Franz Kafka es uno de los grandes mártires de la literatura, aunque a diferencia de otros autores cuyos principales sufrimientos fueron causados por la sociedad donde les tocó vivir, en el caso de Kafka su propia personalidad fue la fuente primordial de sus padecimientos y angustias.

La vida de Kafka oscila entre sus deseos de libertad y la sujeción a su familia, entre la necesidad de soledad y la atracción por la idea de matrimonio, entre la salud y la enfermedad, entre sus obligaciones laborales, su deseo de ganarse la vida y su absoluta dependencia de la escritura como elemento consustancial de su ser.

Como ha sucedido en alguna ocasión en el caso de grandes escritores, Franz Kafka dejó antes de morir una nota de última voluntad dirigida a su íntimo amigo Max Brod, para que toda su obra inédita fuera destruida. Dicho deseo no pudo ser cumplido por su amigo, que ya había advertido con anterioridad al escritor, en tono de broma, que, dado el caso, no sería capaz.

Brod era un admirador absoluto de la escritura de Kafka. A la hora de enfrentarse al conflicto de cumplir los deseos de su amigo o traicionar su voluntad, optó por la segunda opción. No quiso quemar las palabras de quien consideraba un genio. Entre los escritos que se salvaron tras aquella difícil decisión se encontraba una novela inconclusa, "El castillo".

"El castillo" quizá sea la obra más complicada de Kafka, capaz de desesperar al lector más voluntarioso. Hay que adentrarse en sus páginas como quien se adentra en un mundo nuevo, de reglas extrañas e insólitas. No es que la escritura de Kafka no sea cristalina, que lo es. La oscuridad surge al intentar desvelar el sentido de las acciones de sus personajes. Respecto a las circunstancias en que fue escrito, allá por el año 1922, el crítico Luis Acosta, en la edición de Cátedra, anota:

"La redacción de El castillo coincide con ese momento tumultuoso en la vida del autor en que Milena ha ejercido sobre él una influencia considerable, se le ha concedido la jubilación definitiva y se ha propuesto ser realista con la vida. Piensa que escribir ha sido su destino y una consecuencia de sus propias debilidades, se encuentra solo y sin descendencia y ejerce la actividad de la escritura por imperativo de la voluntad, a diferencia de como lo hacía antes, esto es, por imperativo de la necesidad; ahora escribir no es para él la alternativa a su vida, escribir es la propia vida en la que se han sacrificado los componentes más habituales de la misma, como son el matrimonio, la familia y los hijos."

La novela comienza con la llegada de K., el protagonista, a un pueblo cubierto por la nieve, presidido por un conjunto de construcciones denominado el castillo. K. ha sido contratado como agrimensor. O al menos eso supone, pues se va a pasar toda la narración tratando de establecer algún contacto directo con algún funcionario relevante del castillo para aclarar su situación. Una situación kafkiana, para más señas. K. intenta llegar por su propio pie al edificio, pero no encuentra el camino bajo la nieve.

A partir de ahí, el anhelo de K, ese personaje sin pasado, surgido de la nada, va a ser conquistar su presente y su futuro, lograr una posición en las tierras del castillo. Su misión es complicada en un mundo donde impera una burocracia absurda que funciona a través de oscuros procedimientos. Los funcionarios reciben caprichosamente a sus peticionarios en las habitaciones de la denominada "Posada Señorial", un lugar donde la actividad es constante y no existe prácticamente el descanso.

Y es que en los capítulos de la obra va a ser constante la sensación de agobio y de provisionalidad a que se enfrenta K. en cada situación. Se le conceden dos ayudantes que en realidad resultan ser dos inútiles que no le dejan en paz. El mero hecho de encontrar cada noche un lugar donde descansar es una de sus principales preocupaciones. Intentando hallar algo de estabilidad y apoyo a sus pretensiones, seduce rápidamente a la camarera de la Posada Señorial y yacen toda la noche como animales revolcándose entre las porquerías del suelo de la taberna en una escena memorable.

A pesar de no lograr nunca verle ni hablar con él directamente, el alto funcionario Klamm va a estar omnipresente en los días que pasa K. en las tierras del castillo, como instancia suprema de su presunta labor como agrimensor. En sus vicisitudes K. logrará un puesto de bedel en el colegio junto a su amante, aunque ha de dormir en una fría clase. Su despertar será humillante, bajo la severa reprimenda de la maestra y las risas de los alumnos.

Estas y otras muchas desventuras suceden a K, que parece caminar en círculos sin llegar nunca a su estabilidad soñada, una metáfora de la propia posición de Kafka en el mundo, como escribe Luis Acosta:

"(...) puede entenderse El castillo como la conformación ficticia del destino de K., un hombre abocado a buscar la realización del anhelo ferviente de integración en el mundo social, en el mundo del amor, en el mundo del trabajo, y que como consecuencia de una serie de factores, muchos de ellos externos, pero no pocos intentos e inherentes a su personalidad, se encuentra ante la incapacidad de lograrlo".

Una obra oscura, de escritura densa y lectura difícil, pero recompensada con el hecho de que al finalizar se advierte que el autor ha desnudado su alma en la misma.