viernes, 27 de febrero de 2009

JUAN GOYTISOLO EN EL CENTRO CULTURAL DE LA DIPUTACIÓN. INFATIGABLE CURIOSIDAD INTELECTUAL.



Anoche, al finalizar el club de lectura, unos compañeros me propusieron acudir rápidamente al Centro Cultural de la Diputación. Juan Goytisolo mantenía en aquellos momentos un diálogo con el periodista de El País Bernardo Pérez.

Fue una charla distendida, agradable y entretenida y sobre todo repleta de anécdotas de una vida dedicada a satisfacer una insaciable curiosidad intelectual. La charla se centró sobre todo en el norte de África (no hay que olvidar que Goytisolo reside en Marrakech) y estuvo repleta de jugosas anécdotas: un santo marroquí al que van a ver las solteras para pedir un marido sin suegra, otro santo venerado a la vez por judíos y musulmanes... A mí me impresionó particularmente la afirmación del escritor de que la pobreza de los egipcios es mucho peor que la de los marroquíes. Habiendo visto la de Marruecos, la de Egipto seguramente será para llevarse las manos a la cabeza...

En resumen, pasamos un rato muy agradable. Es una experiencia única tener tan cerca a un narrador tan consagrado. A ver si algún día lo invitamos a La Casa de las Palabras...

AFTER DARK, DE HARUKI MURAKAMI. TOKIO NUNCA DUERME.


(Libro comentado ayer en el club de lectura de Cincoechegaray).

No había leído nada todavía de este autor de moda japonés, pese a que varias personas me lo habían recomendado encarecidamente. La primera experiencia ha sido positiva, sobre todo porque me he quedado con ganas de más, a pesar de que no reconozco en Murakami los rasgos de un gran maestro de la literatura, aunque sí de un novelista original y extraordinariamente moderno.

"After Dark" transcurre en una sola noche. Un reloj nos va informando de la hora cada pocas páginas. Al llegar el amanecer, termina la novela. Hemos sido testigos de un pequeño fragmento de las vidas de los personajes que se nos corta bruscamente a la salida del Sol. La ciudad de Tokio es la verdadera estrella de la narración, que a veces adopta maneras de un guión cinematográfico. Murakami quiere que palpemos la ciudad, que la sintamos como a un ser vivo. Es esta una novela de poderosas imágenes y sensaciones, casi podemos ver los escenarios donde se desarrolla la acción, como si fuéramos espectadores de una película.

El personaje principal es Mari, una chica totalmente pasiva, que no se quiere a sí misma. Piensa quedarse toda la noche leyendo en un bar nocturno. Allí la encontrará un músico, Takahashi. El encuentro va a tener importancia para ella, porque le hará examinarse a sí misma y sus sentimientos. Al final intuimos que un muro empieza a caer. El mayor placer del lector es descubrir ambientes y personajes que viven en un submundo que a nosotros nos suele estar oculto: la vida nocturna en las grandes ciudades, cuando salen al exterior los seres que no desean ser vistos, los que no llevan vidas correctas y ejemplares como las nuestras: las prostitutas, los proxenetas, sus clientes, los mafiosos, los que huyen... y la maldad intrínseca de la noche. Toda una experiencia. Y algo en lo que hemos estado todos de acuerdo: se lee de un tirón y nos crea interés. Y eso siempre es un punto positivo, independientemente de la calidad del narrador. Y Murakami destila calidad, y mucha, aunque le falta algo para ser un maestro. A mí personalmente me ha dado la impresión de que la novela carecía de planificación alguna y que las ideas le surgían al mismo tiempo que iba escribiendo. Quizá de ahí provenga el secreto de su ritmo musical y también la impresión de incompletitud que nos deja al final. Es el estilo de Murakami. Podré juzgarlo mejor cuando lea algo más de él.

LOS LIBROS CAUTIVOS.


Desde aquí un sentido homenaje a mis propios libros, que permanecen encerrados en un lugar desagradable muy parecido a una prisión. Y eso que ellos siempre se han portado bién, dándome horas y horas de placeres y alegrías para acabar metidos en cajas indignas de ellos, cajas de productos de limpieza (aunque pensándolo bién, puede ser incluso un hecho metafórico, pues los libros limpian la mente de impurezas) y metidos en una celda oscura. Pronto serán rescatados, espero, y llevados a un lugar más digno, como se merecen. Algunos han viajado más que muchas personas. Me han hecho compañía en los malos y en los buenos momentos. Benditos sean.

SONRISA


(Relato de esta semana en La Casa de las Palabras).

La escena tiene lugar en un concesionario de vehículos, una tarde cualquiera de invierno. La vida parece haberse interrumpido desde hace tiempo en este hábitat. Los coches sin vender crían telarañas bajo las ruedas. Una indiferencia escéptica se ha apropiado de los vendedores, especialmente de Jorge Luis, que lleva meses sin hablar con cliente alguno. Fue el último que llegó y ahora intuye que será el primero en irse si no vende nada. A veces tiene fantasías en las que se tira contra los escaparates, aterriza en la calle y se siente liberado. ¿Cómo vender? No se puede vender un coche metafísicamente hablando, se necesita un interlocutor, alguien a quién poder convencer de las ventajas del nuevo Ibiza Smile.

Nuestro fantasioso Jorge Luis vuelve a tener una ocurrencia. De pronto se convence de que si se arrodilla y pide un cliente al Altísimo, entrará por la puerta de inmediato, no el Altísimo, sino el cliente. Superando por medio de la desesperación su sentido del ridículo, podemos verlo patéticamente plantado en el suelo, con toda la devoción de que es capaz. Pero ¿qué vemos? Las plegarias son atendidas de cuando en cuando. Por la puerta aparece un señor distinguido, de los de traje, corbata y camisa perfectamente combinados. No se le puede escapar. Está solo en la tienda. Es su prueba de fuego. "Este señor no saldrá de aquí sin un coche a juego con su indumentaria", piensa un animado Jorge Luis.

El hombre parece un poco despistado, pero su trato es afable. No es persona que tenga claro lo que desea, pero ahí está nuestro buen Jorge Luis para crearle su necesidad, tal y como le enseñaron. Ha entrenado mentalmente para esto y ahora es el momento, la culminación de meses de pensamientos positivos lanzados contra el muro de la triste realidad. Jorge Luis se avalanza literalmente contra el señor, como el desgraciado naúfrago que aborda a su rescatador después de años de soledad. Con su más amplia sonrisa le espeta: "Buenos días señor. Aquí estoy yo para servirle en lo que usted precise". Utilizando esta fórmula, más propia de un sirviente que de un vendedor, se planta frente a él, a una distancia que claramente viola la intimidad de su interlocutor.

"Mire usted caballero", dice el presunto comprador, "yo no me voy a andar con medias tintas. Quiero un buen coche". "Muy bién, ha llegado usted al lugar adecuado. Voy a enseñarle el mejor. El más innovador. Nuestro nuevo Ibiza Smile. Ya ve usted que no parece nada especial... Siéntese al volante."

Se sienta el caballero, tal y como le han sugerido. El coche le sonríe, le seduce, le habla de sus propias prestaciones e incluso se permite alabar el buen gusto en la vestimenta de tan elegante cliente. Se entabla un diálogo entre automóvil y conductor con Jorge Luis como convidado de piedra. Por supuesto, el diálogo continua fuera, en la carretera. El Smile se encarga de todo, de gestionar el préstamo, de contratar el seguro y de reservar una mesa en el mejor restaurante de la ciudad para su nuevo dueño y su novia.

Jorge Luis se queda solo, cavilando: "Al menos he sido yo el que los he presentado."

viernes, 20 de febrero de 2009

EL BRUTO (1952), DE LUIS BUÑUEL. PASIONES EN BRUTO.


Visionar una nueva película de Luis Buñuel es siempre una experiencia apasionante, que prácticamente nunca decepciona. Fue un cineasta que adaptó a circunstancias difíciles su visión absolutamente libre del cine. En su etapa mexicana firmó algunas de sus obras más memorables como "El", "Ensayo de un crimen" o "Los olvidados".

"El bruto" no llega a la altura de los títulos anteriores, pero eso no quiere decir que sea una película falta de interés. Buñuel no tiene problemas en enseñarnos la verdadera cara de la pobreza (muchos de los conflictos en sus obras surgen precisamente de la miseria, que inflama odios y pasiones). El argumento es el abuso que pretende perpetrar un rico propietario para desalojar a unas familias de un edificio de su propiedad, valiéndose del bruto, una especie de esclavo fidelísimo a su servicio, que, ya a las primeras de cambio, no sabe medir sus fuerzas y mata a un hombre. Para más inri se enamora de la hija del muerto, una mujer virginal y angelical y es acosado por la esposa de su patrón, una mujer de armas tomar. En uno de los hallazgos más geniales de la cinta, las relaciones sexuales con la segunda se representan con trozos de carne quemándose en el asador. Con la primera, simplemente con una pequeña vela que se consume.

He leído por ahí que Buñuel nunca tuvo el control total de la película y se nota, aunque su sello está presente en muchos de sus elementos: el patético personaje del padre del patrón, la exhibición de la miseria, el conflicto entre el bien y el mal, representado por las mujeres, la simpleza y brutalidad del protagonista, que solo al final comienza a plantearse su lugar en el mundo... Y un detalle importante. Es una delicia escuchar las voces de los actores de los filmes mexicanos de Buñuel. Una dicción perfecta, un castellano purísimo y elegante, que ya quisieran para sí muchas películas españolas actuales, en las que apenas se entiende lo que dicen los protagonistas.

DENTRO DEL CUERPO ( y III )


No sabía cuanto tiempo permaneció en ese estado. Cuando despertó se hallaba en un lugar distinto. La luz intensísima de una lámpara de flexo le daba directamente en la cara, deslumbrándole. Se hallaba en una celda. Observó que estaba limpísima, impoluta. Toda pintada de blanco, el mismo color del suelo. Era lo bastante amplia como para poder dar algunos pasos por ella, pero prefirió quedarse tumbado en la cama, pues se encontraba mareado y débil por su experiencia de los días anteriores. Una cámara inaccesible, en lo más alto del techo, le vigilaba. En la pared había un retrato de la Virgen del Pilar. En una mesita encontró comida. Alargando el brazo se hizo con el plato y devoró su contenido. Enseguida volvieron la somnolencia y las pesadillas irracionales.

Debió transcurrir un largo periodo de tiempo ¿días, semanas? hasta que se recuperó del todo y pudo hacer un poco de ejercicio en su celda. Hasta entonces no había visto presencia humana alguna. Le pareció que aprovechaban su sueño para cambiarle la comida. Para aquel entonces estaba ya resignado a no ser dueño de su propio destino. Había caído en una especie de trampa, pero no sabía con que objeto ni podía darle un sentido a todo aquello. Se limitaba a esperar. Se entretenía intentando realizar un esquema mental del laberinto que había atravesado, de su estructura, de su significado, pero no llegaba a conclusión alguna. Pensaba en su familia, pero en realidad no les echaba de menos. Era como si pertenecieran a otro mundo distinto.

Al fín un día recibió una visita. Era el oficial que le había interrogado, flanqueado por dos compañeros de menor rango. Vestían uniforme negro de gala, con sus bandas amarillas y el característico tricornio. El oficial era un hombre de una imponente presencia física. Su característica principal era una mirada intensísima que a la vez convencía e intimidaba al interlocutor.

- Aquí tenemos a un futuro miembro del Cuerpo - dijo.

Se levantó de su catre. Les pidió humildemente explicaciones, les rogó que le sacaran de allí, prometiéndoles no contar nada a nadie. Su rostro era la imagen de la desesperación misma.

- No se preocupe, pronto todo estará claro para usted, tranquilícese. Todo esto era desgraciadamente necesario. Sé que ha sido desagradable, pero se ha comportado como esperábamos, como un hombre. Ha sido usted seleccionado para ser miembro de la Benemérita. Lo lleva usted en la sangre, aunque no lo sepa. Su afán por la disciplina, su gusto por cumplir órdenes, su predisposición a agradar a sus superiores... Son todas ellas las cualidades que buscamos para nuestro Cuerpo Especial. Y éstas no se pueden evaluar mediante las tradicionales oposiciones, sino observando las reacciones del candidato a una situación límite provocada por nosotros mismos.

En este punto su mirada denotaba una mezcla de incredulidad y fascinación. Las palabras del oficial ejercían un efecto hipnotizante sobre él. Quería seguir escuchando.

- Lo que usted y el resto de ciudadanos conoce de nuestra institución es solo la punta del iceberg. En realidad nuestro Cuerpo Secreto, el Cuerpo al que usted va a pertenecer sostiene desde hace decenios una guerra soterrada por el poder, porque creemos que estamos mucho más capacitados que los políticos para llevar las riendas del país. Necesitamos hombres de espíritu fuerte en nuestras filas, hombres que se comprometan, con voluntad de hierro y capaces de obedecer órdenes sin cuestionarlas. Hombres como usted. No le voy a dar a elegir si acepta o no el nombramiento, porque por el mero hecho de estar aquí, ya lo ha aceptado. En cuanto le coloque su tricornio sobre la cabeza, su voluntad será nuestra y su existencia solo tendrá sentido en la obediencia y fidelidad a la Benemérita. Personas de tan gran influencia como el papa Benedicto XVI nos apoyan. Cuando aceptó y se colocó públicamente el tricornio no fue por hacer un gesto simpático ante las cámaras. Aquello tuvo un significado más profundo, que se le escapa al vulgo. Ahora es un adalid incondicional de nuestra causa. Solo hombres con una voluntad de hierro como él o como usted son aptos para tan alta empresa. Tenga, póngaselo.

Al tomar el tricornio entre sus manos le pareció estar viviendo el momento culminante de su vida, se sentía como un noble medieval al ser nombrado caballero por su señor. El miedo y las dudas anteriores le parecían ahora absurdas, se disipaban como una neblina pasajera. Al colocarlo sobre su cráneo, todo quedó claro para él. Su entrega a la causa era completa desde ese instante.

Así pues, desocupado lector, si este testimonio ha llegado a tus manos es porque llevamos tiempo observándote y te consideramos un ser especial, por encima del rebaño. Dirígete al cuartel de la Guardia Civil más próximo, siéntate distraídamente en un banco y espera. Nosotros nos ocuparemos de todo.

jueves, 19 de febrero de 2009

DENTRO DEL CUERPO ( II )


La Casa Cuartel era un edificio destartalado que pedía a gritos una reforma urgente, una mano de pintura al menos. En cualquier caso, la leyenda de "Todo por la patria" en la entrada se mantenía impoluta y eso daba confianza a nuestro protagonista. No se sentía un detenido, sino un ciudadano que cumplía con su deber de colaboración con las fuerzas y cuerpos de seguridad. Ante la leyenda "El honor es nuestra principal divisa", se sintió reconfortado. Estaba dispuesto a aclararlo todo y salvaguardar su honra. Pasaron junto a una alta columna desde la que la Virgen del Pilar los vigilaba. Le acompañaron hasta un cuartito. El oficial que le interrogó era mucho más afable que el primer guardia. Con la dosis de tranquilidad que había recobrado, se explicó. Le enseñó las fotografías de campanarios y espadañas. El oficial pareció comprender que todo se había debido a un malentendido y le dejó marchar sin problemas, no sin antes espetarle:

- Es una pena que esté usted en paro. Parece un hombre íntegro. Encajaría muy bién en la Guardia Civil.

Nuestro hombre salió de la habitación con paso firme y una sonrisa de oreja a oreja. Comenzó a caminar por el pasillo pero, ya sea por la emoción que le produjeron esas palabras, ya sea porque era de natural despistado, lo cierto es que se perdió en las vetustas instalaciones del cuartel. Le desorientaba el laberinto de corredores en penumbra, todos iguales, largos y estrechos, con las conducciones y cables de agua, luz y calefacción al descubierto y una humedad omnipresente que desportillaba las paredes. Llevaba ya unos diez minutos dando vueltas, sin encontrar a nadie en el camino que pudiera orientarle, cuando le pareció entrar en otra ala del edificio, pues la decoración cambió sustancialmente. Los pasillos eran amplios y recién pintados, el suelo de mármol, tan limpio que podía ver su propio reflejo. La luz era tan intensa que no permitía la existencia de sombra alguna, como si estuvieran prohibidas. El ambiente en aquellos corredores era extraño y opresivo. Olía a una mezcla de incienso con azufre, no puede describirse de otra manera. La situación era desagradable y absurda. La lógica le decía que pronto encontraría a alguien que le condujera a la salida, pero los minutos pasaban, se convertían en horas, seguía extraviado y la desesperación y la angustia comenzaban a hacerle mella.

Su extravagante viaje por los intestinos del cuartel continuó durante los días siguientes. No podía entender como una construcción de las carecterísticas que había observado desde fuera pudiera albergar unos pasadizos que se le antojaban infinitos. A estas alturas caminaba mecánicamente, obligándose a hacerlo, apenas durmiendo algunas horas en algún recoveco medianamente acogedor, pero desvelándose en seguida. Sus ropas estaban sucias y comenzaban a desgarrarse, notaba como le crecía la barba, él, que se afeitaba pulcramente a diario. Los pasillos cambiaban de decoración de cuando en cuando: los había oscurísimos, iluminados por antorchas, con un riachuelo de agua corriendo por el suelo, con paredes metálicas o de madera, estrechísimos y anchos, pero siempre llevaban a nuevas bifurcaciones, a nuevas elecciones en encrucijadas solitarias y siniestras por las inmensas tripas de aquel edificio maldito. Hay que decir que llegó a encontrar restos humanos en putrefacción en alguna esquina, pero mejor no hablar de ello. El hecho es que la desesperación dio paso a la resignación. Comenzó a sentirse un peregrino en camino hacia un destino trascendente. No sabía ni podía intuir cual era ese destino, pero era la fuerza que le impulsaba a continuar.

Perdió la noción del tiempo. Debía llevar ya dos semanas de camino, apenas alimentado de lo que llevaba en la mochila y aprovisionándose de agua practicando agujeros en las tuberías. El pasillo se parecía en aquel instante a una pasarela de las que existen en los aeropuertos. Se arrodilló de puro agotamiento y gritó. Gritó como nunca antes había gritado, un chillido liberador y animal, que debió resonar en la totalidad de las entrañas del edificio, al que ya percibía como a un ser vivo. Seguidamente, se desmayó, cayendo en un abismo de inconsciencia sin llegar a soñar nada coherente, solo invadido por un sentimiento de puro terror.

DENTRO DEL CUERPO ( I )



(Relato leído esta semana en La Casa de las Palabras).

Era un hombre pacífico. Su vida desde siempre había estado regida por una sola idea: el orden. Su atuendo era siempre impecable y su seriedad y honestidad estaban fuera de toda duda. Tenía treinta y cinco años, aspecto juvenil a pesar de algunas canas que comenzaban a asomar y su vida siempre había sido tranquila. Hasta hacía algunos meses había estado trabajando en la oficina de una empresa de transporte urgente. Se encargaba de clasificar los paquetes para que llegaran a tiempo a sus destinatarios. Su trabajo era su mundo, un mundo regido por el equilibrio, la disciplina y la monotonía, por lo que, cuando le despidieron alegando dificultades económicas en la empresa, su mundo estuvo a punto de desmoronarse. Le salvó la idea de realizar un proyecto que venía acariciando desde hacía tiempo en sus horas muertas. Así evitó caer en el desorden de la ociosidad.

Con el dinero de la indemnización se dedicó a recorrer pueblos realizando fotografías para un libro que pensaba enviar a todas las editoriales en un intento de que se lo publicaran. El cambio de ambientes, de la atmósfera cerrada y agobiante de la oficina al aire libre le hizo bién. Seguía unos horarios estrictos y se imponía una disciplina férrea, como si él fuera su propio jefe. Hasta el número de fotos que debía hacer en cada lugar lo tenía previsto. Recorría las carreteras comarcales a poca velocidad, embriagándose de los olores del campo y de la sensación de libertad que proporcionan los espacios abiertos. Poco a poco fue relajando las rigurosas normas que se había impuesto a sí mismo. Le gustaba sentarse al Sol para descansar, relajar la mente y no pensar mucho en el futuro. Después de estas pausas, que cada vez tenían mayor duración, le remordía la conciencia, se censuraba a sí mismo y se proponía no volverlo a hacer. Pero al día siguiente volvía a caer en la tentación.

Aquella mañana estaba nublado. El Sol solo asomaba de cuando en cuando por algún resquicio entre las nubes, que intentaba aprovechar sentado en un banco de un parque solitario un poco antes de la hora de comer, cuando acostumbraba a hacerlo. Tenía los ojos cerrados, había conseguido relajarse, cuando una voz llena de autoridad le sacó de su ensoñación:

- ¡Buenos días!

Abrió los ojos despacio, con pereza. Al principio no pudo distinguir bien la figura que se le dirigía. Haciendo un esfuerzo acabó de despabilarse y vio a un guardia civil alto y enjuto, joven, pero de severa presencia, plantado ante él en posición de firmes, que le observaba, como queriendo penetrar en el interior de sus pensamientos.

- ¿Qué hace usted aquí? ¿Usted es de aquí? ¿Usted quién es? - descargó sin piedad.

De pronto se sintió como un fugitivo al que acabaran de atrapar. Hizo ademán de levantarse del banco, pero cambió de idea, porque aquel hombre podría pensar que su intención era huir.

- Bueno, pues yo estoy aquí... de visita. Estoy recorriendo los pueblos de la provincia fotografiando campanarios y espadañas ¿sabe? Es para un libro en el que pienso recopilarlos... Es bueno que se conozca ese patrimonio y...

- Deme usted su documento de identidad.

Un poco inquieto, se lo dio. El guardia le pidió que le dijera el número del carné. En situaciones como esta, nuestro héroe se bloqueaba. Los nervios comenzaban a atenazarle. No recordaba ni su propio nombre, por lo que no acertó ni una sola cifra.

- Acompáñeme usted a la Casa Cuartel.

Sin formular ni una sola protesta o alegación, se levantó le siguió. Desde pequeño le habían enseñado a obedecer a la autoridad y le pareció lo más natural no poner ningún obstáculo a su labor. Se sorprendió al comprobar que el edificio junto al que estaba sentado era precisamente la Casa Cuartel. "El guardia de la puerta ha debido sospechar de mí al observarme en el banco como un holgazán solitario", pensó. "No se lo reprocho, pues cumple con su deber".

miércoles, 18 de febrero de 2009

DOS HOMBRES Y UN DESTINO (1969), DE GEORGE ROY HILL. BOLIVIA COMO TIERRA PROMETIDA.


Al principio de la película se nos informa de que casi todos los hechos narrados son reales. Aquí apunto yo uno irreal: los bandidos del oeste nunca fueron tan encantadores y tan guapos como estos Paul Newman y Robert Redford, en lo mejor de sus carreras y que destilan una química inigualable en sus papeles de simpáticos sinvergüenzas, en los que luego ahondarían en "El golpe", del mismo director.

Yo tenía algunos prejuicios respecto a esta realización: esperaba ver simplemente un lucimiento de los dos protagonistas, cuyos personajes serían más listos que el resto y prácticamente invulnerables. Pronto me doy cuenta de que, afortunadamente, no es así. La escena de la persecución es de las mejores que he visto en un western: la sensación de agobio de quienes van a ser cazados de un momento a otro se consigue muy bien mostrándonos a unos implacables perseguidores que, desde el fondo de la imagen, vemos cada vez un poco más cerca.

Pero lo mejor de la película está en la estancia de nuestros dos protagonistas en Bolivia. Hay que ver esta película (y todas, pero esta especialmente) en versión original: los intentos de los protagonistas de llevar a cabo atracos utilizando su pobre idioma español son verdaderamente momentos de alta comedia. Esta segunda parte del film se nos pasa aún más rápido que la primera: muy buena señal. Entre las dos se nos muestran unas magníficas escenas en el Nueva York de finales del XIX: el mundo moderno se abre camino a pasos agigantados y ya no va quedando sitio para bandidos tradicionales como Butch Cassidy y Sundance Kid.

martes, 17 de febrero de 2009

CANTANDO BAJO LA LLUVIA, DE GENE KELLY Y STANLEY DONEN. LA ALEGRÍA DE VIVIR.



No recuerdo en qué película de Woody Allen, creo que en "Manhattan", el protagonista confiesa que tiene una copia de "Cantando bajo la lluvia", para verla cuando está triste. Es mucho mejor que cualquier analgésico. Hoy día gracias al dvd (y últimamente también al Blue-ray), cuesta muy poco tener una copia en casa de esta maravillosa película, llena de actuaciones musicales inolvidables.

A mí siempre me ha funcionado. Siempre que he tenido problemas o visiones pesimistas acerca de mi futuro, ver a Gene Kelly cantando y bailando me hace ver las cosas de otra manera. Y es que la vida puede ser disfrutable hasta en sus más ínfimos detalles. La película destila optimismo y alegría como pocas lo han hecho. La escena más conocida, la del baile bajo el diluvio, es muy significativa: "no está lloviendo, para mí luce el Sol", dice un enamorado Gene Kelly, empapado. Y realmente su luminosa sonrisa hace realidad esas palabras. El momento culminante se produce en el travelling de la cámara hacia arriba mientras él da vueltas sobre sí mismo con el paraguas entre las manos. Es la plenitud de la existencia hecha cine.

El tema de fondo es la revolución que supuso el paso del cine mudo al sonoro. Y el guión sabe aprovecharse de ello y transformar muchas situaciones en pura comedia. Todos los actores están espléndidos y en plena forma en las actuaciones musicales, como no puede ser de otra manera. Para mí no hay película musical mejor que esta, llena de colorido y rebosante de vitalidad que no queda en sus imágenes, sino que, literalmente, se transmite al espectador.



viernes, 13 de febrero de 2009

LA TREGUA, DE MARIO BENEDETTI. LAS ILUSIONES PERDIDAS.


(Libro comentado en el club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga).

Existe un consenso generalizado de todo tipo de lectores con Mario Benedetti: ofrece una literatura de sentimientos, comprometida y, lo que es más importante, de gran calidad. Además, miren que cara de buena persona tiene. Este hombre no tiene más remedio que escribir bien.

Leí "La tregua" por primera vez hace varios años y el libro me sedujo y me dejó un recuerdo perdurable. Ahora, al leerlo otra vez, he vuelto a recuperar muchas de las sensaciones que me produjo, aunque de manera distinta, pues sabiendo su final se encuentran nuevos matices e interpretaciones en las entradas del diario que pueden verse desde una nueva luz. Como ese momento en el que el protagonista mira por la ventana mientras está con su amada y piensa que la felicidad es efímera, que no puede retenerse y que quizá está viviendo el punto más alto en ese momento. Cuando hacemos una reflexión de este tipo ¿somos realmente felices? ¿o en realidad no podemos serlo, pues el temor a perder la felicidad es más fuerte que la felicidad misma? Así somos los seres humanos y así se refleja en esta narración profundamente humana, de título adecuadísimo, pues lo que se cuenta es verdaderamente una tregua en la existencia gris y sin perspectivas de un aburrido burócrata.

En el club debatimos acerca de lo efímero de la felicidad, de los amores en la edad madura (y una peculiaridad, el protagonista va a jubilarse a los 50 años, hecho habitual en Uruguay, por eso lo llamaban "el país de los jubilados"), sobre los dos tipos de mujer que presenta la novela:el de la primera mujer de Santomé, la que le hizo viudo, cuyo principal atractivo era meramente sexual y el de Laura Avellaneda, una mujer tímida e inteligente, cuyo principal atractivo es más bien espiritual, porque para el protagonista es como su otra mitad, su amiga, confidente y amante. Todo esto hace que su muerte sea aún más cruel para él (tremenda la escena del teléfono, cuando le comunican su muerte), que apenas tiene a nadie con quién consolarse, pues la relación era prácticamente clandestina. Precisamente sucede esto cuando se había decidido a hacerla pública.

Pero dejemos que sea el mismo Benedetti el que se explique:

"Avellaneda debía morir para que ese amor no fracasara. Cuando salió la novela, unas cincuenta mujeres hicieron una reunión en un apartamento de Pocitos , a la que me invitaron. Allí me reprocharon que hubiera matado a Avellaneda. Yo les decía que la había matado en beneficio de la historia de amor. En quince años Santomé iba a ser un viejo. Tal vez moriría, qué triste. Más o menos las convecí."

Hacer morir a un personaje para que triunfe el amor. El amor queda puro e inmaculado y sigue viviendo en el recuerdo de Avellaneda. Quizá sea un consuelo del autor a la amargura del personaje...

INSIDE DEEP THROAT (DENTRO DE GARGANTA PROFUNDA) (2005), DE FENTON BAILEY Y RANDY BARBATO. HISTORIA DE UN CLÁSICO.


Cuando era un adolescente atolondrado e inocente, las películas porno me parecían el no va más de lo atrevido y lo excitante. Era la atracción de lo prohibido. Por aquellos días escuché hablar más de una vez, como si de una leyenda se tratara de una película llamada "Garganta profunda". Se hablaba de ella con veneración, pero nunca pude verla, aunque sí que ví alguna otra que me pareció muy interesante igualmente. Hoy día no me llaman nada la atención. A lo mejor si le añadieran algún guión coherente que no se limitara a un polvo tras otro...

En los años 70 Estados Unidos intentaba seguir siendo el país puritano que tradicionalmente había sido. Pero fuerzas ocultas pugnaban por acabar con esa moral rancia y practicar una libertad de expresión que teóricamente estaba recogida en la Constitución, pero que en la práctica se encontraba secuestrada por los límites más mojigatos y conservadores.

La llegada a los cines de una película sin pretensiones, rodada en seis días, como "Garganta Profunda", que había costado solamente 25.000 dólares revolucionó a la sociedad americana como pocas veces antes se había visto. Grandes colas en los cines donde se proyectaba y una polémica entre defensores de la libertad de expresión y conservadores horrorizados por la inmoralidad de la cinta que no hacía más que acrecentar su fama. Y es que siempre sucede lo mismo. Cuando las fuerzas de la moral quieren prohibir algo no hacen más que estimular la curiosidad de las masas y logran el efecto contrario al deseado. Si un fotógrafo o un pintor quieren asegurarse la publicidad de una exposición solo tienen que exponer obras que ofendan profundamente a la religión católica (por ejemplo, Jesucristo y María Magdalena en actitud amorosa). Las huestes cristianas picarán pronto el cebo, pondrán el grito en el cielo y el artista se frotará las manos ante una campaña publicitaria fabulosa, de la que se harán eco todos los medios de comunicación. Y gratis.

"Garganta profunda" llegó en el momento justo, cuando el estadounidense medio quería explorar nuevos caminos y liberarse de corsés. Su fama y el boca a boca (nunca mejor dicho) le daba el pretexto perfecto para acudir al cine sin sentirse mal por ello y, lo que es mejor, sin tener que ocultarlo. El espectador contar a su vecino que había estado viendo una película porno sin tener que avergonzarse. El de la película no fue un camino de rosas, pero al final venció la libertad (otra cosa es como terminaron los protagonistas y realizadores) y la industria del porno se consolidó pronto como una de las más importantes en el ramo de las producciones cinematográficas, que realiza cientos de películas al año, casi todas clónicas, hasta el punto de que últimamente incluso se atreven a pedir al presidente Obama un plan de rescate, alegando ser un pilar más de la economía estadounidense.

Un documental muy interesante y original, que funciona también como estudio sociológico de una época de cambios y de conflictos sociales.

jueves, 12 de febrero de 2009

REPULSIÓN


(Relato de esta semana en la tertulia de la Casa de las Palabras).

Despertó en mitad de un páramo helado. El frío le cortaba la respiración. Sus ropas estaban hechas jirones y parcialmente quemadas. Lentamente y con un dolor infinito, se fue levantando y oteó un panorama desolador. Veía cadáveres desangrándose en todas las posturas, máquinas de guerra destruidas, algunas todavía ardiendo. En el suelo aparecía una intrincada red dibujada por el desplazamiento de los carros de combate.

Intentó dar algunos pasos, pero se tambaleaba. Sentía las piernas carentes de vida. No comprendía nada. Volvió a desplomarse y perdió el conocimiento.

Despertó envuelto en una manta. Agudos dolores le recorrían las extremidades inferiores. Echó un vistazo a su alrededor. A su izquierda encontró un contenedor de basura, lleno de piernas y brazos, que exhalaba un olor nauseabundo. Se palpó y comprobó horrorizado que sus piernas debían formar parte del montón, pués se halló dos muñones. A su alrededor oía terribles lamentos y maldiciones. Las paredes estaban manchadas por salpicones de sangre, al igual que el suelo. Aquel lugar olía a muerte y podredumbre. Seguía sin poder explicarse nada.

Esa tarde le visitó un cirujano, todavía con la mascarilla puesta y una mirada extraviada, probablemente provocada por muchos días de insomnio. "No hemos podido salvar sus piernas, pero no tememos por su vida. Le he podido conseguir unas muletas para que deje su cama cuanto antes. Mientras tanto, ahí tiene una escupidera para sus necesidades. No puedo hacer más". El cirujano desapareció de su campo de visión tan rápidamente como había llegado. Ni siquiera pudo preguntarle donde se encontraba. De cualquier modo, los esfuerzos que seguía realizando para recordar por qué había despertado en un campo de batalla eran en vano. Ni siquiera sabía quienes combatía y a qué ejército pertenecía él. Cerró los ojos y se limitó a esperar. Sus dolores le atormentaban de manera tal que le impedían pensar con claridad.

Una mañana observó algo que le pareció familiar. Junto a su lecho pasó un oficial de uniforme. Una imagen le vino a la cabeza de inmediato. Era el uniforme del enemigo. Sintió como una catarata de recuerdos inundaba su mente. Los aviones del enemigo bombardeando su ciudad. Soldados del enemigo violando a su mujer. Lucha encarnizada contra el enemigo. Una intensa repulsión le embargó. Sintió repentinos deseos de levantarse, partirle el cráneo con la muleta al oficial, tomar su pistola y disparar indiscriminadamente. Sacando fuerzas de flaqueza se incorporó sobre sus muletas y se dirigió hacia él. Se paró y le miró a los ojos. El otro, sintiéndose observado, le espetó: "Soldado, es usted un valiente". Siguió mirándole. Sabía que contaba con fuerzas suficientes, las engendradas por el odio, para realizar lo planeado, pero no pudo hacerlo. Solo saludó al oficial con un leve movimiento de cabeza y salió de la habitación. Andar con las muletas no le costaba nada, sus brazos eran fuertes y era un hombre acostumbrado a las dificultades. Siguió andando sin mirar atrás, salió al exterior y abandonó lentamente la ciudad. No quería mirar a su espalda. Atrás quedaba el pasado. Solo quería avanzar hacia su futuro.

miércoles, 11 de febrero de 2009

EL MONJE (LA BATALLA DE TÁNGER) ( II ).


Al fín, pasito a pasito, el extravagante religioso llegó hasta su objetivo, un mirador plagado de cañones que apuntaban al otro lado del estrecho y de jóvenes que también anhelaban llegar a la otra orilla, aunque de manera más pacífica, que se apartaron prudentemente cuando vieron venir a estos desacostumbrados personajes. El monje miró hacia el mar y pronunció unas palabras en latín que yo no me atrevería a traducir aquí, pero quiero entender que querían decir que él era un instrumento del Altísimo y cumplía humildemente sus designios. Dicho esto, y aunque algún escéptico lector no quiera creerme, las aguas se abrieron a la altura de la playa y, como si de un Moisés moderno se tratara, las palabras de nuestro protagonista abrieron camino a algo nunca visto en aquellos lugares. Con una majestad esplendorosa y acompañado perfectamente por una banda de Regulares, apareció Nuestro Padre Jesús Cautivo, mecido perfectamente por sus hombres de trono y avanzando por la playa como si de un desembarco militar se tratara. La icónica figura parecía caminar con el suave movimiento de su túnica y lo más sorprendente es que acabó haciéndolo por su propio pie, pues, seguramente cansado por la lentitud que le aportaba su vehículo, se agachó como aburrido y dio un saltito hacia el suelo y, aunque a punto estuvo de caer de bruces, supo recomponerse y comenzó a pasear por las calles de Tánger con toda dignidad, con sus potencias brillando bajo el Sol.

Para entonces se había desatado el pánico entre gran parte de la población y aunque algunos pedigüeños rodearon al de la túnica blanca para poner a prueba su generosidad, la mayoría de los tangerinos se refugiaba en las mezquitas, horririzada ante el poder que estaba demostrando la fe cristiana. Los almuédanos decidieron salir a la vez a los alminares y convocar una oración colectiva que demostrase el superior poder de Alá ante la ofensiva católica. El Cautivo no fue ajeno a la impresionante demostración de fe musulmana y tuvo que retroceder posiciones hasta su cabeza de puente en la playa. Desde su atalaya, el monje, que todo esto veía acompañado por su angelical Estado Mayor, volvió a pronunciar unos latinazgos para pedir refuerzos y de las aguas surgió nada menos que el Cristo del Gran Poder, con sus costaleros llevando el paso con un fervor digno de verse, dispuesto a ofrecer una memorable madrugá a los habitantes de Tánger. Espantados ante la grandeza del nuevo enemigo que se les venía encima, las huestes islámicas redoblaron sus esfuerzos y, pese a la ausencia de imágenes que oponer, convocaron a los santos sufís que yacían enterrados en tierras marroquíes para encarar a los infieles. Ante tan inesperado contraataque, el monje se vio forzado a pedir apoyo aéreo, con lo cual una intensa luz iluminó el cielo, cegando momentáneamente a ambos contendientes. Nada menos que la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma, bajaba en picado hacia el escenario de tan cruenta batalla por la fe...

Desde el cielo, Dios y Alá veían todo aquello y comenzaban a aburrirse. "¿Lo dejamos en tablas?", propuso Dios. Alá encogió los hombros con indiferencia y asintió.

EL MONJE (LA BATALLA DE TÁNGER) ( I ).


Desde la pequeña cubierta del ferry oteaba el horizonte de la ciudad de destino. Tánger aparecía ante él como un conjunto abigarrado de edificaciones sin orden ni concierto. A su derecha, la zona antigua de la ciudad, la medina de calles estrechas y agobiantes en cuyo perfil destacaban los alminares de las mezquitas, lo que le decía, como si no lo supiera ya, que iba a desembarcar en tierra de infieles. A su izquierda la urbe se modernizaba y se mostraba como cualquier ciudad turística, con un paseo marítimo repleto de altos edificios de apartamentos.

El monje era un hombre aturdido ante el mundo tras treinta años de reclusión, rezos y penitencia entre los muros de un convento, pero se sentía preparado para su sagrada misión. De su aspecto exterior, aparte de la altivez y seguridad que irradiaba, solo podemos describir su pobre atuendo, compuesto por un hábito sucio y raido que en este caso sí que hacía al monje, pese a lo que diga el refrán. Su rostro apenas era visible, oculto bajo una enorme capucha que lo ensombrecía por completo. "Así que aquí habita la canalla morisca que expulsamos de España tiempo ha", pensó mientras ponía el pie en la puerta de África.

El caminar de nuestro héroe era pausado, pero constante y firme. Los buscavidas habituales del puerto de Tánger, ávidos como moscas acudiendo a la miel, no se dejaron impresionar por tan misterioso visitante y no pararon de abordarle ofreciéndose como guías de tan magnífica ciudad o directamente, sin más preámbulo, pidiéndole euros o dirhams, lo que tuviera más a mano, que bién valían unos u otros para llenar el estómago o para engañar por un rato a una vida vacía con cualquier vicio, vaya usted a saber. Imperturbable ante tan molesta compañía y sin atender a ninguno de ellos, el monje salió del puerto y subió por una de las cuestas que llevaban hacia la medina. A medio camino se detuvo y dobló a la izquierda por una calle mucho más tranquila que la anterior que le conducía hasta una edificación de un siglo de antigüedad, recuerdo del dominio español por aquella época. Se trataba del Gran Teatro Cervantes, un edificio magnífico, por lo demás, pero desgraciadamente en ruinas. El nombre del teatro estaba sobreimpreso sobre la fachada con azulejos muy coloridos y la cornisa se remantaba con unas esculturas en las que se representaban unos risueños ángeles entregados al arte y al placer.

Aquí comienza la parte de la historia en la que algunos lectores abandonarán indignados el relato y otros renovarán su interés intrigadísimos ante hechos tan extraordinarios como verdaderos. Lo cierto es que si este humilde escribiente pretendiera contentar al númeroso público interesado en sus historias, afrontaría una tarea imposible. El caso es que el monje posó su mirada sobre la cornisa y por milagro, los ángeles tomaron vida entre gran jolgorio y risas. Seguidamente nuestro pétreo protagonista siguió impávido su camino rodeado de los joviales angelitos, componiendo un cuadro fráncamente insólito, pero que no impedía a los voluntariosos tangerinos con los que se iba cruzando seguir solicitándole limosna o tratando de venderle calcetines, prenda inexistente en los pies del monje, calzado con sandalias ni, evidentemente, de sus compañeros alados. Los comerciantes sonreían y saludaban efusivamente a los simpáticos serafines y querubines, como dándoles humildemente la bienvenida a su ciudad con profundas inclinaciones y manos puestas sobre el corazón.


lunes, 9 de febrero de 2009

VALKIRIA (2008), DE BRYAN SINGER. CONSPIRADORES HABITUALES.


Empieza la película con contundencia, sin medias tintas. Podemos escuchar un coro de voces recitando con hombria el juramento de lealtad de los "soldados valientes" a Hitler. Y esta idea de lealtad y hasta donde puede llegar, es una de las ideas centrales que se nos quiere transmitir. Stauffenberg no necesita que le convenzan. Sus propias experiencias en el frente le han convencido de que su Führer es un criminal, además de un pésimo estratega.

Bryan Singer es un cineasta meticuloso, aunque esta meticulosidad no se traduzca siempre en brillantez. Para mí "X-Men 2" es la cumbre de su cine, pues traduce perfectamente a imágenes el trasfondo de uno de los mejores comics de Marvel, hasta el punto de que los fans de la serie creemos estar ante los personajes hechos carne. En otras películas como "Superman returns", el excesivo afán de homenaje hacia Richard Donner acaba desvirtuando su realización. Tiene otros trabajos interesantes, como "Sospechosos habituales", que tengo que revisar un día de estos o "Verano de corrupción", basado en un relato de Stephen King.

"Valkiria" se centra, como sabemos, en el atentado que más cerca estuvo de costar la vida a Hitler. Pero empieza mostrándonos como falló el anterior, en una secuencia fascinante, llena de tensión y que es un prólogo estupendo para lo que vendrá después (pocas veces he visto a Kenneth Branagh tan contenido en un papel). Las motivaciones de Stauffenberg quedan claras desde el principio: siente literalmente en sus carnes que Alemania está perdiendo la guerra y sabe que la única oportunidad de pararla es asesinar a Hitler y tomar el poder mediante un golpe de estado. La compleja trama que va a dar lugar a todo ello está muy bien narrada y el espectador no va a perderse en ningún momento, aunque no sea conocedor de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Tom Cruise está bien en el papel exclusivamente por su parecido físico con Stauffenberg, pero su actuación es demasiado plana, no logra transmitir la complejidad del personaje, aunque peor hubiera sido una actuación histérica al estilo Jerry McGuire. Mejor no llegar que pasarse.

Me gusta mucho la escena en la que Stauffenberg visita a Hitler en su refugio alpino. Se nos muestra una reunión de criminales tomando el té en todo su esplendor y de un solo vistazo podemos intuir la mediocridad de los personajes allí reunidos, que rien despreocupadamente el día después de que los aliados hayan desembarcado en Normandía. Y es que la camarilla que rodeaba a Hitler daría para una serie de televisión de varias temporadas. Por cierto, la composición de Hitler por parte de David Bamber, muy verídica, siguiendo la estela de Bruno Ganz.

Lo mejor de la película es su ambientación. Recuerdo un documental que ví una vez, una especie de Nodo alemán de la época en la que se nos mostraba las oficinas de intendencia del Tercer Reich, trabajando a pleno rendimiento en el año 1943. Eran edificios enormes y lúgubres, que parecían anunciar el trágico destino que le esperaba a Berlín. Singer logra transmitir la siniestra atmósfera del nazismo en sus días finales, la arquitectura de Speer y el orden funcional del amueblado de sus habitaciones, que parecen decoradas para albergar a gente de uniforme. Y el vestuario está también muy cuidado, haciendo todo ello que el film en general nos resulte creible (otra escena muy conseguida: la de la reunión en la catedral bombardeada). No todo son aciertos en la película: la secuencia del bombardeo en casa de Stauffenberg mientras suena "La cabalgata de las walkirias" me parece cogida por alfileres, aparte de que nos remite inevitablemente a "Apocalipsis Now", y tampoco hay por qué jugar con las reminiscencias del espectador.

En resumen, una película más que correcta, que no es el desastre que muchos dicen. El gran Carlos Boyero titulaba su crítica de hace dos semanas: "Suspense absurdo, Hitler sobrevivió", comparando la trama con las de Hitchcock, que siempre sorprendían al espectador. Por esa regla de tres, las películas de Hitchcock solo serían válidas en un primer visionado, cuando la capacidad de sorpresa del espectador permanece intacta y perderían su efectividad en las siguientes ocasiones que las viéramos. Sabemos que no es así. Algo parecido logra Singer. Aunque conocemos lo que va a suceder, la tensión se mantiene, al menos en mi caso y esto es un logro personal del director. Merece la pena acercarse al cine y verla sin prejuicios. Estoy deseando empezar a leer la biografía de Stauffenberg, para tener una panorámica más completa de estos hechos históricos tan dignos de estudio.

LADRÓN DE BICICLETAS (1948), DE VITTORIO DE SICA. TAN DE ACTUALIDAD QUE DA MIEDO.


Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba devastada. Italia, en cuyo territorio se había combatido ferozmente durante dos años, no era una excepción. En este clima de pobreza y privaciones nació uno de los movimientos más famosos del cine: el neorrealismo italiano y esta que comentamos es su obra cumbre. Del neorrealismo dice Vittorio de Sica:

"(...) el neorrealismo no fue creado en torno a una mesa o en medio de una discusión. Nació en nosotros, en nuestro ánimo, en la necesidad de expresarnos de forma diversa a como nos habían obligado el fascismo y un cierto tipo de cine norteamericano"

¿Qué quiere decir esto de neorrealismo? ¿Es capaz el cine de plasmar la realidad diaria? Para eso están los documentales, dirían algunos... Sí, pero aquí se está ejemplificando la realidad a través de la historia, totalmente creíble, de un obrero pobre al que el ayuntamiento le ofrece trabajo de pegacarteles con la condición de llevar una bicicleta. Con gran sacrificio, empeñan las sábanas para rescatar la bicicleta que se hallaba a su vez empeñada. (No olvido la conversación de Antonio con su mujer: al reprocharle esta que en su día empeñara la bicicleta, este le responde con un contundente: "¿entonces de qué comiamos?). Denuncia social sin censuras. La realidad mostrada con toda su crudeza, para dar un puñetazo al espectador, para que no se sienta cómodo en su asiento. Muchos italianos rechazaron este tipo de cine. Querían entrar en la sala oscura a evadirse, no a que le recordaran que había hambre en las calles.

Un trabajo digno supone la felicidad completa para Antonio: vuelve a sentirse una persona digna, porque sabe que su esfuerzo va a dar de comer a su familia. Pero pronto tanta dicha se va a ver truncada, ante el robo de la bicicleta. La búsqueda junto a su hijo (más lúcido aún que el padre) va a ser angustiosa y verdaderamente realista: los esfuerzos van a ser en vano, porque la bicicleta no aparecerá. El patético intento de robar una será neutralizado, para escarnio de Antonio y vergüenza de su hijo, que es testigo de toda la acción. Al final, padre e hijo se alejan de nosotros cabizbajos, sin esperanza alguna.

"Ladrón de bicicletas" no solo funciona como historia neorrealista, sino que tiene otros valores cinematográficos. No basta con mostrar la realidad tal y como es, hay que interesar al espectador en ella y para eso están los dos magníficos protagonistas. Lamberto Maggiorani, que interpreta a Antonio, no era un actor profesional, sino un obrero de la fábrica Brenta. A un obrero no podía interpretarlo un actor, sino un auténtico obrero.

¿Y qué nos dice a nosotros, los españoles de 2009 esta película? A nosotros también nos han robado la bicicleta. Todos creíamos estar peladeando con ella suavemente por nuestras cómodas vidas y de pronto ha desaparecido. La buscamos desesperadamente, para volver a donde estábamos hace un momento, pero es como buscar una aguja en un pajar. ¿Quién nos ha robado la bicicleta? ¿El gobierno? ¿los bancos? ¿George Bush? Lo que es seguro es que para muchos de nosotros la bicicleta no va a volver. Tendremos que buscar alternativas y apañarnos. Prueben a buscar trabajo. Vayan al Inem, vayan a las simpáticas ETTs... Encontrarán una nueva definición de la famosa frase de Larra: "vuelva usted mañana".

jueves, 5 de febrero de 2009

LA TERNURA.


(Relato leído ayer en la tertulia de La Casa de las Palabras).

Don Aurelio paseaba a su perro como cada mañana por el Paseo Marítimo. Disfrutaba de una jubilación dorada y era un gusto verle deleitándose en su andadura matinal. Su mirada limpia y bondadosa, su pelo cano, su poblado mostacho y su caminar pausado con las manos a la espalda, ligeramente encorvada esta, hacían de él un ser digno de admiración por sus vecinos. Nunca se le conoció conflicto alguno con ninguno de ellos, nadie nunca le había oído una palabra más alta que otra. En definitiva: era un ser angelical a ojos de sus semejantes y quien se le encontrase a esa hora temprana le saludaba con gran placer: "¡Buenos días don Aurelio!". El contestaba fijando su mirada en su interlocutor con un breve ademán y hasta su gracioso perrito, que nunca se separaba de su vera, movía el rabo en señal de aprobación.

Los paseos de don Aurelio no eran unos paseos vulgares, por el simple gusto de caminar. Su secreto radicaba en que no buscaba nada y lo buscaba todo. A don Aurelio todo le interesaba: lo mismo podía deternerse a contemplar el beso de una pareja de enamorados que oler una flor u observar durante horas a una araña tejiendo su tela. Tenía todo el tiempo del mundo y lo gastaba como mejor creía que debía hacerlo: fijándose en las cosas pequeñas que siempre habían estado a su alrededor y en las que nunca había reparado por no haber tenido tiempo en el pasado. Andaba demasiado preocupado por asuntos laborales, que ahora veía con ironía en la distancia. Ahora, con todo el tiempo del mundo para pensar, a veces le inquietaba la idea de la muerte, siempre presente en la vida de un jubilado. Pero en seguida la desechaba y volvía a sus pensamientos vitales, a sentir el Sol sobre su piel. Entonces se maravillaba de lo poco que se necesitaba para gozar de momentos plenamente felices, aunque durasen poco.

En ese preciso instante estaba contemplando las montañas nevadas en la distancia. Ofrecían un agradable contraste con el azul intenso de un mar agitado. Precisamente del mar escuchó unos terribles gritos de auxilio que le interrumpieron bruscamente su hilo de pensamiento. A lo lejos, a muchos metros de la orilla, una muchacha espumeaba desesperadamente implorando ayuda. Don Aurelio había sido buen nadador en su juventud e incluso había ganado algún campeonato de natación a nivel local. Sin pensárselo, se despojó de sus ropas y se lanzó a unas aguas extremadamente frías. Al comienzo todo fue bien. Don Aurelio nadaba a buen ritmo, sorteando las olas, espoleado por las voces terribles de la chiquilla, que parecía a punto de ser engullida por el oceáno. Consiguió llegar hasta ella con muchas dificultades y respirando muy agitadamente. Le agarró por la barbilla desde atrás, como sabía que había que hacerlo, e inició el retorno a la orilla. El ímpetu con el que había iniciado su rescate estaba convirtiéndose rápidamente en dificultades. Cada vez se notaba con menos fuerzas y ya había tragado agua un par de veces. Comenzó a notarse un dolor opresivo en el pecho que se le extendía por las extremidades, a cada brazada con mayor intensidad. Le costaba respirar, se estaba mareando y veía la orilla borrosa. Pensó que solo hacía unos minutos estaba disfrutando de un día espléndido y que si cerraba los ojos y se dejaba llevar por las olas, en seguida volvería a su paseo junto a su perro, que le observaba desde la orilla, con las orejas levantadas y ladrando de vez en cuando, único testigo de la hazaña de su amo.

Don Aurelio sacó fuerzas de flaqueza, ignoró sus terribles dolores y se propuso salvar la vida de la muchacha, aún a costa de la suya. Poco a poco, con una angustia infinita, agonizando por ganar cada metro, nuestro héroe consiguió su propósito. Salió del agua tambaleándose y seguidamente se desplomó en la arena. Su piel tenía un color azulado. Temblaba de frío. Aún tuvo tiempo de acariciar el pelo de la muchacha, en un gesto de sublime ternura antes de cerrar definitivamente los ojos.

El perro corrió junto a su amo. Lamía el rostro de don Aurelio mientras aullaba. En su desesperación, ni siquiera se dio cuenta de que de detrás de unos matorrales salieron dos hombres corriendo a su posición, uno con una cámara y el otro con un micrófono, mientras gritaban: ¡Inocente, inocente...!

Aquel fue el programa con mayor audiencia de la temporada.

lunes, 2 de febrero de 2009

HIJOS DE LOS HOMBRES, DE ALFONSO CUARÓN. UN MUNDO INFELIZ.


Esta magnífica realización de Alfonso Cuarón transcurre en un futuro muy próximo: dentro de veinte años tan solo. En la estremecedora sociedad que se nos describe han dejado de nacer niños desde hace tiempo y no porque Zapatero haya retirado el cheque-bebé, que también podría ser, sino seguramente a consecuencia de algún virus, aunque no se está seguro. Nadie tiene solución a este problema de infertilidad que entre otras víctimas seguramente ha arruinado a los fabricantes de cunas y a la industria del preservativo.

La Inglaterra en la que habita Theo, el protagonista, es un estado policial al borde del precipicio. Un telediario visto en un autobús nos informa de que otros países ya han caído en el caos (terrible la imagen de un hongo nuclear sobre Nueva York, que nos remite al 11-S) e Inglaterra se ha replegado sobre sí misma en un intento de sobrevivir. Eso quiere decir redadas continuas de inmigrantes (con los que no hay reparos para enjaularlos como animales antes de su deportación), escasez de alimentos, amenaza terrorista continua y depresión generalizada entre los británicos que combaten con pastillas o directamente con suicidios. La sensación de falta de futuro, de falta de continuidad en la humanidad por la ausencia de niños jugando en los parques resulta demoledora. En medio de este caos, surge una pequeña esperanza. No voy a contar en qué consiste, para respetar a quien no la haya visto.

Lo mejor de la película es la ambientación hiperrealista que consigue Alfonso Cuarón, secundado por una buena actuación de Clive Owen, un hombre realmente hundido, de vuelta de todo, un ejemplo de la humanidad de aquella época. Muy interesante la visita que hace a su hermano, que se dedica en un Ministerio a salvaguardar obras de arte rescatadas de otros países, con una deprimente referencia al Museo del Prado. Cuando Theo le dice que su labor es absurda, porque dentro de cien años no habrá nadie para ver las obras, su hermano le responde: "Mi secreto es que no pienso en ello". Todos estos detalles añaden credibilidad a una historia en la que todos las que pudimos disfrutarla el sábado coincidimos en ver reflejados muchos aspectos de lo que va a ser nuestro querido mundo dentro de poco. En eso la película convence. Y es que la crisis económica nos ha vuelto a todos un poco más pesimistas, si cabe.

ESPARTACO, DE STANLEY KUBRICK. EL GLADIADOR REVOLUCIONARIO.


He leído recientemente que Kirk Douglas produjo esta película ofuscado porque no le dieron el papel protagonista en Ben-Hur: solo le ofrecieron el de su enemigo Mesala. Para más inri, se propuso adaptar una novela de Howard Fast, un escritor comunista y el guión corrió a cargo de Dalton Trumbo (el director de la película más terrible que han visto mis ojos, "Johnny cogió su fusil") otro presunto comunista en la lista negra de Hollywood. Una película bastante izquierdista, digámoslo así.

"¡¡Yo no soy un animal!!", grita Espartaco, cuando sus amos quieren verle copulando en su celda con la hermosa muchacha que le han llevado. Como me gusta esa escena... Resulta que he visto tantas veces esta película que me sé de memoria diálogos enteros y nunca me he cansado de revisarla y de fascinarme con ella. Comenzada por el gran Anthony Mann, este terminó pasándole el relevo a un joven Stanley Kubrick, que supo imprimirle algo de su sello: la meticulosidad que después le haría tan famoso. Y es que en pocas películas nos metemos con más intensidad en la piel del personaje. Kirk Douglas nos hace sentir su desesperación: su falta de horizontes como esclavo, las continuas vejaciones a las que es sometido, como el objeto que en realidad es para el derecho romano. Su rebelión va a traer consecuencias políticas: va a avivar la rivalidad entre el general Craso, del partido de los patricios y el senador Graco, defensor del pueblo llano (espléndidos Laurence Oliver y un actor por el que siempre he sentido debilidad: Charles Laughton) con un joven Julio César de por medio, que comienza a intrigar por aquella época.

A mí la película, al igual que el libro sobre el mismo tema de Arthur Koestler que leí hace años me dice mucho: me habla de esperanza, de igualdad y fraternidad entre todos los seres humanos y sobre todo de la dignidad de un hombre que supo alzarse contra el poder establecido y terminó crucificado (igualito que Jesucristo). Los romanos suspiraron de alivio cuando acabaron con él. Llegaron a temer que todos los esclavos que sometían se les rebelaran. Se equipara a la mayoría de filmes "de romanos", por su condición de gran espectáculo, pero las supera en cuanto que ofrece al espectador temas de reflexión.

Las fuentes romanas de la época (y esta información la saco de Wikipedia), coinciden en que Espartaco fue un hombre culto, inteligente y justo, tal y como lo retrata Kubrick.

Una gran película, cuya extensa duración pasa en un suspiro.