Voltaire es el representante perfecto del pensamiento ilustrado del Siglo de las Luces. A comienzos de su carrera el teatro y la poesía fueron sus intereses primordiales. Sus intentos de medrar entre la nobleza fueron infructuosos, hasta que fue tomando conciencia de lo injusto de la organización social de su tiempo y de la intolerancia que la sustentaba. A partir de ese momento, entre exilios y regresos a Francia, se dedicó a combatir en pos de la racionalidad contra elfanatismo imperante. Los derechos dinásticos de la nobleza, lo absurdo de las guerras y la irracionalidad de las religiones fueron algunos de los principales blancos de sus afilados dardos. Una de sus ambiciones principales fue conseguir respeto y protección a las figuras del intelectual y del científico por parte del Estado.

Los cuentos de Voltaire pueden calificarse como "literatura de combate", ya que su fín primordial es la lucha contra el Antiguo Régimen. Una de las armas principales en este combate es la ironía: los escritos de Voltaire suelen ser burlescos e irrespetuosos con el orden establecido. En contra de lo esperado por el propio autor, sus farragosos ensayos históricos o sus poemas apenas tienen vigencia en la actualidad. Son sus narraciones lo más leido y celebrado de Voltaire, donde mejor se manifiesta su espíritu libre. Realmente es el género literario en el que las ideas pueden llegar a mayor número de personas, una inteligente manera de "instruir deleitando". Por desgracia, aún se necesita de las ideas de Voltaire en el mundo actual, todavía salpicado de intolerancia y fanatismo.

El principal resorte que llevó a Voltaire a escribir "Cándido" fueron las noticias que le llegaron acerca del terromoto de Lisboa, en 1755. Una de sus Cartas es el mejor testimonio de su perturbación ante la gravedad de los hechos:

"Ahí tenéis, señor, una física muy cruel. Ha de costar mucho trabajo adivinar cómo las leyes del movimiento provocan desastres tan espantosos en el mejor de los mundos posibles. Cien mil hormigas, nuestro prójimo, aplastadas de golpe en nuestro hormiguero, y la mitad pereciendo sin duda en angustias inexpresables en medio de cascotes de los que no se le puede sacar. (...) ¡Qué triste juego de azar! (...) ¿Qué dirán los predicadores?" (Recogida en el prólogo de Mauro Armiño a "Cuentos completos en prosa y verso", de Voltaire. Círculo de Lectores, 2006).

El "Poema sobre el desastre de Lisboa o examen de este axioma: "Todo está bien" ", publicado el año siguiente va a constituir su primer testimonio en contra de la idea del orden divino. El poema constituye un auténtico grito contra el absurdo de la existencia, del azar que mata a inocentes y hace tambalear la idea de un Dios justiciero. Aunque Voltaire no llegó a declararse ateo, algo impensable en su época, sin duda tuvo dudas acerca de la existencia de Dios. Lo que sí tuvo claro es que no podía aceptar las ideas filosóficas de Leibniz que presentaban a un Dios perfecto, todopoderoso e infinitamente sabio, bondadoso y justo.

En "Cándido", el autor va a hilar mucho más fino y va a presentar a un protagonista que hace honor a su nombre. Educado por su maestro Pangloss en la idea de que se vive en el mejor de los mundos posibles y que todo lo que sucede es lo mejor que puede ocurrir, el protagonista va a afrontar una auténtica espiral de desgracias con el firme optimismo heredado de su preceptor sirviéndole como escudo que poco a poco se va resquebrajando, hasta oírle decir en un determinado momento:
"- ¿Qué es el optimismo?, decía Cacambo. - ¡Ay!, dijo Cándido, "es el empeñarse rabiosamente en sostener que todo está bien cuando todo está mal" (Cándido o el optimismo, traducción de Elena Diego, pag. 120. Ediciones Cátedra).

No hay mejor definición del orden social imperante hasta aquel momento: los poderosos invocan la idea del mundo perfecto sostenido por la voluntad de Dios para estimular el conformismo y la ausencia de críticas de los oprimidos. Para los voces disidentes ya existen la represión y la intolerancia. A Cándido lo vemos convertido en un ser patético sosteniendo sus ideas optimistas contra viento y marea, engañandose a sí mismo. Aunque con un estilo exagerado y narrando hechos inverosímiles, el autor transmite a la perfección la idea de un mundo imperfecto, fuente de continuas desgracias, provocadas por el ser humano o por la naturaleza. Se presenta a los hombres como seres rapaces, siempre a la búsqueda de bienes materiales, continuamente aprovechándose de las ingenuidades de Cándido.

Al final, el protagonista a duras penas consigue lo que quiere, una vida tranquila junto a su amada, aunque tal condición no llega a satisfacerle del todo (ni a sus compañeros de penalidades), comprende que el mejor destino del hombre es ambicionar una vida sencilla, resumida en la expresión "cultivar el propio huerto". Una conclusión un poco triste: el hombre, que es incapaz de cambiar el mundo, dedicado exclusivamente al trabajo, sin razonamiento alguno, aislado de esta manera de la sociedad, de la que únicamente cabe esperar vicio, maldad y fanatismo. El optimismo transformado en un pesimismo resignado y sereno.