La literatura rusa no es una excepción a este movimiento, más bien es una de sus principales impulsoras. A escritores casi sobrenaturales en su ambición de totalidad como Tolstoi y Dostoievski se unen autores tan maravillosos como Chejov, Gogol, Turguénev, Pushkin o Goncharov, entre otros muchos, que escribieron en muchas ocasiones en circunstancias muy difíciles. Tanto, que no es una exageración decir que para ellos la literatura era una especie de religión, una obligación moral con el ser humano, que acabaría identificándose con alguno de los personajes de sus creaciones.

El caso de Leon Tolstoi es especial en este sentido. Si bien provenía de una familia aristocrática, al final ha sido considerado como uno de los padres del anarquismo, aunque él nunca se definió como tal. Pero el pensamiento de Tolstoi era mucho más complejo. Influido en principio por la lectura de Schopenhauer, sus ideas fueron derivando hacia la exaltación del ascetismo, la caridad y la pobreza, lo cual le emparenta con el cristianismo más puro, resumido en la sentencia del Evangelio de San Mateo: "Es más sencillo que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios". Esto implica también una cerrada defensa del pacifismo y la no violencia como modo de vida. De hecho su correspondencia con Gandhi influyó decisivamente en las ideas del joven abogado hindú.

El gran escritor ruso consideraba que la única manera de ser feliz era ayudando a los demás. De hecho, su pensamiento radical en este sentido le hizo entrar en conflicto con su esposa Sofía Andreyevna, con la que tuvo trece hijos, al ser Tolstoi partidario de legar sus bienes al resto del mundo, privando de ellos a su familia. Tres días antes de morir, Tolstoi escapó de sus propiedades y de su familia, dejando una famosa carta a su esposa, una especie de testamento que resume algunas de sus ideas:

"Desde hace largo tiempo, amada Sofía, sufro por el desacuerdo que hay entre mi vida y mis creencias. No puedo obligaros a cambiar ni vuestra vida ni vuestras costumbres; no he podido tampoco abandonaros hasta hoy, porque pensaba que, por mi alejamiento, privaría a nuestros hijos, todavía muy jóvenes de esta pequeña influencia que podría tener sobre ellos, y porque a todos os causaría mucho dolor (...) He resuelto hacer ahora lo que quería hace tiempo: marcharme. Como los hindúes, que, cuando han llegado a los sesenta años, se van a un bosque; como cada hombre viejo y religioso que desea consagrar los últimos años de su vida a Dios y no a las bromas, a los juegos de palabras, a las habladurías y al “lawn tennis”; así también yo, que he llegado a los setenta años, deseo con todas las fuerzas de mi alma la paz, la soledad, y si no una armonía completa, por lo menos no este desacuerdo que clama entre mi vida toda y mi conciencia."

"La muerte de Iván Ilich" no es una de esas novelas de Tolstoi como "Guerra y Paz" o "Ana Karenina" donde se logra la construcción de un mundo casi tan complejo como el real. Se trata de una novela corta, pero absolutamente magistral en el tratamiento que realiza de un tema tan crucial como la muerte de un ser humano.

Iván Ilich es un servidor público ambicioso. Su vida se resume en el anhelo se subir cuantos grados sea posible en el escalafón del funcionariado zarista ya que "los deleites de su trabajo oficial eran los deleites de la ambición; los deleites de la vida social eran deleites de la vanidad". Para él su trabajo es un fín en sí mismo, el logro de un estatus social que le ayude a abandonar sus complejos e inseguridades. Si bien es valorado y respetado en su rol laboral, no sucede lo mismo en cuanto a su vida familiar, que es un pequeño infierno.

Un día, un nimio accidente, precisamente cuando ejercitaba su vanidad, decorando su hogar hasta sus más ínfimos detalles, le hará caer enfermo, comenzando así una cruel y lenta agonía, en la que Iván tendrá tiempo de plantearse si sus esfuerzos han merecido la pena, si el lugar en el mundo que ha logrado es lo que la vida le pide a un ser humano. El sufrimiento continuo le proporciona una rara sabiduría, pero a la vez una sensación de extrañeza al comprobar que realmente es él y no otro el que está experimentando esa muerte lenta:

"Iván Ilich vio que se moría y su desesperación era continua. En el fondo de su ser sabía que estaba muriendo, pero no sólo no se habituaba a esa idea, sino que sencillamente no la comprendía ni podía comprenderla."

Se ha dicho en muchas ocasiones que todo ser humano se considera a sí mismo, en el fondo, inmortal, por lo cual la muerte siempre toma de improviso a sus víctimas, de ahí la absoluta incomprensión del personaje ante lo que le está sucediendo. La idea de no poder hacer planes de futuro y de que a la vez el mundo vaya a seguir su curso sin él le resulta demasiado absurda como para ser tomada en consideración. Pero a la vez, un acontecimiento tan vulgar, que ha sucedido infinitas veces en la historia de la humanidad, se torna absolutamente trascendente cuando el afectado es él mismo, Iván Ilich (y el propio lector no puede evitar ponerse en su lugar), otorgándole una lucidez oscilante entre el horror y la esperanza:

"¿Y esto que quiere decir? ¿A qué viene todo ello? No puede ser. No puede ser que la vida sea tan absurda y mezquina. Porque si efectivamente es tan absurda y mezquina, ¿por qué habré de morir, y morir con tanto sufrimiento? Hay algo que no está bien.
Quizá haya vivido como no debía - se le ocurrió de pronto - ¿Pero, cómo es posible, cuando lo hacía todo como era menester?, se contestó a sí mismo, y al momento apartó de sí, como algo totalmente imposible, esta única explicación de todos los enigmas de la vida y la muerte."

Enigmas a los que Tolstoi no da soluciones en la novela, más allá del sinsentido de la existencia. Quizá la mejor respuesta fue su propia actitud vital en los últimos años de su vida. ¿Pensó Tolstoi en Iván Ilich en el momento de morir en el andén de una estación de ferrocarril? Quizá se le apareció su personaje en el último instante y le dijo algo así como: "No te preocupes, ahora lo comprenderás todo".