No es ningún secreto la obsesión de Steven Spielberg con la Segunda Guerra Mundial. El acontecimiento bélico ha estado presente en buena parte de su filmografía. Ya sea en una comedia como "1941" (1979), en dos de las partes de la saga de Indiana Jones, "En busca del arca perdida" (1981) e "Indiana Jones y la última cruzada" (1989), o en las más serias "El imperio del Sol" (1987) y "La lista de Schindler" (1993), nazis y japoneses han estado habitualmente en el objetivo de la cámara del gran director de Cincinnati.

Después de componer con "La lista de Schindler" una de las más estremecedoras visiones del Holocausto que se han visto en la pantalla, el director quiso rendir homenaje a los soldados que se sacrificaron en el campo de batalla y lo hizo filmando desde el punto de vista del combatiente de a pie, como si de un documental se tratara.

Al no poder usarse las playas originales para el rodaje, se eligieron unas muy parecidas en Irlanda. Miembros del ejército de este país, que ya habían participado en "Braveheart", hicieron de figurantes en la escena del desembarco, la que abre la película. Los actores principales recibieron un duro entrenamiento militar antes de comenzar a rodar. Tanto, que alguno estuvo a punto de abandonar la empresa.

La escena del desembarco en la playa Omaha es, para el firmante de este artículo, que no tiene rubor en confesar que la ha repasado muchas veces, lo mejor que se ha filmado nunca en el género bélico. Después de un pequeño prólogo que acaece en la actualidad, en los enormes cementerios junto a las playas de Normandía, los recuerdos de un anciano nos llevan directamente al de 6 junio de 1944, precisamente al peor lugar en el que se podía estar aquella jornada: la playa Omaha, en el sector norteamericano de los desembarcos.

Como es sabido, la operación de Omaha estuvo a punto de convertirse en el peor de los desastres para los Aliados. Los bombardeos previos erraron el blanco y los soldados se encontraron con unas defensas alemanas casi intactas y dispuestas a repeler el ataque. Esto lo advierte el espectador desde el primer momento: nada más abrirse la compuerta de la lancha donde viaja el capitán Miller (Tom Hawks), una ametralladora alemana hace estragos entre los primeros hombres, que ni siquiera pueden poner pie en la arena.

Los demás solo pueden salir por los laterales. Muchos hombres se ahogan por el peso de sus equipos, las balas silban al penetrar en el agua y el rugido de las explosiones retumba en nuestros oídos, mientras atonta y mutila a muchos soldados.

Las imágenes que siguen son realmente espantosas y dificilmente soportables para los espectadores más sensibles: dan fe del caos en el que se transformaron esas horas: muchos combatientes están paralizados o lloran invocando a sus madres después de meses de entrenamiento, otros salen de su lancha envueltos en llamas, el de más allá se agacha a recoger su propio brazo para seguir avanzando. Los hombres no mueren al instante, sino que sufren largas agonías.

La cámara de Spielberg, como si la de un reportero de guerra se tratara, no duda en mostrarnos la sangre, vísceras y suciedad que jalonan cualquier batalla y nos recuerda lo poco heroico que puede resultar un combate cuando el miedo y la muerte dominan el escenario.

Los veinte minutos de esta escena están perfectamente planificados en todos sus detalles. Muchas de sus imágenes recuerdan a las fotografías que Robert Capa tomó aquel día. Los uniformes, las armas y la ingeniería bélica se encuentran recreados hasta el último detalle y los sonidos son tan escalofriantes como los que se pudieron oir en aquella jornada. Se trata de un prodigio técnico y narrativo pocas veces igualado, el acercamiento más fiel que se ha dado nunca en el cine a la realidad de la guerra, en la que gobiernan el horror y el caos, en unas imágenes que desbordan autenticidad.

Como es lógico, después de haberse puesto el listón tan alto al principio, la película pierde algunos enteros en su desarrollo posterior, cuyo argumento principal se basa en la misión encomendada a la patrulla del capitán Miller: buscar a un determinado soldado al que le han fallecido sus tres hermanos en la guerra, para devolverlo a casa.

A partir de aquí, los hombres de Miller conocerán la confusa situación de los paracaidistas que intentan asegurar un camino para sus compañeros de la playa. Habrá momentos de gran tensión, como el de los disparos del francotirador alemán, escena que en cierto modo homenajea el enorme sufrimiento de la población civil francesa en aquellos días o la batalla final contra los monstruosos Tiger de las SS.

Ciertamente si hay que ponerle algún pero a esta enorme producción, aparte del contraste entre su apabullante principio y su correcto desarrollo posterior, sería la actuación de Matt Damon, que resulta poco creible en su papel de soldado Ryan, al contrario que el resto del elenco protagonista, que nos regalan un conjunto de actuaciones memorables.

El final patriotero, con la bandera americana de fondo, puede resultar incoherente con el mensaje antibelicista que se pretende, pero no empaña en absoluto una prodigiosa función que nos muestra la guerra al desnudo de una manera absolutamente naturalista, tanto que es capaz de herir al espectador. Y esta es la pretensión de Spielberg en todo momento.