unos cuatro años. Pocos recuerdos podían quedarle de aquellos días, así que debemos considerar este libro como un reportaje de ficción, si bien muy verosímil y muy bien documentado.

Conocida desde la Edad Antigua, la peste es una enfermedad contagiosa que ha quedado en la memoria colectiva de la humanidad como la más terrible de las plagas. Hoy en día se conoce que el mal está provocado por una bacteria transmitida principalmente por una pulga que suele estar presente en las ratas y demás roedores. El hacinamiento y la suciedad de las ciudades de siglos atrás facilitaban la expansión de la enfermedad. No existía remedio alguno para la misma, más allá de la oración. Quien podía huía de las ciudades contaminadas, quien no, se encerraba en su casa, esperando que el brote pasase lo antes posible.

Según cuenta Defoe, la llegada de la peste en Londres vino precedida por algunos signos: la aparición de un par de cometas que hacían un "ruido estrepitoso, feroz y terrible, aunque distante" y la multiplicación de charlatanes y profetas que presagiaban la destrucción de la ciudad como un castigo divino. La gente llegó a encontrarse tan sugestionada que creía en todo tipo de prodigios y supersticiones: veía apariciones en el cielo o fantasmas en los cementerios, anunciando una epidemia que comenzaba a cobrarse sus primeras víctimas.

Al protagonista de esta narración los primeros brotes de la plaga le provocan un mar de dudas. ¿Debe huir de la ciudad o quedarse y atender sus negocios? Al final decide permanecer en su casa y se convierte en un cronista veraz de esos días de terror y tristeza, cuando parecía que nadie iba a librarse de sufrir la más terrible de las muertes.

El aspecto de Londres va volviéndose cada día más desolado: la gente se encierra en sus casas y escucha los terribles lamentos de los contagiados. Los carros que recogen a los muertos recorren los barrios y arrojan cientos de cadáveres cada día en fosas comunes. Las casas contaminadas se señalan con cruces rojas y son sometidas a vigilancia para que sus moradores no salgan al exterior, por orden de los magistrados de la ciudad. Esta vigilancia es burlada en más de una ocasión, ya sea mediante alguna estratagema para engañar al guardián, ya mediante soborno. De esta manera, los infectados recorren las calles o los campos, propagando la enfermedad en un círculo que no parece tener fin.

Cierto es que la enfermedad se ensañó más en unos barrios que en otros, sobre todo en los más pobres. También algunos aprovecharon la desgracia para hacer negocios, como Samuel Pepys, que se enriqueció y pudo anotar en su famoso diario a finales de año: "Nunca he vivido tan dichosamente (y, además, jamás gané tanto dinero) como en esta época de peste."

La medicina de la época estimaba que el contagio se producía a través de ciertos vapores o hálitos, llamados efluvios por los médicos, que emanaban de la respiración o las terribles llagas de los que se encontraban enfermos. La persona sana que respiraba estos efluvios caía enferma, por lo que trataba de aislarse a los apestados en lo posible. De lo que no cabe duda es de los sufrimientos que tenía que afrontar quien era contagiado. Defoe no ahorra veracidad ni dramatismo en sus descripciones:

"Las cosas aterradoras que veía al salir a la calle habían llenado de espanto mi espíritu, por miedo a contraer la enfermedad, que era, por cierto, horrible en sí misma y más horrible en algunos que en otros. Los bubones que generalmente se localizaban en el cuello o en la ingle se hacían, al endurecerse y cuando no se abrían, tan dolorosos como la tortura más refinada. Algunos desventurados, incapaces de soportar el tormento, se arrojaban desde lo alto de los balcones, o se pegaban un tiro, o se destruían por cualquier otro medio; casos como estos vi muchos."

Una de las experiencias más interesantes de la lectura de "Diario del año de la peste" es constatar las relaciones entre ciencia y religión en aquella época. Aunque eran los médicos los que visitaban a los enfermos, con pobres resultados, dados los conocimientos de la época, la plaga era comúnmente interpretada como un castigo divino. Aún así, la gente reforzaba su fe ante tan terrible prueba y llenaba las iglesias, a pesar del alto riesgo de contagio.

Cuando la enfermedad empezó a remitir, con la bajada de temperaturas, se interpretó como una merced divina. El mismo Dios que castigaba y lanzaba miseria sobre sus fieles, al final se apiadaba de los mismos y los perdonaba. Para el narrador el fin de la plaga es una especie de milagro:

"No era el efecto de una medicina recientemente hallada, ni el descubrimiento de una nueva cura, ni el resultado de una experiencia operatoria obtenida por los médicos. Era, evidentemente, el efecto de la Mano Invisible de Aquel que trabaja en secreto y que primeramente había desencadenado la enfermedad sobre nosotros como un juicio. Que los ateos consideren mis asertos como mejor les parezca, no soy un iluminado, y en este momento todo el mundo lo reconoció. El mal había perdido su fuerza: su malignidad se había agotado. Que esto provenga de donde quiera, que los filósofos procuren explicarlo con razones naturales y trabajasen cuando deseen por disminuir la deuda que han contraído con el Creador, el hecho es que los médicos, que no tienen el menor rasgo de espíritu religioso, se vieron obligados a admitir que era algo sobrenatural y extraordinario que no se podía explicar."

Las desgracias no terminaron para la ciudad inglesa con el fin de la peste. Al año siguiente se produjo un gran incendio que devoró buena parte de la ciudad. ¿Se arrepintió Dios de su misericoridia? Lo cierto es que los londinenses supieron superar ambas calamidades y resurgieron de ambas construyendo una ciudad más moderna, el Londres que puede visitarse hoy.

martes, 24 de mayo de 2011

POR QUÉ GANARON LOS ALIADOS (1995), DE RICHARD OVERY. LA GUERRA TOTAL.


Muy bueno el libro de Richard Overy, todo un clásico en los estudios de la Segunda Guerra Mundial. Su planteamiento es un estudio global de la guerra sin dar nada por supuesto, es decir, analizando los momentos decisivos de la contienda, sobre todo en los años 1942-43, que es cuando cambiaron las tornas y la iniciativa pasó a los Aliados. No se olvida el historiador británico de la relevancia de la producción y de la moral en las filas de los distintos combatientes, elementos esenciales para conseguir la victoria. Aquí el artículo:

Cuando observamos el resultado de la Segunda Guerra Mundial en perspectiva, parece como si la victoria de los Aliados hubiera sido inevitable. La posición de las potencias del Eje se hizo insostenible a partir de finales de 1942, luchando a la vez en varios frentes, contra enemigos con una potencia industrial que parecía multiplicarse cada día.

Sin embargo, las explicaciones no son tan sencillas. Lo cierto es que la victoria o derrota en una guerra dependen de las resoluciones que se adoptan en los momentos decisivos. En la Segunda Guerra Mundial existieron varios de estos momentos críticos en los que el triunfo pudo decantarse por uno u otro bando. Tal y como explica Richard Overy:

"Para explicar la victoria aliada se requiere un lienzo amplio y un pincel grande. Fue un conflicto único, tanto por su escala como por su extensión geográfica. Se movilizaron recursos colosales en inmensas distancias. El campo de batalla era mundial en un sentido muy literal. Los Aliados pensaban que no se trataba de ganar la guerra en una zona de combate concreta, sino que debía ganarse en todos los teatros de operaciones y en todas las armas: por tierra, mar y aire. La lucha por la victoria fue, pues, costosa, extensa y, sobre todo, lenta. Las exigencias de la guerra fueron extraordinarias para todos los estados beligerantes de ambos bandos. Todos ellos movilizaron una tercera parte (o más) de sus recursos humanos y dedicaron hasta dos tercios de su economía a satisfacer las necesidades inagotables del frente".

Como es bien sabido, la guerra en Europa comenzó con la materialización de la política agresiva de Alemania, que, con la excusa de superar la humillación del Tratado de Versalles, en realidad pretendía construir un imperio sustentado en el "espacio vital" que debía conquistarse en una guerra contra la Unión Soviética.

Los dos primeros años se consumaron fáciles victorias por parte de los ejércitos de Hitler. La caída de Francia a punto estuvo de hacer firmar la paz a Inglaterra. Solo la voluntad de resistir por parte de Churchill, hizo aguantar contra todo pronóstico a los ingleses como combatientes, resguardados por el Canal de la Mancha y una eficaz defensa aérea. Ante esta tesitura, los ojos de Hitler se volvieron hacia el este, desencadenando en 1941 la Operación Barbarroja, rompiendo el tratado de amistad que le unía hasta aquel momento con la Unión Soviética.

También en este caso los alemanes estuvieron a punto de llevar al colapso a sus enemigos. Las primeras semanas estuvieron jalonadas de triunfos que les hicieron avanzar cientos de kilómetros en un extensísimo frente. La sorpresa y la ferocidad del ataque casi noquearon a un Stalin que tardó en reaccionar, desesperado ante lo que creía una derrota segura para su país. Poco a poco, y estimulando una guerra patriótica, basada en los mitos eternos de Rusia (algo insólito para el Estado comunista) fue galvanizando una resistencia al principio desesperada y paulatinamente cada vez más organizada. Los rusos debieron aprender rápidamente de sus errores y estudiar las tácticas de su enemigo.

1942 va a ser el año decisivo de la guerra. Después de haber sido detenidos en invierno a las puertas de Moscú, los nazis planean una nueva y ambiciosa ofensiva, para apropiarse del Cáucaso y sus fuentes petrolíferas. A pesar de los prometedores resultados de los primeros meses, las fuerzas alemanas serán insuficientes para mantener un frente tan extenso, máxime cuando su principal esfuerzo va a ir encaminado a la conquista de una ciudad con poco peso estratégico, pero gran simbolismo: Stalingrado.

Mientras tanto, los Estados Unidos han entrado en la guerra, después del ataque japonés en Pearl Harbour. Observando las batallas de los meses posteriores, el error de los japoneses parece monumental. A los estadounidenses les bastó la batalla de Midway para destruir varios portaviones de su enemigo y tomar la iniciativa, en una costosa campaña isla por isla que estaban seguros de terminar ganando. Los japoneses basaban su táctica en la superioridad espiritual del soldado japonés, educado para morir en el campo de batalla y no rendirse jamás. Los estadounidenses se apoyaron en algo mucho más práctico: las enormes dimensiones de su industria, lo que pronto se tradujo en una apabullante superioridad material sobre el Japón.

En Europa, a principios de 1942 los Aliados se encontraron con el problema de dominar el Atlántico, para evitar las inmensas pérdidas que provocaban los submarinos alemanes en los convoyes de suministros. Fue una lucha dura y tenaz, en la que fueron decisivos los pequeños avances tecnológicos que permitían estar un paso por delante del enemigo. Una vez vencida la batalla del Atlántico, los Aliados no podían pensar en un desembarco en el Norte de Europa sin derrotar a la Luftwaffe y desarrollar una campaña brutal de bombardeos que afectara gravemente a la industria bélica alemana, así como a la moral de sus ciudadanos. También en este caso fueron pequeños avances tecnológicos, que permitieron mayor autonomía de vuelo a los cazas que escoltaban a los bombarderos, los que permitieron ganar la batalla.

Fue una suerte para los Aliados que no se precipitaran en realizar el necesario desembarco en el Norte de Europa antes de haber vencido a la marina y aviación alemanas. A principios de 1943, una vez consumado el desastre de Stalingrado, Alemania era todavía un enemigo formidable. Lo que verdaderamente salvó a la Unión Soviética fue la prudencia de Stalin, que supo dejar la dirección de la guerra a especialistas, al contrario de Hitler, que tomó bajo su mando directo al Ejército y quiso volver a tomar la iniciativa en la batalla de Kursk, lo que supuso un auténtico desastre para sus blindados, obligándole a partir de entonces a luchar defensivamente.

Mientras tanto, Hitler había descuidado el frente que verdaderamente podía haberle dado la victoria: el Mediterráneo. Si sus ejércitos hubieran sido capaces de cerrar este mar y lanzarse a la conquista de los pozos petrolíferos de Oriente Medio, los Aliados hubieran perdido muchas de sus alternativas y la Unión Soviética hubiera perdido gran parte de los abastecimientos que le llegaban de Occidente. No sucedió así: en realidad el control del Mediterráneo por parte de los Aliados era una condición indispensable para distraer recursos alemanes en la defensa de Italia y los Balcanes, mientras se preparaba el principal esfuerzo: el desembarco de Normandía.

Fue una suerte para los Aliados que no se precipitaran en realizar el necesario desembarco en el Norte de Europa antes de haber vencido a la marina y aviación alemanas. El desembarco fue quizá la operación más complicada de la guerra. Su éxito no fue fruto del azar, sino de una estricta planificación. No obstante, estuvo a punto de fracasar por un factor tan incontrolable como las condiciones atmosféricas. También contribuyó decisivamente a su triunfo la guerra soterrada de los espías, en la que los Aliados lograron que Hitler creyera que Normandía era una mera diversión para distraer a los alemanes de la ofensiva principal, que hipotéticamente iba a producirse en Calais.

La Segunda Guerra Mundial fue también la guerra de la producción. Sin el concurso de la potencia industrial combinada de Estados Unidos y la Unión Soviética, difícilmente los Aliados hubieran ganado. Y no solo eso: los vencedores supieron producir en serie de manera mucho más racional que Alemania, que fabricaba sus armas, de excelente calidad, de manera casi artesanal, con el resultado de que en el frente había tantas clases de vehículos que su reparación (y disponer de sus correspondientes piezas de recambio), eran tareas muy dificultosas. Para los Aliados fue decisivo dejar la producción en manos de industriales civiles, al contrario que en Alemania, donde el control del Ejército retrasaba los encargos en pos de una calidad que estimaban preferible a la cantidad.
En cuanto a la Unión Soviética, no hay que dejar de comentar el milagro que supuso el traslado de fábricas enteras desde la Rusia Europea a territorios más allá de los Urales. Fue esta acción la que salvó al ejército ruso del colapso en los meses críticos de 1941-42. En cualquier caso, a partir de 1943, los Aliados consiguieron, no solo más producción que sus enemigos, sino mejor calidad en sus armas y mayores avances científicos.

Otro de los factores imprescindibles para la victoria fue mantener la cohesión de unos aliados tan heterogéneos. Hasta 1941, y más teniendo en cuenta el pacto de no agresión firmado con Alemania en 1939, Occidente tenía una visión de la Unión Soviética que la equiparaba prácticamente a la Alemania nazi. La colaboración entre los angloamericanos y los rusos, a pesar de ser decisiva, no siempre fue fácil, pues ambas partes temían que la otra llegara en algún momento a algún arreglo por separado con Alemania.

Pero todas estas circunstancias no hubieran tenido valor alguno sin un elemento esencial en todo conflicto: la voluntad de vencer. Como se demostró en la guerra de Vietnam, la mera superioridad material no garantiza la victoria. Los Aliados debieron convencer a sus ciudadanos acerca de la justicia de su causa, algo que fue mucho más ambiguo en el caso del Eje, que en los últimos años de la guerra debieron recurrir al terror y a la amenaza para estimular la voluntad de lucha en sus soldados. Realmente lo justo de la causa de los Aliados no garantizaba en absoluto la victoria, pero sí que fue un estímulo para sus combatientes.

Lo paradójico del final de la guerra es que, aún reforzándose la democracia en la Europa Occidental, dio fruto a un régimen totalitario en la Europa del Este durante otros cincuenta años. Solo la más devastadora de las armas creada en las postrimerías de la guerra, la bomba atómica, impidió un enfrentamiento abierto entre las dos nuevas superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética.

ELECCIONES Y REIVINDICACIONES


Las elecciones han tenido el resultado que podía esperarse: subida del PP (aunque moderada) y desmoronamiento del PSOE, ya que muchos de sus votos han ido a parar a otros partidos como IU o UPyD. A mí particularmente me parece algo natural. La gente está cansada de un gobierno que no termina de resolver la situación económica. Más bien, al contrario, su mensaje es que los ciudadanos habrán de afrontar próximamente nuevas pruebas y que hay que tener sosegados a los mercados, los grandes protagonistas de esta historia.

Me parece muy bien que la gente vote al PP, cada uno es libre de hacerlo a la opción política que prefiera. De hecho, en Andalucía sería hasta higiénico un cambio de, después de treinta años de gobierno socialista y que alguien barriera debajo de las alfombras. Me temo que el caso de los Eres es solo la punta del iceberg. Lo que no puedo entender es que los ciudanos no castiguen la corrupción en lugares como Valencia o que un personaje tan deplorable como Sandokan haya conseguido tanto apoyo en Córdoba, con la promesa de construcción masiva de edificios. Es como si la gente lo que quisiera es volver atrás, a los tiempos dorados de la burbuja inmobiliaria y no fuera capaz de mentalizarse de que eso no debe repetirse, que hay que conseguir que este país produzca algo más que edificios.

Mientras tanto, las movilizaciones del 15 de mayo continúan adelante. Hay que quitarse el sombrero ante quienes continuan acampados desde hace ya diez días, con todas las incomodidades que ello conlleva. He de decir con conocimiento de causa que el ambiente que se está viviendo en estos sitios es de ebullición democrática y continua de ideas. Las asambleas son de participación totalmente libre.

El único error está siendo no emitir un comunicado de mínimos, unas reivindicaciones claras y posibles de cumplir por quienes obstentan el poder. En Egipto la condición sine qua non para abandonar las movilizaciones era que Mubarak se fuera. En España deben establecerse también condiciones. La primera de ellas debería ser el establecimiento de un debate para profundizar en reformas de nuestro sistema democrático, en establecer cauces de participación más continuos. Votar cada cuatro años y desentenderse de lo que hacen los políticos ya no sirve. Yo también propondría el estudio de reforzar los derechos constitucionales al trabajo y a la vivienda haciendo que pasen a formar parte del grupo de derechos fundamentales. ¿Algo muy utópico? Tanto como justo.

Lo mejor de todo es que la gente sigue allí. Cansados pero animados por lo que significa este movimiento. Al menos los políticos se han enterado de que hay gente que piensa por sí misma, que no les sigue con la misma candidez que quienes llenan sus mítines.

EL SILENCIO DE LOS CORDEROS (1991), DE JONATHAN DEMME. HOLOCAUSTO CANÍBAL.


Aunque siempre me ha gustado esta película, recuerdo que renové mi interés en ella el año pasado, cuando en un seminario de Recursos Humanos nos dieron una clase de Negociación basándose en una escena en la que Hannibal y Clarice pactan las condiciones por las cuales el primero va a ayudar al FBI a capturar a un psicópata llamado Búfalo Bill. Todo bajo el lema "Quid pro quo".

Y hay que agradecer al creador de los personajes, el novelista Thomas Harris que ideara un planteamiento tan original: el caso solo puede resolverse anticipándose a los movimientos del asesino, y para ello hay que conocer sus motivaciones. Solo un hombre posee una mente tan retorcida como para encargarse de ese trabajo: Hannibal Lecter, interpretado magistralmente por Anthony Hopkins en el papel por el cual será más recordado. La encargada de mantener el contacto con este ser que representa el mal absoluto será Clarice, una agente que ni siquiera ha salido de la academia, pero cuya inocencia y moralidad cautivan a Lecter.

Hannibal es sociópata y sádico: disfruta haciendo daño, no física, sino mentalmente. Además es extramadamente inteligente y capaz de disimular sus emociones. Su fuga es una de las escenas más brillantes del cine de los últimos años y su director, muy comedido en el resto del metraje, no se priva de mostrar el porqué del sobrenombre del personaje.

Si algo hay polémico en esta película es la simpatía inmediata que el espectador siente hacia Hannibal, ayudando poderosamente a ello el desagradable director del centro penitenciario de alta seguridad en el que está confinado. Es paradójico que un psicópata asesino sea el héroe de la historia, pero hay está Clarice para hacer de contrapeso, para otorgarle algo de redención en esa extraña y escalofriante relación que se establece entre dos seres tan distintos.

Pero la película de Demme (que por cierto nunca volvió a dirigir nada de una calidad parecida) es mucho más que el personaje de Hopkins. Es un thriller perfecto en el que se nos van dando pistas con cuentagotas acerca de la identidad del asesino, un retrato de la crueldad del mundo en el que hasta los detalles más nimios (el machismo cotidiano al que se ha de enfrentar la agente Clarice) sirven perfectamente a la coherencia del relato.

viernes, 20 de mayo de 2011

LA CIUDAD DE SOL.


Tommaso Campanella imaginó en el siglo XVII una utopía donde los ciudadanos de una República intentan evitar los conflictos sociales mediante una estricta distribución equitativa de la riqueza . Aunque la forma de gobierno es teocrática (recordemos que el texto fue escrito por un religioso), en esta ciudad imaginaria se estimulan las ciencias, la sabiduría y la racionalidad. La llamó "La ciudad del Sol". Se puede decir que Campanella fue un inspirador para posteriores ideólogos progresistas.

Ahora se levanta una ciudad muy distinta, pero con el mismo nombre y con algunas aspiraciones muy parecidas. Desde hacía mucho tiempo se sabía que la gente estaba harta, que expresaba su indignación en las redes sociales o en los comentarios a las noticias en los periódicos. Pero nadie creía que existiera una capacidad de organización para llevar la protesta a la calle. Se esperaba que la movilización del 15 de mayo fuera un fracaso. Pero resulta que no, que el movimiento está teniendo un éxito tal que desborda las más optimistas previsiones y se empieza a extender incluso internacionalmente.

Mucha gente critica que precisamente esto se haya iniciado en época electoral. A mí me parece genial por varios motivos: por un lado porque las voces del pueblo han apagado el monótono y gastado discurso de los políticos, que solo pronuncian palabras vacías a auditorios entregados. Durante muchos años estos políticos han abusado de su poder, han gastado ingentes cantidades de dinero en proyectos vacuos y han descuidado lo esencial: el trabajo y la dignidad de las personas a las que se suponen que han de servir. Ahora el pueblo les mira, pero no para escucharles, sino para que escuchen. Se les pregunta que ha sido de sus promesas, se les cuestiona por qué ayudan a los bancos mientras dejan tirados a los ciudadanos, por qué exigen sacrificios mientras ellos no tocan ni uno solo de sus privilegios, por qué construyen una Europa en la que la economía (los intereses de las grandes empresas) es lo más importante y, sobre todo, por qué han entregado el poder cedido por los ciudadanos a estos grandes intereses empresariales, los grandes beneficiarios de esta crisis.

Los políticos han de ser conscientes de que los ciudadanos se dirigen a ellos y han de responder, por una vez en su vida, sin evasivas, sin ruedas de prensa en las que ni siquiera dan la posibilidad a los periodistas de preguntar, sin mítines en los que presentan a imputados y corruptos como los grandes salvadores de la patria. Han de responder con sinceridad y sin escudos partidistas. Ahora es cuando deben demostrar valor y acercamiento al pueblo al que dicen representar.

Lo mejor de todo es que este movimiento está internacionalizándose. Los españoles no estamos solos, hay otros muchos ciudadanos que se averguenzan del espectáculo podrido de la política. Italia, sin ir más lejos está empezando a imitarnos. Todos pedimos lo mismo: control sobre nuestros políticos, mayor participación ciudadana, redistribución de la riqueza, separación entre Iglesia y Estado y trabajo y vivienda para todos. No son inventos ni ocurrencias de nadie. Son artículos constitucionales que, a veces, parecen papel mojado.

Les dejo este artículo de Antonio Muñoz Molina que, sinceramente, me ha emocionado:

http://antoniomuñozmolina.es/2011/05/hora-de-despertar/

miércoles, 18 de mayo de 2011

EL INOCENTE (2011), DE BRAD FURMAN. LA LEY DE LOS ANGELES.


El título en inglés de esta película hace referencia al lugar de trabajo preferente de su protagonista, un Lincoln en que se desplaza continuamente de un lugar a otro de la inmensa Los Angeles. Eso nos recuerda lo que nos ha contado tantas veces el cine de esta gran ciudad: que es un lugar para ser visto solamente desde el otro lado de las ventanillas de un vehículo. Los Angeles no es una ciudad hecha a escala humana, sino para facilitar el tránsito de millones de vehículos. Lo vimos claramente en "Un día de furia": el americano medio que de pronto se hartaba de ese mundo, de ese encierro continuo de la oficina al coche y del coche a la oficina para emprenderla a tiros con todo lo que se moviese.

"El inocente" no es una película original: sigue todos los esquemas y los tópicos del thriller judicial al uso. No es el tipo de cine que más me gusta ver (acabamos en esta sala porque en el multicines al que acudimos no estaban poniendo la última de Woody Allen), pero las críticas no eran negativas, así que no estaba mal darle una oportunidad. La película se salva por dos factores: el buen ritmo que le proporciona su director, que consigue interesar al espectador en todo momento en la trama y, sobre todo, la interpretación de Matthew McConaughey, que insufla vida y autenticidad a su personaje, un abogado penalista que nunca abandona el contacto con el mundo real, el de la calle.

Una frase para el recuerdo: lo peor para un abogado es tener que defender a un inocente, porque si es condenado, el daño es irreparable. Con un inocente no caben acuerdos de rebaja de pena. Hay que ir directamente a por la absolución, y esto a veces resulta muy complicado.

En lo que si coincido, y lo he leído en alguna crítica, es en que el film posee la estructura de un episodio piloto de una serie de televisión, con esa presentación de personajes que el espectador quisiera ver más desarrollados en próximos episodios. Es posible que los tenga, y que se funde una franquicia con este personaje, creado por el prestigioso escritor de novela negra Michael Connolly. Por lo pronto, en "El inocente" se tratan, aunque sea de forma indirecta, problemas sociales de primera importancia: la fragilidad del sistema de justicia, la corrupción, el racismo y, por qué no decirlo, la esclavitud de un trabajo para el que se necesita estar despierto y alerta las veinticuatro horas del día.

sábado, 14 de mayo de 2011

EL TÚNEL (1948), DE ERNESTO SÁBATO. EL PINTOR Y SUS FANTASMAS.


Una de mis grandes lagunas literarias era Ernesto Sábato, del cual solo había leído algún artículo en prensa. Su reciente muerte ha hecho que el deseo de leer algo suyo se precipite y he decidido comenzar por lo más lógico, su primera novela. Me ha deslumbrado su escritura, tan fría, tan seca... Y es que habla por boca de un pintor misántropo en una dura lucha por tener sentimientos. Aquí el artículo:

La reciente muerte del escritor argentino Ernesto Sábato lo emparenta con esa estirpe de grandes creadores literarios que tuvieron la suerte de vivir (y para ellos vivir significaba escribir) prácticamente durante un siglo entero, como Francisco Ayala, Bertrand Russell o Ernst Junger. Se trata de creadores que han visto con sus propios ojos los avances y retrocesos de un mundo cambiante, lo cual han plasmado en sus escritos. Resulta oportuno apuntar aquí la definición de "creador", que Sábato dejó en su ensayo "El escritor y sus fantasmas" (1963):

"Es un hombre que en algo "perfectamente" conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, sobre todo, es un exagerado."

Las contradicciones del siglo XX están presentes en la vida de Ernesto Sábato. Comunista en su juventud, renegó de esta ideología cuando intuyó los crímenes que Stalin estaba perpetrando en Rusia. Más tarde, también renegó del gobierno de Juan Domingo Perón, emparentándolo con los derrotados fascismos europeos. Aún así, no pudo evitar sucumbir a la fascinación general por la figura de Evita Perón.

Uno de sus grandes errores fue acudir a una comida organizada por el flamante dictador argentino Jorge Rafael Videla, junto a otros escritores e intelectuales como Borges. Ese presunto respaldo a la Junta Militar le granjeó no pocas críticas. No en vano Videla presidió el gobierno que ordenó quemar libros de autores como Gabriel García Márquez o Pablo Neruda.

Pero Sábato supo redimirse con el regreso de la democracia a Argentina, presidiendo la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, lo que daría fruto al famoso y terrible "Informe Sábato", donde se recogen miles de testimonios de torturas y desapariciones, distinguiendo entre las perpetradas desde el Estado y las de las organizaciones terroristas de extrema izquierda. Con esta investigación, Argentina se distinguió como un país que es capaz de ajustar cuentas con el pasado inmediato, aunque dicho pasado sea una enorme herida que aún no ha dejado de sangrar, pues conocer la verdad nunca es garantía de obtener justicia. En su libro de memorias "Antes del fin"(1998), el escritor argentino emparenta las dictaduras argentina y española:

"Lamentablemente, las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, y luego los indultos, han abortado aquella voluntad soberana que hubiese sido un ejemplo de lucha ética, que hubiera tenido consecuencias ejemplares para el futuro de nuestra patria. Porque la tragedia que vivió la Argentina no será olvidada jamás por los que poseen un corazón noble; no sólo por quienes han presenciado aquel infierno, sino también por la condena de todos los seres de conciencia del mundo. Como lo demuestra la investigación que en otros países llevan adelante seres como el juez Baltasar Garzón, con quien estuve durante mi último viaje a España. La sangre, el horror y la violencia cuestionan a la humanidad entera, y nos demuestran que no podemos desentendernos del sufrimiento de ningún ser humano."

Resulta curioso, cuando leemos la excelente prosa de Sábato y tomamos conciencia de su abundante producción que declarara en alguna ocasión que la actividad de escribir le resulta una condena. Así lo hace en "Ernesto Sábato, entre la letra y la sangre", un libro de conversaciones con Carlos Catania:

"Me ha resultado terriblemente difícil terminar mis obras, un sufrimiento casi continuo, no solo en el sentido espiritual sino físico. Además de la inseguridad, el desaliento, la irritación por los pobres resultados que van saliendo, la indecisión, el convencimiento de que no es lo que uno quería, etcétera. Escribir me producía dolores de estómago y digestiones muy malas; se me helaban los pies y las manos; sufría de insomnio y estaba mal del hígado."

"El túnel" fue la primera novela que publicó Sábato. Desde el primer momento fue elogiada por grandes escritores como Thomas Mann o Albert Camus. Está escrita en primera persona por Juan Pablo Castel, un pintor neurótico que cumple condena por haber asesinado a una mujer. Castel cuenta su historia de una manera tan fría como sincera. Se desvela como un misántropo, un ser que desprecia a la humanidad, pero no es capaz de huir de ella:

"Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva."

El mayor tormento de Castel es su existencia solitaria, un autoexilio buscado, ya que es consciente de vivir incomprendido por el resto de la humanidad. Por eso algo se le despierta cuando advierte la posibilidad de haber encontrado un alma gemela en María Iribarne, porque precisamente es la única persona que es capaz de fijarse en el detalle que da sentido a uno de sus cuadros (una metáfora de su propia soledad).

La historia de Castel y María es la historia de una amor tormentoso como pocos. La inestable personalidad del pintor le lleva a continuas agresiones al objeto de su amor, que son como ataques a sí mismo. En realidad su desesperación se acentúa cuando comprueba que su anhelo de perfección siempre le lleva a hacerse nuevas preguntas, a establecer nuevas sospechas sobre la verdadera condición de María. En su cabeza empiezan a rondar ideas existencialistas:

"El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla."

Pero el protagonista tiene miedo, después de todo, a la posible nada a la que podría llevarle esta resolución final. Las escasas esperanzas de comunicación con otro ser humano, del encuentro con un alma gemela en el túnel que es su existencia se le van desvaneciendo, pese a las esperanzas previas. Así, Castel termina destruyendo, en medio de un ataque de celos y locura, al ser que una vez consideró puro, pero que su mente enferma ha transformado en una especie de ramera.

¿No resulta paradójico que un ser tan solitario y loco exponga su alma al resto del mundo? Después de todo, tras el asesinato, él ha preferido permanecer en el mundo y, no contento con eso, contar su propia historia, quizá por la necesidad de ser juzgado por los mismos a los que desprecia. Quizá fue víctima de un contagio de la pasión por narrar de su creador, castigándose en el ejercicio de la escritura. Una manera muy curiosa de expiar su crimen.

martes, 10 de mayo de 2011

EL MUNDO DE AYER. MEMORIAS DE UN EUROPEO (1942), DE STEFAN ZWEIG. EL MUNDO ANTIGUO Y EL NUEVO.


Es uno de los libros que más ganas tenía de leer, me lo habían recomendado varios amigos. A veces es fácil cumplir los deseos, cuando estos son sencillos. Se trata de la narración de un hombre que se sincera con el lector de forma cautivadora y le cuenta los principales episodios de su vida, obviando las intimidades familiares, ya que Zweig proviene de una época en la que la palabra "decoro" quería decir algo. La existencia del escritor vienés estuvo marcada por las dos guerras mundiales, episodios dolorosos cuyas consecuencias supo prever sin ser escuchado. Un gran escritor y un gran hombre:

Es el 22 de febrero de 1942. Son malos días para la libertad en el mundo. Aunque temporalmente detenidos a las puertas de Moscú, los ejércitos nazis preparan nuevas ofensivas para la primavera destinadas a aniquilar definitivamente la Unión Soviética. Mientras tanto, en Oriente, el ejército japonés acaba de conquistar Singapur y parece extenderse sin oposición por todo el Pacífico. En una habitación de hotel de la ciudad de Petrópolis (Brasil) el célebre escritor Stefan Zweig, que lleva meses huyendo de la barbarie de país en país, desesperado ante lo que intuye será la caída definitiva de la civilización que ha conocido, se suicida junto a su esposa.

Poco antes, ha dejado un manuscrito, un libro muy diferente a las excelsas narraciones y biografías a las que tiene acostumbrados a sus lectores. Se trata del relato de su propia vida, una evocación de un mundo y una forma de vivir que, estima, se ha perdido para siempre, hundida entre dos guerras mundiales devastadoras, especialmente esta última, que ha asesinado o lanzado al exilio a millones de seres anónimos, almas desesperadas y errantes de país en país, tratando de hallar un sustituto del hogar perdido.

Si observamos el mundo en que nació Stefan Zweig y lo comparamos con el que estaba padeciendo en el momento de su muerte, parece como si malignas fuerzas de la oscuridad se hubieran apoderado de la realidad como si de una fatalidad inevitable se tratara. Su libro es una especie de homenaje a las personas inocentes que, como él, padecieron estas circunstancias:

"(...) toda una generación, la nuestra, la única que ha cargado con el peso del destino, como, seguramente, ninguna otra en la historia. Cada uno de nosotros, hasta el más pequeño e insignificante, ha visto su más íntima existencia sacudida por unas convulsiones volcánicas casi ininterrumpidas que han hecho temblar nuestra tierra europea; y en medio de esa multitud infinita, no puedo atribuirme más protagonismo que el de haberme encontrado como austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista, precisamente allí donde los seísmos han causado daños más devastadores."

La Viena de finales del siglo XIX, la de la juventud de Zweig, era la capital de un imperio. Sus habitantes apenas habían conocido los horrores de la guerra y vivían en la seguridad de que los fundamentos de su existencia eran inamovibles. La paz conllevaba pujanza económica y un continuo progreso técnico que repercutía directamente en el bienestar de los ciudadanos, en una espiral de progreso que parecía no tener fin.

Claro está que la Viena de final de siglo no era la sociedad perfecta. Existían enormes desigualdades entre clases sociales y, sobre todo, una gran hipocresía en las costumbres. A las mujeres jóvenes no se les hablaba jamás de sexualidad y llegaban al matrimonio vírgenes en cuerpo y espíritu. Los muchachos tenían que conformarse mientras tanto haciendo uso de la próspera industria de la prostitución, o de las muchachas fáciles de las clases más bajas, lo cual solía traer problemas en relación a hijos no deseados o a todo tipo de enfermedades venéreas.

Zweig tuvo la típica educación de la escuela austriaca de la época: rígida, monótona y agotadora. La curiosidad intelectual del futuro escritor se rebeló contra este conservadurismo educativo y, junto a muchos de sus compañeros, se lanzó al descubrimiento de la verdadera cultura, la cultura alternativa de los escritores o artistas de vanguardia que no se enseñaba en las escuelas, sino en los cafés vieneses. Estos años están marcados por una auténtica fiebre de conocimientos que sentaría las bases de la curiosidad intelectual que marcó el resto de su existencia.

Los años anteriores a la Primera Guerra Mundial están marcados por sus viajes al extranjero y por sus primeros éxitos literarios, en una carrera que avanzaba despacio pero con firmeza y seguridad. En esa época comenzó a tratar con escritores famosos como Rilke o Romain Rolland, amistades que le durarían toda la vida. Fueron años placenteros, de constante aprendizaje, en los que todavía no podía sospechar el desmoronamiento que vendría después.

La Primera Guerra Mundial supuso un gran quebranto en su existencia. Se trató de un conflicto, como él mismo afirma, inútil y sin sentido:

"Si hoy, reflexionando con calma nos preguntamos por qué Europa fue a la guerra en 1914, no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo. No era una cuestión de ideas, y menos aún se trataba de los pequeños distritos fronterizos; no sabría explicarlo de otro modo sino por el exceso de fuerza, por las trágicas consecuencias de ese dinamismo interior que durante cuarenta años había ido acumulando la paz y quería descargarla violentamente."

Lo que más le dolió a Zweig fue la fiebre patriótica que embargó a los ciudadanos ante el anuncio del conflicto, incluidos algunos amigos del escritor que hasta ese momento habían sido fervientes partidarios de la paz. El escritor vienés se encontró en ese momento solo, pues nadie quería escuchar en aquellos días sus negros vaticinios acerca de lo que estaba por venir al haberse desencadenado esa locura. De esta desesperación nació su obra teatral "Jeremías", dedicada al profeta bíblico que advirtió a su pueblo, sin éxito, de las desgracias que estaban por llegar.

Aún así, el autor de "Carta de una desconocida" se reunió en la neutral Suiza, con un reducido grupo de escritores para efectuar un llamamiento en favor de la paz y la cordura entre las naciones beligerantes. El vienés estaba plenamente convencido de que el camino de Europa debía ser la unión de sus pueblos en una comunidad basada en la libertad y el respeto mutuo. Sus palabras fueron ignoradas y la lucha continuó hasta la derrota de Alemania y Austria.

Los siguientes años fueron terribles para los vencidos, pues tuvieron que soportar las gravosas condiciones económicas impuestas por el Tratado de Versalles, lo cual derivó en una terrible inflación y en un descontento general que avivó la llama de los radicalismos y abrió la puerta a la expansión de las ideas nacionalsocialistas. La llegada de Hitler al poder fue uno de los acontecimientos más infaustos para Europa. Irónicamente, Zweig, que desde ese momento tomó conciencia de su condición de judío, podía observar desde su casa en una colina de Salzburgo la residencia de Hitler en Berchtesgaden.

Mientras la nueva tormenta, infinitamente más terrible que la anterior, se iba formando, El autor de "La impaciencia del corazón" se consolidaba como uno de los escritores más populares de su tiempo. Su obra era traducida a muchos idiomas y él viajaba constantemente para visitar a sus amigos escritores o por compromisos profesionales. Su éxito en Alemania se vio repentinamente oscurecido cuando los nazis prohibieron su obra y quemaron públicamente sus libros:

"De todos los miles e incluso millones de libros míos que ocupaban un lugar seguro en las librerías y en numerosos hogares, hoy, en Alemania, no es posible encontrar ni uno solo.; quien conserva todavía alguno, lo guarda celosamente escondido y en las bibliotecas públicas los tienen encerrados en el llamado "armario de los venenos", sólo a disposición de los pocos que, con un permiso especial de las autoridades, los quieren utilizar "científicamente" (en la mayoría de los casos para insultar a los autores)".

A partir de aquí, la lucidez del escritor se impone y advierte que la barbarie que se está sembrando en Alemania pronto se expandirá por el resto de Europa en una guerra de proporciones apocalípticas y que Austria será de las primeras en caer. En consecuencia, paulatinamente va pasando más periodos en el extranjero hasta abandonar definitivamente su hogar poco antes de la anexión de Austria por Alemania. Lo más doloroso de todo será no poder asistir al fallecimiento y funeral de su propia madre.

Desde entonces Zweig, el exitoso escritor que gozaba de fama y una vida acomodada en Austria se convierte en un proscrito, en una pequeña gota en la ola de refugiados que inunda el mundo desde ese momento, en una huida de país en país donde unos papeles firmados por un consulado son más importantes que el procurarse comida diariamente:

"Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento que en 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno. (...) No existían salvoconductos ni visados ni ninguno de estos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich."

En "El mundo de ayer", Stefan Zweig consigue establecer una conversación íntima con el lector, como si de un Montaigne moderno se tratara. Habla de sí mismo y de los avatares de su existencia, advirtiendo a las generaciones futuras acerca de los terribles errores que se cometieron en su tiempo, cuando una época pacífica y de progreso que duraba años fue interrumpida por ese "elemental instinto de destrucción inextirpable del alma humana" del que hablaba su amigo Freud. En todo caso, es admirable la vida de este gran escritor, que supo mantenerse siempre firme en sus nobles ideas de pacifismo y unidad de Europa.

sábado, 7 de mayo de 2011

EL SUEÑO DEL CELTA (2010), DE MARIO VARGAS LLOSA. EL FANTASMA DE ROGER CASEMENT.


Aunque la última novela de Vargas Llosa baja levemente su calidad literaria respecto a obras esplendorosas como "La fiesta del Chivo", la temática escogida por el escritor peruano es tan apasionante que el lector es absorbido desde el principio por la vida contradictoria de Roger Casement, ese irlandés tan excepcional y tan humano que no vivió una sola vida, sino varias. Aquí el artículo:
 

La concesión del Premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa coincidió con la aparición de su última novela hasta la fecha, "El sueño del celta", que se ocupa de un tema por el que el escritor peruano ya había manifestado anteriormente mucho interés. Lo demostró hace diez años prologando el magnífico estudio de Adam Hochschild titulado "El fantasma del rey Leopoldo", donde ya advertía de la importancia de la figura de Roger Casement y aseguraba que era un personaje que merecía una novela para él solo.

Leopoldo II de Bélgica fue un monarca que debería estar en el cuadro de honor de la historia universal de la infamia. Pocos hombres puede exhibir una doblez moral semejante a la del monarca belga. Leopoldo creó la Asociación Internacional Africana con la presunta intención de favorecer el progreso y la civilización en aquel continente, logrando con ello que en la Conferencia de Berlín de 1885 se le cediera el territorio del Congo como posesión personal. Pero en realidad el único interés del monarca era su enriquecimiento a través de la explotación despiadada de unas tierras consideradas como una finca particular, donde la única ley imperante era la que imponían las Compañías autorizadas para recolectar caucho.

Roger Casement nació en Irlanda a mediados del siglo XIX y fue educado como protestante, por influencia de su padre. No obstante, su madre, ferviente católica, hizo que lo bautizaran en secreto, hecho que posteriormente tendría gran influencia en el pensamiento de Casement. El irlandés fue uno de esos personajes capaces de dividir su existencia en varias vidas diferentes y contradictorias.

La carrera de Casement comenzó en El Congo. Ferviente creyente en las bondades del colonialismo (resumidas en las tres C: cristianismo, civilización y comercio), trabajó primero para la Asociación Internacional Africana del rey Leopoldo, conociendo en estas primeras experiencias a personajes tan relevantes como el explorador Stanley, que había sido contratado por el monarca belga en una hábil maniobra publicitaria con la que pretendía hacer ver sus intenciones civilizadoras y al escritor Joseph Conrad, que años después plasmaría todo el horror del que fue testigo en la famosa novela "El corazón de las tinieblas".

Casement realizó su segundo viaje al Congo ya como diplomático de la corona británica. Habiendo observado de primera mano el trato inhumano al que eran sometidos los nativos (los látigos de piel de hipopótamo, llamados chicotes, se hicieron tristemente famosos) y la rapacidad de los europeos a la hora de esquilmar los recursos de aquellas tierras, se propuso denunciar el sistema de explotación patrocinado por el rey Leopoldo. Fruto de sus trabajos fue el primer informe, publicado en 1904, que denunciaba la situación de esclavitud en la que vivían las tribus congoleñas.

Un año después, el viajero irlandés pudo observar de primera mano como la situación de África se repetía e incluso era superior en horror en el Amazonas. Enviado por el gobierno británico para controlar la actuación de la Peruvian Amazon Company, su nuevo informe conseguido poniendo en juego su propia vida en múltiples ocasiones, fue implacable en su denuncia de estas atrocidades y le convirtió en un mito para las organizaciones filantrópicas de una época donde ya se empezaba a soñar con la universalización de los derechos humanos.

Pero el verdadero Roger Casement distaba de considerarse a sí mismo un héroe. Era un ser solitario, avergonzado de sus impulsos sexuales, que emprendía sus aventuras sin atender a los padecimientos continuos que sufría en su propio cuerpo, pues fue un hombre asediado continuamente por la enfermedad y la fatiga, tanto física como espiritual. En una carta dirigida a su prima Gertrude, escrita durante su misión en el Congo, sus palabras podrían haber sido firmadas por el Marlow conradiano:

"Estoy en las orillas de la locura. Un ser humano normal no puede sumergirse por tantos años en este infierno sin perder la sanidad, sin sucumbir a algún trastorno mental. Algunas noches, en mi desvelo, siento que me está ocurriendo. Algo se está desintegrando en mi mente. Vivo con una angustia constante. Si sigo codeándome con lo que ocurre aquí terminaré yo también impartiendo chicotazos, cortando manos y asesinando congolenses entre el almuerzo y la cena sin que ello me produzca el menor malestar de conciencia ni me quite el apetito. Porque eso es lo que les ocurre a los europeos en este condenado país."

Una vez de vuelta a la civilización, prestigiado por sus valientes informes escritos desde dos de las zonas más terribles del planeta, Casement bien podría haberse dedicado a descansar, a llevar una vida cómoda impartiendo conferencias. Pero no fue así, porque desde entonces sus esfuerzos se vieron encaminados al sueño de conseguir una Irlanda independiente. Desde joven Casement se había interesado por los mitos y la historia de su país, pero nunca había gozado del tiempo necesario para entregarse plenamente a esa causa. Estimó que lo que los ingleses llevaban a cabo en su país podía ser definido también como colonización. Y eso supuso su ruina.

Los británicos, que habían distinguido a Roger Casement con el título de caballero, podían pasar por alto sus veleidades nacionalistas, pero no toleraron lo que consideraron una traición en toda regla cuando viajó a Alemania en plena Primera Guerra Mundial para intentar coordinar una operación de apoyo del ejército alemán a la insurrección irlandesa, aprovechando la tesitura de la guerra.

Para los británicos este intento constituyó una vil puñalada por la espalda. Al ser enjuiciado Casement perdió casi todas sus amistades, incluida la de Joseph Conrad. Su condena a muerte fue aún más ignominiosa al salir a la luz, mientras esperaba subir al patíbulo, los diarios secretos del irlandés, llenos de explícitas y obscenas referencias a sus experiencias homosexuales, que el propio Vargas Llosa estima en buena parte imaginadas.

El mismo Vargas Llosa, en una entrevista publicada por El Cultural del diario El Mundo en septiembre de 2010 habla de Casement como de un héroe absolutamente realista:

"...para desmitificar a los héroes y describirlos en su dimensión real. Seres en los que encontramos actos heroícos y miserias propias de un hombre que vive en una permanente contradicción personal: diplomático británico trabajando para los nacionalistas radicales irlandeses y manteniendo una doble vida también en lo personal. Un hombre tremendamente generoso y, al mismo tiempo, supongo, profundamente desgraciado, porque en el mundo puritano británico de entonces ser homosexual era un riesgo muy grande, era vivir al borde de la condena criminal."

La novela de Vargas Llosa no emite juicios morales, ni es posible emitirlos acerca de un personaje tan polémico y contradictorio, aunque seguramente la valoración global debe ser positiva, pues se trató de un hombre desprendido de sí mismo, que se arriesgó siempre en favor de lo que consideraba causas nobles, aunque andara errado a la hora de intentar resolver el conflicto irlandés echando mano de las tropas del Kaiser. Casement fue uno de esos hombres engullidos por la historia, definida magistralmente por el escritor peruano en uno de los pasajes de la novela:

"Una fabricación más o menos idílica, racional y coherente de lo que en la realidad cruda y dura había sido una caótica y arbitraria mezcla de planes, azares, intrigas, hechos fortuitos, coincidencias, intereses múltiples, que habían ido provocando cambios, trastornos, avances y retrocesos, siempre inesperados y sorprendentes respecto a la que fue anticipado o vivido por sus protagonistas."

Y la historia es caprichosa. Y puede ensañarse con determinados personajes o territorios, como ha podido comprobar recientemente Vargas Llosa en su viaje al Congo cuando constantó que el país sigue asediado por enfermedades, guerras, pobreza y continuas violaciones de los derechos humanos. La labor realizada por Casement sigue hoy, tristemente, de plena actualidad.

miércoles, 4 de mayo de 2011

CLUBES DE LECTURA DE MÁLAGA EN MAYO. LECTURAS PRIMAVERALES.


Mucha variedad de estilos en los clubes de lectura programados para mayo. Personalmente voy a intentar pasarme algún jueves por el de la Biblioteca Provincial, pero este mes lo tengo un poco complicado, porque tengo ocupadas las tardes, así que tampoco podré organizar el habitual viernes de cine y literatura.

En la Biblioteca Provincial sigue la lectura de "La tesis de Nancy", de Ramón J. Sender, con esa estudiante norteamericana tan ingenua provocando situaciones equívocas.

En la Biblioteca Cristóbal Cuevas se reanuda el club de lectura con "El corazón helado", novela de Almudena Grandes , novela que habla acerca de la experiencia de un hombre en la Guerra Civil y la División Azul.

En Cincoechegaray, regreso a la buena literatura japonesa: "La madre del capitán Shigemoto", de Junichiro Tanizaki.

En la Casa del Libro, la terrible historia de un incesto: "El beso", Kathryn Harrison.

En la Fnac, un libro muy importante para conocer la historia de Málaga en el siglo XX: "Mi casa en Málaga", de Peter Chalmers.

Y, finalmente, para los que se encuentren en Vélez-Málaga o Torre del Mar, la Sociedad de Amigos de la Cultura propone "La joven de las naranjas", de Jostein Gaarder, el famoso autor de "El mundo de Sofía".

Felices lecturas a todos, ya con buen tiempo.

LA MUERTE DE BIN LADEN.


Cuando presencié en directo, como tantos millones de ciudadanos, el derrumbamiento de las Torres Gemelas, pensé, no solo en la catástrofe inmediata que estaba sucediendo en Nueva York, sino también en las consecuencias terribles que se iban a derivar de todo ello.

Y acerté, lo cual no era muy difícil. Guerras, nuevos atentados indiscriminados... Diez años después seguimos más o menos en las mismas. La guerra contra el terrorismo es quizá la guerra más oscura de la historia, pues nadie tiene la menor idea (ni siquiera sus generales) de quien está ganando o perdiendo y de cuales pueden ser los próximos movientos del enemigo. La muerte de Bin Laden, cuya localización, no lo olvidemos, se logró mediantes torturas, tiene mucho más de simbólico que de decisivo. Desde el mismo 11 de septiembre Estados Unidos se conjuró para destruir a la cabeza visible de aquel golpe devastador. Ahora lo ha conseguido, pero la sensación es agridulce, porque esto no tiene nada que ver con el suicidio de Hitler en Berlin, que sí que puso fín a la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Bin Laden en realidad seguramente ya no dirigía la organización Al Qaeda, era más bien el inspirador de las distintas células independientes que se mueven por todo el mundo, lo cual quiere decir que su muerte no va a cambiar nada. Me hacen mucha gracia los mensajes contradictorios que se lanzaban el lunes. Por un lado nos decían que el mundo era un lugar mucho más seguro sin Bin Laden y por otro que nos preparemos y extrememos las precauciones (¿cómo se extreman las precauciones en este caso?) para las posibles represalias.

En todo caso veo un poco obscena toda esa euforia de estadounidenses que salen a la calle a celebrar una muerte como si hubiesen ganado el Mundial de fútbol. Todas las opciones eran malas: si no se encontraba a Bin Laden, seguiría siendo un mito que burla al país más poderoso del mundo, si se le mataba, como ha sido el caso, se convertíría en un mártir y si se le capturaba vivo, cualquier juicio al que se le sometiera, constituiría una plataforma publicitaria única.

No creo que esta muerte sea decisiva en esta guerra soterrada que se lleva a cabo desde hace diez años. No hay que olvidar que provocar matanzas sigue siendo espantosamente fácil.

THOR (2011), DE KENNETH BRANAGH. EL DIOS DESTERRADO.


Tenía muchas ganas de ver esta adaptación del cómic de la Marvel, porque Thor era uno de mis héroes favoritos en la infancia y por la solvencia de su director, un Kenneth Branagh que podía darle un aire decidamente shakesperiano al conflicto familiar del triángulo Thor-Loki-Odín. Lo cierto es que salí del cine bastante decepcionado, después de las expectativas que me había generado el trailer, porque la película abusa del infantilismo en muchas escenas. De todos modos, también ofrece escenas de buen espectáculo, que es lo que va buscando el espectador en estos tiempos. Aquí el artículo:

Thor es una de las creaciones del mítico Stan Lee para Marvel Comics, la mítica casa editorial que acoge a gran cantidad de populares superhéroes, como Spiderman, Los Cuatro Fantásticos, Hulk o el Capitán América. Todos ellos interactúan en un universo propio que los guionistas tratan de dotar de cierta coherencia y continuidad, aunque esta se haya perdido en muchas ocasiones a lo largo de tantas décadas.
Una de las reglas de estos universos superheróicos es que toda fantasía es posible en su seno. Así pueden convivir en el mismo mundo mutantes, vampiros, dioses, viajeros del tiempo o superhombres por accidente. Así que no es extraño que el dios nórdico del trueno, Thor, tenga su hueco, junto a todos los seres mitológicos que forman parte de las sagas nórdicas. Su principal arma, el martillo o maza llamado Mjolnir se convirtió en una especie de amuleto que ocultaban los escandinavos como resistencia a la cristianización de sus tierras.
 El Thor de Marvel comienza su historia cuando es desterrado por su padre Odín, transformándolo en un ser humano, el doctor Donald Blake, para que aprenda humildad. Posteriormente el doctor encontrará su martillo y conocerá su verdadera identidad, siendo miembro fundador de Los Vengadores, junto a otros superhéroes como Iron Man o Hulk. Este será el estreno cinematográfico del próximo año, según el plan de la compañía de llevar progresivamente a sus héroes más conocidos a la pantalla grande.
En la versión cinematográfica Thor (Chris Hemsworth) es también desterrado por Odín (Anthony Hopkins) por haber reanudado la antigua guerra de los asgardianos contra los gigantes del hielo. La película comienza de manera muy espectacular, mostrando los grandiosos escenarios de Asgard y la trama promete ser del gusto de su director, Kenneth Branagh, un especialista en Shakespeare, pues muestra el conflicto entre un rey anciano y dos hijos que se disputan su herencia.
 Bien es cierto que a este tipo de realizaciones no se les puede pedir gran profundidad, pero la trama se infantiliza en exceso durante la estancia de Thor en nuestro mundo, recordando a películas como "Tarzán en Nueva York" o "Cocodrilo Dundee", donde el héroe, que proviene de un ambiente muy distinto al nuestro, provoca situaciones cómicas y continuos equívocos al intentar adaptarse a nuestras costumbres. La aparición de sus amigos, los tres guerreros (un trasunto de los tres mosqueteros de Alejandro Dumas) acompañados de la diosa Sif resulta bastante esperpéntica.
El conflicto principal de la historia se resuelve de manera precipitada. Solo las maquinaciones de Loki, el hermanastro de Thor, interpretado con solvencia por Tom Hiddleston, resultan interesantes. La interpretación de un gran actor como Anthony Hopkins resulta desaprovechada, pues durante buena parte del metraje se encuentra sumido en el sueño, por exigencias del guión. Respecto a la historia de amor entre Thor y Jane Foster (Natalie Portman) es insustancial, debido a que hay poca química entre sus protagonistas.
 "Thor" ofrece un buen espectáculo en sus escenas de acción, como no puede ser de otra manera en estos tiempos, pero no logra plasmar en la pantalla el espíritu del cómic que alumbraron artistas como Jack Kirby y, sobre todo, Walter Simonson, que supo desarrollar todas las posibilidades del dios asgardiano, aunando magistralmente mitología, drama y comedia y, lo que es más importante, humanizando al personaje sin hacerle perder ni un ápice de su grandeza.

Es posible que a Kenneth Branagh no le hayan dejado realizar la película que a él le hubiera gustado. Es posible que la franquicia tenga unas exigencias y que haya tenido que simplificar en demasía la historia que le hubiera gustado contar. En cualquier caso, no dejaremos de ver a Thor en la pantalla, pues ya está anunciado su encuentro con Tony Stark y el Capitán América (película de próximo estreno también) en "Los Vengadores".