Pocos testimonios tan valiosos como el de Arturo Barea para tratar de comprender el sentido de la "aventura imperial" de España en Marruecos, que desangró la juventud y los recursos del país en una empresa estéril. Barea estuvo varios años destinado en Marruecos como sargento y vivió de primera mano lo que significaba la dirección de la guerra: un enorme pozo de corrupción e ineptitud que llenaba los bolsillos de unos pocos mientras se sucedían los desastres militares.

El origen del protectorado español en Marruecos hay que buscarlo en la Conferencia Internacional de Algeciras (1905) donde trataron de aplacarse a través de la diplomacia las rivalidades imperiales de Francia y Alemania. España salió de dichas conversaciones con una especie de premio de consolación que a la postre iba a resultar un regalo envenenado: el protectorado sobre la franja norte de Marruecos.

Lo que los políticos españoles de la época van a considerar una especie de compensación histórica por la pérdida de Cuba y Filipinas en el 98 para un lúcido Arturo Barea va a significar algo muy distinto ya que "durante los primeros veinticinco años de este siglo Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y una taberna inmensos" .

Muy pronto los militares españoles van a comprobar que sus nuevos súbditos marroquíes no se encuentran demasiado dispuestos a ser colonizados. Desde el principio se va a contar con focos de resistencia a la ocupación española, sobre todo en las montañas del Rif. Los lugareños, mucho peor armados que los españoles, se aprovechan de su conocimiento del terreno para sorprender a sus enemigos y causarle un continuo desgaste.

Las tropas de reemplazo españolas llegaban en su mayoría desmotivadas a un país desconocido con un clima extremo. Muchos de los nuevos soldados no habían salido nunca de su pueblo, eran analfabetos y estaban acostumbrados a pasar hambre, por lo que una de las primeras sorpresas que se llevaban de la vida militar es la posiblidad de comer caliente varias veces al día. El propio Barea, testigo de la llegada de los nuevos reclutas lo resume así:

"Una de las cosas que me impresionaba profundamente era el hambre de tantos reclutas; la otra , su ignorancia. Entre los hombres de algunas regiones el analfabetismo llegaba al ochenta por ciento".

La corrupción lo envenenaba todo, ya desde el mismo momento del reclutamiento. Los hijos de buena familia podían librarse de ir a la guerra pagando una cantidad de dinero. Cuando el gran número de bajas obligó a llamarlos a filas, se sirvieron de su dinero para asumir los mejores destinos disponibles. El propio Barea tuvo suerte y debido a su formación pudo pasar un largo periodo en un puesto de oficinas, lo cual aprovecha para describir los corruptos procedimientos de los mandos, que jugaban hasta con las alpargatas destinadas a los soldados para hacer dinero.

Un ejército desmotivado, no profesional y deficientemente equipado poco podía hacer contra unos rifeños decididos a pelear por sus tierras. Los desastres se fueron sucediendo uno tras otro hasta culminar en la tristemente famosa matanza de Annual (1921), que a punto estuvo de hacer abandonar a España el protectorado. El posterior desembarco de Alhucemas, con ayuda de Francia, contribuyó decisivamente a enderezar la situación..

En esta guerra, como en casi todas, la crueldad estuvo presente en todo momento: "Ellos (los moros) les cortaban los testículos a los soldados y se los atascaban en la boca, para que murieran asfixiados por un lado y desangrándose por otro, tostándose al sol" .

Este clima de enfrentamiento permanente propició el nacimiento de la Legión, un cuerpo que se desvelaría casi autónomo respecto al ejército convencional, formado por buscavidas y toda clase de sinvergüenzas que perseguían limpiar su pasado sirviendo de carne de cañón. El libro tiene un hueco para la descripción de la brutalidad y temeridad de los métodos de lucha de Millán Astray y Franco. No hay que olvidar que el campo de batalla de Marruecos fue el germen de los llamados "generales africanistas", que posteriormente serían la espina dorsal del ejército nacional durante la Guerra Civil.

Cuando tuvo que acudir al frente, para Arturo Barea la guerra fue algo muy confuso. El que lucha como soldado pierde perspectiva, se embrutece y ni siquiera sabe en qué batallas ha tomado parte. Respecto a esa parte de su biografía el autor pasa elegantemente casi de puntillas. Sin duda son detalles demasiado dolorosos. Finalmente sus conclusiones son contundentes:

"...abandonar Marruecos y no mandar un simple soldado allí. Marruecos es la mayor desgracia de España, un negocio desvergonzado y una estupidez inconmensurable al mismo tiempo. Yo he estado allí dos años, y que me digan a mí qué es lo que civilizamos nosotros. Los soldados, mejor dicho, la clase de soldados que se manda a Marruecos, son la gente más miserable e inculta de España, tan incivilizados como los moros. O más. ¿A qué los mandan a Marruecos? A matar y a que los maten. Marruecos es bueno sólo para los oficiales y para los contratistas".