Turguénev nació en el seno de una familia noble, por lo que desde pequeño se acostumbró a los privilegios de ser atendido por una servidumbre, aunque él no lo viera como un derecho natural de nacimiento, puesto que poco a poco fue tomando conciencia de la perversidad de un sistema en el que la propiedad de la tierra iba aparejada con la de los campesinos que la trabajaban. Al joven Turguénev le dejó huella el caracter tiránico y despiadado de su madre en el trato con estos hombres humillados que no conocían otra condición que la de sometidos.

Quizá fue la relación de amor y odio que sostenía con su patria lo que provocó que la mayor parte de la vida de Turguénev transcurriera en el extranjero. Su sueño imposible era exportar el modelo de vida occidental europeo a Rusia, donde le gustaba ir sólo de visita y preferentemente en la estación cálida. El auténtico hogar del escritor estaba en Francia, donde llevaba una rica vida intelectual y social y se relacionó con los mejores escritores del momento. Famosos fueron los almuerzos de los cinco, que comenzaron en 1874 y reunían a Turguénev con Goncourt, Flaubert, Daudet y Zola.
Turguénev llevó siempre vida de gran señor, hasta el punto de que los derechos literarios de sus obras, bastante exitosas, no eran suficientes para mantener sus necesidades. Poco a poco, como si se desprendiera de vínculos con su país natal, fue vendiendo fincas y bosques de su propiedad para sortear sus apuros económicos, pero al final quiso ser enterrado en San Petersburgo.

Padres e hijos nos presenta a varios personajes prototípicos de la Rusia de la época y es muy representativa del pensamiento de Turguénev, que se debate entre el amor a la Rusia tradicional y el interés por las nuevas ideas de los jóvenes que vuelven de la universidad siendo conscientes de la injusticia social generalizada en su país. Arkadi es noble e ingenuo y admira profundamente a su amigo Bazárov, que se describe a sí mismo como un médico nihilista en un discurso entre científico e irónico:

"(...) le diré que no merece la pena estudiar a las personas por separado. Todos se parecen unos a otros lo mismo corporalmente que en lo espiritual; cada uno de nosotros tiene un cerebro, un bazo, un corazón, unos pulmones, y todo está igualmente distribuido; y las llamadas cualidades morales son las mismas en unos que en otros, las pequeñas variaciones no significan nada. Basta un individuo como ejemplar para juzgar a todos los demás. Los hombres son como los árboles en un bosque; ningún botánico se va a poner a estudiar cada abedul por separado."

Hay que decir que el autor ruso arriesgó mucho con este personaje, uno de los más recordados de cuantos creó. Para la nobleza rusa de la época, la novela era peligrosamente revolucionaria, puesto que cuestionaba el status quo. Pero los jóvenes tampoco se vieron reflejados en un Bazárov demasiado presuntuoso y seguro de sí mismo. Hay que decir que en esta época (1862), comenzaba la efervescencia de ideas que desembocarían en la Revolución medio siglo más tarde. La abolición de la servidumbre en 1861 no significó gran cosa para unos campesinos que siguieron masivamente ligados a una tierra que les había visto nacer y que no tenían a donde ir. Para Bazárov no había que contar con los campesinos a la hora de cambiar la sociedad, pues ni ellos mismos son capaces de imaginar que pueden mejorar. Turguénev no podía imaginar en aquel tiempo que muchas de las ideas que presenta su personaje derivarían en terrorismo anarquista y revolucionario.

Los padres, siendo propietarios de tierras, no son presentados como crueles terratenientes, sino como seres benévolos, que intentan salir adelante con esfuerzo y se derriten cuando ven aparecer a sus hijos, a los que quieren más que a sí mismos. Tal y como le dice el padre de Bazárov a su esposa:

"Un hijo es como una rama cortada. Es como un águila: si quiere, viene: si se le antoja, se va. Y tú y yo somos como dos setas inseparables en el mismo tallo, estamos el uno al lado del otro y no nos movemos de nuestro sitio. Sólo yo permaneceré invariable para tí, lo mismo que tú para mí."

A pesar de sus influencias occidentales, Padres e hijos es una novela plenamente rusa. Hay escenas en las que el hombre aparece en comunión con la naturaleza. Además, el amor está siempre presente, como lo estuvo constantemente en la vida del escritor, sobre todo en sus difíciles relaciones con Pauline Viardot. Dos pasajes destacan sobremanera en la narración: la resolución del absurdo duelo entre Bazárov y el tío de Arkadi, donde se transmite al lector toda la tensión del momento y la muerte de uno de los protagonistas, donde se van describiendo perfectamente, descritos por él mismo, los síntomas y las fases que le van llevando al sueño eterno. Son escenas en las que se cumple plenamente el anhelo de Turguénev de "dar a la prosa el ritmo del verso".