viernes, 27 de febrero de 2009

SONRISA


(Relato de esta semana en La Casa de las Palabras).

La escena tiene lugar en un concesionario de vehículos, una tarde cualquiera de invierno. La vida parece haberse interrumpido desde hace tiempo en este hábitat. Los coches sin vender crían telarañas bajo las ruedas. Una indiferencia escéptica se ha apropiado de los vendedores, especialmente de Jorge Luis, que lleva meses sin hablar con cliente alguno. Fue el último que llegó y ahora intuye que será el primero en irse si no vende nada. A veces tiene fantasías en las que se tira contra los escaparates, aterriza en la calle y se siente liberado. ¿Cómo vender? No se puede vender un coche metafísicamente hablando, se necesita un interlocutor, alguien a quién poder convencer de las ventajas del nuevo Ibiza Smile.

Nuestro fantasioso Jorge Luis vuelve a tener una ocurrencia. De pronto se convence de que si se arrodilla y pide un cliente al Altísimo, entrará por la puerta de inmediato, no el Altísimo, sino el cliente. Superando por medio de la desesperación su sentido del ridículo, podemos verlo patéticamente plantado en el suelo, con toda la devoción de que es capaz. Pero ¿qué vemos? Las plegarias son atendidas de cuando en cuando. Por la puerta aparece un señor distinguido, de los de traje, corbata y camisa perfectamente combinados. No se le puede escapar. Está solo en la tienda. Es su prueba de fuego. "Este señor no saldrá de aquí sin un coche a juego con su indumentaria", piensa un animado Jorge Luis.

El hombre parece un poco despistado, pero su trato es afable. No es persona que tenga claro lo que desea, pero ahí está nuestro buen Jorge Luis para crearle su necesidad, tal y como le enseñaron. Ha entrenado mentalmente para esto y ahora es el momento, la culminación de meses de pensamientos positivos lanzados contra el muro de la triste realidad. Jorge Luis se avalanza literalmente contra el señor, como el desgraciado naúfrago que aborda a su rescatador después de años de soledad. Con su más amplia sonrisa le espeta: "Buenos días señor. Aquí estoy yo para servirle en lo que usted precise". Utilizando esta fórmula, más propia de un sirviente que de un vendedor, se planta frente a él, a una distancia que claramente viola la intimidad de su interlocutor.

"Mire usted caballero", dice el presunto comprador, "yo no me voy a andar con medias tintas. Quiero un buen coche". "Muy bién, ha llegado usted al lugar adecuado. Voy a enseñarle el mejor. El más innovador. Nuestro nuevo Ibiza Smile. Ya ve usted que no parece nada especial... Siéntese al volante."

Se sienta el caballero, tal y como le han sugerido. El coche le sonríe, le seduce, le habla de sus propias prestaciones e incluso se permite alabar el buen gusto en la vestimenta de tan elegante cliente. Se entabla un diálogo entre automóvil y conductor con Jorge Luis como convidado de piedra. Por supuesto, el diálogo continua fuera, en la carretera. El Smile se encarga de todo, de gestionar el préstamo, de contratar el seguro y de reservar una mesa en el mejor restaurante de la ciudad para su nuevo dueño y su novia.

Jorge Luis se queda solo, cavilando: "Al menos he sido yo el que los he presentado."

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