"¿Cómo voy a calificar un sistema que me permite únicamente quitar un gobierno y poner otro pero no me permite absolutamente nada más? Digo, y lo repito, hoy los gobiernos no mandan. Los gobiernos son los comisarios políticos de los bancos. Nos soy el único que critico esto, hay mucha gente que lo está diciendo, lo que pasa es que quizá mi forma de decirlo sea más explícita."

"Mal tiempo para votar", con esta frase premonitoria que pronuncia uno de sus personajes comienza este Ensayo sobre la lucidez, que, como casi todas las obras de su autor, puede leerse como una fábula de contenido moral. Por motivos desconocidos, en las elecciones municipales de una gran capital, la gran mayoría de la población vota en blanco. Ante tan insólita situación, el gobierno se siente agredido por un enemigo invisible y declara el estado de sitio, dejando aislada a la ciudad, como si sus habitantes estuvieran enfermos y hubiera que establecer una cuarentena.

Nada hay más desconcertante para un gobernante que nadar a ciegas en un mar desconocido. ¿Hasta donde puede llegar el Estado para defenderse? Aquí el terrorismo y la mentira son usados de manera despiadada para hacer entrar en razón a los ciudadanos, algo que recuerda poderosamente al gobierno de Aznar enfrentado, durante los días que siguieron al atentado del 11 de marzo, a una verdad aterroradora que pretendía negar para defender mezquinamente sus intereses electorales.

En realidad los gobernantes esperan de los ciudadanos que cumplan fielmente su papel de electores cada cuatro años y no den problemas el resto del tiempo. Además, como bien decía Saramago, el voto del ciudadano poco tiene que ver con los verdaderos centros de poder, bancos, empresas de calificación de riesgos e instituciones internacionales opacas, que han conseguido acorralar a los gobiernos y, en muchos casos, imponerles su voluntad. Las elecciones actuales, en las que las palabras más citadas son mercados, deuda soberana, recortes y sacrificios, están protagonizadas por un factor indeseable: el miedo, que hace que ya no se busque la mejor opción, sino el mal menor en un ambiente de derrotismo muy pernicioso para el sistema democrático.

La realidad que retrata Saramago se parece mucho a la nuestra, pero siempre cuenta con un elemento de distorsión, algo que produce una sensación de extrañeza en el lector y a la vez le seduce. La ciudad de Ensayo sobre la lucidez, una Lisboa apenas disimulada, parece haber recuperado una rara serenidad después de haber ejercitado su protesta pacífica a través del voto masivo en blanco. Las autoridades se retiran, dejan a sus habitantes a su suerte, pero no se producen desórdenes, ni sube el índice de criminalidad, es decir que la vida sigue como si los políticos no fueran necesarios. Así que es el gobierno el que ha de actuar para que la gente recupere la cordura y asuma su papel en el sistema democrático, aunque sea a través de un acto terrorista o acusando falsamente a inocentes de ser los instigadores de la rebelión.

Los policías que son enviados a la ciudad para recopilar evidencias de la conspiración e identificar a sus cabecillas se ven desconcertados al no lograr ninguna, como si el voto en blanco se hubiera producido por una confluencia de voluntades individuales:
"(...) la prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma."

Uno de los hallazgos más interesantes de Ensayo sobre la lucidez, se produce en el hecho de que no está emparentada con Ensayo sobre la ceguera sólo por la similitud de sus títulos, sino que los personajes de esta última vuelven a aparecer, como si la ceguera blanca sucedida hace unos años hubiera sido el detonante de esta nueva ceguera política.

¿Es el voto en blanco una manifestación de lucidez? ¿No se convierte en este libro el comunista Saramago en un ingenuo anarquista? Cuando se publicó, la novela provocó una gran polémica, sobre todo porque se alzaron muchas voces argumentando que se trataba de una crítica demasiado feroz a las democracias occidentales, que habían demostrado ser el menos malo de los sistemas. “cuanto más viejo, más libre me siento y cuanto más libre, más radical”, contestó el autor de Caín, “no faltará quien diga que acabo de hacer demagogia barata. La demagogia siempre nos parece cosa de los otros." Ocho años después, Ensayo sobre la lucidez cobra una vigencia inaudita, cuando asistimos a un espectáculo de crisis sistémica sazonada con gravísimos casos de corrupción que apuntan incluso a la cúspide del Estado.

Saramago no decepciona con esta novela de ideas, como todas las suyas, escrita con un estilo denso pero sin artificios literarios. El libro es capaz de transmitir pesimismo y optimismo a la vez. Pesimismo, porque presenta unas instituciones democráticas corruptas hasta la médula, a las que sólo les interesa permanecer en el poder. Optimismo, porque presenta la lucidez de la revolución pacífica de los ciudadanos como garante del necesario cambio para hacer el sistema más permeable a las necesidades y deseos de la población. Un libro de plena actualidad, de un escritor que conocía la zozobra a la que nos íbamos a enfrentar desde mucho antes de que se manifestaran los primeros síntomas.