La novela está construida a través de tres voces narrativas: Juan Oliver, un funcionario de prisiones que visita su puesto de trabajo un día antes de su incorporación, que nos transmite una especie de monólogo interior a la vez que le suceden los acontecimientos; Armando, un funcionario veterano y Malamadre, el preso líder de la revuelta. Estos dos últimos hablan en pasado, recapitulando los acontecimientos desde su particular punto de vista.

Es difícil leer la novela abstrayéndose de las poderosas imágenes con las que Daniel Monzón plasmó la novela, sobre todo en el caso del personaje de Malamadre, del que Luis Tosar realiza una composición inolvidable. Malamadre es carne de presidio, uno de esos internos peligrosos, que ejerce un fuerte liderazgo entre sus compañeros basado en una combinación de firmeza y prestigio moral, que suele girar en estos ámbitos en torno a la fuerza bruta, la capacidad de intimidación y el historial delictivo con el que se cuenta.

Malamadre se considera a sí mismo un hombre duro pero justo, todo lo justo que se puede ser encerrado entre los barrotes de una prisión, en un ambiente donde el funcionario es considerado el enemigo. En la escritura de Pérez Gandul destaca la perfecta traslación de la jerga penitenciaria y el habla barriobajera del personaje, un hombre inculto, pero dotado de cierto ingenio. Su visión del liderazgo podría ilustrar jocosamente uno de esos libros para directivos que tanto proliferan en las librerías:

"Un jefe acabao en la cárcel no sirve ni pa limpiar letrinas, porque él es la mierda."

Mención aparte merece el personaje de Juan Oliver, quizá el más ambiguo y el que exige un esfuerzo mayor de credulidad por parte del lector. Oliver llega a la cárcel el día antes de tener que presentarse para comenzar sus labores como funcionario y la fatalidad le lleva a sufrir un desmayo en el mismo instante en el que comienza un motín carcelario liderado por Malamadre. Al instante desarrolla una portentosa habilidad para hacerse pasar por preso y, no contento con eso, llegará a disputarle la jefatura de la revuelta a su mismísimo promotor.

Uno de los grandes temas de la novela es el darwinismo, la preponderancia del más fuerte o inteligente en circunstancias extremas. La cárcel es un microcosmos donde solo sobreviven los más fuertes. Los débiles, los que no aguanten el encierro prolongado con la compañía de lo peor de la sociedad, sucumbirán tanto física como moralmente. Juan Oliver demuestra no ser de la casta de estos últimos, aunque debe demostrárselo a sí mismo en un tiempo record, improvisando y adelantándose a los movimientos del resto de presos, con el fín de ocultar su identidad, demostrándose de esta manera a sí mismo que no es la persona que creía ser.

¿Es posible que una persona que ha llevado una vida razonablemente normal se convierta en un instante en un asesino cuando las circunstancias se ensañan con él? Juan Oliver es capaz de ello y, además de la manera más despiadada. Malamadre lo expresa con una mezcla de admiración y rencor, porque ha demostrado ser más astuto que él:

"A mí me súa la polla lo que crean, la verdá, pero Juan Oliver..., qué dos pares de cojones, bien puestos, mucho, como no vi nunca en el trullo, y eso que llevo la mitá de mi joía vía aquí.; pues nunca nadie con tantos huevos y tan bien puestos, y yo los tengo también ¿eh?, pero sé reconocer a los que los gastan más gordos que yo...; el cabrón... me engañó a mí y se la metió doblá a ustedes, hasta el nudo de las corbatas esas que gastan (...)"

El otro gran tema de la novela es la reacción del Estado ante el auténtico intríngulis del motín: los rehenes etarras, utilizados por Malamadre para conseguir sus objetivos de mejora de las condiciones penitenciarias. Está claro que los terroristas no son presos normales. El componente político se dispara en esta tesitura. El gobierno vasco (del PNV, se supone) aprovecha para pedir el acercamiento de los presos etarras y culpar al Estado español de la situación. El sensacionalismo de la prensa hace el resto: los efectos colaterales de los acontecimientos de la cárcel de Sevilla provocan muertes en otras prisiones.

El terrorismo con reivindicaciones políticas y el apoyo soterrado que siempre ha recibido del nacionalismo vasco hacen totalmente creibles los comportamientos mezquinos que se describen en la novela: el Estado se plantea ceder al chantaje de unos delincuentes de poca monta para preservar las vidas de unos terroristas que de meros asesinos se convierten en símbolos que el gobierno vasco debe proteger con todas sus fuerzas, acusando al Estado de dejadez y negligencia, en vez de mostrarle su apoyo frente a los auténticos criminales amotinados.

Una novela bien estructurada, poco creíble en algunos aspectos, pero que sabe mantener el interés del lector gracias a la fuerza de las situaciones y personajes y que es capaz de poner el dedo en la llaga en muchos de los males de la política penitenciaria de nuestro país, aún dibujando un retrato del funcionariado de prisiones que poco se corresponde con la realidad, lo cual ha motivado la lógica queja de estos. En todo caso ha derivado en una de las más estimulantes películas del cine español en los últimos tiempos.