La historia de Eduardo VIII no es exactamente la de un rey que abdicó por amor. Sus simpatías por los nazis eran evidentes y, de hecho, quizá hubiera vuelto a ocupar el trono de Inglaterra si los nazis hubieran ocupado este país. Su hermano Jorge no estaba preparado para ser rey. Era un ser tímido, al que no le gustaba estar bajo los focos. Su tartamudez le invalidaba para la que es una de las principales funciones de todo monarca: la lectura de discursos dirigidos a sus súbditos.

La película de Tom Hooper, gran triunfadora de los Óscar este año, se ocupa de la historia de superación personal del nuevo rey. Colin Firth interpreta a un monarca desconfiado y gruñón, que arrastra su problema como una fatalidad insuperable. Después de probar diversos métodos, va a parar a la consulta de Lionel Logue (Geoffrey Rush), un terapeuta sin título, pero que posee un método infalible para curar un defecto que tiene mucho más de psicológico que de físico.

En medio de todo esto, en Europa soplan vientos de guerra y los británicos esperan que su rey sepa inspirarlos con discursos de carácter épico. La presión sobre Jorge VI es considerable. Algo tan sencillo como leer unas palabras escritas en un papel se convierte para él en un abismo casi insalvable. Su discurso al comienzo de la guerra, es histórico. A pesar de distar mucho de la perfección, supo aprovechar su defecto para establecer pausas que conseguían un efecto dramático muy apropiado para tan grave momento. En realidad, como es sabido, la fama como orador se la llevó el primer ministro Winston Churchill, personaje que aparece brevemente en la película y que supo galvanizar la resistencia de los británicos en sus horas más desesperadas.

En "El discurso del rey" descubrimos que los miembros de la familia real también pueden tener infancias maltratadas. Jorge VI es un personaje casi siempre a la defensiva. La principal labor de su terapeuta va a ser bajarle los humos y hacerle sentir cómodo en las sesiones. Su batalla no es hacer de él el mejor orador del mundo, sino potenciar su autoestima y conseguir que sea competente para un trabajo al que no puede renunciar. El gritar tacos al aire y trivializar la solemnidad de su cargo pueden ser elementos de gran ayuda.

La película de Tobe Hooper es una típica producción histórica de las que acostumbra a producir con cierta frecuencia el cine británico. Películas con ambientación muy cuidada y bien interpretadas. No se trata de un film épico, sino de una historia íntima, de superación personal que, según parece, ha ayudado a la sociedad a comprender el estigma social que ha arrastrado desde siempre el colectivo que comparte el defecto del habla del protagonista.