El derrumbamiento de la bolsa de Wall Street fue la señal que inauguraba una década repleta de penurias para una gran cantidad de norteamericanos. De la noche a la mañana, los valores se derrumbaron, muchas empresas quebraron y el paro llegó en 1932 al veintinco por ciento de la población activa. Los caminos se llenaron de vagagundos y buscavidas que sobrevivían a base de trabajos esporádicos, la población reclusa se multiplicó como consecuencia del aumento robos y crímenes cometidos por las condiciones de penuria generalizada. Hasta 1941, con la entrada en la Segunda Guerra Mundial, no se pudo decir que había terminado la época de depresión.

En este contexto histórico, muchos escritores como John Dos Passos o el mismo Steinbeck se adscribieron a la corriente social de la literatura. Otros, como Dashiell Hammett, reflejaron el aumento de la criminalidad en sus novelas negras. En el caso del autor de Las uvas de la ira sus historias nacían de la indignación que le producía el panorama de pobreza que habían provocado los mercados especulativos, mientras muchos bancos y grandes empresas aprovechaban la situación para seguir incrementando sus ganancias. Algo parecido a lo que está sucediendo en la actualidad.

Aunque ya había escrito algunas novelas con anterioridad, la celebridad le llegó a Steinbeck con la publicación en 1935 de Tortilla Flat, que se inscribe en la tendencia imperante de realismo social, posteriormente desarrollada en dos de sus obras más célebres De ratones y hombres (1937) y Las uvas de la ira (1939). Viajero incansable, reflejó sus viajes en camioneta por Estados Unidos en su célebre Viajes con Charley. Hay que recordar también que Steibeck trabajó como corresponsal de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, experiencias que refleja en Hubo una vez una guerra. La concesión del Premio Nobel en 1962 por "su percepción y sensibilidad social, y su constante simpatía por los oprimidos y los desheredados de la sociedad" no estuvo exenta de polémica por parte de algunos críticos que consideraban que el escritor estadounidense no reunía las suficientes cualidades literarias para ser merecedor de tal galardón.

El título de De ratones y hombres lo tomó Steinbeck de un poema de Robert Burns titulado A un ratón:

"Pequeño, erizado, asustado, animalillo temeroso
¡Oh, qué pánico hay en tu pequeño pecho!
¡No necesitas salir corriendo tan deprisa,
haciendo tanto ruido!
¡Me resistiría a perseguirte, con pala asesina!"

La novela nos presenta a dos de los desheredados que vagan por los caminos buscándose la vida en trabajos esporádicos como peones en distintos ranchos. George parece un hombre hecho a sí mismo, capaz de sobrevivir en las circunstancias más difíciles, sociable y conocedor de la sordidez del mundo en el que vive. Su compañero, Lennie, es un deficiente mental, un niño con el cuerpo de un hombretón de fuerza hercúlea, de carácter pacífico y noble, pero cuyo poco entendimiento ya les ha causado problemas en el pasado. Aún a sabiendas de que le iría mucho mejor sin él, George jamás abandona a Lennie. Quizá la necesidad de compañía fiel es mayor que la de un trabajo estable, quizá ciertos sentimientos de amistad y compañerismo son más fuertes que los intereses individuales:

"Muchas veces lo he visto: un hombre habla con otro, y no le importa si éste no lo oye o no lo comprende. La cuestión es hablar o, incluso, quedarse callado, sin hablar. Eso no importa, no importa nada. (...) George puede decir cualquier disparate, es lo mismo. El caso es poder hablar. La cuestión es estar con otro hombre. Eso es todo."

Y es que el miedo a la soledad ante situaciones de infortunio es uno de los grandes temas de esta novela. El peón negro Crooks, que vive en el rancho y "había acumulado más posesiones de las que podía transportar al hombro" es una especie de esclavo, casi como un elemento más de la propiedad. Es el único de los trabajadores que cuenta con una habitación individual, pero eso no es un privilegio en sus circunstancias, sino un elemento de discriminación, ya que debido a su raza apenas puede hablar con nadie. Encuentra consuelo en la lectura, pero ni siquiera eso puede sustituir a la conversación humana.

El que vive en la miseria, puede resignarse, pero siempre buscará la esperanza en una vida mejor. George sueña con comprar su propio terreno, poder cultivar sus propios alimentos, tener algunos animales y ser independiente. De pronto, parece presentarse una oportunidad de cumplirlos, de abandonar para siempre la vida nómada, sólo una mentalidad ahorrativa, algo muy difícil en el ambiente jornalero. En cualquier caso, este es un sueño generalizado entre los peones. Habla Crooks, la voz de la experiencia:

"He visto más de cien hombres venir por los caminos a trabajar en los ranchos, con sus hatillos de ropa al hombro, y esa misma idea en la cabeza. Cientos de ellos. Llegan y trabajan y se van; y cada uno de ellos tiene un terrenito en la cabeza. Y ni uno solo de esos condenados lo ha logrado jamás. Es como el cielo. Todos quieren su terrenito. He leído muchos libros aquí. Nadie llega al cielo y nadie consigue su tierra. La tienen en su cabeza, nada más. No hacen más que hablar de eso, siempre, siempre, pero sólo lo tienen en la cabeza."

De ratones y hombres es una novela sobre la imposibilidad de ciertos sueños, que tiende una fraternal mirada a los perdedores, a aquellos que no provocan las crisis económicas pero las sufren y han de pagar los platos rotos con su sacrificio personal. La sencillez de estilo de Steinbeck y el perfecto dibujo de sus personajes hacen de ella una de las novelas fundamentales de la narrativa norteamericana del siglo XX.