Jean-Claude Romand era aparentemente un ciudadano ejemplar: médico, alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud, respetado padre de familia... Llevaba una vida apacible en un idílico pueblo junto a la frontera suiza y era un miembro respetado y querido en su comunidad. Podría parecer que el señor Romand había cumplido el sueño de llevar la vida perfecta, si no fuera porque su existencia estaba cimentada en una acumulación de mentiras.

En primer lugar Jean-Claude nunca sacó el título de medicina, sino que sufrió un bloqueo al comienzo de la carrera que le hizo no presentarse a un examen, a pesar de que "él hubiese preferido sufrir de veras un cáncer que la mentira - pues la mentira era una enfermedad, con su etiología, sus riesgos de metástasis, su pronóstico reservado -, pero el destino había querido que contrajese la enfermedad de la mentira, y no era culpa suya haberla contraído."

Este fue el comienzo de un red de embustes sutilmente trazada durante años, una red muy frágil, por cierto, pero a nadie se le ocurrió jamás tirar de ella. Como es lógico, el protagonista de esta historia trabajaba para la O.M.S. solo en su imaginación, por lo que sus jornadas eran meras simulaciones: por la mañana se despedía de su familia y emprendía viajes a ninguna parte que les podían llevar a pasar el día en un parking, paseando por el campo o comprando libros en Lyon:

"Una mentira, normalmente, sirve para encubrir una verdad, algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Jean-Claude Romand."

Lo más curioso del asunto es que Jean-Claude Romand emanaba tal aureola de prestigio en su persona que sus familiares le confiaban sus ahorros para que los colocara en un supuesto banco suizo que ofrecía un interés ventajoso a los funcionarios de la O.M.S. Gracias a este dinero, Jean-Claude pudo cerrar el círculo de su simulación perfecta, llevando el tren de vida que le correspondería si sus fabulaciones fueran ciertas, por lo que nadie podía dudar de él. En todo caso, su comportamiento era siempre impecable y racional, nunca dio lugar a la más mínima sospecha.

El castillo de mentiras que edificó el falso funcionario aguantó durante largo tiempo, a pesar de sus cimientos podridos. Cualquier pequeña fisura, lo haría desmoronarse como un castillo de naipes, como así acabó sucediendo. Ante esta tesitura, Jean-Claude reaccionó asesinando a su familia, una terrible manera de no querer enfrentarse a la verdad y sus consecuencias. Su torpeza e indecisiones hicieron que su suicidio se quedara en el intento, por lo que tuvo que enfrentarse a un tribunal.

Aun contra toda evidencia, el asesino siguió intentando seguir viviendo en su vida simulada, no responsabilizándose de sus crímenes. Había tomado tal afición a la impostura que es posible que adoptara unos sofisticados mecanismos de autoengaño que no podían ser vencidos de un día para otro. Cuando tomó entera conciencia de su acción monstruosa, intentó buscar consuelo en la religión.

El caso que plantea "El adversario" resulta tan inverosímil que solo puede ser real. ¿Cómo es que nadie descubrió, durante casi veinte años, que el señor Romand jamás había pisado despacho alguno en la O.M.S.? ¿Cómo se mantiene una mentira así durante tanto tiempo? El protagonista de la narración se libraba siempre de ser descubierto gracias a su buena suerte combinada con la confianza sin fisuras que generaba en los demás. Ni siquiera Carrère puede encontrar una explicación racional:

"Bastaron (...) unas cuantas llamadas telefónicas para que esta fachada se desmoronase. A lo largo de la instrucción, al juez no dejaba de asombrarle que estas llamadas no se hubiesen hecho antes, sin malicia ni sospecha, simplemente porque, aunque uno sea "muy compartimentado", trabajar durante diez años sin que ni una sola vez ni tu mujer ni tus amigos te hayan llamado al despacho, es algo que no sucede. Es imposible pensar en esa historia sin decirse que hay un misterio y una explicación oculta. Pero el misterio consiste en que no hay explicación y en que, por inverosímil que parezca, las cosas fueron así."

A la hora de abordar la narración de los hechos, de gran impacto mediático en su momento en Francia y en el resto de Europa, el autor se debatía entre escribir una ficción basada en los hechos (como de hecho hizo a través de su novela "Una semana en la nieve"). La respuesta positiva del convicto Jean-Claude Romand a colaborar en la elaboración de su propia historia dio posteriormente fruto a través de "El adversario", una estremecedora crónica de la que el lector puede concluir que a veces detrás de los peores horrores solo se encuentra el más absoluto de los vacíos.