miércoles, 29 de septiembre de 2010

SINTRA.





Viajar a Sintra desde Lisboa es como entrar en otro mundo, un mundo dominado por la naturaleza y el frescor, donde la espesura de la abundante vegetación provoca permanentemente extraños juegos de luces, mientras caminamos bajo las copas de los árboles. Sintra es una ciudad de palacetes y de jardines frondosos. También es un lugar frecuentemente ocupado por enjambres de turistas, por lo que conviene llegar temprano, para visitar tranquilamente el maravilloso Palacio da Pena.

El Palacio está situado en lo alto de un monte, desde donde se aprecian unas magníficas vistas que abarcan hasta la misma Lisboa. El edificio es desconcertante, pues constan en él una amalgama de estilos en los que prima la fantasía y el capricho arquitectónico. La construcción original era un convento de los monjes Jerónimos. Partiendo de esa base, los reyes portugueses ordenaron que se fuera aumentando el cuerpo del edificio hasta llegar al palacio que conocemos hoy día. Su contemplación es una fiesta para los sentidos. Hay quien lo considera un ejemplo de gusto por el exceso, pero desde mi punto de vista el conjunto posee una rara armonía y resulta muy inspirador al visitante, que sabe que está contemplando algo único en el mundo: un edificio de arquitectura escandalosamente llamativa que es capaz de integrarse perfectamente en la naturaleza circundante, casi como si de un castillo de cuento de hadas se tratara. Una visita imprescindible para quien pase unos días en Lisboa. Lo cierto es que es difícil de describir: es mejor admirarlo atentamente a través de la propia mirada.

Como ya he comentado, si por algo destaca Sintra al visitante recién llegado es por la omnipresente naturaleza. Cuando el hombre domina la naturaleza, la embellece y la transforma a su medida crea los llamados jardines. Merece muchísimo la pena acercarse a la Quinta de Regaleira, una de las muchos palacios de nobles que luego pasaron a manos burguesas. Su restauración se llevó a cabo hace pocos años y pasear por sus laberínticos jardines constituye una experiencia única. Lo mejor, si se tiene tiempo, es caminar por ellos sin rumbo fijo, dejándose sorprender cada cierto tiempo por los templetes, estatuas o grutas que encontraremos por el camino. Hay muchos espacios en los que la frondosidad es tal que apenas se cuela la luz del Sol entre las hojas de los árboles. Destaca el pozo iniciático, reflejado en la fotografía, conectado con distintos lugares de la propiedad a través de pasadizos. La simbología templaria está presente en muchos de los elementos arquitectónicos que vamos encontrando. Cuanto más nos alejamos de nuestro punto de partida (el palacio), la naturaleza va transformándose en más densa y salvaje, como si el paseo fuera un pequeño viaje a las profundidades del alma humana.

Merece también la pena dar un pequeño paseo por las empinadas calles de Sintra, admirar sus palacios, algunos francamente en decadencia, cuando no directamente abandonados. Todo forma parte del encanto de la ciudad.

Por la tarde, si se tiene tiempo, es recomendable una rápida visita a Mafra, para conocer el grandioso monasterio cuya construcción tan bien retrató Saramago en "Memorial del convento". Como en tantas otras ocasiones, los reyes construyeron un edificio suntuoso a mayor gloria de Dios mientras el pueblo pasaba hambre. Un edificio de proporciones impresionantes, que quiere transmitir solemnidad, aunque al final solo consigue a través de ciertas dosis de frialdad.

martes, 28 de septiembre de 2010

LA HUELGA.


He visto pocas huelgas tan desconcertantes como ésta. Los motivos sobran, eso es indudable pero ¿se ha escogido el mejor momento para convocarla? Leyendo los periódicos de hoy, varios analistas coinciden en señalar que ni a los sindicatos les interesa que la huelga tenga un éxito arrollador (que no lo va a tener), para no debilitar en exceso al gobierno y así darle alas al Partido Popular, ni al gobierno le interesa que la que sea un fracaso absoluto, debilitando a los sindicatos, sus tradicionales aliados.

Lo cierto es que el gobierno perdió el norte hace mucho tiempo. Recuerdo que hace algo más de dos años, un sonriente Zapatero nos anunciaba que había que hacer algo con el superhábit del Estado. No se le ocurrió mejor manera de repartir el dinero presuntamente sobrante que creando el cheque-bebé, que podían cobrar todos los padres, independientemente de su situación económica, y regalando cuatrocientos euros a todos los contribuyentes. Todas medidas muy progresistas y muy acertadas de cara al futuro. A nadie en el gobierno se le ocurrió invertir esos fondos en Investigación y Desarrollo o en políticas culturales que crearan empleo antes de que llegara el ladrillazo. A partir de entonces, pocas veces se ha visto un deterioro económico tan rápido y desconcertante y a un gobierno tan exhausto, cabalgando como puede por detrás de los acontecimientos.

Desde mi punto de vista, la gran oportunidad para los Estados se perdió con la quiebra de Lehman Brothers. Algunos de los grandes empresarios capitalistas hablaban de la absoluta necesidad de ser rescatados por los Estados, de suspender el sistema durante algún tiempo... Los gobiernos podrían haber ayudado a los grandes bancos y empresas, tal y como lo hicieron, sí, pero poniendo condiciones, estableciendo nuevas normas de regulación de los mercados, mecanismos de control, estableciendo la tasa Tobin... volviendo a ser el ente controlador de los desequilibrios del mercado, volviendo a su papel de redistribuidor de las riquezas que nunca debió abandonar. En lugar de eso dio a los bancos todo el crédito que pedían y estos bancos, una vez recuperados, se dedicaron a desacreditar a los Estados por haberse endeudado para ayudarles.

España es un caso especial. Ya en la época de presunta bonanza, nuestro nivel de paro era similar al de Alemania en horas bajas. La economía funcionaba a base de ganancias rápidas y nada productivas para el futuro, nuestra riqueza se fundamentaba en el crédito ilimitado que iba creando poco a poco una gran masa de deuda a la que algún día habría que hacer frente. Los ayuntamientos se endeudaban con alegría. Los gestores responsables de esta situación siguen ahí, quejándose y reclamando más nivel de endeudamiento para las entidades locales. La irresponsabilidad de los gobernantes jamás se ha exigido en este país. Nadie parece entender que gastar más de lo que se ingresa acaba provocando la quiebra. Uno de los pocos ejemplos de buena gestión ha sido el ayuntamiento de Bilbao, que apenas debe tres millones de euros. Su alcalde fue prudente y no se dejó llevar por la alegría general de gasto. Y no creo que a los bilbaínos les haya faltado de nada. Si acaso, sus fiestas habrán tenido menos fuegos artificiales que las de otros ayuntamientos, pero sus ciudadanos tienen garantizados los servicios más básicos, algo de lo que empieza a dudarse cuando miramos a ayuntamientos que se acercan a la quiebra técnica, como el de Madrid.

Ante todos los problemas de nuestro país, los sindicatos solo han parecido despertar cuando se han tocado los sueldos de los funcionarios y se han congelado las pensiones. Desde mi punto de vista, existen dos tipos de trabajadores en este país: los que pueden permitirse el lujo de protestar y los que no. Los primeros son los funcionarios y los empleados con contrato fijo. Los segundos son los afectados por la temporalidad, por contratos basura, los que viven constamente al filo del abismo, sometidos por el miedo al despido. Dejo aparte a los parados, que ni siquiera pueden optar por la huelga ni se sienten representados por sindicato alguno. El parado observa con envidia a los trabajadores que todavía gozan de derechos que defender. El empresario aprovecha la coyuntura para exigir la debilitación de estos derechos en nombre de la creación de empleo.

En lo que nadie parece reparar en esta lucha es que los únicos trabajadores que realizan eficazmente su trabajo son los que se sienten felices y realizados en su labor diaria, los que se sienten útiles. En la actualidad hay demasiadas personas que se sienten elementos sobrantes, a las que invade la desesperanza. Estoy de acuerdo en luchar contra el deterioro de los derechos de quienes todavía gozan de ellos. Pero echemos también una mirada a los hombres y mujeres a los que el sistema ha dado una patada. Busquen soluciones para ellos entre todos. Nada es más triste que sentirse prescindible y no tener el más mínimo poder de protesta. Es curioso, pero en nuestra Constitución el derecho a la huelga se encuentra mucho más protegido que el de trabajar.

Por cierto ¿qué repercusión mediática lograría una huelga de agentes comerciales?

Aquí dejo un artículo de Juan Torres, que fue mi profesor de economía en la Universidad. Lo explica todo mucho mejor que yo:

http://blogs.publico.es/otrasmiradas/101/contra-el-crimen-perfecto-2/

EL ÁRBOL (1991), DE SLAWOMIR MROZEK. LA GROTESCA CONDICIÓN HUMANA.


Suele ser insólito en mi vida lectora que comience un libro sin tener referencia alguna del autor. Siempre procuro apostar sobre seguro e informarme antes, pero en esta ocasión, debiendo leerlo para uno de los múltiples clubes de lectura en los que participo y advirtiendo desde las primeras páginas que se trata de cuentos muy breves y digeribles, no se ha tratado de una experiencia demasiado arriesgada.

Mrozek es un autor polaco cuyo principal prestigio proviene de sus obras teatrales. Desde hace algunos años, a España están llegando sus cuentos en las cuidadas (y caras, que todo hay que decirlo) ediciones de El Acantilado. "El árbol" es un libro representativo de su estilo como cuentista: minimalismo, economía de medios y máximo aprovechamiento de los débiles materiales de construcción que utiliza. Como lector, me he sentido desconcertado pues, si bien algunos de los relatos me parecían meros chistes, otros como "La guardia en la montaña", "Política interior" o "Una historia breve pero entera" podrían aparecer perfectamente en algún manual como ejemplo de cómo construir un cuento con las dosis precisas de ironía, misterio y absurdo.

Me encontraba meditando acerca de las contradicciones de este escritor, capaz de los peor y de lo mejor, cuando decidí buscar una foto suya en internet. El misterio quedó parcialmente resuelto con la contemplación de la misma. Observen su rostro marxista (de Groucho Marx) y comprenderán todo el absurdo de la existencia concentrado en una mirada socarrona, que comprende tan bien la naturaleza de los hombres que no puede sino burlarse de ella. Este es el auténtico Slawomir Mrozek, un escritor libre y observador, que es capaz de simplificar lo complejo y mofarse cálidamente del lector mientras le muestra sus propias incoherencias cotidianas.

lunes, 27 de septiembre de 2010

JARHEAD (2005), DE SAM MENDES. EL DESIERTO DE LA LARGA ESPERA.


Hacía tiempo que tenía ganas de ver esta película. Lo hubiera hecho antes si hubiera intuido que es tan interesante. Aunque adolece de una cierta falta de profundidad en sus personajes, lo compensa ampliamente con su acertada reflexión de lo que significó la Primera Guerra del Golfo para los victoriosos soldados de a pie estadounidenses. No hay que olvidar que tan fácil victoria allanó el terreno para la invasión de Irak, producida doce años después y que tantos desastres ha provocado. Aquí el artículo:

Este año, sin muchas celebraciones, se ha cumplido el vigésimo aniversario de la invasión de Kuwait por parte de Irak, hecho que desencadenaría la llamada "Primera Guerra del Golfo". La ocupación de este pequeño emirato, rico en petróleo, supuso el principio del fín para Saddam Hussein. Errando sus cálculos, estimó que la comunidad internacional negociaría con él ante el hecho consumado. Lo único que consiguió fue que una poderosa coalición, bajo el amparo de la ONU y liderada por Estados Unidos, desencadenase una victoriosa contraofensiva que acabó liberando Kuwait casi sin resistencia.

La Guerra del Golfo está llena de paradojas. A pesar de tratarse de una de las contiendas más televisadas de la historia, sus imágenes estuvieron sometidas a censura desde el principio. Los asesores de imagen norteamericanos no querían repetir los errores de Vietnam. Con un internet todavía inexistente, esta guerra fue la edad de oro de la censura militar. Además, supuso una guerra altamente tecnificada, donde la precisión de los bombardeos aéreos fue decisiva. Las tropas terrestres solo tenían que ocupar, sin apenas lucha, los terrenos previamente atacados desde el aire, encontrando una espantosa estela de destrucción, en la que no faltaban muchísimas víctimas inocentes.

El liderazgo de la operación recayó en el presidente estadounidense de aquel momento: George Bush padre. Haciendo gala de una prudencia que se antojó excesiva a muchos analistas, se conformó con liberar Kuwait sin penetrar en Irak. Doce años después, su hijo se encargó de completar el "trabajo" invadiendo Irak con ambiguos argumentos que resultaron ser inciertos y sin el aval de Naciones Unidas. La ocupación del país ha resultado un desastre, entre continuos atentados y conatos de guerra civil. A día de hoy, Irak sigue siendo un país inestable y peligroso.

A la hora de abordar el espinoso tema de la Primera Guerra del Golfo, el prestigioso director Sam Mendes contaba con la perspectiva de los dos conflictos, pues la película se rodó un año después de la invasión de George Bush hijo. Mendes opta en todo momento por un discurso crítico, que no deja en buen lugar al estamento militar estadounidense. No se detiene a debatir las razones de la guerra o su justicia, pues adopta el enfoque de un simple soldado que es destinado al Golfo Pérsico sin saber muy bien lo que va a encontrar allí.

El primer tramo de la película funciona como un homenaje a "La chaqueta metálica", de Stanley Kubrick, narrando el entrenamiento de Swofford (Jake Gyllenhaal) a su llegada al cuerpo de marines. Su sargento tiene muchas similutes con el Hartman de aquella cinta. Los reclutas van y vienen, pero los sargentos instructores permanecen.

En este sentido, es interesante constatar el análisis que Mendes realiza acerca de la influencia que el cine ejerce sobre los reclutas. En una visión conjunta de "Apocalypse Now", la obra maestra de Coppola, los soldados acceden a un estado cercano al éxtasis con la contemplación de la famosa escena del ataque de los helicópteros al poblado vietnamita. Lo que el director pretende mostrar como un episodio horrible de muertes sin sentido se transforma, a los ojos extasiados de los reclutas, en una hazaña protagonizada por sus hermanos, los marines que combatieron en Vietnam. El entrenamiento, que pretende convertirlos en insensibles máquinas de matar, ha calado hondo en ellos.

La misión que se les encarga a los marines que llegan a Arabia Saudí es contraria a su espíritu combativo: esperar acontecimientos. Como en "El desierto de los tártaros" de Dino Buzzati, los soldados han de otear el horizonte esperando un ataque del enemigo que nunca llega. Mientras tanto, los mandos se dedican a fomentar el odio al adversario y a atemorizar a las tropas con la posibilidad de un ataque químico. En realidad, el mayor peligro para los marines en toda la guerra va a ser, como después se sabrá, la medicación preventiva que les obligan a tomar y que para muchos de ellos va a derivar años después en la enfermedad conocida como "síndrome del Golfo".

Como es lógico, los meses de inactividad en aquella tierra de nadie son desesperantes para los soldados americanos, que acentuarán más si cabe sus comportamientos tribales y los ritos de iniciación de los nuevos reclutas. Entrar en el ejército supone hacerlo en un mundo aparte. En el frente de batalla las relaciones familiares y amorosas se difuminan hasta convertirse en casi un mito en la mente del soldado. En este contexto, una simple ruptura amorosa se convierte en un drama que deja al combatiente en una posición de desamparo. En estas escenas de la película, el espectador solo echa en falta una mayor profundización en los personajes, que aparecen como demasiado elementales y planos, aunque en todo caso hacen honor al título de la cinta: son unos "cabezabotes".

Finalmente, llega el día de la batalla. Las tropas ven llegado el momento de saciar su sed de sangre y se lanzan ansiosas a la lucha, solo para encontrar que su trabajo ya ha sido realizado desde al aire. La infantería se limita a tomar territorios asaltados por un previo apocalipsis venido del cielo. Los soldados se deprimen: van a la guerra y no tienen la oportunidad de matar a nadie. La contienda solo les sirve para contemplar el incendio de los pozos petrolíferos kuwaitíes: una imagen llena de terrible belleza.

Sam Mendes ha firmado una película que resume muy bien lo que significó la Guerra del Golfo para los soldados de infantería que lucharon en ella: una espera llena de tensión y un posterior paseo militar que frusta a los reclutas por la ausencia de combates. Ya se encargaría posteriormente Bush hijo de dar ocasiones de combatir a los marines.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

NARCISO NEGRO (1947), DE MICHAEL POWELL Y EMERIC PRESSBURGER. HISTORIA DE UNA MONJA.


La creación literaria es un mundo eminentemente individualista. Son raros los casos de libros firmados a cuatro manos. De inmediato me viene a la cabeza aquella maravillosa fábula de ciencia ficción de Frederik Pohl y C. M. Kornbluth llamada "Mercaderes del espacio". Pero esta es una muy rara excepción.

El cine, por su parte, es un arte que no puede ser realizado en soledad. Hace falta mucha gente para filmar una película, pero al final va a ser firmada por un director, que es el que se va a llevar la etiqueta de autor. Tampoco es habitual la autoría compartida en el mundo del cine. Michael Powell y Emeric Pressburger son responsables de muchos títulos clásicos: "Coronel Blimp", "Las zapatillas rojas" o "Los invasores", películas nada complacientes y que tratan al espectador como a una persona inteligente. "Narciso negro" es un pequeño prodigio en este sentido.

La religión católica, como todas, se nutre de su continua expansión, de la evangelización de otros pueblos. La historia comienza con la misión que se encarga a unas monjas de habitar un antiguo palacio en pleno Himalaya y transformarlo en convento que haga las veces de colegio y hospital. En principio dichas monjas son mostradas como seres sobrehumanos, capaces de sobreponerse a las peores dificultades para llevar a cabo sus tareas guiadas por su fe. El trabajo parece ir dando sus frutos y las hermanas gozan de gran prestigio entre la población. Hasta allí llega incluso un joven príncipe local (Sabú), interesado en todo conocimiento que las monjas puedan transmitirle. El contrapunto a tanta perfección lo pone un cínico occidental habitante de aquellas remotas tierras, el único que parece comprender que el cambio de mentalidad que parece estar penetrando entre los indígenas es tan generalizado como frágil.

Ahora está de actualidad hablar acerca de la sexualidad reprimida del clero, sobre los deseos ocultos que se manifiestan a veces de la peor manera posible. En 1947 esto temas eran mucho más difíciles de tratar y más en una película destinada al gran público. El espectador actual de "Narciso Negro" siente por momentos que está ante una de esas raras películas valientes que se adelantan a su tiempo. Las monjas (sobre todo la protagonista, Deborah Kerr) recuerdan su pasado en el mundo, no pueden evitar que les vengan a la cabeza imágenes de sus antiguas historias amorosas. El celibato es descrito en esta película como una autoimposición antinatural. El deseo sexual acaba imponiéndose, pero cada una lo afronta a su manera. La protagonista sabe reprimirlo, quizá porque ya recibió un desengaño amoroso en su día. Su compañera, la hermana Ruth (una bellísima Kathleen Byron), se ve desbordada por él, no sabe como hacerle frente y finalmente cae en una penosa locura.

La película transcurre en unos escenarios irreales, que se mueven sutilmente entre el cielo y el infierno. La naturaleza nos es mostrada en todo su esplendor y su crudeza. La fotografía exquisita de Jack Cardiff es una contribución fundamental para comprender los estados de ánimo de los personajes. Fue justamente premiada con un oscar.

lunes, 20 de septiembre de 2010

AKHENATÓN (1985), DE NAGUIB MAHFUZ. ATÓN ES AMOR.


Aunque no se puede calificar de fascinante la lectura de este libro de Mahfuz, sí que me ha resultado muy interesante como objeto de debate entre mis compañeros del club de lectura de la Biblioteca Provincial. ¿Cómo fue posible que un faraón, el máximo representante del poder de una civilización milenaria como Egipto intentara imponer una reforma religiosa tan radical? ¿De donde le vino la ocurrencia de que dios estaba en todas partes, que todos los hombres eran iguales para él y que la base de las relaciones humanas debía ser el amor? Son cuestiones de difícil respuesta, máxime cuando se trata de hechos tan remotos. Mahfuz intenta contestarlas dándole voz a los distintos testigos de los hechos. Es el lector quien debe sacar sus propias conclusiones:

El escritor egipcio Naguib Mahfuz saltó a la fama internacional con la noticia de la concesión del premio Nobel en 1988. Era el primer escritor en lengua árabe que conseguía el galardón. Aunque su mayor prestigio proviene de la llamada "Trilogía de El Cairo", una serie de novelas que retratan el Egipto contemporáneo, también es muy popular por sus novelas históricas ambientadas en el Egipto de los faraones, como "Akhenatón".

A pesar de su inmensa fama, los últimos años del escritor fueron tristes. Fue vetado por el islamismo más radical y en 1996 sufrió el ataque de un fanático que a punto estuvo de acabar con su vida. Su prestigio ha permanecido incólume desde su muerte en 2006. Sigue siendo el autor norteafricano más leído y querido en Occidente.

La civilización egipcia fue la más sorprendente y estable de la Antiguedad. Durante tres mil años, a pesar de algunos periodos esporádicos de invasiones extranjeras, Egipto conservó unas instituciones, costumbres y formas de vida en sociedad que se antojaban eternas. La religión, uno de los pilares de esta civilización, se basaba en la divinidad del faraón, un ser intocable. Durante la época que transcurre esta novela, sobre el año 1350 antes de Cristo, los sacerdotes del dios Amón gozaban de un gran poder, tanto que el faraón necesitaba implícitamente de su apoyo para gobernar.

La novela de Mahfuz se concibe como una investigación histórica acometida años después del fín del reinado de Akhenatón por un joven personaje. Su método será la entrevista a los protagonistas de aquellos años, teniendo siempre presente el consejo de su padre cuando parte a su misión:

"Tú mismo has escogido tu camino, Miri-Mon, ve y que Dios te guarde: algunos de tus abuelos fueron a la guerra, otros se dedicaron a la política o al comercio; tú deseas dedicarte a la verdad. Todos han hecho según su designio. Sin embargo, guárdate de levantar la ira del poderoso o de insultar a la prostituta, sé como la historia, que escucha a todo el que habla sin inclinarse ante nadie, para luego entregar la pura verdad a los que observan."

El mismo Miri-Mon añade esta reflexión antes de comenzar su tarea:

"Me alegré de abandonar la inactividad y adentrarme en el flujo de la historia, que no conoce ni principio ni fín, y que añade a su curso todo lo que merece la pena, en una ola persistente de amor a la verdad eterna..."

La historia como maestra de la verdad, una verdad escurridiza que tiene muchos dueños, tantos como testigos de la misma. Si por algo se van a caracterizar las entrevistas que realiza Miri-Mon va a ser por las versiones contradictorias de unos mismos hechos que señalan unos interlocutores u otros. Si hay un personaje que sea capaz de sembrar la polémica en la historia egipcia, este es Akhenatón.

Akhenatón reinó aproximadamente entre los años 1353 y 1336. Podría haber sido un faraón más de una larga lista, pero su periodo es recordado por la extraña revolución religiosa que intentó llevar a cabo. Según se le describe en la novela, fue un ser deforme y afeminado, pero con un gran predicamento a la hora de seducir a los que le rodeaban y reclutarlos para la causa de su nueva religión. Gozó de una gran popularidad entre el pueblo llano, pues intentó acercarse a él a través del extraño lenguaje del amor.

El faraón Akhenatón se convenció desde muy temprano de la existencia de un dios único, que el identificaba con el Sol (Atón), un dios que se encontraba en todas partes y cuyo culto se basaba en la igualdad y el amor por todos los hombres, doctrina que el faraón intentó llevar hasta sus últimas consecuencias.

Enfrentado con el poder religioso establecido, representado por los sacerdotes de Amón, Akhenatón construyó una nueva capital, Aketatón, consagrada al nuevo dios. Con la ingenuidad que solo puede proporcionar una verdadera fe, el faraón se desentendió de los asuntos de Estado, esperando que el poder del amor entre los semejantes resolviera todos los problemas. Por otro lado, al parecer fue intolerante con los otros cultos, lo que originó enfrentamientos civiles durante su reinado.

La técnica con la que Mahfuz narra estos acontecimientos es la de dejar hablar libremente a sus protagonistas, que trazan retratos del faraón siempre subjetivos y polémicos. Es el lector el que ha de decidir con qué rasgos de Akhenatón se queda, el que debe enjuiciar si su reinado, o al menos sus intenciones, fueron positivas para el Egipto de aquel tiempo. Es la eterna disputa de la historia.
Lo que siempre queda es la admiración ante unas doctrinas que se adelantaron a su tiempo y que resultaron ser un auténtica rareza en la historia de Egipto. Expresar el amor por unos súbditos de clases inferiores no podía ser sino un gran escándalo desde el punto de vista de la tradición. No en vano a Akhenatón le quedó el sobrenombre de "el hereje". Su sucesor, Tutankhamón será el encargado de volver al antiguo orden.

viernes, 17 de septiembre de 2010

LA "GUERRA" CONTRA LAS DROGAS: CRÓNICA DE UN DESASTRE ANUNCIADO.


Fíjense bien en esta imagen. Es tan cotidiana en los telediarios que ya nos hemos acostumbrado a ella. De vez en cuando el presentador nos anuncia con voz triunfante que se ha interceptado un gran alijo de drogas, cuyo precio de venta en el mercado hubiera alcanzado muchos millones de euros. La noticia es presentada como un triunfo de la ley y el orden contra el crimen organizado. Cuando el hecho sucede en España, el alijo suele mostrarse junto a un cartelito de la Guardia Civil o de la Policía Nacional. Cuando sucede en Sudamérica, suelen ser militares armados hasta los dientes los que custodian los bultos de droga.

Hace casi cien años se estableció en Estados Unidos la llamada "ley seca". De repente, los legisladores decidieron que el alcohol era un producto pernicioso para los ciudadanos y prohibieron su comercio y consumo. Evidentemente, no tardó en establecerse un tráfico ilegal, de gran éxito desde el primer día, que hizo ganar cantidades inimaginables de dinero a las bandas organizadas, que sembraron de violencia las ciudades estadounidenses. La demanda del producto era alta y la gente bebía cualquier cosa, sin garantía sanitaria alguna. Al final, rendidos ante la evidencia, el Estado volvió a permitir el consumo. La gente siguió emborrachándose, pero lo hacía en uso legítimo de su libertad.

Con las drogas sucede algo parecido desde hace demasiado tiempo. Su prohibición nada ha resuelto, sino que ha encumbrado a violentos grupos criminales que llegan a acumular más poder que el gobierno de muchos estados. Declararles la guerra, tal y como ha hecho México, es seguirles el juego, llevarlos al terreno donde más cómodos se sienten. Su capacidad de corrupción es infinita y sus tentáculos son capaces de llegar a las más altas instancias del Estado. Seguramente, por cada alijo que pomposamente se muestra ante las cámaras de televisión, los narcos han logrado introducir en el mercado diez veces esa cantidad. Y lo peor de todo es que en esta guerra sin cuartel mueren inocentes cada día.

Cualquier persona medianamente inteligente sabe que la guerra contra la droga es una guerra perdida. Tal y como sucedió en su día con el alcohol, los distintos tipos de droga son productos con una alta demanda en el mercado, que produce altos beneficios a quien trafica con ellas, beneficios que les hace cada vez más poderosos. El Estado solo puede vencer a estos grupos organizados dándoles donde más les duele: tomando el monopolio de la distribución de los estupefacientes, legalizándolos, en suma, asumiendo su control sanitario y comercial, velando así, aunque parezca paradójico, de manera efectiva sobre la seguridad y salud de sus ciudadanos.

Nuestro ex presidente del gobierno, Felipe González ha vuelto a abrir recientemente el debate acerca de la legalización. Como sucede siempre, los gobernantes esperan a estar alejados del poder para expresar sus auténticas opiniones acerca de temas particularmente polémicos. Al ciudadano medio se le da una imagen de la droga como el diablo (que lo es) y de la policía como defensora de la ley. Pocas voces disidentes en este tema le llegan, por eso es bueno que alguien tan mediático como González lance la propuesta de una Conferencia Internacional que debata la liberalización de las drogas.

El diario "El País" (al que desde aquí agradezco humildemente que hiciera el jueves un pequeño hueco a "El hogar de las palabras") dedicaba el pasado miércoles un extenso artículo al asunto titulándolo elocuentemente "Legalizar las drogas, feliz idea imposible". Bien es cierto que es una idea impopular y que ningún gobierno se va a arriesgar a llevarla a cabo con facilidad y que su utilidad se vería comprometida si no la adoptan también los gobiernos vecinos. Sería bueno que se convocara esta conferencia, que el debate llegara a los ciudadanos, que se les informara de los pros y contras de esta medida, del inmenso ahorro en represión y cárceles que lograrían los Estados llevándola a cabo. En suma, se trata de que los gobiernos dejen de tratar a sus ciudadanos como niños, que estos sean responsables de sus propios actos y puedan ejercer su derecho a estar informados y conducirse en consecuencia. Seamos valientes y enfrentemos de cara a un problema que engulle cada día vidas y recursos en una guerra estéril. Al menos, hablemos de ello.

MIS TARDES CON MARGUERITTE (2010), DE JEAN BECKER. EL CLUB DE LECTURA DE DOS.


De vez en cuando surgen películas que trascienden lo meramente cinematográfico y son capaces de emitir un mensaje que se instala en lo más profundo del espectador de manera más o menos duradera. En el pasado, en los años dorados del cine, este fenómeno era bastante común, pues el cine era entretenimiento, sí, pero también era considerado un arte, cuyos responsables se esforzaban en realizar una labor de calidad, enviando así un mensaje al patio de butacas. En estos tiempos parece que el relevo de esta forma de hacer las cosas lo han tomado (quien lo diría) las series de televisión, que viven una época muy brillante. El cine parece (aunque hay abundantes excepciones) haber quedado relegado a mero espectáculo de fuegos de artificio. Por eso es grato encontrar de vez en cuando una realización que sepa contarnos una historia con sencillez y humanidad.

Germain (un magnífico Gérard Depardieu en uno de los papeles por los que será más recordado) es un hombre maduro al que la vida no le ha tratado demasiado bien. Es un hombre simple, sin cultura, un buenazo objeto de las bromas de sus amigos que sobrevive en un pueblecito realizando trabajos de toda índole. Vive junto a su madre, que parece odiarle. De vez en cuando le asaltan recuerdos de su infancia que le traumatizan: su paso por la escuela fue una continua humillación, en la que eran cómplices profesores y alumnos. Germain vive su vida sin horizontes, sin ilusiones, como por inercia. Esto va a cambiar inesperadamente cuando conozca a Margueritte, una simpática anciana que le irá poco a poco aficionando al mundo de la lectura.

"Mis tardes con Margueritte" nos recuerda algo fundamental: que las historias que recogen los libros pueden ayudar a cualquiera a elevarse sobre su realidad y enriquecerlo como persona. Germain va a ir ganando progresivamente seguridad en sí mismo, se va a ir dando cuenta de que el mundo no acaba en los estrechos límites del pueblecito donde vive, sino que puede viajar cuando quiera a través de la letra impresa, conocer otras vidas e incluso permitirse el lujo, en un alarde de autoestima, de hablar con soltura acerca de la literatura de Albert Camus frente a sus asombrados amigos. Un nuevo Germain ha descubierto los límites del viejo y se lanza con entusiasmo a su nueva vida de permanentes descubrimientos. Nunca es tarde, eso es algo que nunca se debe olvidar.

En lo personal, siempre me alegra ver en los clubes de lectura a los que asisto a personas de cierta edad que renuncian a la comodidad de ver programas de televisión y se lanzan con fervor militante a la lectura y discusión de todo tipo de libros. Algunos llegan con un bagaje de años de lecturas, otros están recién llegados y descubren un mundo tan infinito como insospechado. Hay muchas Marguerittes en el mundo dispuestas a seducir con un buen libro. En el mundo de la lectura, lo difícil es dar el primer paso. Una vez conseguido, es difícil sustraerse del vicio. Unos libros llevan a otros y al final llegan a ser una parte fundamental de la propia existencia, algo que, junto a otros muchos elementos, nos define como personas.

Resulta curioso que la puerta de entrada de Germain sea precisamente "La peste", de Albert Camus, una novela que nos habla de los males del mundo, pero también de la importancia de la libertad. Es un tópico decir que la lectura nos hace libres, pero, si quieren ustedes comprobarlo, acudan al cine y déjense llevar por esta historia pequeña y conmovedora.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA NUEVA DIRECCIÓN DE PERSONAS (2007), DE JOSÉ MARÍA GASALLA. LA DIRECCIÓN POR CONFIANZA.


A pesar de mi entusiasmo, soy nuevo en esto de los recursos humanos, gestión de personas o como quiera denominarse. Todavía es difícil para mí elegir que libros o que blogs, entre la abundantísima oferta, son los que pueden aportarme aprendizaje y reflexión acerca de este mundo tan rico y que tantas disciplinas abarca.

Desde luego, elegir buenos libros es una labor que he practicado toda mi vida, pero siempre he dejado de lado en las librerías la sección dedicada a literatura de empresa. Me pierdo entre tantos autores que parecen haber descubierto el santo grial del liderazgo o de la potenciación de competencias. Muchos de estos libros (y seguramente no me equivoco) son meros manuales de autoayuda, repletos de filosofía barata. Algunos tienen forma narrativa, contando una especie de fábula con final feliz de la que el lector-directivo no dejará de extraer provechosas conclusiones para aplicar a su quehacer diario. En realidad, para eso está la buena literatura, la que firman los grandes escritores, que son acercamientos mucho más profundos al alma humana, que al final inciden en el autoconocimiento personal y a veces dejan huellas indelebles. Claro que estas últimas requieren un esfuerzo lector que se obvia en las fábulas para directivos...

Así pues, el otro día rebuscando en la biblioteca me llamó la atención este ensayo de José María Gasalla. En primer lugar, porque me pareció un profesional serio, que sabe de lo que habla y que es capaz de introducir a algunos de los grandes filósofos en su discurso. En segundo lugar, porque es un libro que ya va por la onceava edición, algo extraño en un libro de estas características, escrito por un consultor español, con el suficiente rigor como para requerir una lectura atenta. Y en tercer lugar, porque mi intuición no suele fallar, por lo que he leído un volumen muy aprovechable en el ámbito profesional al que quiero dedicarme.

José María Gasalla se dedica actualmente a impartir por todo el mundo unas conferencias que él llama "road shows". No puedo decir gran cosa, porque no he asistido a ninguna de ellas, pero sin duda deben ser de sumo interés. Es propio de quien lleva toda la vida hablando ante el público que necesite ir cambiando sus estrategias comunicativas y, en este caso, las vaya dotando de un elemento lúdico muy apropiado para hacer llegar el mensaje que se pretende a los oyentes. "La nueva dirección de personas" resulta también un libro ameno, pero exigente a la vez.

Es grato saber que la intención principal del libro de José María Gasalla es humanizar nuestras empresas. Como dice Guillermo de la Dehesa en uno de los prólogos:

"Para comprender a una empresa, hay que comprender a las personas que trabajan en ella. Para organizar y dirigir de una forma más óptima a dichas personas hay que conocerlas a fondo, tanto su cultura y sus características individuales como sus deseos y formación".

He aquí una de las claves del libro. La persona no puede dejar sus valores a la puerta de la organización de la que entra a formar parte cuando es contratada. A veces asumimos el rol que se espera de nosotros que dejamos de ser nosotros mismos. Y las máscaras excesivamente pesadas acaban agotando al individuo. No se quiere decir con esto que el comportamiento deba ser el mismo en la vida cotidiana que en la empresa, pero sí el espíritu.

Sería bueno que consideraramos el trabajo como una especie de juego (un juego que debemos tomarnos totalmente en serio) que a la vez que nos va fortaleciendo cuanto más vamos conociendo las reglas, nos vaya desarrollando como personas incluso más allá del ámbito laboral. En este sentido, la empresa no puede limitarse a ser el lugar de trabajo. Los trabajadores deberían poder usar el potencial del lugar donde ejercen su profesión como ámbito para fomentar otras iniciativas o inquietudes personales. Si se pretende que las personas se identifiquen con la empresa, deben también conocer a sus compañeros más allá de la relación laboral. A veces hay intereses o aficiones comunes que no se desarrollan en el estricto y rutinario ámbito del trabajo diario, lo cual acaba desperdiciando potenciales que podrían venir bien a la organización en determinados momentos:

"Entramos en una nueva era: la del conocimiento y desarrollo integral del individuo a través de la búsqueda interna y externa de su nueva realidad, transcendiendo los límites en los que ha estado constreñido hasta ahora."

"Cuando los problemas eran sencillos toda la información la podía tener una única persona. Con el incremento de la complejidad se tiene que aprovechar la información y el conocimiento de todos. En organizaciones cada vez más abiertas sería necio desperdiciar la información que llega desde cada partícipe. Existe una gran cantidad de conocimiento que no se suele aprovechar a lo largo y ancho de la organización. Precisamente la gestión del conocimiento trata de "descubrir" con qué conocimiento se cuenta y posteriormente elaborar los mecanismos que posibilitan su máximo aprovechamiento por todos."

Se acabaron los jefes autoritarios, las jerarquías. Llega la hora de los organigramas planos, donde todos los miembros de la empresa establecen cauces de comunicación rápida y sencilla, donde las ideas de todos tienen cabida, donde la empresa se aprovecha de los conocimientos de los individuos y los individuos aprovechan el desarrollo profesional y personal que les ofrece la empresa. Es la única manera en la que se puede despertar eso que se llama sinergia, que acaba dotando de un mecanismo perfecto y engrasado a las organizaciones, con el cual acaban salvando los obstáculos más complejos. Además, también es posible que así la empresa logre abrirse al resto de la sociedad de una manera muy natural.

Nada hay más penoso que un jefe humillando a un empleado, comiéndole la moral, nada más pernicioso para una empresa que unos departamentos que no colaboran en una tarea común, es más, que se hacen la zancadilla y evaden responsabilidades. Son piedras contra el propio tejado. La imagen de la empresa ha de ser impecable frente a los clientes, por supuesto, pero también ha de serlo (y esto se olvida demasiado) frente a los clientes internos: empleados y proveedores. Pocas organizaciones pueden conseguir llegar a este nivel de excelencia por sí solas: normalmente necesitarán ayuda externa. Un consultor va a gozar de un punto de vista privilegiado, pues no se halla contaminado por las rutinas de le empresa y puede ofrecer una visión inédita a la hora de localizar los problemas y proponer sus soluciones.

Destaca en el libro de Gasalla la importancia de la ética empresarial. El tradicional capitalismo de todos contra todos y supervivencia del más fuerte ha de ser superado, creando un sistema nuevo, donde lo humano tenga mayor cabida. Las empresas no son entes abstractos, sino que están formadas por personas. En este sentido, resulta muy acertada la apelación a Thomas Huxley, el biólogo estudioso del darwinismo:

"Practicar lo que éticamente es mejor, lo que, en otras palabras, demanda bondad o virtud exige una forma de comportamiento opuesta a la que genera la lucha por la existencia. Siguiendo el argumento de Huxley, la búsqueda de lo ético, en lugar de la implacable autoafirmación sobre los demás - más débiles o menos aptos -, impone la autocontentación, que exige que el individuo, en lugar de apartar y pisotear a sus competidores (semejantes), no sólo los respete, sino que además colabore con ellos hasta lograr que el mayor número de ellos resulte apto para sobrevivir."

Palabras sabias en medio de una crisis que está dejando muchos cadáveres en el camino. El hombre es un animal social y cooperativo, capaz de sacrificar un poco de lo propio por ayudar a los demás. Fomentemos que el egoismo y la competitividad sean valores a la baja en el mercado y sustituyamoslos por el humanismo y la cooperación. ¿Una utopía? Seguramente, pero es la única salida para el auténtico bienestar humano.

lunes, 13 de septiembre de 2010

LOS PROFESIONALES (1966), DE RICHARD BROOKS. LOS AUTÉNTICOS MERCENARIOS.


Richard Brooks es otro de esos estupendos cineastas hoy olvidados. Casi nadie le relacionaría con clásicos como "La gata sobre el tejado de zinc", "El fuego y la palabra" o "Dulce pájaro de juventud", todas películas de primera línea, pero que se ven cada vez menos.

Sylvester Stallone es un tipo simpático, con mucha capacidad de llegar al público y ofrecerle lo que quiere, o más bien lo que cree que quiere. Su última idea ha sido llamar a viejas glorias del cine de acción de los ochenta (ese que supuso la educación sentimental de muchos de nosotros) y unirlos en una película-homenaje a ese género. Yo no la he visto ni me ha despertado demasiado interés, aunque sí algo de simpatía, ya que me ha permitido acordarme de otra película con una premisa similar pero mucho más interesante: "Los profesionales".

"Los profesionales" reune a un elenco capitaneado nada menos que por Lee Marvin, el apóstol de la violencia. Marvin estaba en su mejor momento y ofrece una interpretación llena de matices de un personaje crepuscular, que ha vivido la guerra como una profesión y la ha interiorizado como una segunda naturaleza. Junto a él un impresionante Burt Lancaster, un actor del que últimamente he visto muchas interpretaciones, todas sobresalientes. Parece que su presencia en cualquier película es garantía de calidad. Los otros dos miembros del comando que ha de introducirse en México para rescatar a la esposa de un millonario secuestrada por Raza, un guerrillero mexicano cuyo nombre inspira un temor reverencial, son Robert Ryan y Woody Strode, los mejores especialistas en sus respectivos campos. El desierto que deben atravesar estos hombres para conseguir su objetivo va a convertirse en otro protagonista de la acción.

La película contiene espléndidas reflexiones acerca de una profesión que consume por dentro a quienes la practican, pero no pueden prescindir de ella. El asalto al campamento, la persecución hasta la frontera y el final, lleno de ética profesional por parte de los protagonistas, la convierten en una obra redonda, plena de significado más allá de sus violentas imágenes.

sábado, 11 de septiembre de 2010

LA BIBLIOTECA CRISTÓBAL CUEVAS: LA CULTURA INVADE MI BARRIO.


Hace algo más de un año se inauguró una nueva biblioteca en mi barrio, la biblioteca Cristóbal Cuevas, precisamente en el local que ocupaba la antigua iglesia. De hecho mis libros favoritos se ubican en la zona del antiguo altar, donde yo solía ayudar a misa cuando era más joven e ingenuo.

Gracias a la gran labor de Pepe, el bibliotecario y a la iniciativa de muchos vecinos inquietos por los temas culturales, desde hace tiempo se celebra allí un interesantísimo club de lectura que coordina Jorge, un enamorado de la poesía (aunque de una manera muy democrática, pues cede la coordinación cuando a alguien le apetece) al que he empezado a asistir con regularidad. Además, este verano comenzó también un divertidísimo taller de escritura (donde nos vuelan las horas como si fuesen cuartos) dirigido con mano firme por Juan Sedeño, un abogado malagueño muy aficionado a la literatura con el que ya he discutido más de una vez (en el mejor sentido de la palabra) por cuestiones de preferencias literarias y cinematográficas (él, por ejemplo, odia "2001, una odisea del espacio").

El hecho es que existen dos nuevos blogs dedicados a recoger los contenidos de ambos talleres. Aquí dejo los enlaces para su consulta por quien le apetezca. Para quien quiera apuntarse a alguna de estas actividades (o a alguna nueva que se está planificando para un futuro inmediato), solo tiene que pasarse por la biblioteca, en la plaza de Eduardo Dato de la capital malagueña, muy cerca del Arroyo de los Ángeles.

http://lascasasdelaslunas.blogspot.com/


http://lenguadetinta.blogspot.com/

viernes, 10 de septiembre de 2010

LA IRA SAGRADA DEL PASTOR TERRY JONES.


Sólo tengo treinta y seis años, pero cada vez me cuesta más comprender algunos aspectos del mundo en el que vivo.

Terry Jones es un pastor de la América profunda. La semana pasada era un don Nadie de escasa feligresía. Ha tenido una idea genial, que siempre da resultado en los tiempos que corren: difundir lo más ampliamente posible su intención de quemar una pila de Coranes aprovechando el aniversario del 11 de septiembre, con la excusa de oponerse mediante esta acción a la construcción de una mezquita cerca de la zona cero de Nueva York.

Como es lógico, esta noticia imbécil ha corrido como la pólvora y se ha convertido en el mayor quebradero de cabeza para los líderes del mundo. Piénselo bien: un iluminado salido no se sabe de donde, al que se le ocurre quemar unos libros que son sagrados para otra religión ha puesto de rodillas al presidente de la nación más poderosa de la tierra, a la Unión Europea y a distintos líderes espirituales, que quiérase o no, ven en esta tesitura una oportunidad de hacer publicidad para sus distintas causas. Todos ellos se dirigen respetuosamente al pastor para que no lleve a cabo sus amenazas. El pastor no acaba de creérselo. Ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar algo así. Anoche parece que el señor Jones se acostó con intención de perdonarnos la vida, pero esta mañana debía sentirse de nuevo encendido, porque renovó sus amenazas, puesto que se sintió traicionado por no se quien, que le había asegurado que finalmente no se construiría la dichosa mezquita, desmintiéndose esto horas después.

No sé que posición tiene ahora este individuo, y no debería importarnos. Sé que es pedir demasiado pero ¿no sería más fácil ignorar a este demente? Ya es tarde, la noticia resultaba demasiado tentadora para los medios de comunicación, ávidos de historias impactantes, que apelan directamente al corazón: intolerancia religiosa en el corazón de América, una mezquita en el corazón de la zona cero, indignación en el corazón del islam, renovadas amenazas de atentados terroristas en el corazón de occidente...

En todo caso no creo que todo esto enfurezca más a Al Queda, ni le haga reclutar nuevos miembros, al menos teniendo en cuenta que las guerras de Afganistan e Irak son argumentos bien contundentes para su lucha. Esto de ahora no es más que una campaña de publicidad de unos y otros, los intolerantes de uno y otro bando. En medio queda la mayoría, los que nada quieren saber de intolerancia religiosa, pero que siente un morbo especial ante este tipo de sucesos. Al final estos acaban siendo las víctimas.

A todo esto, en la aconfesional España se celebra la beatificación de fray Leopoldo en una base militar (¿cuanto cuesta todo esto a las arcas del Estado?) y el Jefe del Estado y algunos políticos acuden a rezar a la imagen de la catedral de Santiago de Compostela, para que nos saque de la crisis. No es tan extraño lo que sucede en los Estados Unidos...

CENTURIÓN (2010), DE NEIL MARSHALL. HUIDA INTERMINABLE.


Hace diez años, "Gladiador", de Ridley Scott fue todo un hito revitalizante de un género al que se consideraba muerto y enterrado: el cine de romanos. La película de Scott era inteligente: aunaba rigor histórico (en el ambiente y costumbres, no así en la narración, que era inventada y se tomaba sus licencias) con espectacularidad. Fue un tremendo éxito.

Ahora Neil Marshall pretende repetir la jugada firmando esta película que juega con los recuerdos del espectador para intentar establecer una especie de continuidad de esta con aquella: el título, los rótulos iniciales informándonos del año en el que nos encontramos y la situación del Imperio, la estética fría y realista, el protagonista desencantado y la verosimilitud de la primera batalla: todo nos hace recordar al principio las virtudes de la película de Scott, impresión que queda hecha pedazos cuando avanzamos un poco en el metraje y nos damos cuenta de que el guión ya ha contado todo lo que tenía que contar en la primera media hora y el resto es mero (y aburrido) relleno.

Porque si bien es cierto que el planteamiento que Marshall nos presenta al principio resulta muy atractivo (el Imperio Romano tratando de expandirse por Britania ante uno sus enemigos más duros de roer: los pictos), al final la película se resume en una larguísima persecución protagonizada por personajes planos y absolutamente vacíos (al más interesante de ellos, el general romano, lo liquidan a las primeras de cambio), y uno de los más ridículos villanos vistos en el cine en los últimos tiempos: la mujer muda picta (Olga Kurylenko), dotada de una fiera mirada y poco más.

Cuando al final, cansados de tanta huida, los legionarios romanos deciden hacer frente al enemigo, el enfrentamiento resulta breve y anticlimático. Las presuntas intrigas preparadas a la vuelta a las líneas amigas para que no se sepa nada de la desaparición de una legión entera, también son tópicas y forzadas. La película hubiera funcionado mucho mejor con un guión más coherente y equilibrado, que hubiera respetado un poco la paciencia del espectador.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

EL ÍDOLO DE BARRO.


Apenas veo la televisión, por lo que desconozco todos los detalles, pero el caso del profesor Neira es lo suficientemente representativo de la sociedad en la que vivimos como para comentarlo brevemente.

Los hechos son bien conocidos. El profesor Neira es testigo de la agresión de una mujer por parte de su pareja. Valientemente, se interpone y recibe un puñetazo por parte del maltratador, quedando en coma. Una historia perfecta para la prensa: el noble profesor que va a auxiliar a la dama en peligro y casi pierde la vida en el intento. Una historia que parecía tener bien definidos a sus héroes y a sus villanos y que terminó convirtiéndose en un verdadero circo mediático.

En primer lugar, la mujer agredida defendió a su agresor en cuantos programas televisivos dedicados a la carnaza quisieran pagarle, pasando de víctima a cómplice del verdugo. En segundo lugar, el despertar del profesor Neira no desveló al héroe noble que todos esperaban: en vez de intentar ser discreto y tratar de restar importancia a su actuación (no porque no la tuviera, sino porque eso hubiera sido lo deseable), aprovechó su incipiente fama para hacer lo mismo que la mujer que defendió: aparecer en todos los programas de televisión posibles, no ya para ser entrevistado en relación con su caso, sino para dedicarse a criticar de la manera más zafiamente posible al gobierno, aún causando víctimas colaterales, como las hijas de Zapatero.

Tratando de pescar en aguas revueltas, la presidenta de la Comunidad de Madrid, la siempre despierta Esperanza Aguirre, aprovechó para crear un cargo a la medida de Neira: el Consejo Asesor del Observatorio contra la Violencia de Género. Más que pensar en el beneficio de las mujeres maltratadas que pudiera conllevar este nombramiento, Aguirre seguramente pensó en el beneficio de una sola mujer, ella misma, que seguró calculó unos buenos réditos electorales asociados al nombre de Neira. Estos son los criterios de selección de personal de la lideresa. Es como si a un hombre que impide un atraco a un banco hubiera que nombrarlo de inmediato director de una sucursal.

Pues bien, el héroe se ha trocado en villano en poco más de un año. Me gusta escuchar las conversaciones de mis padres en relación a las noticias de actualidad (cuando no se refieren a las noticias del corazón). Me dan la medida de la opinión del hombre de la calle. Hace un año estaban encantados con el profesor Neira, un hombre sabio que había tenido los cojones suficientes de enfrentarse a un hijoputa. Un fuera de serie. La mujer fue rápidamente transformada de víctima a pelandrusca, a la que parecía irle la marcha y se estaba sacando un buen dinero defendiendo a su novio. Un año después el profesor Neira es cazado mientras conducía bajo los efectos del alcohol y se convierte en un sinvergüenza deslenguado, un irresponsable borracho, que no se merecía el cargo que ocupaba.

A todo esto, el aludido se declara muy feliz de poder abandonar dos gravosas responsabilidades: desempeñar un cargo público y conducir su automóvil. Así es este país, que encumbra y derriba ídolos con la misma rapidez con la que se cambia de canal con el mando a distancia. Por otra parte, su jefa y lideresa simplemente suprime el cargo que ocupaba Neira, dando así idea de su utilidad y aquí no ha pasado nada.

EL MÉTODO (2005), DE MARCELO PIÑEYRO. COMPETENCIA Y COMPETENCIAS.

Ayer tuve oportunidad de ver por segunda vez, esta vez en el master, esta película imprescindible para todo aquel que quiera dedicarse a la gestión de recursos humanos. En esta ocasión la he mirado con otros ojos y he sacado mis propias conclusiones. Aquí quedan registradas:

Si nombráramos una sola película realmente significativa para el sector que se dedica a los recursos humanos y, en concreto, a la selección de personal, esta no puede ser otra que "El método" (adaptación, por cierto, de una obra de teatro). Y no precisamente porque este film sea condescendiente con esta labor.

Vivimos en un mundo capitalista, que estimula la competición, teóricamente para que los mejores ocupen los puestos más altos. Las empresas que se dedican a la selección de personal no pueden actuar a ciegas. Primero deben elaborar un perfil del puesto solicitado a través de un instrumento que se llama "Análisis de Puesto de Trabajo" y, a partir de ahí, lanzarse a la búsqueda de la persona más indicada. En los puestos de gran responsabilidad hay que hilar muy fino y elaborar el perfil más preciso posible. Una equivocación puede costar tiempo y dinero.

¿Cuál es el mejor método de selección? Puede decirse que ningún método es infalible, puesto que prácticamente todos (hay algunos revolucionarios como la morfopsicología de los que habría que hablar largo y tendido) se basan en situaciones artificiales, de gran tensión, donde el candidato debe acudir persuadido de que está interpretando un papel, por lo que todo el proceso es en sí un artificio: el seleccionador espera una determinada respuesta del candidato y el candidato espera dar la mejor respuesta al seleccionador. Ambas partes saben que la sinceridad suele brillar por su ausencia. Solo la fachada es lo que importa: vestimenta adecuada, buena educación, aparente tranquilidad y saber defender las palabras que hablan del candidato en un trozo de papel: el sagrado currículum.

"El método" narra el proceso de selección para un puesto directivo en una gran empresa. Acerca de las ventajas y el prestigio que otorga la obtención de dicho puesto no se nos informa directamente en ningún momento, pero sabemos que se trata de una posición muy codiciada a tenor de la tensión que se respira entre los candidatos desde el principio: darwinismo social en estado puro. La referencia a los cuentos de Jack London durante una de las conversaciones no es gratuita.

Las pruebas a las que se han de enfrentar los aspirantes resultan insólitas desde el primer momento: les informan de que hay un topo entre ellos (un psicólogo de la empresa) y deben descubrirlo, deben elegir a un líder para después decapitarlo... Hay otras más conocidas, como la del bunker. Lo cierto es que más de un candidato pierde los nervios durante las mismas: a veces parece irreal que personas que han llegado tan lejos en un proceso de selección de estas características se muestren tan fácilmente vulnerables, o incluso que se expresen con tanta zafiedad a la menor oportunidad.

Una de las preguntas que se plantean durante el procedimiento es la de si los candidatos deben colaborar entre ellos o actuar individualmente. La lógica diría que siendo solo uno el puesto en disputa, deberían decidirse por la segunda opción. No obstante, hay caminos más retorcidos en la lucha por la supremacía: la colaboración interesada, la utilización de la candidez del otro, cuando no directamente de la mentira, para conseguir los propios fines. Y perder, literalmente si hace falta, la camisa en el empeño.

En esto también hay mucho de capitalismo. En esta gran competición, las competencias del candidato ganador han de ser una gran deshumanización, doblez, capacidad para la mentira y la doble moral. La última prueba que debe superar el aspirante perfecto es la de estar dispuesto a vender su propia alma si su empresa así se lo exige. Los sentimientos humanos cotizan muy a la baja en el mercado.

Mientras estos hechos se producen en el interior de las oficinas de la empresa, en la calle se desarrolla una gran manifestación contra el FMI. Desde su atalaya, los candidatos no pueden ver nada, solo oir gritos confusos. Sus opiniones al respecto deben permanecer ocultas. No hay entendimiento posible por parte de los aspirantes a amos del universo (según la afortunada denominación de Tom Wolfe en "La hoguera de las vanidades") hacia las reivindicaciones del hombre de la calle.

Basta darse una vuelta por la zona Azca de Madrid, donde se desarrolla la película. Los rascacielos son edificios blindados, que albergan corporaciones frías e impersonales que intentan comunicarse con los ciudadanos a través del lenguaje del marketing, pero cuya verdadera realidad permanece oculta por un velo que ni siquiera los gobiernos tienen ya fuerza para rasgar. Todo este aire siniestro tiene su lugar en la película. La empresa es como un Mefistófeles invisible que reclama el alma de cualquiera que quiera acceder a la tierra prometida. Hasta la secretaria que da la bienvenida en la entrada (y que tampoco es lo que parece) sonríe con sonrisa falsa, como si fuera un robot que, programado para agradar, solo consigue inquietar al interlocutor.

Los recursos humanos y una parte esencial de los mismos, la selección de personal, pretenden tratar al futuro trabajador como persona. Aquí se está consiguiendo todo lo contrario: tensión, incomodidad, desinformación, frustración permanente y, lo que es aún peor, invasión de la intimidad del candidato. En todo caso, el premio parece ser lo suficientemente atractivo para que nadie renuncie a él. Por momentos la competición parece una lucha por ser valorado como el más dócil esclavo posible.

Marcelo Piñeyro, ayudado por una interpretación soberbia de todo el reparto, consigue mantener el ritmo y el interés del espectador prácticamente durante todo el metraje, a pesar de insertar alguna escena poco creíble, como la de sexo en el baño. Al final consigue lo que quiere: que reflexionemos sobre lo que significa la competitividad permanente que pretenden inculcarnos, la lucha devoradora entre empresas, que acorralan a los Estados y empobrecen a los ciudadanos sirviéndose de su multinacionalidad y, en última instancia, si merece la pena comulgar con las ruedas de molino del sistema, que acaba deshumanizando todo lo que toca.

lunes, 6 de septiembre de 2010

EL ADVERSARIO (2000), DE EMMANUEL CARRÈRE. EN EL CORAZÓN DE LA MENTIRA.


Un libro magnífico, una investigación criminal que recomiendo a todo aquel interesado en el estudio del ser humano, una historia inverosímil y sin embargo real: la crónica de la existencia de Jean-Claude Roman, un maestro de la mentira y del autoengaño, un impostor sin motivos y, finalmente, un asesino con un móvil tan absurdo como terrible:

Hay libros que no atienden a clasificaciones cuando intentamos enmarcarlos en alguno de los géneros literarios tradicionales. Sucedió con Truman Capote cuando publicó su célebre "A sangre fría". Se trataba de una crónica criminal que se leía como una novela. Algo parecido sucede con "El adversario", un ejercicio indudablemente literario pero que a la vez es la crónica veraz de unos hechos terribles a los que el escritor intenta dar una explicación por medio de la catarsis de la palabra.

Jean-Claude Romand era aparentemente un ciudadano ejemplar: médico, alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud, respetado padre de familia... Llevaba una vida apacible en un idílico pueblo junto a la frontera suiza y era un miembro respetado y querido en su comunidad. Podría parecer que el señor Romand había cumplido el sueño de llevar la vida perfecta, si no fuera porque su existencia estaba cimentada en una acumulación de mentiras.

En primer lugar Jean-Claude nunca sacó el título de medicina, sino que sufrió un bloqueo al comienzo de la carrera que le hizo no presentarse a un examen, a pesar de que "él hubiese preferido sufrir de veras un cáncer que la mentira - pues la mentira era una enfermedad, con su etiología, sus riesgos de metástasis, su pronóstico reservado -, pero el destino había querido que contrajese la enfermedad de la mentira, y no era culpa suya haberla contraído."

Este fue el comienzo de un red de embustes sutilmente trazada durante años, una red muy frágil, por cierto, pero a nadie se le ocurrió jamás tirar de ella. Como es lógico, el protagonista de esta historia trabajaba para la O.M.S. solo en su imaginación, por lo que sus jornadas eran meras simulaciones: por la mañana se despedía de su familia y emprendía viajes a ninguna parte que les podían llevar a pasar el día en un parking, paseando por el campo o comprando libros en Lyon:

"Una mentira, normalmente, sirve para encubrir una verdad, algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Jean-Claude Romand."

Lo más curioso del asunto es que Jean-Claude Romand emanaba tal aureola de prestigio en su persona que sus familiares le confiaban sus ahorros para que los colocara en un supuesto banco suizo que ofrecía un interés ventajoso a los funcionarios de la O.M.S. Gracias a este dinero, Jean-Claude pudo cerrar el círculo de su simulación perfecta, llevando el tren de vida que le correspondería si sus fabulaciones fueran ciertas, por lo que nadie podía dudar de él. En todo caso, su comportamiento era siempre impecable y racional, nunca dio lugar a la más mínima sospecha.

El castillo de mentiras que edificó el falso funcionario aguantó durante largo tiempo, a pesar de sus cimientos podridos. Cualquier pequeña fisura, lo haría desmoronarse como un castillo de naipes, como así acabó sucediendo. Ante esta tesitura, Jean-Claude reaccionó asesinando a su familia, una terrible manera de no querer enfrentarse a la verdad y sus consecuencias. Su torpeza e indecisiones hicieron que su suicidio se quedara en el intento, por lo que tuvo que enfrentarse a un tribunal.

Aun contra toda evidencia, el asesino siguió intentando seguir viviendo en su vida simulada, no responsabilizándose de sus crímenes. Había tomado tal afición a la impostura que es posible que adoptara unos sofisticados mecanismos de autoengaño que no podían ser vencidos de un día para otro. Cuando tomó entera conciencia de su acción monstruosa, intentó buscar consuelo en la religión.

El caso que plantea "El adversario" resulta tan inverosímil que solo puede ser real. ¿Cómo es que nadie descubrió, durante casi veinte años, que el señor Romand jamás había pisado despacho alguno en la O.M.S.? ¿Cómo se mantiene una mentira así durante tanto tiempo? El protagonista de la narración se libraba siempre de ser descubierto gracias a su buena suerte combinada con la confianza sin fisuras que generaba en los demás. Ni siquiera Carrère puede encontrar una explicación racional:

"Bastaron (...) unas cuantas llamadas telefónicas para que esta fachada se desmoronase. A lo largo de la instrucción, al juez no dejaba de asombrarle que estas llamadas no se hubiesen hecho antes, sin malicia ni sospecha, simplemente porque, aunque uno sea "muy compartimentado", trabajar durante diez años sin que ni una sola vez ni tu mujer ni tus amigos te hayan llamado al despacho, es algo que no sucede. Es imposible pensar en esa historia sin decirse que hay un misterio y una explicación oculta. Pero el misterio consiste en que no hay explicación y en que, por inverosímil que parezca, las cosas fueron así."

A la hora de abordar la narración de los hechos, de gran impacto mediático en su momento en Francia y en el resto de Europa, el autor se debatía entre escribir una ficción basada en los hechos (como de hecho hizo a través de su novela "Una semana en la nieve"). La respuesta positiva del convicto Jean-Claude Romand a colaborar en la elaboración de su propia historia dio posteriormente fruto a través de "El adversario", una estremecedora crónica de la que el lector puede concluir que a veces detrás de los peores horrores solo se encuentra el más absoluto de los vacíos.

EL APARTAMENTO: C.C. BAXTER COMO RECURSO HUMANO.


Desde hace unos meses, debido a una serie de circunstancias, estoy cumpliendo una vieja aspiración: realizar un Master en Recursos Humanos. Siempre me ha llamado la atención este término. Recursos Humanos. Es como aplicar un pequeño soplo de ciencias humanísticas a la vida de una empresa.

Como es lógico, la realidad dista mucho de mi visión ideal en esta disciplina. Según nos explican los profesores, en los años de bonanza intentó ser un nexo de unión entre los intereses de empresarios y trabajadores. Con la llegada de la crisis, la distancia entre ambos agentes sociales ha vuelto a ser abismal. La visión que se vuelve a tener de los departamentos de recursos humanos se parece más al trabajo del personaje de George Clooney en la magnífica "Up in the air", que a otra cosa.

En cualquier caso me he prometido a mí mismo utilizar el blog para escribir de vez en cuando acerca de mi particular visión de esta ciencia tan nombrada como desconocida. Como no me atrevo, al menos por el momento, a aportar sesudos artículos doctrinales, voy a intentar comenzar como mejor se me puede dar: realizando comentarios de películas o libros desde el punto de vista de los recursos humanos.

"El apartamento", que volví a visionar hace unos días, ha sido obviamente la primera elegida. Y es que la historia de la soledad de C.C. Baxter transcurre con la vida de una gran empresa como trasfondo. En los años sesenta, la época en la que transcurre la película, la concepción de los recursos humanos como departamento fundamental en la existencia de las empresas aún se encontraba en pañales. La aseguradora donde trabaja C.C. Baxter se nos muestra como un ente inhumano. Los trabajadores no son más que pequeñas piezas de un gran mecanismo. La siniestra disposición de las mesas en la gran oficina hace de nuestro héroe un ser anónimo, indiferenciado de otros cientos de almas en pena que pasan ocho horas cada día sin otro incentivo que el sueldo de final de mes.

Según se nos muestra en la cinta, promocionar a puestos superiores en Consolidated Life parece tarea imposible, a no ser que logres destacar entre tus jefes. Pero los métodos de estimación de la valía del empleado no se basan, como sería lógico, en la evaluación del desempeño, sino en algo mucho más mundano: la disposición de C.C. Baxter a facilitar a sus jefes un nidito de amor para sus rápidos desfogamientos con sus mezquinos ligues ocasionales.

Así pues, C.C. Baxter vive por y para el trabajo: cada día debe acudir a la oficina, hacer horas extras (para distraerse, según sus propias declaraciones) y volver a casa para comprobar que el jefe que hubiera pedido turno aquella noche se retrasa en abandonar su ocasional picadero. Cuando por fín puede entrar en su casa, su siguiente tarea consiste en limpiar los restos de la juerga de su superior. Baxter consigue su objetivo: ascender, pero a costa de su intimidad, de poner su ámbito privado a disposición de los que están arriba, como un tonto útil que puede volver a caer si no se comporta como debe, con la misma facilidad con la que ascendió.

Si tuvieramos que examinar el caso de Consolidated Life como técnicos de recursos humanos, diriamos que el sistema de promoción dentro de la empresa está mal diseñado, que no se tienen en cuenta los principios de mérito y capacidad, tan solo la capacidad de hacer feliz al superior en su ruin vida extraconyugal. Triste destino el de Baxter, que ha de sacrificar su privacidad por el bien de su carrera laboral, tan triste como el de sus jefes, que intentan compensar sus convencionales matrimonios viviendo anodinas aventuras con pelanduscas más jóvenes que ellos. Triste también el destino de Consolidated Life, cuyos directivos no son capaces de valorar el auténtico talento del bueno de C.C. Baxter, un hombre capaz de sacrificar su entera insistencia por el bien de su empresa. El pobre cree que cambiando de sombrero va a poder cambiar de vida...

domingo, 5 de septiembre de 2010

LA LECTURA SEGÚN HANIF KUREISHI.


"La lectura proporciona un vocabulario de ideas que uno puede utilizar para contemplar su vida con nuevos ojos."

HAHIF KUREISHI.

sábado, 4 de septiembre de 2010

EL AFINADOR DE PIANOS (2002), DE DANIEL MASON. LAS TINIEBLAS DEL IMPERIO BRITÁNICO.


Edgar Drake es un hombre pacífico, un hijo de la civilización que habita en el Londres de finales del siglo XIX sin haber salido prácticamente de él. Edgar apenas se interesa por nada que no tenga que ver con su mundo: es especialista en afinar los prestigiosos pianos Erard, por lo que cuando su gobierno le pide que vaya a Birmania, en el otro extremo del mundo para afinar el piano de un comandante militar, va a comenzar un viaje que le hará descubrir que el mundo no se acaba en las interioridades de los Erard.

El libro de Mason consta de dos partes claramente diferenciadas: la primera de ellas es el viaje de Edgar, unos capítulos eminentemente descriptivos, donde el personaje disfruta de la lentitud del viaje y de los paisajes que tiene oportunidad de contemplar. La segunda parte, con la llegada a su destino va a ser muy distinta: los acontecimientos van a poner a prueba el temple del afinador, pues su misión no va a ser tan sencilla como pudiera parecer en un principio.

El planteamiento de "El afinador de pianos" recuerda poderosamente al de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad: un occidental que es enviado desde la civilización a tierras salvajes y desconocidas para encontrarse con un líder militar carismático, cuya estancia en un lugar exótico le ha hecho tomar decisiones poco ortodoxas respecto a lo que de él se espera.

El Kurtz de esta novela es Anthony Carroll, un médico y militar de caracter humanista que está encargado del puesto militar más destacado (y más expuesto al ataque de los indígenas) del noreste de Birmania. Se trata de un hombre carismático, pero muy ambiguo tanto en sus palabras como en sus actuaciones. Carroll es un seductor nato, pero es posible que dicha seducción sea un instrumento de sus propios intereses... Sin duda se trata del mejor personaje de la novela, el que está mejor dibujado en sus contradicciones. ¿Se trata de un pacifista o de un ser ávido de poder? No es una bestia sin apenas humanidad como Kurtz, pero aún así el lector se mantiene permanente alerta ante sus acciones.

La novela de Mason resulta una lectura agradable, a ratos interesante, por la información tan exhaustiva que obtenemos acerca del funcionamiento del Imperio Británico en su época de mayor esplendor, pero también es una novela descompensada, con apabullantes descripciones de la cultura birmana o de su paisaje que a veces alteran el ritmo de la narración. La transformación del personaje de Edgar, al que la aventura le hace actuar de un modo desconocido hasta entonces es algo abrupta en un ser tan civilizado y dócil y el final algo forzado. En todo caso, el conjunto de la novela es lo suficientemente sugestivo como para justificar su lectura. Dejo aquí un fragmento que me resultó particularmente curioso. Han pasado más de cien años, pero el hombre todavía no es capaz de resolver problemas cuya resolución es bien sencilla:

"El opio, por ejemplo. Antes de la rebelión sepoy, cuando la Compañía de las Indias Orientales administraba nuestras propiedades en Birmania, su cultivo se incentivaba incluso, porque su venta resultaba muy lucrativa. Pero siempre ha habido una tendencia a vedarlo o gravarlo con impuestos, por parte de los que objetaban que tenía "efectos corruptores". El año pasado, la Sociedad para la Prohibición del Comercio del Opio exigió al virrey que lo ilegarizara. Su demanda fue rechazada sin mucho alboroto. Eso no debería sorprendernos; es uno de nuestros mejores productos comerciales en la India. Y la verdad es que con prohibirlo no se consigue nada: los mercaderes empiezan a pasarlo de contrabando por mar. Los traficantes son muy inteligentes, por cierto. Meten el opio en bolsas y las atan a unos bloques de sal; si les registran el barco, no tienen más que arrojar el cargamento al agua. Pasado cierto tiempo, la sal se disuelve, y el paquete sale a la superficie."

NARRATIVABREVE.COM


Francisco Rodríguez Criado es un escritor y docente de talleres de escritura de Cáceres. El otro día me halagó solicitándome la inclusión de un artículo mío acerca de Hemingway en su blog. Así he conocido esta interesante bitácora, llena de relatos y recomendaciones literarias, tanto para lectores como para escritores. Aquí les dejo el enlace, por si les apetece hacer una visita:

http://lanarrativabreve.blogspot.com/

LA VIDA PRIVADA DE SHERLOCK HOLMES (1970), DE BILLY WILDER. ESCÁNDALO EN ESCOCIA.


Si el otro día celebrábamos el cincuenta aniversario de "El apartamento", hoy nos atrevemos a celebrar el cuarenta aniversario de esta joya, la mirada de Billy Wilder sobre el más famoso detective de todos los tiempos.

Es conocido que al director no le salió este proyecto como quería. Él pretendía que el metraje fuera de tres horas, pero el control del montaje final se le escapó. Hoy día las imágenes que faltan están perdidas. En todo caso, no sabemos si la visión de Wilder al emprender el proyecto era mejor o peor que el resultado. Yo solo puedo decir que el resultado es redondo y solo es posible mejorarlo añadiendo nuevas imágenes que hagan que el espectador disfrute en su asiento una hora más. De cualquier modo, estas dos horas son absolutamente prodigiosas.

En la actualidad estoy leyendo poco a poco todas las historias de Sherlock Holmes de Conan Doyle (también las hay escritas por otros autores) recopiladas en un magnífico volumen que editó hace pocos años ediciones Cátedra, por lo que he sentido una auténtica necesidad de ver esta película, la mejor versión cinematográfica del personaje del que se han rodado más versiones.

La presentación de los personajes es excelente: Holmes (Robert Stephens) es un detective que trata de desligarse de los exagerados relatos que Watson (
Colin Blakely) publica en la revista Strand Magazine sobre sus investigaciones. El Sherlock Holmes de Wilder es una criatura puramente británica, de humor ácido y lengua irónica, que sabe reirse de sí mismo hasta el punto que, en el espectacular arranque de la cinta, pone en duda su orientación sexual (y la de su compañero) con tal de librarse del capricho de una mujer que pretende tener un hijo con él para que le salga de inteligencia superior. Todo este tramo es de alta comedia, con un Holmes tratando de salir airoso de una situación desconcertante mientras Watson se divierte con un ballet de chicas rusas que, sin que él se de cuenta y advertidos por las palabras de Holmes, las mujeres dejen su puesto a bellos muchachos.

A partir de ahí la trama gira en torno a una mujer que ha llegado amnésica a Baker Street. Los protagonistas reciben una invitación de Mycroft Holmes, el hermano de Sherlock, aún más inteligente que él, para asistir a una reunión en el Club Diógenes. No quería explicarlo, pero la idea del club es tan excelente (tal y como se expone en los cuentos de Doyle) que no puedo dejarla pasar por alto: se trata de un club de caballeros en cuyos salones los miembros se dedican a leer la prensa en total silencio. Ni siquiera pueden toser. Un remanso de tranquilidad en pleno Londres.

La idea central de la película es humanizar el mito de Holmes, hacer ver al espectador que el detective también podía cometer errores si se dejaba llevar por sentimientos de los llamados amorosos. El personaje de la mujer recuerda poderosamente a la Irene Adler de "Escándalo en Bohemia". Un miembro del género femenino que es capaz de derrotar intelectualmente al misógino Holmes.

Cuando la película acaba el espectador no puede sino estar (otra vez) agradecido a Wilder por ofrecerle una delicia tal. Hemos asistido a dos horas de diálogos entre una pareja que destila una química insuperable, hemos entrado en los pensamientos más íntimos de la mente del detective, hemos contemplado sus divertidas investigaciones caseras, sus problemas con la cocaina y sus cambios de ánimo. Hemos contemplado a un hombre, cuya vida privada agiganta aún más al mito.