lunes, 9 de noviembre de 2009

ANIVERSARIO AGRIDULCE.


Veinte años ya de aquella sorprendente jornada en la que asistimos atónitos, por una vez, al triunfo de la voluntad de un pueblo sediento de libertad, mientras las figuras de los políticos se empequeñecían. Para mí fue la primera gran noticia a la que asistí con plena conciencia de su significado. Yo tenía por entonces la tierna edad de quince años y, como precoz aficionado a la Segunda Guerra Mundial, me parecía estar asistiendo a su auténtica conclusión en riguroso directo.

El muro de Berlín fue hijo del resultado de la Segunda Guerra Mundial. Alemania debía ser castigada y dividida, para que nunca pudiera resurgir. Al caer el muro, algunos políticos de peso de la época, como Margaret Tatcher o François Mitterrand maniobraron para que la unificación alemana no fuera posible. Los miedos de estos dirigentes, un poco mezquinos, no estaban justificados. La situación de división alemana era una anomalía histórica que dividía a familias enteras (sin ir más lejos, a la de la esposa de mi tío). Según cuenta Helmut Kolh, solo contó con el apoyo firme de Felipe González para su empresa. Al final la Alemania unida ha sido fundamental para el avance de la Unión Europea (locomotora, la llaman) y la incorporación de gran cantidad de países del este ha doblado su tamaño.

El proceso no ha estado exento de problemas: los alemanes del este siguen considerándose discriminados respecto a los del oeste. Hoy mismo El País habla del desencanto de los ciudadanos de los países del este de Europa respecto a las ilusiones puestas hace veinte años. El capitalismo, salvo excepciones, penetró de manera salvaje en sus vidas y solo benefició a los más avispados. En mi viaje a Hungría del año pasado pude comprobar que en gran cantidad de barrios del mismo Budapest no han cambiado mucho las cosas desde la era soviética. Fuera de la capital la situación es aún peor. Hoy Hungría está viviendo una crisis económica brutal que empobrece aún más a la población.

Hace veinte años, en una situación surrelista como solo es capaz de crear el ser humano, una ciudad enorme estaba dividida por un grueso e impenetrable muro que había construido la política. El capitalismo y el comunismo se hallaban a unos metros de distancia, pero para los ciudadanos de uno y otro lado era como si les separara un enorme océano. El muro fue destruido por esos mismos ciudadanos y sus fragmentos repartidos por el mundo como objetos de recuerdo. Hoy siguen quedando otros muchos muros por destruir, que en gran parte son más económicos que políticos, por lo que son más difíciles de abatir, pues todos vamos sabiendo que hace tiempo que los poderes económicos están muy por encima de los políticos.

Lo mejor es rememorar aquellos recuerdos mágicos de 1989, un momento de esperanza, en la que la historia, por una vez, pudo remontar y enderezarse, tal y como lo cuenta su mejor cronista, Timothy Garton Ash:

http://www.elpais.com/articulo/opinion/1989/fue/momento/dorado/Europa/elpepiopi/20091107elpepiopi_11/Tes

2 comentarios:

  1. Miguel, el día que dieron la noticia hace veinte años, paracía algo mágico e increíble.
    Buen artículo.

    Saludos cordiales

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  2. Sí, lo cierto es que no parece que haya pasado tanto tiempo. Es una lástima que no se aprovechara mejor un momento histórico inigualable (ya sabemos que hubo hasta quien habló del final de la historia), pero la historia sigue golpeándonos con dureza todos los días.

    Saludos.

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