Chaves Nogales nació en Sevilla en 1897. Hijo de periodista, su tío fue el conocido José Nogales, director de "El Liberal" y cronista de los violentos sucesos de 1888 en las minas de Riotinto, así que desde pequeño Chaves Nogales aprendió a amar la profesión. Su método de trabajo era el de la evaluación de la realidad desde todos sus ángulos, así que llegó a entrevistar a una amplia gama de personajes, desde reyes y dirigentes políticos, hasta los estratos más humildes de la sociedad, pasando por artistas o toreros como su amigo Juan Belmonte, cuyas conversaciones serían el germen de uno de sus libros más populares, "Juan Belmonte matador de toros".

Como observador de los fenómenos sociales de su tiempo, la mirada de Chaves Nogales no podía ser ajena al ascenso en Europa de dos totalitarismos de distinto signo: el comunismo en la Unión Soviética y el fascismo y nazismo en Italia y Alemania respectivamente, viajando a estos países y escribiendo siempre acerca de la verdad de lo que veía, aunque resultara hiriente para los simpatizantes de uno u otro régimen. Tal y como escribe en el prólogo de "A sangre y fuego":

"Yo era eso que los sociólogos llaman un "pequeñoburgués liberal", ciudadano de una república democrática y parlamentaria. (...), ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés de los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas a la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado ni un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista."

Si hubiera un solo elemento que destacar en los escritos de Chaves Nogales, obviando su evidente calidad literaria, sería el compromiso de su autor con la verdad, por encima de versiones interesadas de la historia auspiciadas por determinados partidos políticos o clases sociales. Una de sus entrevistas más conocidas es la que realizó en 1933 a Joseph Goebbels, el apóstol de la mentira. Los nazis le permitieron realizarla a condición de que el periodista no incluyera juicios de valor en su artículo y se limitara a transcribir las frases del Ministro de propaganda alemán. Aún así, el periodista no pudo evitar escribir las siguientes palabras, un testimonio elocuente de la pasión por su oficio:

"Es un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida, se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales. Toda Alemania está llena de anécdotas pintorescas sobre este tipo estrafalario, al que –verdad o mentira- se le ha colgado todo aquello que puede hacer polvo a un hombre. Siendo, como es, el azote de los judíos, se ha dicho incluso que era judío, aunque, según parece, la única verdad es que su suegra llevaba un apellido israelita."

"A sangre y fuego" es uno de esos libros imprescindibles y reveladores que hablan acerca de la historia (y fatalidad) de un país. No se trata en esta ocasión estrictamente de un reportaje periodístico. Son nueve relatos representativos de lo que el autor tuvo ocasión de presenciar o de escuchar acerca de la contienda, pero dotados de una autenticidad estremecedora. Quizá junto al tercer volumen de "La forja de un rebelde", de Arturo Barea, constituye uno de los más lúcidos testimonios del horror que se extendió por España con el golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

El prólogo es una auténtica reivindicación de la llamada "Tercera España", es decir, de aquellos ciudadanos de la República que se vieron de pronto inmersos en una guerra entre dos radicalismos ("todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario"), en la que solo querían tomar partido por la legalidad y la democracia:

"Los caldos de cultivo de esta nueva peste, (...) nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales."

España como preámbulo, como campo de pruebas de la próxima guerra civil europea. España como experimento en el que soltar todos los demonios de los fanatismos del siglo XX y dejarlos campar a sus anchas. Desde un primer momento se cometen absolutas barbaridades en uno y otro bando, si bien es cierto que, cuando el gobierno republicano pudo hacerse con el control de la situación, el número de crímenes bajó mucho en esta zona.

Chaves Nogales testimonia estas matanzas en sus cuentos sin escatimar crueldades: los campesinos huyendo ante el avance de las tropas de Franco, los bombardeos indiscriminados sobre Madrid y las no menos indiscriminadas represalias, el terror desencadenado contra los trabajadores que no estuvieron sindicados durante la República... Pero también el valor, la bravura y la cabezonería de unos hombres empeñados en matar y en dejarse matar por defender unas ideas, en unas batallas tan confusas como la amalgama de ideologías que en ellas se enfrentaban:

"Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar y a un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla, no hay cobardes ni valientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho a su energía vital, los que están mejor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida."

Si bien al comienzo de la guerra permaneció en Madrid como director del diario Ahora (controlado por un Consejo Obrero), se consideró legitimado para exiliarse cuando el gobierno, ante el peligro de que Madrid cayera en manos de los nacionales, se desplazó a Valencia. Chaves Nogales se fue aún más lejos, a Francia, asqueado de una lucha cuya victoria, venciera quien venciera, no le iba a pertenecer a él. Aún así, en los pocos años que le quedaban de vida, siempre conservó sus simpatías por el pueblo, a pesar de definirse a sí mismo como "pequeñoburgués liberal" y, sobre todo, demócrata, ese pueblo que el marqués fascista del relato "La gesta de los caballistas" describe con tanto desprecio:

"El pueblo (...) siempre es cobarde y cruel. Se le da el pie y se toma la mano. Pero se le pega fuerte y se humilla. Desde que el mundo es mundo los pueblos se han gobernado así, con el palo. De esto es de lo que no han querido enterarse esos idiotas de la República."

Después de la huida o muerte de esos idiotas de la República, a España le tocó pasar por cuarenta años de franquismo, en los que la figura del periodista sevillano fue sepultada bajo la losa del olvido que afectó a tantos intelectuales españoles. Tan solo en los últimos años (excepción hecha de su biografía de Belmonte) están haciendo fortuna sus escritos, que son pequeños (y merecidos) éxitos de ventas. Manuel Chaves Nogales murió en 1944, sin tener oportunidad de ver el fin del nazismo en Europa. El mejor homenaje que puede prestársele es dar a conocer sus escritos, los trabajos de un periodista honesto que siempre quiso contar las terribles verdades del mundo en el que le había tocado vivir.