miércoles, 29 de septiembre de 2010

SINTRA.





Viajar a Sintra desde Lisboa es como entrar en otro mundo, un mundo dominado por la naturaleza y el frescor, donde la espesura de la abundante vegetación provoca permanentemente extraños juegos de luces, mientras caminamos bajo las copas de los árboles. Sintra es una ciudad de palacetes y de jardines frondosos. También es un lugar frecuentemente ocupado por enjambres de turistas, por lo que conviene llegar temprano, para visitar tranquilamente el maravilloso Palacio da Pena.

El Palacio está situado en lo alto de un monte, desde donde se aprecian unas magníficas vistas que abarcan hasta la misma Lisboa. El edificio es desconcertante, pues constan en él una amalgama de estilos en los que prima la fantasía y el capricho arquitectónico. La construcción original era un convento de los monjes Jerónimos. Partiendo de esa base, los reyes portugueses ordenaron que se fuera aumentando el cuerpo del edificio hasta llegar al palacio que conocemos hoy día. Su contemplación es una fiesta para los sentidos. Hay quien lo considera un ejemplo de gusto por el exceso, pero desde mi punto de vista el conjunto posee una rara armonía y resulta muy inspirador al visitante, que sabe que está contemplando algo único en el mundo: un edificio de arquitectura escandalosamente llamativa que es capaz de integrarse perfectamente en la naturaleza circundante, casi como si de un castillo de cuento de hadas se tratara. Una visita imprescindible para quien pase unos días en Lisboa. Lo cierto es que es difícil de describir: es mejor admirarlo atentamente a través de la propia mirada.

Como ya he comentado, si por algo destaca Sintra al visitante recién llegado es por la omnipresente naturaleza. Cuando el hombre domina la naturaleza, la embellece y la transforma a su medida crea los llamados jardines. Merece muchísimo la pena acercarse a la Quinta de Regaleira, una de las muchos palacios de nobles que luego pasaron a manos burguesas. Su restauración se llevó a cabo hace pocos años y pasear por sus laberínticos jardines constituye una experiencia única. Lo mejor, si se tiene tiempo, es caminar por ellos sin rumbo fijo, dejándose sorprender cada cierto tiempo por los templetes, estatuas o grutas que encontraremos por el camino. Hay muchos espacios en los que la frondosidad es tal que apenas se cuela la luz del Sol entre las hojas de los árboles. Destaca el pozo iniciático, reflejado en la fotografía, conectado con distintos lugares de la propiedad a través de pasadizos. La simbología templaria está presente en muchos de los elementos arquitectónicos que vamos encontrando. Cuanto más nos alejamos de nuestro punto de partida (el palacio), la naturaleza va transformándose en más densa y salvaje, como si el paseo fuera un pequeño viaje a las profundidades del alma humana.

Merece también la pena dar un pequeño paseo por las empinadas calles de Sintra, admirar sus palacios, algunos francamente en decadencia, cuando no directamente abandonados. Todo forma parte del encanto de la ciudad.

Por la tarde, si se tiene tiempo, es recomendable una rápida visita a Mafra, para conocer el grandioso monasterio cuya construcción tan bien retrató Saramago en "Memorial del convento". Como en tantas otras ocasiones, los reyes construyeron un edificio suntuoso a mayor gloria de Dios mientras el pueblo pasaba hambre. Un edificio de proporciones impresionantes, que quiere transmitir solemnidad, aunque al final solo consigue a través de ciertas dosis de frialdad.

2 comentarios:

  1. El Palacio de la Pena debe ser algo increíble, me encantaría perderme por sus jardines.

    Graacias Miguel por permitir que viajemos a través de tus crónicas.

    B7s

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  2. Yo creo que tarde o temprano irás por allí. No está nada lejos y es como ser transportado a otro mundo.

    Gracias tí por leerme.

    Besos.

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